Traducción Francisco Estrada
¿Cuándo se considera legítimo tratar de derrocar a un gobierno elegido democráticamente? En Washington, la respuesta siempre ha sido simple: cuando el gobierno de EE.UU. lo señala. No es sorprendente que ese no sea el modo en que los gobiernos Latinoamericanos, generalmente lo vean.
El domingo, los gobiernos del Mercosur (Brasil, Argentina , Uruguay, Paraguay y Venezuela) emitieron un comunicado sobre las manifestaciones de la semana pasada en Venezuela. Describieron «los recientes actos de violencia» en Venezuela como «intentos de desestabilizar el orden democrático». Ellos dejaron muy claro dónde se encontraban.
Los gobiernos expresaron con claridad meridiana:
«su firme compromiso con la plena vigencia de las instituciones democráticas y, en este marco, rechazan las acciones criminales de los grupos violentos que quieren diseminar la intolerancia y el odio en la República Bolivariana de Venezuela como instrumento de lucha política».
Se debe recordar que cuando manifestaciones mucho más grandes sacudieron Brasil el año pasado, no hubieron declaraciones de Mercosur o los gobiernos vecinos. Eso no es porque no amaran a la presidenta Dilma Rousseff, sino porque estas manifestaciones no parecían intentos de derrocar al gobierno democráticamente electo de Brasil.
El gobierno de Obama fue un poco más sutil, pero también dejó claro su posición. Cuando el secretario de Estado, John Kerry, expresa: «Estamos particularmente alarmados por los informes de que el gobierno venezolano ha arrestado o detenido a grandes cantidades de manifestantes antigubernamentales», está tomando una posición política porque habían muchos manifestantes que cometieron crímenes: atacaron e hirieron a policías con trozos de hormigón y bombas molotov, quemaron vehículos, destrozaron e incendiaron edificios gubernamentales y cometieron otros actos de violencia y vandalismo .
Un portavoz del Departamento de Estado, en el anonimato, fue todavía más claro la semana pasada, cuando respondió a las protestas expresando preocupación por «el debilitamiento de las instituciones democráticas en Venezuela» por culpa del gobierno, y dijo que existía la obligación de «instituciones gubernamentales de ofrecer una respuesta eficaz a la necesidades económicas y sociales legítimas de sus ciudadanos». Ese vocero se estaba uniendo a los esfuerzos de la oposición para deslegitimar al gobierno, una parte vital de cualquier estrategia de «cambio de régimen».
Por supuesto, todos sabemos a quienes apoyan en Venezuela el gobierno de EE.UU. En realidad, no tratan de ocultarlo: hay 5 millones de dólares en el presupuesto federal de 2014 de los Estados Unidos para financiar actividades de la oposición en Venezuela y casi seguro, ésta es la punta del iceberg, que se suma a los centenares de millones de dólares más de apoyo abierto de los últimos 15 años.
Pero lo que hace importantes a estas declaraciones estadounidenses corrientes y enoja a los gobiernos de la región, es que le dicen a la oposición venezolana que Washington una vez más apoya el cambio de gobierno. Kerry hizo lo mismo en abril del año pasado, cuando Maduro fue elegido presidente y el candidato presidencial opositor Henrique Capriles afirmó que la elección fue fraudulenta. Kerry se negó a reconocer los resultados de los comicios. La agresiva postura antidemocrática de Kerry trajo una tan fuerte reprimenda de los gobiernos de América del Sur que se vio obligado a cambiar de rumbo y tácitamente reconocer al gobierno de Maduro. (Para aquellos que no siguieron estos eventos: no hubo ninguna duda sobre los resultados de las elecciones).
El reconocimiento de Kerry de los resultados electorales puso fin al intento de la oposición de deslegitimar al gobierno electo. Después que el PSUV, el partido de Maduro, ganó las elecciones municipales por un amplio margen en diciembre, la oposición fue derrotada. La inflación estaba en un 56% y había una gran escasez de bienes de consumo, sin embargo, una sólida mayoría había votado por el gobierno. Su elección no podía ser atribuida al carisma personal de Hugo Chávez, quien murió hace casi un año, ni tampoco era irracional. Aunque más o menos el último año ha sido difícil, los últimos 11 años (desde que el gobierno tiene el control sobre la industria petrolera) han traído grandes mejoras en los niveles de vida de la mayoría de los venezolanos que fueron marginados y excluidos por gobiernos anteriores. Había un montón de quejas sobre el gobierno y la economía, pero los ricos, los políticos de derecha que han dirigido a la oposición, no reflejaban sus valores ni inspiraban su confianza.
El dirigente opositor Leopoldo López (quien compite con Capriles por el liderazgo) ha descrito las manifestaciones actuales como algo que podría obligar a Maduro a renunciar a su cargo. Era obvio que había y sigue habiendo una manera no pacífica para que esto pudiera suceder. Tal como el profesor David Smilde de la Universidad de Georgia ha sostenido, el gobierno tiene todas las de perder frente a la violencia en las manifestaciones y la oposición tiene mucho que ganar.
Antes del fin de semana pasado Capriles, inicialmente cauteloso en relación con una estrategia potencialmente violenta de «cambio de régimen» – al parecer desechó el programa. Según Bloomberg News, acusó al Gobierno de «infiltrar las protestas pacíficas» para convertirlas en centros de violencia y represión «.
Mientras tanto, López provocaba a Maduro en Twitter después de que el gobierno cometió el error de amenazar con arrestarlo: «¿No tienes las agallas para arrestarme?» tuiteó el 14 de febrero:
@Nicolasmaduro: no tienes las agallas para meterme preso? O esperas órdenes de La Habana? Te lo digo: La verdad está de nuestro lado
Leopoldo López (@leopoldolopez) 14 de febrero 2014
Ojalá que el gobierno no vaya a morder el anzuelo. El apoyo de EE.UU. para el cambio de gobierno, sin duda inflama la situación, ya que Washington tiene tanta influencia dentro de la oposición y, por supuesto, en los medios de comunicación del hemisferio.
Transcurrió mucho tiempo para que la oposición aceptara los resultados de las elecciones democráticas en Venezuela. Intentaron un golpe militar, apoyado por los Estados Unidos en 2002 y cuando eso falló, trataron de derrocar al gobierno con una huelga petrolera. Perdieron un intento de recuperar la presidencia en 2004 y gritaron ¡fraude! y el año siguiente boicotearon las elecciones de la Asamblea Nacional sin ninguna razón. El fallido intento de deslegitimar las elecciones presidenciales del pasado mes de abril fue un retorno a ese pasado oscuro, pero no tan distante. Queda por ver hasta qué punto van a llegar esta vez para ganar por otros medios lo que no han sido capaces de ganar en las urnas y durante cuanto tiempo tendrán el apoyo de Washington para el cambio de gobierno en Venezuela.