La metralla rasante y las bombas caían cerca, camino por las montañas pantanosas a la ciudad de Santa Clara. Algunos compañeros corrieron, algo que contrastaba con la entereza de combatiente con la que permaneció el Comandante de la columna guerrillera, caminando, como si nada sucediera. Quienes se devolvieron a seguir su ejemplo, fueron inmediatamente despojados […]
La metralla rasante y las bombas caían cerca, camino por las montañas pantanosas a la ciudad de Santa Clara. Algunos compañeros corrieron, algo que contrastaba con la entereza de combatiente con la que permaneció el Comandante de la columna guerrillera, caminando, como si nada sucediera. Quienes se devolvieron a seguir su ejemplo, fueron inmediatamente despojados de las armas recién recogidas del fango en que habían quedado minutos atrás. El mensaje del Che era claro, para manipular un arma se debía ser responsable y coherente con el compromiso que ello implicaba, incluso bajo un bombardeo enemigo.
Este principio ético es fundamental cuando de defensa popular se trata. Algo que dejan a un lado quienes desde una supuesta postura libertaria, hablan de la «defensa de la revolución» o de la necesidad de «armar al pueblo». Quienes así vociferan, dirigen todos sus argumentos -muchos con caracterizaciones falaces que hacen las veces de verdades en sí mismas- contra el Leviatán: esa estructura monstruosa que detenta el monopolio de la violencia efectiva desde los cuerpos policiales y militares. Curioso que muchas de estas personas hayan estado en cargos públicos y hayan llegado al fracaso estrepitoso de sus «ideas libertarias» cuando la realidad les tocó la puerta.
El proceso histórico de conformación de las organizaciones populares de Venezuela, de las cuales los «colectivos» ahora en boga por las matrices mediáticas son una forma de expresión, no ha estado exenta de la actitud de violencia que conlleva el ejercicio del poder en su dinámica estructural capitalista. Es la incomprensión de esta dinámica de violencia, su ejercicio como poder coercitivo tanto en las Estructuras del Estado como en las estructuras de la población, lo que nubla las fantásticas propuestas de estas personas, que idealizan unos procesos mientras diseccionan otros con todo el realismo posible.
No está en juicio la existencia de estructuras burguesas del Estado, mucho menos que este detenta el monopolio de la violencia y que, mientras no se cambien dichas estructuras materiales, políticas y culturales, cualquier intento de transformación estará destinado tarde o temprano al fracaso. Está en cuestión, sí, la visión de las organizaciones populares, o mejor dicho, algunas organizaciones populares, tomadas por corderos que, frente a los lobos del Leviatán, deben armarse sin más; o si están ya armados, ¡mejor!, seguir armándose más para su ¿defensa?. Se olvida que estas organizaciones no están compuestas por corderos, sino por sujetos que tienen intereses, no siempre claros y no siempre con concienciad de clase; sujetos que pueden detentar poder, como ejercicio de su voluntad para un fin racionalmente propuesto.
Este poder puede ser ejercido para la resistencia y la emancipación; y de hecho históricamente hay muchos ejemplos de ello. Sin embargo, a priori no se puede estar seguro de que siempre ha de ser así (y de hecho, no siempre ha sido así).
La defensa popular no está ligada únicamente, ¡por suerte!, a la posesión de armas. Sin embargo, que un pueblo deba tener acceso a ellas para la defensa de la revolución frente a una invasión extranjera, para su defensa frente a las estructuras burguesas y las embestidas de las clases dominantes que a ellas pertenecen, o para hacer frente a otro tipo de «organizaciones» que nada tienen de popular y mucho de vandalismo o paramilitarismo; es un hecho cuya verdad práctica ha quedado demostrada por la historia de las luchas de la izquierda continental y mundial.
La discusión central es la forma que adquiere esta necesidad de armar al pueblo, y que supone la responsabilidad y coherencia de usar instrumentos creados fundamentalmente para quitar vida. ¿Quién o quiénes deben manipular y tener acceso a las armas? ¿Cómo ha de ser este acceso? ¿Cuáles situaciones están consideradas para su uso inmediato y cuáles no? Algunas de estas preguntas han sido respondidas desde la militancia de base de más tradición en el país (muchas de ellas venidas de las luchas armadas). Pero la fragmentación de la sociedad, las divisiones y el sectarismo en las mismas bases populares, los caciques nuevos y viejos, la falta de un trabajo sistemático de articulación, han dejado esas respuestas en anécdotas conocidas o, en el mejor de los casos, en conocimiento de puro consumo interno, ¡casi en secreto!.
Si bien es cierto que desarmar a un pueblo y desarticular los posibles focos de resistencia ante una invasión, es una estrategia de guerra imperial a la que se debe enfrentar, y a la cual muchas veces contribuyen políticas gubernamentales; no es menos cierto que la producción y, sobre todo, la circulación indiscriminadas de armas también es una forma de desarticulación de las bases mediante el ejercicio, activo o potencial, de la violencia en los espacios de acción popular inmediata.
Hacemos un llamado a la responsabilidad y la coherencia respecto a un tema tan importante como delicado para las luchas revolucionarias de nuestro país. No es un tema menor, y debe ser tratado con la altura política debida.
Fuente: http://humanidadenred.org.ve/la-defensa-popular-el-leviatan-y-el-cordero-por-roger-landa/