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Gabo, de política y otras mariposas

Fuentes: Rebelión

Lo hizo salir huyendo del país la única dictadura oficial que tuvo Colombia en el siglo pasado, la del general Gustavo Rojas Pinilla. Fue en 1955. Trabajaba en el diario bogotano El Espectador. La culpa fue de «Relato de un náufrago», una simple noticia convertida en una vigorosa y extensa narración, redactada a partir del […]


Lo hizo salir huyendo del país la única dictadura oficial que tuvo Colombia en el siglo pasado, la del general Gustavo Rojas Pinilla. Fue en 1955. Trabajaba en el diario bogotano El Espectador. La culpa fue de «Relato de un náufrago», una simple noticia convertida en una vigorosa y extensa narración, redactada a partir del diálogo con un joven marinero de la Armada Nacional. Durante 14 entregas narró los pormenores del hombre que pasó varios días en el mar. Y a la dictadura no le gustó la controversia pública que se armó, pues el buque iba atiborrado de contrabando. Para protegerlo, las directivas del diario le propusieron irse a Europa como corresponsal.

Lo que no vivió con la dictadura colombiana, lo vivió en el país de los Derechos humanos. Luego de pasar por Roma, «una helada noche de diciembre de 1955» se bajó de un tren en París, como él mismo contó. Justo en esas fechas el pueblo de Argelia estaba luchando contra la invasión francesa. Gabo recordó que fue arrestado y escupido por la policía parisina, al confundirlo con un argelino. «De pronto, la policía bloqueaba la salida de un café o de uno de los bares de árabes del Boulevard Saint Michel y se llevaban a golpes a todo el que no tenía cara de cristiano. Uno de ellos, sin remedio, era yo.» Lógicamente los otros detenidos desconfiaban de él, a pesar de su cara de «vendedor de telas a domicilio». De tanto pasar por las comisarías, durmiendo arrumado entre argelinos, terminó ganando su confianza. Y con un revoltijo de idiomas y señas, se comunicaron. «Una noche, uno de ellos me dijo que para ser preso inocente era mejor serlo culpable, y me puso a trabajar para el Frente de Liberación Nacional de Argelia. Era el médico Anied Tebbal, que por aquellos tiempos fue uno de mis grandes amigos de París.» Y el periodista exiliado fue militante en una de las causas revolucionarias que, para la época, era de las más peligrosas para la seguridad personal, realizando algunas acciones subversivas. Por ello, años después, con Argelia libre, Gabo fue invitado varias veces a las festividades de la liberación. En una de ellas declaró: «la revolución argelina es la única por la cual he estado preso.» (1)

París seguía recibiendo a Gabo con los brazos cerrados. Él insistía en lograr su cariño, pero la suerte le volteó la espalda. En Bogotá El Espectador fue clausurado por el dictador, y el periodista se quedó sin salario. El estómago de Gabo debió acostumbrarse a jornadas sin recibir ni un trozo de pan, cuando a la mano extendida no caía la limosna del transeúnte. Tuvo una novia, Tachia Quintero, una bella vasca, también exiliada. Además de los besos, compartían la miseria. La misma que los incitaba a las peleas, pues no daban con el cómo salir de ella. Y entre lecho, hambre y pobreza nació «El Coronel no tiene quien le escriba». (2)

En 1959 triunfó la revolución cubana. Bajo el impulso de Ernesto «Che» Guevara, en abril se crea la agencia de información Prensa Latina, cuyo primer director sería el periodista y guerrillero argentino Jorge Ricardo Masetti. Gabo acepta la invitación de participar en el proyecto, y se instala en La Habana durante seis meses. Poco después se responsabiliza de crear la oficina en Bogotá. En 1960 se va a Nueva York como corresponsal de PL. Había que tener agallas y compromiso para aceptar tal responsabilidad, pues la CIA y la contrarrevolución asesinaban a tiros o bombazos a quienes estaban con la Revolución. Fue tal la presión y amenazas sobre el colombiano en Estados Unidos, que en 1961 se instaló en México. Se puede decir que fue la primera vez que se asiló por intransigencia política. Pero ni en ese país se salvó de que lo calificaran de ‘comunista’ y ‘agente castrista’.

Es ahí cuando escribe su obra cumbre, «Cien años de soledad». Publicada en 1967, luego que el primer editor a quien la había propuesto le dijera de ella: «Yo creo que esa novela no va a tener éxito, yo creo que esa novela no sirve». La Editorial Sudamericana de Argentina la publicó, y salvó a la ya familia García Márquez de un buen lio con los propietarios de mercados. Ellos fiaban y fiaban comida bajo la promesa de que mañana llegará un dinero.

Cuando en 1963 Gabo quiso regresar a Estados Unidos por motivos profesionales, le negaron la visa. Hasta 1971 lo hicieron una y otra vez. En 1984 se la volvieron a negar, aunque estaba invitado por la Universidad de Columbia. Se dice que lo vinculaban con comunistas y anarquistas. Una mezcla política que solo se le puede ocurrir a los «sabios» del gobierno estadounidense. Las prohibiciones de tocar suelo estadounidense se repitieron, hasta que en 1994 el gobierno Clinton le concedió visa, y el presidente lo invitó a cenar. El mandatario lo consideró como su «héroe literario».

Es que Gabo no solo era amigo de Fidel Castro y la revolución cubana. También tenía muchas amistades en la izquierda mundial. Aunque después de «Cien años», la derecha también lo miró con simpatía, y él no tuvo impedimento en dejarse coquetear. Coquetear, pues no se tienen pruebas de que se haya vendido ni alquilado. Razón tenía. Eso es hacer política.

Gabo fue definitivo en la creación y desarrollo de la revista Alternativa. Sin lugar a dudas, la mejor revista de izquierda que ha tenido Colombia en su historia. Desde 1974 hasta 1980, Alternativa revolucionó la información desde la otra orilla política. Contrainformó de manera moderna, con lenguaje de calidad para todos los públicos. Las investigaciones y reportajes semanales siempre sacaban chispas y provocaban dolores de cabeza a la clase dirigente y al gobierno. En un país donde la intransigencia política ha sido monarca, las amenazas a los periodistas y las bombas a la sede no pudieron faltar. Alternativa ha sido el único proyecto periodístico que logró reunir a destacados miembros de la intelectualidad pequeño-burguesa, y a unos de más arriba. Estos, por esa ocasión, supieron mirar y plasmar la situación de los de abajo y al nefasto corazón del poder. La maquinaria del sistema logró ahogarla económicamente.

A comienzos de 1981, durante el gobierno de Julio César Turbay Ayala, la entonces organización guerrillera M-19 intentó desembarcar armas por la costa Pacífica. Por primera vez en la historia del país se vivió una represión generalizada contra todo lo que oliera a oposición política. Las cárceles se llenaron de torturados, la mayoría sin relación con las guerrillas. En Bogotá, a las caballerizas del ejército fueron llevadas cientos de personas. Entre otras técnicas de tortura, los caballos estaban entrenados para infligir terror: estos trataban de violar a quienes estaban amarradas y untadas con miel. Posiblemente ahí se pensaba llevar a Gabo después de detenerlo. La «inteligencia» militar consideraba que él era del M-19, y tenía que ver con los desembarcos, pues presuntamente las armas venían de Cuba y pocas semanas antes Gabo había estado allá.

El escritor, que ya era el personaje colombiano más reconocido en el mundo, tuvo que partir de nuevo al exilio. México le volvería a brindar abrigo, aunque sus servicios de seguridad lo seguirían vigilando: también pensaban que sus pasos no eran tan correctos políticamente. Es lo que han contado, hace poco, documentos desclasificados de la seguridad mexicana.

Digamos, cínicamente, que los militares, dueños desde entonces del poder en Colombia, hacían su ‘trabajo’. Algo que la gran prensa debería rechazar. Pero, como se volvió norma desde entonces, fue esa quien le puso la soga al cuello a Gabo. Desde un editorial dominical, publicado en el principal diario del país, El Tiempo, se dieron los ‘motivos’ por los cuales Gabo era ‘culpable’. Rafael Santos Calderón no tuvo la hombría para firmarlo, y puso el seudónimo de Ayatola. Luego, sobre ello, el vilipendiado escribiría en una nota pública: «No sé a ciencia cierta quién es, pero el estilo y la concepción de su nota lo delatan como un retrasado mental que carece por completo del sentido de las palabras, que deshonra el oficio más noble del mundo con su lógica de oligofrénico […]». Y pasa a decir del diario, el cual empeoró con los años, que era «como un engendro sin control que se envenena con sus propios hígados. Sin embargo, esta vez el engendro ha ido más allá de todo límite permisible y ha entrado en el ámbito sombrío de la delincuencia. De un lado está un Gobierno arrogante, resquebrajado y sin rumbo, respaldado por un periódico demente cuyo raro destino, desde hace muchos años, es jugárselas todas por presidentes que detesta.»

Desde entonces Gabo solo pasaba por Colombia.

Ese Gabo que fue la contraparte de esa pésima imagen que pesa sobre los colombianos: el narcotráfico, tan auspiciado y aprovechado por las clases dirigentes.

Aún así, se ha dicho, y hasta después de su muerte, que «odiaba» a sus conciudadanos. Que era un pretencioso y por eso no vivía entre ellos. Y claro, no faltaban los señalamientos preferidos: amigo de terroristas, chavista y castrista. Un «comunista despreciable», diría un periodista que supuestamente escribió su biografía. El mismo día de su muerte la senadora María Fernanda Cabal le deseó que se fuera al infierno junto a Fidel Castro y Hugo Chávez. Era lo que siempre le había deseado el jefe político de ella, el ex presidente Álvaro Uribe Vélez.

«Inmortal», tituló en inmensas letras la edición digital de El Tiempo al morir Gabo. Sin mencionar que el diario había sido coautor del exilio en 1981.

Murió Gabo en México. Y en México lo incineraron. Hasta allá tuvieron que ir el presidente de Colombia Juan Manuel Santos, y varias autoridades del país, a rendirle «homenaje». Ningún responsable político, incluido el presidente, ha tenido la honestidad de explicar por qué su cuerpo no fue trasladado a Colombia, e incinerado allá. Nadie lo sabe. Nadie lo quiere saber.

Eso sí, aprovechando su desaparición física, el presidente Santos utilizó su nombre para mentir sobre reuniones y negociaciones con las guerrillas colombianas. Lo hizo en una entrevista para la BBC de Londres. Dijo: «yo fui muchas veces a Cuba a reunirme con sus dirigentes, convocados por Gabo y por Fidel Castro.» (3) Hasta donde el autor de estas letras averiguó, es una baja mentira. Nunca, ni Gabo ni Fidel, lo convocaron para ello. La verdadera historia no miente.

Así las cosas, Gabo sigue exiliado.

NOTAS:

  1. http://elpais.com/diario/1982/12/29/opinion/409964412_850215.html

  2. http://www.elpais.com.co/elpais/colombia/noticias/%E2%80%98gabo%E2%80%99-tenia-magnetismo-y-atractivo-singular%E2%80%9D

  3. BBC Mundo, 22 de abril 2014.

Hernando Calvo Ospina es periodista y escritor colombiano, residente en Francia y colaborador de Le Monde Diplomatique. Su último libro, traducido a seis idiomas, es «Calla y Respira», publicado en español por El Viejo Topo. Su página web: http://hcalvospina.free.fr/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.