La expulsión de la jefa de la diplomacia norteamericana en Caracas es sólo un capítulo del enfrentamiento comenzado cuando el por entonces presidente Hugo Chávez desafió el control de los Estados Unidos sobre el gobierno y el Estado venezolanos. Esa realidad es la que hereda Maduro. La salida de la diplomática norteamericana del territorio venezolano […]
La expulsión de la jefa de la diplomacia norteamericana en Caracas es sólo un capítulo del enfrentamiento comenzado cuando el por entonces presidente Hugo Chávez desafió el control de los Estados Unidos sobre el gobierno y el Estado venezolanos. Esa realidad es la que hereda Maduro.
La salida de la diplomática norteamericana del territorio venezolano le da continuidad, y esto es lo trascendente, a una racha de nuevas conspiraciones en el mundo y en América latina, hundida en las raíces de la inestabilidad del dominio imperial frente a poderes emergentes y gobiernos insumisos.
Ni el escenario escogido por el presidente venezolano Nicolás Maduro fue casual ni el contexto en que se produjo la ruptura tuvo algo de fortuito. Al grito de «¡Yanquis go home!» fue acompañado por los principales comandantes de las Fuerzas Armadas Bolivarianas en un acto por la Batalla de Bárbula, en el costero estado Falcón. El presidente venezolano respondió a una acción conspirativa que, como se verá, está encadenada a otras ocurridas en el último año y medio. Y esto tampoco es una casualidad.
Los primeros pasos de la conjura contra el gobierno de Nicolás Maduro se pueden rastrear desde julio de 2011, y el seguimiento permite verificar el grado de sigilo sistemático de la embajada y un parte de la oposición de derecha dentro del país.
Los echados de la embajada fueron la encargada de negocios Kelly Keiderling y sus dos asistentes militares. Ella fue grabada en reuniones públicas y privadas con importantes líderes y sindicalistas de la oposición. La última vez fue en la vital Ciudad Guayana, donde funcionan las grandes fábricas metalúrgicas, mineras y presas hidroeléctricas, casi todas administradas por ex-oficiales de las Fuerzas Armadas, varias de ellas bajo control obrero y en medio de una disputa sindical feroz entre chavistas de dos tipos y anti-chavistas furiosos.
La señora Keiderling ejerció su orgullo imperial esta semana cuando confirmó en palabras su movida conspirativa: «Si la acusación es que me reuní con factores de la oposición, debo decir que si, lo hicimos», declaró para el diario El Universal, de Caracas.
Reuniones como las de ella serían rutina diplomática en cualquier país «normal», pero cuando se trata de gobiernos asediados y vigilados como Venezuela, Bolivia, Cuba, Ecuador o Irán, entre otros, significan conspiración o lo más parecido a eso. Quien abrigue dudas sobre la diferencia, puede averiguar los pasos de las embajadas de Estados Unidos en Honduras y Paraguay durante los últimos cinco años.
La señora Kelly no es cualquier funcionaria. Desde 1988 fue probada como agente experta en técnicas de reconocimiento e inestabilización programada dentro de la estrategia de guerras de baja intensidad, muy usadas por la Otan y el Departamento de Estado en los últimos años, sobre todo cuando se trata de gobiernos legitimados por el voto popular, donde no encuentran pretextos para una invasión o ataque aéreo.
Su origen latino, hija de una boliviana y un yanqui, nacida en Santo Domingo, le da el manejo del idioma, y sobre todo la capacidad de mimetizarse con los usos y costumbres locales. Por ejemplo, se hizo fanática del popular club de béisbol Leones del Caracas y come arepas rellenas como cualquier vecino.
Eso hizo en Venezuela desde julio de 2011, cuando arribó al país, reuniéndose y compartiendo tragos y conversaciones con opositores, sin desestimar a algunos miembros reconocidos de la boliburguesía.
Ese mes fue clave para el Departamento de Estado y alguien como ella. Desde entonces, y por más de año y medio, la gobernabilidad bolivariana se vio sometida a nuevas condiciones de fragilidad, por la enfermedad y deceso del líder Chávez.
Kelly aprovechó esa nueva realidad con precisión de conjurados. Los datos aportados por la policía venezolana y dichos por el presidente Maduro, coinciden con los nuevos escenarios abiertos desde julio de 2011, hasta que fue echada el 2 de octubre. Durante esos más de dos años, se pueden verificar nueve momentos de intrigas, confabulación y actos desestabilizantes.
Comenzó en noviembre-diciembre de 2011, seguida por las de febrero, julio y agosto de 2012 en plena campaña electoral, cuando explotó la tubería de una planta petroquímica y se conocieron sabotajes eléctricos en no menos de 45 puntos de conexión y distribución en menos de dos meses.
Luego, en medio del desasosiego intranquilizador de diciembre 2012, cuando ya se sabía que el presidente Hugo Chávez no sobreviviría, se vivió el quinto escenario de conspiración, este más serio, porque pulularon rumores militares y movimientos sigilosos de los jefes de la oposición dentro y fuera del país.
Un mes después se formó el escenario enrarecido de enero, seguido por el más enrarecido en el mes de marzo, desde el mismo día de la muerte de Hugo Chávez. Luego vino la violenta semana de abril cuando la elección de Maduro por tan poco fue aprovechada para asesinar a 14 militantes chavistas en una semana.
El último acto conspirativo de la experta diplomática norteamericana fue entre mediados y finales de septiembre de este año, cuando el desabastecimiento se convirtió en un drama de incalculable pronóstico social y aprovechando que Nicolás Maduro andaba por China buscando inversiones y Diosdado en Moscú cerrando relaciones nuevas.
Desde finales de diciembre de 2012 hasta septiembre de 2013, se registró la mayor cantidad de contactos con diputados escuálidos, empresarios anti-chavistas, medios opositores y sindicalistas de derecha. A dónde conducía todo esto, es difícil saberlo ya. Sólo se puede afirmar que esta vez fue desarmado.
Pero se estuvo en presencia de una incursión conspirativa articulada entre lo diplomático, lo policial, lo comercial y lo político.
Con la expulsión de la señora Kelly quedan clausurados los brevísimos cinco meses de intento venezolano de recomponer relaciones consulares con EEUU, rotas entre 2008 y 2010.
Aprovechado situaciones
El contexto está plagado de hechos, datos y circunstancias en un ambiente nacional cada vez más turbio e inestable. Aunque en términos sociales el desabastecimiento desestabiliza màs que el espionaje, de todas maneras, la acción de la embajada se relaciona directamente con hechos políticos y sociales nuevos o poco conocidos.
Uno de ellos es el desarrollo de un poder popular que tiende a convertirse en contralor incómodo, por ejemplo, del comerciante especulador y del empresario que esconde los productos. Ya se conocen más de 40 casos de acciones directas de organismos del poder popular entre enero y septiembre, contra crímenes sociales de este tipo, y centenares de denuncias a través de los medios comunitarios.
Un signo de esa irritación de la burguesía comercial y financiera, la expresó el diputado opositor Julio Montoya con la frase con la que se quejó el 28 de septiembre: «Ya es suficiente que el Estado nos quiera controlar, para que los Consejos pretendan hacer lo mismo».
De las palabras a los hechos hubo poco trecho. El 2 de octubre, el principal funcionario fiscalizador de la especulación comercial y la corrupción, Eduardo Samán, sufrió un atentado al salir de sus oficinas. Tres hombres armados con granadas y pistolas en motocicletas, al estilo de los sicarios colombianos, lo quisieron matar.
Samán es como el cuco para la burguesía comercial y para la otra. Cuando fue ministro de Chávez, encabezó las estatizaciones y expropiaciones hasta que un sector del poder y del comercio lo hicieron desplazar del gabinete. Fue designado por Nicolás Maduro en julio al frente de Indepabis, el organismo más temido por los especuladores y acaparadores comerciales. Esta semana descubrió más de 40 toneladas de alimentos ocultos en la ciudad petrolera del Zulia, al lado de Colombia.
El desabastecimiento está programado y articulado desde enero por los empresarios, cámaras alimenticias y varias redes de distribución y mercadeo privados, y alcanzó en julio de este año el 20 por ciento de productos desparecidos de las góndolas, según datos del Banco Central. En algunos rubros vitales de la gastronomía venezolana, como harina para arepas, aceite y azúcar, el vacío de bienes casi llega al 50 por ciento en el mes de agosto.
A este desabastecimiento privado debe sumarse el que genera la gestión de dos de las redes estatales de distribución, Mercal y Pdval, que en las principales ciudades muestran anaqueles vacíos por días enteros sin explicación racional, excepto la consabida irracionalidad burocrática, que en muy poco se diferencia de la empresarial.
Los otros dos puntos tensos de la economía, bien aprovechados por la embajada norteamericana estos meses y por la oposición capitalista, son la altísima inflación, superior al 33 por ciento, y su perversa prima hermana financiera, la devaluación, con un dólar oficial a 6 bolívares y uno «paralelo» casi ocho veces más caro, a 40.
Esto, además de facilitar un agigantamiento de la tasa de ganancia financiera de la banca privada, de los especuladores comerciales, los importadores y traficantes burocráticos de moneda en los mercados subterráneos, ha creado un estado creciente de desazón y nerviosismo en la población asalariada y de clase media.
¡Go home!
Entre 2002 y 2013, los gobiernos bolivarianos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro despidieron del país a unos 65 funcionarios diplomáticos, militares, religiosos y culturales enviados por los tres últimos gobiernos de Estados Unidos.
En 2002, tras la derrota del golpe de Estado el 13 de abril de 2002, el renacido gobierno de Chávez expulsó, aunque en algunos casos simplemente huyeron despavoridos, asesores militares que el Comando Sur había apostado en Caracas para apoyar a los golpistas desde diciembre de 2001, como relata la venezolana Eva Golinger en su obra El Código Chávez.
Durante esos mismos meses, Chávez despidió del país a la antigua oficina militar que el Pentágono mantenía dentro de las instalaciones del Estado Mayor desde 1965, en Fuerte Tiuna, al sur de la Capital. En 2005, sobre la radicalización que vivía el gobierno y la sociedad, fueron echados dos agregados militares de EE.UU., seguidos de un grupo de agentes de la DEA, quienes además de espiar, desviaron 7 toneladas de droga decomisada.
Ese mismo año, Chávez sacó del país a los representantes de la congregación conocida como Nuevas Tribus, cazadas in fraganti en labores de cooptación de líderes indígenas en las regiones campesinas de Guayana y Apure.
En el año 2008 despidió con los ruidos necesarios de Venezuela al embajador Patrick Duddy y a toda su comitiva consular, luego de evidenciarse sus reuniones no autorizadas con algunos cuadros de la oficialidad de las Fuerzas Armadas Bolivarianas. Meses después, la ruptura diplomática se agravó con el Departamento de Estado, cuando rechazó y prohibió la entrada al país al nuevo embajador designado por Obama.
El 5 de marzo de este año, 2013, le tocó al presidente encargado, Nicolás Maduro, dos días antes de la muerte del líder bolivariano: echó de la embajada norteamericana a los dos agregados aéreos, captados dando «asesorías» a los grupos violentos caprilistas organizados en el este de Caracas.
La expulsión de Kelly Keiderling junto con David del Mónaco y Devlin Costal, sus dos acoplados asistentes, no serán los últimos.
A esa lista debe sumarse la expulsión del cuerpo diplomático del Estado de Israel, en 2006, para condenar una invasión y masacre al pueblo libanés. También debe registrarse la captura, juicio y extradición, de los 47 paramilitares que el gobierno de Uribe y el Comando Sur instalaron en la Finca Daktari a pocos kilómetros de Miraflores.
Y, más reciente, el apresamiento de los cinco salvadoreños expertos en terrorismo llegados en julio de 2011 y marzo de 2013, a pocos días de las elecciones que lo ratificaron como presidente electo. Uno de estos últimos se llama Roberto D’Abuisson, hijo del general salvadoreño homónimo, conductor de la guerra civil que derrotó al Fmln en 1982.
El gobierno de Hugo Chávez tuvo rupturas diplomáticas con los gobiernos derechistas de México, Perú y Colombia, con retiro de diplomáticos en todos los casos. No es una casualidad que los gobiernos de Ecuador y Bolivia hayan echado diplomáticos, militares, ONGs, o instituciones oficiales norteamericanas como la USAID y la NED.
Vigilar y castigar
El riesgo late dentro del proceso bolivariano como la sombra de una contrarrevolución siempre al acecho.
La incompatibilidad entre el dominio de Estados Unidos y regímenes de izquierda como los de Bolivia, Ecuador, Nicaragua o Venezuela, agravado en este último por sus reservas petroleras y gasíferas, y por la brecha abierta desde la muerte del líder bolivariano, imponen un estado permanente de confrontación y de insoportabilidad política para Washington. Esta incompatibilidad es insuperable, incluso, para cualquier proyecto de reversión socialdemocratizante, salvo que sea llevado a niveles imprevistos de capitulación.
El gobierno de Obama y sus estrategas en el Departamento de Estado no renuncian a la opción histórica de la posible reversibilidad de estos gobiernos, pero tampoco de otros como los de Cristina Fernández, Dilma o el del mismísimo Pepe Mujica. Si no pierden las esperanzas con Cuba, luego de 60 años, menos las perderán con gobiernos tan recientes y frágiles electoralmente.
Las durísimas reacciones diplomáticas de las presidentas de Brasil y Argentina, y la negación sin precedentes de la primera a reunirse con Obama, antes de la Asamblea de la ONU, son indicadores de una relación de Estados que disgusta mucho a los dueños del imperio. No las ven confiables, como lo son, por ejemplo, Piñera o Santos.
En buena medida eso explica la insolencia desmedida y descuidos técnicos actuales del espionaje estadounidense.
Un sistema mundial de poder vigila más en tiempos de crisis sistémica, guerras y quebraduras de gobiernos y mercados, que en tiempos de relativa estabilidad.
El espionaje, que es una necesidad de todo estado dominante, se convirtió en endémico y paranoico desde las revoluciones sociales en Rusia, China, Cuba, Vietnam, etcétera, la Guerra Fría fue su fase de paroxismo.
Tanto el gobierno de Maduro como cualquiera que resista al control imperialista, se verá sometido a esa mecánica. O Globo, de Brasil, lo reconoce: «La red de espionaje de EE.UU., denunciada por el informático Edward Snowden, se expandió por toda América Latina.
El periódico publicó nuevos documentos que aseguran que uno de los aspectos del espionaje es que EE.UU. «no se interesaba sólo en asuntos militares, sino también en secretos comerciales».
Cualquier pronóstico mesurado debe avizorar más confabulaciones y vigilancia sobre los gobiernos de América latina, Medio Oriente, Asia del norte, el mediterráneo, pero sobre todo cuando al frente de un gobierno está un tipo que dice lo que le dice Maduro al dueño del mundo: «Yanquis, ¡go home!», invocando expresiones tan recordadas de Hugo Chávez, como «¡Váyanse al carajo yanquis de mierda!». La diferencia está en el contexto y el estado de la gobernabilidad entre uno y otro.
Modesto Emilio Guerrero (*) es analista internacional; periodista y escritor.
Fuente: http://www.aimdigital.com.ar/aim/2013/10/08/maduro-en-la-mira/