Recientemente, leyendo un libro escrito en gallego que ensalza las virtudes del federalismo me encontré con varias perlas muy ilustrativas de la anamorfosis intelectual que provocan la incultura y apriorismos políticos. Una de las perlas es esta: «No tenemos la menor duda que un Estado federal (español) será más fuerte (.) como confirman EE UU, […]
Recientemente, leyendo un libro escrito en gallego que ensalza las virtudes del federalismo me encontré con varias perlas muy ilustrativas de la anamorfosis intelectual que provocan la incultura y apriorismos políticos. Una de las perlas es esta: «No tenemos la menor duda que un Estado federal (español) será más fuerte (.) como confirman EE UU, Alemania, Suiza?»
No merece la pena detenerse ni dos minutos en el modelo suizo -confederación de cantones, no de naciones- cuya especificidad, surgida de la geografía, lo hace intransferible a cualquier otro contexto. Más oportuna hubiera sido la referencia crítica a Yugoslavia o la URSS -auténticas confederaciones de naciones- que ni siquiera fueron suficientemente fuertes para sobrevivir cuando se desmoronaron los mecanismos de coordinación central. El federalismo solo sirvió a la postre para que las entidades nacionales federadas, al conservar sus peculiaridades separadoras, se odiaran a muerte. Y esto es lo que antes o después sucedería en España si se implantara el federalismo que tienen en las entendederas los nacionalistas. Viviríamos de espaldas, como vecinos no como compatriotas que siempre hemos sido, y los elementos comunes -empezando por la lengua española- se combatirían con ensañamiento por los nacionalistas periféricos y se ahondarían artificialmente las diferencias regionales hasta la inevitable y sin duda traumática ruptura. Que acecha también a la frágil unidad belga.
Tampoco es seguro que incluso en circunstancias normales, sin tensiones periféricas cainitas, el federalismo sea mejor forma de gobierno que la coordinación centralizada de los Estados modernos.
El caso norteamericano
EE UU -imperio en declive- sospecho que romperá por las costuras de los estados más ricos al acelerarse la decadencia. La búsqueda de equilibrio de poderes, en un sistema político federal-presidencialista pero con cortafuegos bicamerales, a lo que hay que añadir la partitocracia, posibilita situaciones de bloqueo como la que impuso el Tea Party al gobierno federal. Y fue asimismo la estructura descentralizada la que permitió particularmente que existieran leyes de segregación racial durante la mayor parte del siglo XX y que subsista hoy la pena de muerte en algunos estados. Lo mejor de Estados Unidos no es lo que descentraliza sino lo que agavilla y centraliza, verbigracia, los estabilizadores fiscales automáticos que se activan en caso de choque económico asimétrico entre estados. Otrosí de la FED. Por instinto de supervivencia, la recentralización es constatable hasta el punto que en puridad debería hablarse de Estado-Unido y no de Estados Unidos si bien que desde finales del siglo XIX no se dice «The US are» sino «The US is» a pesar de que proliferan aduanas interiores -en algunos estados subsiste la prohibición de venta de alcohol- que impiden una verdadera unidad de mercado entre otras razones porque nadie ha adoptado el sistema armonizado decimal de pesas y medidas. Cabe imaginar lo que sucedería en una España federal donde incluso ahora los proveedores de alimentos y bebidas en comedores escolares deben atender a regulaciones autonómicas dispares respecto a criterios nutricionales. Y los fabricantes de máquinas tragaperras tienen que fijar palancas de distinta longitud por razones normativas. Un punto central lo constituye la discriminación lingüística -problema que no tiene EE UU- a la hora de conseguir licitaciones públicas en España. La lista es interminable y da cuenta de los disparates a que ha dado lugar el Estado autonómico español -con un coste para las empresas de 45.000 millones de euros- y lo que nos esperaría en un estado confederal. Obviamente, EE UU es rico y fuerte por razones ajenas al federalismo.
Paradójicamente, en un país tan individualista, no resulta muy representativo desde el punto de vista de la igualdad individual, pero sí desde la visión confederal, que un estado con un millón de habitantes, Montana, tenga tantos senadores, dos, como otro de casi cuarenta millones, California. Además, en EE UU existen tantos códigos de circulación como estados. En algunos, por ejemplo, Ohio, puede pasarse el semáforo en rojo si se gira a la derecha. Pero en Arizona este principio -«right turn on red»- tiene siete excepciones que hay que conocer para evitar accidentes y sanciones. Sin olvidar las particularidades del sistema judicial nor- teamericano que permite que un delito sea juzgado separadamente o fusionar los procesos según el caso se vea ante el estado o por un tribunal federal. Nada de ello impide que la Constitución de Estados Unidos, en su artículo IV, sección 3, establezca que: «El Congreso podrá admitir nuevos Estados en la Unión, pero ningún nuevo Estado podrá formarse o erigirse dentro de los límites de otro Estado (.) sin el consentimiento del Congreso». Sabedor que el susodicho autor del libro arriba mencionado es favorable al «derecho a decidir» en Cataluña, creo que no leyó la constitución del país federal que pone, entre otros, como ejemplo para España para llegar a ser un «Estado fuerte».
El caso alemán
Por otra parte, contrariamente a la idea idílica, comúnmente admitida, en relación con el federalismo alemán, su funcionamiento es complejo y arduamente inteligible incluso para los propios alemanes. Salvo la casta funcionarial que vive de el, los alemanes no se lo recomiendan a nadie y no tienen la mínima intención de aplicar sus virtudes salvíficas, pura superstición, a Europa. En su origen, la solución federal fue razonablemente escogida para la unificación de una nación que, hasta mediados del siglo XIX, se dispersaba en multitud de estados, reinos, ducados y territorios con diversos estatus, pero en 1945 la Constitución del Reich de 1871 o la de la República de Weimar, federales, habían perdido su razón de ser.
A partir de 1945, en 1947, con una nación alemana derrotada pero consciente de su unidad, el federalismo fue impuesto a los alemanes para evitar que el poder central pudiera derivar de nuevo en expansionismo. Los länder se concibieron no tanto para salvaguardar la idiosincrasia cultural, histórica y política de cada entidad territorial como contrapeso al poder federal (Bund). Para alicortar la idea de nación alemana rebajando los vuelos del pasado, hasta estaba mal visto decir Deutschland, lo políticamente correcto era República Federal. El perfeccionismo alemán se acomodó a la situación impuesta pero las críticas no cesan a las contra-performances económicas y legislativas que genera un federalismo históricamente obsoleto, favorecedor de disfuncionalidades, inercias y frenos a la gestión ágil y dinámica que la adaptación a las rápidas mutaciones de la globalización requieren. En este sentido, los estudios de prospectiva avanzan que en 2030 la primera potencia económica de Europa Occidental no será Alemania sino Reino Unido. Afortunadamente, el funcionamiento del federalismo alemán y la convivencia se facilitan porque se han borrado prácticamente entre los länder las barreras culturales separadoras. Casi ni perviven los dialectos, dominantes en 1945, que han desaparecido de la enseñanza y la administración. Lo normal hoy día es el uso del alemán estándar Hochdeutsch (literalmente, «alto alemán» por provenir la fonética de las regiones del norte de Alemania)
El federalismo alemán estimula egoísmos, que no se observan en la vecina Francia, propios de las diferencias regionales. Antes de que caduque el actual modelo de financiación, en 2019, los impacientes länder de Baviera y Hesse, contribuyentes netos a los fondos de cohesión, presentaron en marzo de 2013 una querella ante el Tribunal Constitucional para cambiar el modelo de solidaridad interterritorial. En este sentido, la superioridad del modelo centralizado francés -portador de las sinergias de solidaridad, coordinación y desconcentración- es notable respecto al modelo federal alemán. Significativamente, Alsacia y Lorena se inclinan a favor del organizado centralismo francés y no desean en absoluto reincorporarse a Alemania ni se manifiestan movimientos separatistas reseñables. Lo mismo sucede con vascos y catalanes, en Francia, que prefieren el modelo centralizado al autonómico español a pesar de que las provincias vascas y catalanas de zona española son relativamente más ricas que las correspondientes de zona francesa, en los marcos de cada Estado. Otro tanto se observa en Bretaña, indiferente a lo que se cuece en Escocia.
Llama la atención, en la acrítica visión de los apologistas del federalismo per se, la incapacidad analítica para articular un razonamiento coherente al confundir correlación y causalidad, naufragando con todo el equipo en la falacia del Post hoc ergo propter hoc. Sépase, antecedente no es causalidad. Decir que EE UU y Alemania son fuertes gracias al federalismo es como afirmar que los camiones de bomberos son culpables de los incendios toda vez que lo uno se observa con lo otro. No, no y no: Alemania y Estado-Unido no son fuertes gracias al federalismo sino a pesar del federalismo.
*Economista y matemático
http://www.farodevigo.es/opinion/2014/01/19/perlas-federalistas/950618.html