El pasado viernes 14 de febrero concluyó en Brasilia el 6º Congreso Nacional del MST, que presentó públicamente el resultado de los intensos debates desarrollados por el movimiento a lo largo de estos dos últimos años. De esta manera, más de 15.000 militantes, acompañados por unos 300 delegados y delegadas internacionales, tuvimos la oportunidad de […]
El pasado viernes 14 de febrero concluyó en Brasilia el 6º Congreso Nacional del MST, que presentó públicamente el resultado de los intensos debates desarrollados por el movimiento a lo largo de estos dos últimos años. De esta manera, más de 15.000 militantes, acompañados por unos 300 delegados y delegadas internacionales, tuvimos la oportunidad de debatir en torno al gran eje estratégico propuesto por los y las sin tierra para los próximos años: la reforma agraria popular. Este concepto hace referencia no sólo a la prioridad de que los y las campesinas brasileñas -quienes realmente alimentan al mundo- accedan a una tierra que históricamente se les niega, sino que además incide en la necesidad de avanzar en un modelo social, económico, político y cultural alternativo basado en la soberanía alimentaria y en la agroecología. En este sentido, se apuesta por la alimentación como un derecho y no como una mercancía; por la capacidad democrática del pueblo para decidir qué y cómo producir, atendiendo en primer lugar a sus propias necesidades; por las economías campesinas como sujeto de producción; por el control social de los bienes naturales; y por una alimentación sostenible, sana y culturalmente apropiada.
Lamentablemente, esta apuesta por la reforma agraria popular choca frontalmente con la realidad actual de la alimentación, tanto en Brasil como en todo el mundo, dominada por el agronegocio. En un ejercicio de síntesis podríamos decir que la alimentación se ha convertido globalmente en una mercancía en vez de en un derecho, controlada por la alianza entre el capital especulativo, las empresas transnacionales y los grandes productores capitalistas. Así, el agronegocio se caracteriza por la primacía absoluta de la ganancia como principio regulador; por la prioridad del mercado global capitalista frente a lo local y frente a las necesidades humanas; por la intensificación productiva, incluyendo el uso de químicos y transgénicos; por el acaparamiento y privatización de los bienes naturales; por la explotación laboral; y por el ataque a los campesinos y campesinas en defensa de la tierra y del territorio.
Lamentablemente también para el MST, Brasil es uno de los máximos exponentes mundiales de este modelo, produciendo para el mercado global soja, maíz, caña -tanto para producir azúcar como agrocombustibles-, eucalipto o carne, en base a monocultivos que acaparan el 85% de la tierra cultivada, intensificando la propiedad en manos de empresas transnacionales (en torno a 30 millones de hectáreas), y generando un modelo brasileño de desarrollo basado en la apropiación privada de bienes naturales -agua, tierra, minerales, etc.- y en la producción de commodities. El resultado del mismo, además de la vulnerabilidad directamente vinculada a una apuesta estratégica por la explotación de materias primas, es el ahondamiento de las desigualdades sociales, la imposibilidad de acceso al mercado de tierra por parte de los y las campesinas, el control privado y no popular de los bienes naturales, la destrucción y pauperización del empleo agrario, y la incapacidad de Brasil para alimentar a su población.
Precisamente este modelo de intensificación del agronegocio y de privatización de los bienes naturales se ha producido bajo los gobiernos progresistas de Lula y Dilma Roussef. Éstos han aprovechado la crisis de reproducción del capital en el Norte Global desde 2008, atrayendo a los capitales especulativos para la inversión en el sector primario brasileño -como han hecho otros países de la región, como Argentina o Uruguay-. De esta manera, se favoreció al agronegocio con todo tipo de políticas públicas, a la vez que se paralizó completamente el acceso campesino a la tenencia de la tierra, y se negó la posibilidad de poner en marcha política integral de apoyo a las economías campesinas.
Esta realidad de un gobierno cercano por un lado, pero a su vez favorecedor del enemigo de la economía campesina -el agronegocio-, ha generado intensos debates en el MST, y le plantea una serie de desafíos estratégicos para este nuevo período: hasta qué punto concertar o confrontar con el gobierno actual; hasta qué punto retomar o no la ocupación como lógica de acción política; hasta qué punto priorizar el papel de lobby e incidencia política o el trabajo interno de movilización y formación. Estos han sido algunos de los nudos de este 6º Congreso, y veremos en el futuro cómo el MST consigue avanzar en su apuesta por la reforma agraria popular en este contexto tan complejo y adverso.
En todo caso, lo que sí es seguro que el MST iniciará esta nueva etapa sostenido sobre tres de sus principales señas de identidad. En primer lugar, sale fortalecido del Congreso por su renovado compromiso por la dinámica colectiva y comunitaria, demostrada en la histórica movilización del 12 de febrero a lo largo de Brasilia; en segundo lugar, el MST seguirá incidiendo en la necesidad de ampliar la agenda de la reforma agraria popular a la integralidad de la clase trabajadora, del campo y de la ciudad, prestando especial atención a esta alianza así como a las diferentes formas de movilización social que se vienen desarrollando últimamente en Brasil, como el Passe Livre y muchos otros; por último, y en tercer lugar, el MST entiende que su lucha es una lucha global y que los parámetros que definen al agronegocio precisan de una lucha articulada globalmente. En este sentido, no cejarán en su apuesta internacionalista, como ya han demostrado por ejemplo en brigadas a Palestina o Haití, en su liderazgo en la ALBA Movimientos Sociales o en su apertura de la Escuela Nacional Florestán Fernandes para militantes de movimientos de todo el mundo.
Estas tres señas de identidad del MST nos ofrecen la principal enseñanza que nos llevamos los y las delegadas internacionales presentes en el Congreso: la necesidad de articular la lucha integral y globalmente. El agronegocio es un fenómeno global que nos impacta a todos y todas, en diferentes intensidades pero bajo los mismos parámetros, y la lucha por la soberanía alimentaria no es por tanto ni un asunto campesino ni exclusivo de los países empobrecidos.
Por ello, nuestra mayor aportación a la reforma agraria popular del MST es luchar por la soberanía alimentaria en nuestros pueblos y territorios, y articularnos con éste en dicha lucha. En este sentido, en 2017 se celebrará en Euskal Herria la 7º Conferencia Internacional de la Vía Campesina, principal impulsor de la propuesta por la soberanía alimentaria. Aprovechamos estos tres años, al igual que ha hecho el MST con su Congreso, para ampliar la base social y política de la agenda de la soberanía alimentaria, apoyando al movimiento campesino vasco, favoreciendo su articulación con el resto de movimientos, incidiendo en la derogación de la PAC, impidiendo la mercantilización de la tierra, el agua y las semillas, construyendo agroecología desde la práctica. Contextos diferentes, agendas comunes, ese es el camino. Como corea el MST, la lucha prevalece, aquí y allá, es el momento.
Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate, internacionalista vasco.
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