Una de las características de nuestro tiempo, en el que vivimos bajo la hegemonía del pensamiento liberal, es la desaparición en los análisis y narrativas de la estructura social de España de cualquier referencia a la existencia de clases sociales. Términos como burguesía, pequeña burguesía y clase trabajadora han desaparecido del discurso oficial del país, […]
Una de las características de nuestro tiempo, en el que vivimos bajo la hegemonía del pensamiento liberal, es la desaparición en los análisis y narrativas de la estructura social de España de cualquier referencia a la existencia de clases sociales. Términos como burguesía, pequeña burguesía y clase trabajadora han desaparecido del discurso oficial del país, tanto en los medios de información como en los fórums políticos, e incluso en la literatura sociológica. En su lugar, el término utilizado es el de la clase media, que aúna a toda la ciudadanía que va desde la persona casi rica a la casi pobre, incluyendo así a la gran mayoría de la población. En este nuevo esquema, la nueva estructura social está constituida por los ricos, la clase media y los pobres. Esta nueva clasificación aparece también en sectores de las izquierdas, que dividen a la población entre el 1% y todos los demás (el 99%).
Esta nueva clasificación social que ha sustituido a la anterior es nueva en España, pero no lo es en EEUU. En realidad, la definición de EEUU como un país de clases medias, señalando que la mayoría de la ciudadanía es de esta clase social, juega un papel central en la reproducción del sistema político-social estadounidense. Cada año, medios de gran difusión en EEUU publican informes que intentan mostrar que la mayoría de la población en EEUU es y se considera clase media. La manera de alcanzar dicha conclusión es preguntando a la nación si se considera de clase alta, de clase media o de clase baja. Puesto que el encuestado asume que clase alta son los ricos y clase baja los pobres, la gran mayoría contesta clase media, respuesta que carece de valor analítico, pues solo indica que la mayoría de la población no se considera ni rica ni pobre.
Es interesante subrayar que, en las pocas ocasiones en las que a la población de EEUU se le ha preguntado si es de clase alta, de clase media o de clase trabajadora, hay más ciudadanos y residentes estadounidenses que se definen de clase trabajadora que de clase media. Este resultado se da también en España, como bien muestra la mejor analista de la estructura social en España, la Catedrática de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona, la Dra. Marina Subirats (Barcelona: de la necesidad a la libertad. Las clases sociales en los albores del siglo XXI. 2012).
Es más, los estudios de mayor credibilidad de la estructura social de Estados Unidos muestran que la clase social de las personas es una de las variables más importantes para conocer sus hábitos culturales, su percepción de las políticas públicas, su comportamiento electoral, su manera de vestir, el tipo de vivienda que ocupa, el barrio de la ciudad donde vive, e incluso el acento en su lenguaje, además de la manera de expresarse. Ni que decir tiene que otras variables sociológicas -tales como raza y género- juegan un papel importante en definir la pertenencia social del ciudadano encuestado a la estructura social. Pero la variable clase social juega un papel determinante. Es más, muchas de las características que se observan en otros colectivos -como la mortalidad mayor entre los negros que entre los blancos- no tiene nada que ver con la raza, sino con la clase social en la que el racismo coloca a los negros, forzándoles a ubicarse en la clase trabajadora no cualificada, que tiene mayor mortalidad que la clase trabajadora cualificada y que las clases medias.
El proyecto político de negación de clases sociales
En EEUU, la desaparición del análisis y del discurso de clases es un indicador del enorme dominio de la clase capitalista en los mayores medios de producción y reproducción de valores. A mayor dominio de la vida política y mediática de un país por parte de la clase capitalista -que en EEUU es conocida como la Corporate Class (la clase constituida por los grandes propietarios y gestores de las grandes corporaciones financieras e industriales)-, mayor es la dilución y desaparición del discurso de clase, convirtiéndose la mayoría en la categoría de clases medias.
Y el objetivo de tal desaparición es múltiple. Uno, de gran relevancia, es el intento de que desaparezca la conciencia de clase entre la clase trabajadora (que constituye la mayoría de la ciudadanía), transfiriendo el debate político al mundo del consumo, dividiendo a la población sobre sus ingresos y consumo, y distanciando ese debate del mundo de la producción y de la distribución de bienes y servicios.
Otro objetivo, relacionado con el anterior, es evitar que se analice la realidad político-económico-mediática desde el punto de vista de las clases sociales, ocultando el conflicto entre las clases sociales, y muy en particular entre la clase capitalista y las otras clases, y muy en especial con la clase trabajadora. Lucha de clases es un término inexistente en los medios de información y en la cultura del país. La americanización de la cultura política y mediática europea (un fenómeno muy acentuado en España) hace que también hayan desaparecido el análisis y la narrativa de clases sociales, siendo sustituidos por la tipología de ricos, clases medias y pobres.
El problema es mucho más que el 1%
Dentro del esquema ricos, clase media y pobres, ha aparecido dentro del movimiento radical contestatario estadounidense (en el movimiento Occupy Wall Street) la imagen de que EEUU se divide entre el 1% de la población (los miembros de la Corporate Class) y todos los demás. Basada en el estudio de Joseph Stiglitz, que señala que el 1% del mundo controla los medios de producción, se deriva esta interpretación de estructura social en EEUU. Esta imagen del 99% contra el 1% es, sin embargo, dramáticamente insuficiente y puede llevar a infravalorar el enorme problema de la transición desde el sistema actual a un nuevo sistema que permita responder a las necesidades de la mayoría de la población en lugar de continuar un sistema de acumulación de capital.
Como bien me indicaba un compañero sindicalista en Baltimore (donde está ubicada la The Johns Hopkins University), «ya desearía yo que el problema se centrara en solo el 1%. Sería más fácil cambiar ese sistema». El 1% necesita para su dominio y reproducción otro 9% (algunos consideran 14%) que incluye los gestores del sistema, y cuya situación privilegiada deriva de sus servicios al 1%. Dicho estrato social, que incluye grandes sectores de la burguesía, pequeña burguesía y clase media profesional de renta elevada, no existiría en otro sistema cuyo objetivo fuera servir a las necesidades de la población en lugar del objetivo de acumular capital. Entre ellos están los grandes gestores y portavoces de los mayores medios de información. De ahí que el problema sea mayor que eliminar el poder del 1%.
Pero, por otra parte, el 99% está dividido en distintas clases sociales, que tienen intereses distintos que hay que compatibilizar dentro del proyecto reformador, teniendo en cuenta que las clases trabajadoras tienen mayor vocación transformadora que las clases medias (al estar más explotadas). No ser sensible a estas diferencias está llevando a las izquierdas políticas a un desastre, como estamos hoy viendo con gran número de partidos socialdemócratas que están perdiendo sus bases electorales. Sus constantes referencias a las clases medias (el candidato Zapatero en su discurso de candidatura utilizó el término clases medias 18 veces, sin nunca utilizar el término clase trabajadora) explican el creciente distanciamiento de las clases trabajadoras hacia la dirección de estos partidos, con un número preocupante apoyando partidos contestatarios radicales de ultraderecha. El fascismo de base popular en Europa es un indicador más del fracaso de tales partidos.
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