Para ciertos burócratas internacionales, voceros de organizaciones no gubernamentales muy reputadas y para ciertos medios (con distintos grados de reputación) hay derechos humanos y «derechos humanos». Esta especie de trinidad diabólica (valga el sacrilegio) se ha autoerigido en autoridad suprema en materia de libertades y garantías, en los administradores universales de la verdad sobre este […]
Para ciertos burócratas internacionales, voceros de organizaciones no gubernamentales muy reputadas y para ciertos medios (con distintos grados de reputación) hay derechos humanos y «derechos humanos».
Esta especie de trinidad diabólica (valga el sacrilegio) se ha autoerigido en autoridad suprema en materia de libertades y garantías, en los administradores universales de la verdad sobre este tema, y han establecido una división clasista, como si los derechos humanos fueran uno de esos espectáculos en los que hay una zona VIP y otra para el bajo perraje.
Los derechos humanos de los jóvenes estudiantes (que en para estos burócratas, estas ONG y estos medios significa casi exclusivamente «muchacho o muchacha de clase media opositora») son derechos humanos de primera clase, de alto rango, premium, tope de gama… como usted quiera llamarlos. En cambio, los derechos de otros individuos, a los que se les suele etiquetar como oficialistas, son «derechos humanos». En los medios impresos se les encierra entre estas comillas destinadas a poner en duda que los solicitantes los merezcan o que sus clamores sean genuinos. En los medios audiovisuales, los locutores pronuncian el sintagma con un dejo de sorna (como si, por dentro, estuviesen diciendo «¡sí, Luis!») y en TV, ciertas locutoras de alta capacidad histriónica hasta suelen enarcar una ceja tipo villana de telenovela. El metamensaje es evidente: esas otras personas no tienen en realidad derechos, son compradores de entradas baratas tratando de colearse en la zona vi-ai-pí.
Esto no es nada nuevo, pero en los últimos días ha sido muy evidente porque en todas las noticias sobre las denuncias de las ONG opositoras (algunas de ellas financiadas por potencias extranjeras) contra el gobierno venezolano ante la Organización de las Naciones Unidas se habló de derechos humanos sin ningún tipo de acotación, asterisco o duda, mientras que las informaciones sobre el Comité de Víctimas de la Guarimba, hubo profusión de comillas, sorna y cejas levantadas.
La estrategia común de los burócratas internacionales, las ONG opositoras y los medios referidos es descalificar las denuncias que están haciendo estas personas que, por ejemplo, perdieron a algún familiar como consecuencia de las irracionales acciones desatadas por el ala pirómana de la oposición a principios de año. En esa categoría también entran otros particulares que sufrieron lesiones de diversa gravedad causadas por la histeria colectiva del sifrinaje. Como todavía se recuerda bien, en esos días de violencia criminal instigada por factores políticos de la derecha recalcitrante, hubo abaleados, degollados, atropellados, asfixiados y muchos heridos y enfermos (incluyendo niños y ancianos) que no pudieron recibir asistencia médica oportuna porque las ambulancias o vehículos particulares se quedaron atascados en las barricadas. Pero el propósito de los administradores universales de la verdad en materia de los derechos humanos es que solo sean defendidos los de los jóvenes estudiantes (siempre y cuando sean de clase media opositora) y -para añadir insulto al agravio- los de los cabecillas del movimiento guarimbero.
Cada vez que lea, oiga o vea declaraciones, informaciones u opiniones sobre este asunto, es conveniente prestarle mucha atención a las comillas, a la sorna, a las cejas enarcadas y preguntarse si uno en particular (o el sector político o social al que pertenece) tiene derechos humanos o «derechos humanos». Es bueno saber a qué atenerse.
Fuente: http://www.difundelaverdad.org.ve/opinion/derechos-humanos-y-derechos-humanos/#.VKIODqAeA