Sabemos que prescindir de la lectura es renunciar a una de las herramientas más importantes para no perderse en este mundo, pero leer mucho tampoco es garantía de más cultura. He conocido gentes del fundamentalismo sectario que, a pesar de manejar libros a todas horas, sus pensamientos no iban más allá de los dogmas de […]
Sabemos que prescindir de la lectura es renunciar a una de las herramientas más importantes para no perderse en este mundo, pero leer mucho tampoco es garantía de más cultura. He conocido gentes del fundamentalismo sectario que, a pesar de manejar libros a todas horas, sus pensamientos no iban más allá de los dogmas de la última encíclica del papa de turno o de la presidencia de su organización.
Hace un año, en una entrevista con Andreu Barnils, se le preguntaba a Ada Colau qué estaba leyendo. Ella citaba un libro de David Harvey y otro sobre la corrupción institucional catalana. Y añadía a continuación: «¿Autores que me hayan marcado más? Albert Camus y Hannah Arendt». Aunque habrá quien piense que éstas son filosofías de salón, tan importante como los discursos es la forma de leerlos y vivirlos, que no necesariamente ha de ser en soledad.
Dejó escrito Hannah Arendt que «el gobierno totalitario, como todas las tiranías, no podría ciertamente existir sin destruir el terreno público de la vida», porque el terreno propio del terror es la soledad y el aislamiento de nuestras capacidades políticas. Y concluía la pensadora alemana: «Incluso la experiencia del mundo material y sensualmente dado depende de este hallarse en contacto con otros humanos, de nuestro sentido común».
Arendt había leído y criticado la rigidez de Heidegger, quien afirmó que el lenguaje es la casa del ser. En realidad, el lenguaje es mucho más que una habitación aislada: con él coordinamos nuestros cuerpos y podemos paralizar desahucios, evitar el terror de la soledad, ganar espacios en común o leer otros futuros.
Fuente original: https://www.diagonalperiodico.net/culturas/24545-lee-ada-colau.html