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Dos años después (XV)

Francisco Fernández Buey: estudiante antifranquista y comunista democrático, profesor universitario, maestro de ciudadanos y ciudadanas

Fuentes:

Para Robert Linhart, que escribió De cadenas y de hombres. Tres son los capítulos dedicados al Mayo del 68 en Por una Universidad democrática. El primero de ellos lleva por título: «1968: antes y después». FFB redactó una primera versión en formato de artículo para un curso de verano que, con el mismo título, coordinaron […]

Para Robert Linhart, que escribió De cadenas y de hombres.

Tres son los capítulos dedicados al Mayo del 68 en Por una Universidad democrática.

El primero de ellos lleva por título: «1968: antes y después». FFB redactó una primera versión en formato de artículo para un curso de verano que, con el mismo título, coordinaron su discípulo y amigo Jordi Mir y él mismo, en el marco de la Cátedra Unesco d´Estudis Interculturals, julio de 2008, en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Lo revisó y corrigió para su inclusión en este volumen. El autor agradece a Jordi Mir la lectura atenta del texto inicial. FFB incorporó algunas de sus correcciones y sugerencias.

El primer problema acerca que había que decidir cuando se hablaba del período histórico que comprende la guerra de Vietnam y la contestación estudiantil de los años 60 era el siguiente, señala FFB: «cuáles de las manifestaciones culturales y político-culturales de entonces tienen que ser consideradas realmente novedosas y al mismo tiempo más representativas.»

Para decidir sobre este punto había que superar dos obstáculos previos:

El primero: «la contestación o pronunciamiento estudiantil y la cultura a la contra afectó a numerosos y muy distintos países, desde los Estados Unidos de Norteamérica y Canadá a Japón y desde México a Checoslovaquia, pasando por Francia, Alemania, Italia, España, Polonia, etc. Y eso sin hablar de la llamada «revolución cultural» china, en la que los jóvenes radicales tuvieron un importante papel». En su opinión, por mucho que se insista en el carácter juvenil de la rebelión de los años sesenta, era imposible reducir todo esa enorme diversidad a un mínimo común denominador.

El segundo obstáculo: todo lo relativo al 68 se había conmemorado, explicado y analizado tantas veces, y desde ópticas tan diferentes, «que ahora ya no es fácil distinguir entre lo que fueron manifestaciones realmente representativas de la época y lo que son reconstrucciones de la misma hechas en función de aquellas otras cosas que más han cuajado luego o que más eco han tenido en nuestras sociedades».

Un ejemplo ilustrativo de esto último: se había hecho habitual afirmar que durante aquellos años, en torno a 1968, tomaron cuerpo los tres principales movimientos sociales «nuevos» del siglo XX: el ecologismo, el feminismo y el pacifismo o antimilitarismo. Pues bien, aunque la afirmación resultaba parcialmente verosímil para el caso norteamericano, «el estudio de los documentos de aquellos años obliga a matizar mucho cuando en la consideración pormenorizada de los acontecimientos de París, Praga, Barcelona, Milán, Berlín o México».

Más incluso: si como era habitual en Europa se daba prioridad a los casos emblemáticos de la contestación estudiantil en París, a la universidad crítica berlinesa, al disenso ciudadano (no sólo universitario) en Praga, «seguramente habría que empezar diciendo que feminismo, ecologismo y pacifismo tienen poco que ver con lo que fue la línea principal de la cultura juvenil sesentayochista.»

Para entender bien el sentido de los movimientos estudiantiles de los años 60, movimientos que paradigmáticamente confluyeron en la explosión de 1968, «habría que distinguir entre los motivos inmediatos de la protesta en cada caso y las circunstancias que posibilitaron el surgimiento y desarrollo de un movimiento que acabó siendo tan amplio y mundializado». La chispa que encendió aquellas praderas fue muy variable. No fue una chispa, fueron muchas realmente.

Al estudiar en particular los orígenes del movimiento en Berkeley, Berlín, Barcelona, Roma, Milán, Madrid, París, Ciudad de México, Tokio, Praga, etc., señala FFB, se ve que los motivos iniciales de la contestación son bastante diferentes.

En Berkeley «el movimiento surgió de la insatisfacción de los estudiantes ante el talante pseudoliberal de las autoridades académicas y en relación con la presión ciudadana, que venía de lejos, en favor de los derechos civiles de los negros». En Berlín, «tuvieron mucha importancia desde el principio la particular historia de la Freie Universität [Universidad Libre] y el motivo antiimperialista». En España, en Madrid y, sobre todo, en Barcelona, «jugó un papel importante la aspiración a crear una autoorganización estudiantil al margen de las asociaciones impuestas por la dictadura franquista». En Trento y Turín, en Milán y en Roma, en las universidades italianas en general, «se criticó mucho desde el principio el carácter anticuado de los métodos de enseñanza y de los planes de estudio». En Praga y Varsovia se había puesto el acento «en la crítica del fenómeno de la burocratización (dentro y fuera de la enseñanza universitaria)». En París, «el movimiento empezó como una protesta contra las imposiciones autoritarias de un sistema universitario, y no sólo universitario, que los estudiantes consideraban sofocante.»

Concusión: era muy difícil, por no decir imposible del todo, «reducir aquella amalgama de protestas que se produjeron a lo largo de casi cinco años, entre 1964 y 1969, a una causa o motivo único y decisivo.»

Aún más: incluso en el desarrollo posterior del movimiento estudiantil, a pesar de los contactos internacionales, «que evidentemente existían ya entre los colectivos estudiantiles y juveniles nacionales, y a pesar de las traducciones de textos y documentos, que circularon con mucha rapidez en Europa», la particularidad de cada caso siguió dominando.

En todo caso, aunque era cierto que había existido un momento, en 1968, en que las vanguardias de los movimientos estudiantiles de Europa, América del Norte y América del Sur habían compartido parecidas lecturas, «cuando el movimiento de protesta juvenil se hizo masivo», las diferencias de motivación en las acciones emprendidas «fueron tan patentes como las diferencias de culturas políticas entre los países.» Esto era lo que tal vez no resultara evidente algunos años después

«[…] al leer, con la distancia que da el tiempo transcurrido, los escritos de los más conocidos dirigentes estudiantiles de aquel entonces (Mario Savio en California, Guido Viale en Turín, Rudi Dutschke y Bernd Rabehl en Berlín, Daniel Cohn-Bendit en Nanterre o Tariq Ali en Oxford), pero es algo que se puede comprobar bien comparando las recopilaciones de documentos colectivos de los estudiantes críticos de las universidades norteamericanas, italianas, alemanas y francesas».

Si aun así hubiera que buscar los pocos asuntos de carácter general que, por debajo de estas netas diferencias, aparecieron reiterativamente en todos o casi todos los casos apuntados, habría que decir que los temas compartidos por los movimientos juveniles de protesta en aquellos años sesenta habían sido, en opinión de FFB, sustancialmente dos.

El primero de ellos: el antiautoritarismo.

«Esto se puso de manifiesto dentro y fuera de la universidad: denuncia del autoritarismo por los jóvenes en la gestión de la universidad, en la imposición de los planes de estudio a los estudiantes, en la relación existente entre profesores y alumnos, en la dependencia de la universidad respecto de los poderes políticos y económicos; y, más en general, denuncia del autoritarismo en las formas predominantes de dominación política y de hegemonía cultural.»

El motivo antiautoritario había estado presente, entre 1964 y 1967, en el Movimiento Provo de Amsterdam, «entonces liderado por Roel Van Duyn y Rob Solj, jóvenes de formación anarquista y libertaria que pretendían adaptar las ideas de Bakunin y Kropotkin a la prospección de la ciudad «blanca» del futuro». «Ya en Amsterdam los provos convocaban a jóvenes y obreros a participar, como decía Van Duyn, «en la resistencia contra todas las formas de autoridad»».

En EEUU, el antiautoritarismo tomó pronto la forma del antirracismo: «se concretó a veces, sobre todo en California, en el eslogan marcusiano contra la tolerancia represiva ejercida en una sociedad a la que se calificaba de unidimensional

Mario Savio, principal dirigente de la rebelión de Berkeley en 1964, un autor aludido por Manuel Sacristán en algunas de sus conferencias sobre estos movimientos estudiantiles, escribía poco después de aquellos hechos recordaba FFB: «La universidad está estructurada y armada para fabricar individuos con todos los ángulos cuidadosamente limados, para producir la persona redonda. La universidad está bien equipada para producir este tipo de persona, y eso quiere decir que los mejores de entre los individuos que ingresan en ella tienen que vagar sin objeto durante cuatro años preguntándose por qué siguen allí, poniendo en duda que lo que están haciendo tenga sentido y previendo para después una triste existencia en un juego cuyas reglas han sido todas fijadas y no se pueden enmendar.»

En Berlín y en Frankfurt, el movimiento estudiantil se definía a sí mismo ya desde el principio -Rudi Dutschke- como «antiautoritario», y postulaba una «universidad crítica».

El movimiento estudiantil de Trento, Milán y de Roma había hecho suyo el punto de vista alemán: «lo reforzó con la crítica a un sistema de enseñanza, anticuado o reformado, que pretendía mantener a los estudiantes, como profesionales en potencia, al margen de los problemas sociales».

En Varsovia, Praga, Zagreb y Belgrado «el antiautoritarismo tomó preferentemente la forma de una protesta política contra la burocratización del partido único (o casi único)».

En España, este mismo motivo había desembocado en la denuncia del profesorado autoritario al que «se tendía a identificar, por una parte, con la ignorancia o la ineptitud, y, por otra, con la adhesión incondicional al régimen franquista».

En París, ya en 1968, el motivo antiautoritario se había expresado «radicalmente en el prohibido prohibir», un eslogan que los estudiantes aplicaron «tanto a la universidad como a la sociedad en su conjunto», incluidas las costumbres y las relaciones sociales.

«De la existencia del autoritarismo en aquellos años no hace falta hablar mucho. Basta con recordar la imagen que la mayoría de los estudiantes activos de entonces han conservado en su retina: la policía disolviendo a porrazos todo tipo de concentración, ocupación o manifestación estudiantil. Y eso independientemente del régimen político del país en que se produjeran los hechos y del origen de la protesta o de la reivindicación.»

Una misma imagen repetida, una y mil veces, una imagen contra la represión:

«[…] la policía reprimiendo a los provos que intentaban imponer las bicicletas blancas en Amsterdam, en 1964; la policía atacando a los estudiantes que fundaban un sindicato democrático en Barcelona, en 1966; la policía disolviendo a los estudiantes que se manifestaban en San Francisco, en Chicago, en Berlín, en Londres, en Milán, en París, en Ciudad de México, en Varsovia o en Praga cualquier mes de 1967 o 1968.»

Como era razonable, señala FFB, entre los estudiantes de entonces sólo se discutía acerca de la mayor o menor brutalidad de los ejecutores de las órdenes de la autoridad, de la infamia brutal de los cuerpos represivos.

Lo demás estaba claro.

El segundo de esos dos motivos de referencia, que fue pasando de unos países a otros, fue el antiimperialismo, un concepto que entonces quería decir ante todo «denuncia del genocidio norteamericano en Vietnam».

«Genocidio» no era palabra exagerada.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes