1. La esencia de la esclavitud capitalista Las relaciones económicas son las que organizan la sociedad, determinan las relaciones sociales que estructuran el tipo de sociedad en que vivimos, entendida la economía como el espacio de producción de bienes y distribución e intercambio de los mismos. En el caso de una sociedad capitalista esas relaciones […]
1. La esencia de la esclavitud capitalista
Las relaciones económicas son las que organizan la sociedad, determinan las relaciones sociales que estructuran el tipo de sociedad en que vivimos, entendida la economía como el espacio de producción de bienes y distribución e intercambio de los mismos. En el caso de una sociedad capitalista esas relaciones se organizan alrededor del mercado y tienen su eje de confrontación esencial la contradicción entre el trabajo social y la apropiación privada del fruto de ese trabajo a través del mercado donde se compra ese trabajo, poniéndolo a disposición del propietario capitalista. Es la contradicción básica entre capital y trabajo; la guerra de la plusvalía generada por el trabajador y luego apropiada por las minorías propietarias o por los entes colectivos que las representan. Principalmente el Estado nacional junto hoy en día a los grandes instrumentos de la globalización: sistema financiero global, capitales transnacionales y los organismos políticos del orden económico internacional.
Lo cierto es que la vieja esclavitud del trabajo que ejercieron imperios y despotismos de todo orden en el mundo entero, en la medida en que las relaciones humanas empezaron a estar determinadas por un intercambio mercantil dirigido a la acumulación monetaria de la riqueza (la acumulación de capital), ellas permitieron crear un creciente poder de parte de la burguesía naciente, que terminaron apropiándose de todas las relaciones de intercambio humanas, pasando a ser relaciones de intercambio mercantil entre propietarios. Valemos entonces lo que tenemos; «somos» solo la cantidad de valor convertida en dinero que tenemos en nuestros bolsillos, sin él perdemos toda capacidad de intercambio social, lo que nos margina totalmente del desarrollo humano.
La apropiación capitalista de las formas de intercambio de valor, nos obligan a vernos como «iguales» dentro de una relación equivalente entre comprador y vendedor. Pero pobres iguales nosotros que lo único que nos queda como mayoría por vender para acceder a la cantidad de valor de cambio necesario para la sobrevivencia, es la venta de nuestra fuerza de trabajo. Es allí donde termina imponiéndose el capitalismo: de ser esclavos directos en manos de nuestros viejos amos en relaciones serviles de todo tipo, pasamos a convertirnos en unos esclavos del mercado manejado por la clase capitalista, empezando por el mercado de trabajo. Las sociedades una tras otra, a través de los fenómenos de apropiación salvaje de la tierra, el posterior desarrollo industrial, colononización e imperialismo, vamos cayendo dentro de esta nueva esclavitud que determina nuestras vidas y nuestra conciencia del mundo.
En el capítulo 1 del Capital Marx explica la génesis de los que fue el nacimiento de la mercancía y el fetichismo mercantil. Es decir, el fenómeno objetivo del paso de una humanidad organizada alrededor del trabajo concreto productora de valores de uso a una sociedad organizada por lo que él llamó el trabajo abstracto, productor de valores de cambio; mercancías que finalmente van absorbiendo todas las formas de intercambio destinadas en adelante a la acumulación de valores o capital, sostenidas en la explotación del trabajo; poco a poco todo se va convirtiendo en mercancía: la tierra, nuestros cuerpos, lo que estos producen a través del trabajo, y todo ello en manos de unos pocos propietarios. El Capítulo termina advirtiendo que esto no es solo un proceso objetivo en las relaciones humanas, sino que determina la generación de una conciencia universal que impregna a todos los seres humanos y que de alguna manera sustituye al menos en fuerza todos los viejos fetichismos religiosos. El fetichismo mercantil del cual habla Marx no es más que una forma de conciencia general desde donde cada individuo supone como verdadero que cualquier cosa ha de tener un valor de cambio, de la misma manera en que toda religión explica que el mundo -nosotros y las cosas- somos una creación de Dios. El nuevo fetiche del mundo es entonces el dinero. La búsqueda del dinero sustituye la vieja búsqueda de todos los dioses que ha inventado la humanidad. En adelante, la existencia y universalización del trabajo abstracto da pie para la formación de una conciencia abstracta del mundo pero fetichizada, en este caso depositando sobre la cosa una esencia natural de valor: asumimos que todo por naturaleza «vale dinero» impidiendo el reconocimiento de que «todo» sobre la tierra no es más que el fruto o de la evolución natural o del esfuerzo del trabajo social productivo que nada tienen que ver con dinero ni valor de cambio alguno.
En tanto tales el dinero como el mercado en sí no tienen no tienen ninguna culpa. No son más que códigos universales del intercambio que en sus orígenes permitieron superar las simples relaciones de mercados de trueque y multiplicar el intercambio humano al crearse un código común de valor reconocido por todas las comunidades intercambiantes. De hecho, el dinero (unidades abstractas de valor: unidades materializadas primero en piezas de metales escasos hasta el dinero papel o cantidad registrada de unidades de valor de hoy) ejerció su función no fetichista utilizándose como código de valor (de equivalencias) para el intercambio por muchos siglos -no menos de cinco mil años donde existen los primeros indicios de mercados de valores-, pero se convirtió en un fetiche y el instrumento de dominación por excelencia de la sociedad actual desde el momento en que se transforma en capital. Es decir, en valor acumulado en manos de unos pocos, fruto de la explotación del trabajo materializada en la plusvalía o apropiación del valor producido y no pagado al trabajador. Para muchos este fenómeno da pie al nacimiento del sujeto moderno o «modernidad» y del enorme desarrollo de fuerzas productivas y conocimiento que va parejo a ella, pero es a su vez su propia tragedia.
Viéndolo desde este punto de vista el capitalismo no es más que una nueva esclavitud soportada en la apropiación por parte de las clases burguesas del trabajo ajeno que compran en un mercado de seres aparentemente libres e iguales. El capitalismo como tal no inventa nada en particular más que el mercado de trabajo entre «iguales»: comprador y vendedor del mismo en cuyo intercambio se esconde la esclavitud que esto significa. Pero en lo que respecta a Marx en toda su crítica a la economía política del capitalismo, no hace solo una denuncia moral de este hecho (que ya habían hecho muchos antes que él), sino de la lógica suicida y empobrecedora que el mecanismo de la explotación de la plusvalía del trabajo contrae.
Desde su perspectiva el viejo Marx no vio ninguna otra salvación ni medias tientas en esto, que no sea el paso hacia delante de un modo de producción social que acabe con la explotación del trabajo (raíz de la diferencias de clases en el capitalismo y de todas las relaciones entre dominantes y dominados dentro de él) y haga emerger la posibilidad de seres efectivamente libres e iguales, asociados de manera horizontal donde se le dé fin a la propiedad privada sobre los medios sociales de producción. Para esto lo más importante de todo es acabar con la existencia no del dinero o el mercado en sí que no son más que instrumentos de intercambio, no del desarrollo humano, científico y tecnológico que la expansión del mercado ha supuesto, sino con el mercado de trabajo propiamente y por tanto con la propiedad privada sobre los medios de producción social. Lo que supondría el fin de la explotación del mismo y de una sociedad organizada sobre el fin de la acumulación de riqueza transformada en dinero. Sería el paso a un nuevo orden civilizatorio (modo de producción) que llama «comunista», asumiendo el nombre y el programa del movimiento obrero más radicalizado para entonces en Europa.
La claridad y cientificidad de esta visión crítica del mundo que vivimos es lo que le ha dado la fuerza que sigue teniendo el marxismo y del horizonte comunista, a pesar de los desastrosos usos que se ha hecho del mismo. La salvación y la felicidad humana está condicionada a la liberación de las relaciones sociales de producción de las relaciones capitalistas, obra que solo pueden acometer quienes mueven y desarrollan efectivamente esos medios. Obreros y trabajadores de cantidad y características cada vez más diversas pero que viven la misma esclavitud original del capitalismo: del salario y de contratos de trabajo de todo tipo, que van desde la fábrica, el trabajo de la tierra, del trabajo de servicios, hasta todas formas de contratación dentro del inmenso laberinto del intercambio mercantil y financiero de hoy en día. Clase subversiva que no es vista como seres virtuosos de luces, moral y justicia, o al revés, pobres necesitados de la bondad humana, sino como trabajadores reales que hemos de acabar por nuestros propios medios de lucha con la relación esclavitud que nos oprime y de esta manera acabar con la desigualdad y sumisión humana.
Una gigantesca utopía pero explicada y verificada en el tiempo en formas que ni el mismo Marx estuvo en capacidad de prever (niveles de desigualdad, formas de ecocidio, despotismo, crueldad, imperialismo, inauditas). La esclavitud a ese mercado mundial totalmente en manos de las élites políticas y económicas del capitalismo, está generando un caos mundial que pone en peligro la existencia de la humanidad y hasta la vida en el planeta. Hay por tanto que acelerar los pasos y las luchas han de ser cada vez más frontales.
2. La revuelta comunista
Podemos dividir en tres grandes holas históricas de este horizonte comunista de la humanidad, que corresponden a formas de lucha, organización y programas de las clases subalternas distintos.
- La primera de ellas es la fase que tiene que ver con la apropiación privada de la tierra y las luchas anticoloniales que van desde el siglo XVII hasta entrado el siglo veinte, comenzando en Europa hasta cubrir el mundo entero. Fase de organización expansiva del capitalismo, formación del Estado e irrupción de la primera fase del imperialismo que todavía es colonizante. Es el momento del nacimiento del liberalismo, las revoluciones burguesas, la lucha por el librecambismo, la formación de Estados centralizados monárquicos y republicanos con la burguesía al frente, y la expansión colonial de Europa hacia el mundo que luego serán seguidos por EEUU y luego Japón en Asia. La burguesía va tomándose así la tierra y el mercado, fase previa a la formación de la industria y el mercado de trabajo, mientras que los territorios colonizados comienzan su emancipación en América, luego en Asia y África. Desarrollando movimientos de liberación victoriosos, pero terminando por construir sus respectivos Estados nacionales, fragmentando los continentes en ellos y generando principalmente repúblicas despóticas, dependientes, espacios de expansión por excelencia del imperialismo propiamente capitalista. Podemos decir que en esta etapa el horizonte comunista liderizado simbólicamente por los «descamisados de París», simplemente acompaña a la burguesía en su irrupción nacional y mundial, tratando de radicalizar la lucha por la tierra, la independencia nacional, los derechos ciudadanos, la creación de la democracia y la justicia social, hasta llegar a los movimientos de liberación propiamente socialistas y comunistas en el siglo XX que ninguno de ellos logra a la final romper con el destino que les esperaba como repúblicas dependientes acopladas al nuevo orden imperialista. Solo China como Estado despótico por excelencia, logra romper este final pero no en el destino anticapitalista por el cual luchó el PCCH de Mao, sino convirtiéndose por su dimensión e historia única en la nueva potencia capitalista del mundo y su fábrica principal.
- La segunda es la fase obrero-campesina donde se establece por primera vez la independencia de los trabajadores frente a la burguesía y nace como tal el movimiento comunista y anticapitalista, liderizado en su primera etapa por marxistas y anarquistas. En tiempos históricos que se atraviesan se dan las primeras revoluciones obreras en Europa acompañando las luchas anticoloniales y que tienen como hito histórico principal la revolución soviética; primer ensayo de organización de una sociedad conducida por la democracia directa de los trabajadores obreros y campesinos que termina agotándose con el estalinismo y luego la implosión de la URSS y sus estados satélites. El socialismo burocrático, el marxismo-leninismo y el partido único como ideología de esta burocracia, terminan hegemonizando esta etapa que a la final el mismo capitalismo logra aprovechar ya que sirvió para que muchas sociedades europeas muy atrasadas con respecto avance industrial del occidente europeo, logren dar un brinco sensacional estrictamente industrial, acoplándose perfectamente al esquema liberal sucesivo al agotamiento del esquema de planificación central y socialismo de Estado. Es hasta cierto punto la segunda gran experiencia y derrota del movimiento comunista, que parecía desaparecer con el fin de la URSS y el viraje Chino, pero que en poco tiempo logra revivir ratificándose en la historia.
- La tercera fase, que empezamos a inaugurar desde hace alrededor de 25 años, coincidente con el caracazo y el desmoronamiento de la URSS, corresponde a un movimiento comunista y en general anticapitalista que responde a una forzada proletarización de casi todas las capas empobrecidas del mundo las cuales de una manera u otra o entran en el mercado de trabajo manejado cada vez más por los carteles transnacionales y el llamado «trabajo negro» (pérdida general del derechos laborales), o sencillamente mueren marginadas en el hambre y la enfermedad, cuando no en un auténtica barbarie asesina que el mismo capitalismo promueve particularmente en Nuestramérica y el medio oriente. Es la etapa plena de globalización del mercado y lo que se han llamado el período postindustrial hegemonizado por el capital financiero y la telemática comunicativa. El trabajo social queda subsumido globalmente a la ley capitalista del valor, siendo el momento en que no solo se desmorona el socialismo de estado, sus ideologías y esquemas de centralización orgánica de las vanguardias revolucionarias, sino que se acelera la crisis regresiva de las democracias burguesas representativas y el ejercicio de un nuevo despotismo neoliberal, hegemonizado por Europa y EEUU vs el esquema multipolar y de regreso al pensamiento productivo y no meramente financiero de los BRIC`s (Rusia, China, India, Suráfrica, Brasil, como potencias capitalistas emergentes que disponen todavía de una mano de obra barata). Frente a esta novísima realidad que jamás imaginaron sus creadores, el internacionalismo comunista comienza a hacerse una realidad autogobernada en las redes sociales y no por aparatos partidistas autoproclamados, manifestándose en conmociones permanentes que se inauguran con la irrupción zapatista, la revuelta de Seattle, y las insurrecciones populares suramericanas para acá. Pero sigue siendo débil ante desafío ya que pierde capacidad centralizadora la hora de dirigir los pasos más allá de las reivindicaciones y resistencias sociales desplegadas. Lo cierto es que vivimos una época en que se globaliza la protesta frente a un neoimperialismo o «imperio» que se superpone a los Estados Nacionales incluidos los jefes de los viejos estados imperialistas que terminan siendo unos payasos a las órdenes de los intereses de banqueros, industrias armamentistas y grandes transnacionales, independientemente de sus posiciones ideológicas. Paralelamente a esta crisis total la conciencia anticapitalista se hace mucho más masiva y diversas las formas de organización de la vanguardia del movimiento comunista (cual sea el nombre que se ponga), estando posiblemente en el siglo decisivo de su victoria o derrota que es la de la humanidad misma. Llegamos al momento en que el imperialismo ha dejado de ser «civilizatorio», propenso a desarrollar las fuerzas productivas como lo veía Marx, para convertirse en una maquinaria de saqueo universal de recursos, genocida y ecocida por excelencia aunque aún le sobre fuerza para seguir imponiendo la ley de hierro del valor y todo lo que supone en términos de sufrimiento humano.
Describimos con ellas tres grandes oleadas históricas de lucha que corresponden a la lucha contra el capital cuyas razones de gestación hoy en día las vemos entremezclarse. Un mundo donde el posindustrialismo efectivamente proletariza el mundo pero al mismo tiempo aún persisten realidades de extrema explotación del trabajo industrial, de coloniaje, servilismo y semiesclavitud que vuelve muy complejo el pensar nuestro mundo, la organización y direccionalidad del movimiento anticapitalista en ese sentido. Ni la Rosa Luxemburgo, ni Lenin, ni Mao, ni Mariátegui, ni Durruti, ni Gramsci, ni el Che, podrían resolvernos en sus posiciones el inmenso lío en que nos encontramos.
El capitalismo, haciendo estragos en sus versiones imperialistas tradicionales occidentales y buscando revivir a través de los BRIC’s, nos deja ver como nunca toda la historia que arrastra desde su nacimiento hace más de 500 años y el desastre que ha supuesto la imposición de una ley de valorización del trabajo y la acumulación de riqueza por medio de su explotación a nivel global. De allí la polémica de la izquierda revolucionaria que por lo general, mas allá de dogmas y sectas, responde a estrategias de lucha diversas que corresponden a realidades de las clases subalternas y sus resistencias más cercanas o lejanas del orden postindustrial hegemónico. El maoísmo se expande en la India, mientras el neomarxismo y todas sus versiones cobra fuerza en Europa, mientras que el «socialismo del Siglo XXI» en toda su ambigüedad y diversidades regionales se expande en América.
Lo que sí es evidente es que independientemente de cual sea la óptica de visión en que nos ubicamos y las realidades que la determinan, la «locura» de ese pequeño movimiento obrero comunista de la Europa del siglo XIX por su contundencia y verdad hoy es un fenómeno mundial cuyas metas debemos tener muy claras, sobretodo si nos ubicamos en «tierra revolucionaria» como es el caso de nuestro país, y estamos claros de cuáles son las potencialidades de un capitalismo globalizado que una vez consolidado se encargó de destrozar todas las opciones que reunió en algún momento la opción del socialismo de estado: la estatización de la sociedad, la planificación centralizada, el partido único, la economía y el mercado controlados desde el poder burocrático constituido. El capitalismo supo en ese sentido mostrarle a su «otro» antagónico que eso no tenía sentido mientras seguía expandiéndose la ley del valor que ellos jamás acabaron, más bien ratificaron con el estado propietario y el fetichismo mercantil como leyes supremas del capitalismo.
3. Nosotr@s venezolan@s; la peor esclavitud enmascarada
Nosotros nos encontramos en sociedades nuestramericanas, caracterizadas por realidades donde son muchas las metas políticas emancipatorias a lograr. Desde viejas metas de liberación nacional y soberanía, justicia social y revolución agraria, hasta las más avanzadas metas desde el punto de logro de nuevas relaciones de producción, modelos de desarrollo alternativo, y ejercicio directo y autogobernante del poder popular, propiamente comunistas. De allí que hablamos todavía de «socialismo» desde que lo introdujo Chávez, cuando se trataba de un término o rechazado, ligado al «socialismo real» o totalmente «puteado» por la socialdemocracia. Pero esto es lo de menos, bienvenido sea si se ubica en el contexto del horizonte comunista general, y estimamos que en los últimos años de vida fue efectivamente el horizonte desde donde se ubicó con muchísima más claridad el comandante Chávez, culpable personal de haber metido el socialismo en la punta del poder presidencial.
Pero como siempre la tarea se bloquea por la persistencia de conflictos de clase entre pobres y ricos, trabajo y capital, que deberían superarse en favor del proceso liberador de las clases trabajadoras, contando con un poder político de estado, es decir, un gobierno que debería favorecer esta opción. Pero no es así ni mucho menos. Las maquinarias colectivas del capital: la vieja maquinaria militar y burocrática de Estado y el chantaje que operan las fracciones burguesas monopólicas y oligopólicas fuera y dentro de él, su lógica mercantil y fetichista, hacen lo necesario en última instancia para ir quitándonos la posibilidad de lo único que «vale» a la hora de una revolución social en nuestros días: garantizar el control directo sobre el mercado y los medios de producción, avanzar en todos los procesos autogobernantes de control social ganándole cada vez más terreno al orden burgués, dependiente, rentista, que ha determinado nuestra historia. Es la potenciación concreta de un sujeto político ligado al trabajo social capaz de romper con la ley del valor por la vía directa de la autovaloración del trabajo, el ejercicio de la planificación colectiva del desarrollo de los medios de producción y distribución, necesarios y contrarios a la lógica ecocida y explotadora del capital, el ejercicio de una democracia directa que vaya carcomiendo los cimientos representativos, burocráticos, corruptos y estatistas del orden capitalista.
Mientras la burguesía de siempre en nuestro caso lo único que le interesa son los niveles de apropiación barata de la renta petrolera para seguir su festín rentista, financiero, parásito, la óptica burguesa que se ha venido instalando desde el Estado y promoviendo sus propios procesos de acumulación privada de la riqueza, piensa que puede seguir engañando a todo el mundo acusando a su contrario formal (la vieja burguesía, la oposición) de hacer la guerra económica y política. Mientras ella misma no ha hecho otra cosa que manipular monetariamente -fetichísticamente- la renta energética (dólar barato, controles de precios que se convierten en base de la escases, la especulación, el contrabando, garantizado por la corrupción de Estado, gasolina regalada, sistemas de distribución alimentaria en sus manos, apropiación de sistemas crediticios y de seguros, generación de políticas de endeudamiento por medio de bonos y operaciones financieras completamente a favor de la ganancia financiera del capital, creación de moneda inorgánica, etc.) que manejan para utilizarla como vehículo de su propia acumulación como fracción capitalista y constituirse en base de distribución monetaria para el control clientelar de la base política que los sostiene.
Ilustres teóricos como es el caso del llamado Zúñiga o Luis Salas, el ministro Giordani venido abajo, y en general todo el universo que acompañó el diseño del Estado corporativo y burocrático que se ha venido adelantando en los últimos diez años, han querido justificar todo esto con argumentos que tienen de marxistas lo que mi abuela Teresa tenía de tailandesa. El argumento de la justicia distributiva se viene al piso totalmente con una simple comparación de los dineros de la renta que traspasaron o robaron directamente entre direcciones de estado, militares y civiles, y empresas cartelizadas, capital bancario, y lo que efectivamente ha sido distribuido en favor de la mayoría, la inversión social y de infraestructura. Pero esto no sería lo más grave, a la final ustedes se han hecho más que ricos pero algo le ha llegado al limpio, ¡gracias patrones, los adoramos por su amor al pueblo!.
Lo más grave y que en general la gran parte de la izquierda chavista recicla como ideología, es que se haya utilizado la renta como mecanismo que a la final instaura como nunca el fetichismo mercantil y la ley de valor-trabajo, desde la vías más perversas que ha llegado a crear un verdadero desfalco a la nación generado principalmente por los grandes capitales, todos de una manera u otra ligados al Estado y el modelo rentista, hasta llegar a la contribución que hace las mismas clases pobres y trabajadoras a ese desfalco al quedar atrapadas por el mecanismo de manipulación monetaria de la renta. Se habla del derecho a la gasolina regalada, alimentos o el dólar sobrevalorizado como mecanismos de redistribución justiciera de la renta, y a la final se convierten en bienes intercambiables en el mercado global capitalista con sobreganancias especulativas sin que pasen por ninguna vía productiva, base a su vez de una corrupción que ya ha gangrenado no solo al poder constituido sino buena parte del movimiento popular. Ese fetichismo mercantil originario al capitalismo, por medio de delirios monetaristas y macroeconómicos de la renta que vienen operando desde hace diez años, han hecho que funcione como nunca alejando a las bases de la rebelión chavista de un verdadero encuentro con su reto anticapitalista que es la de entender el capitalismo en su vertiente esencial sin esconderle nada a nadie, sin medias tintas reformistas, y a la vez ir apropiándose de los elementos necesarios (políticos, productivos, de mercado, de comunicaciones) que les permita comprender cuan fácil es en el fondo derribar esa maldición desde la solidaridad y el producir colectivo autogobernante. A plena responsabilidad de lo que vamos tomando y creando con nuestras manos y mentes, sin imposición de gerencias inútiles y corruptas, instaladas solo para evitar la apropiación social de los medios de producción y distribución y la extraordinaria experiencia realmente comunista que esto genera.
Lo cierto es que esto ha llegado a unos niveles tales, donde efectivamente todas las leyes de la «guerra económica» del capital contra el trabajo se están cumpliendo en su versión cada vez más violenta: inflación, desabastecimiento, decrecimiento, desvalorización del salario, destrozo del aparato productivo público y privado, corrupción generalizada, ineficiencia, desmoralización de las bases, desorganización política del pueblo, multiplicación de la violencia social, crecimiento de formas de economía mafiosa, y con ello el surgimiento de paraestados y pobredumbres sociales que ya hasta se deslizan hacia una versión política de los mismos a través de los engendros protofascistas que ha venido surgiendo. Ya ni muchas medicinas tenemos, esto llega entonces al borde del crimen institucional generalizado.
La situación no da para más y el mal está hecho, se ha perdido un tiempo precioso, pero no hay pueblo vencido como decimos desde el 89. El gobierno debe saber lo que esto le puede costar al corto plazo pero no se decide a hacer lo que tiene que hacer duele a quien le duela, empezando por nosotros, «fetichizados» como nunca en la mercancía a través de las regalías de la renta que nos dejan. El gobierno anuncia y no hace, habla con su amigo Mendoza y luego instaura el consejo de gobierno comunal para «pulverizar el estado burgués», pero reciclando lo peor de la corrupción entre sus mandos de gobierno y partido sin tocar a nadie, premiándola más bien. Un todo absolutamente contradictorio e impotente. Es decir, está encarcelado en la lógica rentista y burguesa que lo ha carcomido y sin liderazgo que enfrente internamente lo que tiene que enfrentar, cosa que la inmensísima mayoría apoyaría, sea quien sea el afectado.
Lo cierto es que la verdad del capitalismo tiene que aflorar, oigan sus leyes que son tan atroces como verdaderas, entendámoslas, reapropiémonos del mercado como instrumento de intercambio colectivo y de acumulación individual. No digamos como estos teóricos que dicen que «el mercado no existe», «la inflación no existe», ¡claro que existen! y de qué manera. Tiene sus leyes que solo el horizonte comunista puede acabar, y no los decretos de gobierno y esta economía absurda, fetichista y corrupta que han inventado. No le pidamos a nadie que nos enmascare lo que es un poder evidente, gigantesco, que para derrotar en lo poco que podamos hacer en esta patria, hay que develarlo y entenderlo a fondo, para proceder a expropiarlo sin desmedro del bien común. Lo demás es pacotilla reformista jugando con subsidios burocráticos y clientelares, haciendo todo porque no se desarrolle la conciencia social comunista que necesitamos, sino todo lo contrario. Eso se hace dejando que sus maldiciones mercantiles afloren sin miedo, y tranquilos compañer@s que si las metas están claras «sobre nuestra hambre mandamos nosotros», mientras que el neoliberalismo, la «oda al mercado», eso si es guerra. Que se «equilibren» para parar el desmoronamiento económico y el crecimiento del fascismo, y frente a esta desbastadora realidad que nos va a decir después de este desastre cuán poco vale nuestro trabajo y cuan mucho la mercancía en manos de los capitalistas que nosotros o la clase obrera del mundo produce, emprender el segundo paso inevitable de este proceso.
La restitución de la izquierda en estas tierras pasa en nuestro parecer por este acto desidealizante y desfetichizante fundamental, para poder comenzar la lucha por una justicia social directa y verdadera, en manos del que la necesita bajo control social, y por otro lado reemprender el camino del verdadero poder popular y constituyente que sea el sujeto fundamental de la reconstrucción económica y moral de este país, por vía de su propia insurgencia y no por llamados a reuniones en Miraflores. Eso va a necesitar de «otra política» que se deslastre por completo del atavismo partidario y los bloques de alianza que solo se hacen en función de ganancias dentro del poder constituido.
La revolución sigue pendiente, y gobierno o no gobierno, más allá de limpiezas internas y superación de impunidades que son vomitables, el problema es totalmente estructural y de cambio radical de una correlación de fuerzas, cosa que solo «desde abajo y a la izquierda» se puede hacer, siguiendo una ley básica de la lucha de clases y la verdadera ciencia revolucionaria. Nosotros desde aquí, en este demacrado y atolondrado proceso, algo hemos hecho por la rebelión anticapitalista, siendo parte del movimiento mundial comunista de revuelta contra la ley del valor. Por idealismos, intereses desde donde jamás aflorarán las verdades que hay que saber y mentiras reformistas, no vayamos a acabar con esta contribución al mundo rebelde y el ideario libertario de los pueblos. Volvemos por todos los caminos.