Toda revolución cabalga sobre sus contradicciones para transformar la realidad. El caso venezolano no es la excepción. El consumismo exacerbado se presenta como una contradicción que tiene raíces históricas y sociales en el comportamiento del venezolano. Las compras nerviosas y las colas interminables reflejan una respuesta social contradictoria ante la coyuntura que vive el país. […]
Toda revolución cabalga sobre sus contradicciones para transformar la realidad. El caso venezolano no es la excepción. El consumismo exacerbado se presenta como una contradicción que tiene raíces históricas y sociales en el comportamiento del venezolano. Las compras nerviosas y las colas interminables reflejan una respuesta social contradictoria ante la coyuntura que vive el país.
Durante los años 70 y 80 la elite gobernante, en armonía con los grupos económicos dominantes, permitió tímidas reformas para contener la presión popular y al mismo tiempo sacralizaron el consumismo como mecanismo para sostener la estructura de un modelo agotado que garantizaba ganancia fácil y acumulación de capital. Se estimuló el estereotipo del venezolano «mayamero», derrochador y consumista. Era el tiempo del «ta’barato, dame dos». Se impuso un estilo de vida que asociaba el éxito social con la capacidad de consumo. No importaba la formación académica, ni el desempeño social. A partir de ese momento el «status social» lo determina la marca de la ropa, el vehículo, los electrodomésticos y la frecuencia de viajes a Miami.
El triunfo del Comandante Hugo Chávez dio al traste con Irene Saenz, quien electoralmente lucía imbatible y representaba la tabla de salvación del «puntofijismo». Icono de la belleza y el consumismo que era utilizado para controlar el rechazo a los partidos políticos que habían sembrado el país de hambre y miseria en medio de la bonanza petrolera. El Comandante Chávez desde un principio se propuso recuperar la capacidad adquisitiva del venezolano. Redistribuyó la renta petrolera y se democratizo el consumo de bienes y servicios como expresión de una revolución en libertad donde cada quien consume lo que desea.
Ante los planes de desestabilización económica, política y social, el Presidente Nicolás Maduro ha impulsado una política de estabilización del mercado con el control de costos, precios y ganancias. Una política de Estado que contempla sanciones a la especulación y la usura y establece controles para la ganancia con la fijación de precios justos. Todos los sectores sociales han aplaudido estas medidas como necesarias y urgentes, pero al mismo tiempo se ha desatado la voracidad consumista. Afloró una contradicción social que no resulta fácil superar. Tenemos la herencia de un país consumista cuyas necesidades son manipuladas por el mercado con el apoyo de unos medios de comunicación social que no respetan la dignidad humana.
Esas colas interminables e inhumanas, las compras nerviosas, el acaparamiento domestico y el derroche compulsivo tienen su explicación en esa contradicción que arrastramos y hoy se combina con otros elementos como: 1.- Percepción de inestabilidad económica que nos lleva a respuestas inmediatas como comprar lo que se encuentre para asegurarlo. Esta conducta está estimulada por los medios de comunicación social que se empeñan en sembrar incertidumbre como parte de los planes desestabilizadores. 2.- El venezolano tiene más capacidad adquisitiva y se ha democratizado el consumo. El ingreso del grupo familiar hoy se ha incrementado como resultado de la redistribución de la renta petrolera. 3.- La población está siendo encandilada por la oferta engañosa de comerciantes inescrupulosos que anuncian falsas rebajas como estrategia para desvirtuar la política de estabilización del mercado que busca establecer precios justos y controlar la ganancia. Nadie debería hacer colas para aprovechar rebajas u ofertas que no son tales y finalmente debemos reconocer que siguen prevaleciendo los valores de un capitalismo que impone la ideología del consumo. Un capitalismo tan inhumano que considera a cada consumidor como una mercancía más.
La persistencia de las colas ante los comercios de electrodomésticos y ropa ha puesto en evidencia que la Revolución Bolivariana debe atender una contradicción muy particular: Transformar estructuralmente la sociedad y construir el socialismo en un país donde el consumismo es una conducta determinante. Contradicción que debemos convertir en elemento novedoso de un proceso social y político inédito.
Más allá de las colas y sus implicaciones, el éxito de la política de estabilización del mercado con el control de costos, precios y ganancias es garantía de victoria frente a la «guerra económica» y los planes desestabilizadores.
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