Osigan Cáseres perdió su trabajo de limpiadora y ya no puede enviar los 300 dólares mensuales a sus hijas en Filipinas, con los que podían comprar comida para sus ocho nietos.
En Somalía, Asha Mohamed Ahmed ya no recibe los 400 dólares que su hija le mandaba desde Minneapolis, donde trabajaba en un hotel, para cubrir las facturas mensuales de la familia.
Y en México, Rosy no sabe si podrá comprar medicamentos para su madre diabética sin el dinero que su hermano le mandaba antes de ser despedido de una hacienda en Idaho.
Todos son víctimas económicas del nuevo coronavirus. Cientos de millones de personas en todo el mundo pierden su trabajo, ya sea por cierre de empresas o por lock-out, y muchas de ellas ya no pueden ayudar a sus parientes pobres en los países en desarrollo, cuyas vidas dependen muchas veces de esas remesas.
“Nadie quiere contratarme ahora por el coronavirus”, dijo Osigan Cáseres, de 47 años. “Estoy preocupado por mi familia y por cómo voy a hacer para pagar mi propio alquiler”.
Según los economistas, podrían perderse miles de millones de dólares de remesas de los países ricos a los pobres, poniendo así en peligro el bienestar y la salud de millones de familias en los próximos meses.
Son muchos los latinoamericanos y africanos que dependen de las transferencias de sus parientes en los Estados Unidos. Egipto y otros países del Medio Oriente, por su parte, recurren a millones de trabajadores migrantes asiáticos, los que envían a sus países de origen una parte importante de los ingresos. Después de los Estados Unidos, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita son las mayores fuentes de remesas del mundo. Según datos del Banco Mundial, una gran proporción de esas remesas va dirigida a las familias asiáticas, principalmente en la India, China y Filipinas.
Osigan Cáseres llegó a Egipto hace ocho años con el objetivo de poder ayudar a su familia en su país. Desde entonces, nunca dejó de hacer una transferencia mensual, hasta el mes pasado, cuando las familias europeas para las que trabajaba dejaron el país huyendo del virus. Le queda aún la esperanza de convencer al propietario para que le dé un plazo para pagar el alquiler mensual, mientras reza para que la crisis se termine pronto.
“No sé qué pasará”, dijo. “Todo lo que me queda por hacer es rezar a Dios”.
A más de 9.000 km de distancia, en la isla filipina de Mindanao, su hija Jey reza también. Tenía un dólar en el bolsillo, dijo en una entrevista telefónica. Estaba pensando en empeñar su móvil para conseguir dinero y darle de comer a su hija de dos años.
“No puedo comprar leche para mi hija”, dijo.
Un ingreso crucial
–Dos millones de trabajadores filipinos trabajan por todo el mundo cada año. En 2019, las transferencias de dinero alcanzaron los 33.500 millones de dólares: un récord que representa una décima parte del producto interno bruto del país. La pérdida de esta fuente vital de divisas podría hacer tambalear a un país que no recibe muchas inversiones extranjeras directas.
Y si los trabajadores despedidos en el extranjero tuvieran que regresar a Filipinas, la presión sobre la economía y los servicios gubernamentales sería enorme. Cientos de trabajadores filipinos de los cruceros -una de las industrias más afectadas por la pandemia- ya han tenido que volver a sus casas. El nivel de desempleo es elevado y la protección médica y social es insuficiente.
Según el Ministerio de Trabajo, la paralización de la mitad del país ha afectado unos 500.000 puestos de trabajo, todos al seguro de paro, desde conductores de jeepney [transporte público en Filipinas, al principio, jeeps abandonados por el ejército de los EEUU en 1945] hasta vendedores, sin trabajo.
En toda América Latina, también hay signos de estrés. Manuel Orozco, economista del Inter-American Dialogue, estima que las remesas van a disminuir entre un 7 y un 12 por ciento en 2020 en comparación con el año anterior.
En 2018, último año del que se dispone de datos, las remesas a América Latina y el Caribe alcanzaron los 85.000 millones de dólares. En El Salvador y Honduras, las remesas representaron alrededor del 20% del PIB, según el Banco Mundial. En Guatemala, llegaron al 12%.
El lunes [6 de abril], mientras México se encuentra al borde de la crisis económica, el presidente Andrés Manuel López Obrador hizo un llamado a los migrantes en Estados Unidos para que sigan enviando remesas a sus familias. “Sabemos que ellos también están pasando por una situación difícil, pero no deben dejar de pensar en sus seres queridos”, dijo.
Desde el estado mexicano de Michoacán, el economista Jerjes Aguirre Ochoa estima que el 50% de los 4,5 millones de habitantes de ese estado reciben remesas. Incluso antes de la aparición del coronavirus, la economía mexicana había empezado a contraerse, por lo que las remesas eran de una gran importancia para muchas familias.
Rosy tiene 33 años y vive en Michoacán, dice que sobrevive principalmente gracias a las remesas de cuatro hermanos y una hermana que viven en los Estados Unidos, principalmente de su hermano Pedro, que cuida animales en un rancho de Idaho, en el noroeste estadounidense.
“Hablé con él hace unos días y me dijo que no podrá enviarnos más dinero porque su patrón lo ha dejado sin trabajo… ¿por cuánto tiempo? – hasta que el virus sea erradicado”, dijo, con la condición de que no se usara su apellido porque sus parientes en los Estados Unidos son indocumentados.
Rosy dijo que necesitaba el dinero para comprar comida y medicamentos para su madre diabética. Uno solo de los medicamentos que necesita cuesta alrededor de 1,50 dólares por comprimido. “Estoy más preocupado por la economía que por lo que nos dicen sobre el virus”, dijo Rosy.
La pérdida de un salvavidas
La magnitud del choque económico causado por la pandemia se está sintiendo en todo el mundo y no es posible compensar la pérdida de remesas con otro tipo de ingresos.
“Los países de origen de las remesas también han sido afectados, tal vez incluso más que los países receptores”, dijo Dilip Ratha, Economista Jefe de Migración y Envíos de dinero del Banco Mundial, en un correo electrónico. Añadió: “Las remesas van a disminuir drásticamente durante y después de la epidemia de COVID-19”.
El Banco Mundial ya ha descrito la forma en que las remesas contribuyen a reducir la pobreza en los países de ingresos medios y bajos, a mejorar la nutrición, a facilitar la educación de los niños y a reducir el trabajo infantil. Todos estos avances podrían resultar ahora afectados.
“La pérdida de las transferencias es la pérdida de un salvavidas financiero decisivo para muchas familias pobres y tiene un impacto directo en la nutrición, la salud y la educación, las que a su vez afectarán a la formación del futuro capital humano”, dijo Dilip Ratha.
Un país vulnerable
Somalia, asolada desde hace mucho tiempo por la guerra civil, es uno de los países más vulnerables. Un reciente estudio constató que más de la mitad de los somalíes urbanos reciben remesas del extranjero. Una proporción significativa de los mismos declara que sin ese dinero no podrían costear la comida, la educación y la atención sanitaria. Los somalíes, principalmente en los Estados Unidos, Europa y Australia, envían un promedio de más de 1.000 millones de dólares cada año a su país, más que la ayuda que el país recibe de gobiernos extranjeros. Las remesas representan casi una cuarta parte del PIB somalí.
La mayoría de los somalíes que trabajan en el extranjero tienen empleos mal remunerados -por ejemplo como taxistas, en el comercio minorista o en el trabajo doméstico- y son unas de las primeras víctimas de la pandemia. Eso es lo que afirma Laura Hammond, profesora de la Universidad SOAS de Londres y autora de un estudio sobre las remesas a Somalia.
Problemas logísticos
“La cuestión de cómo hacer llegar dinero a la familia en Somalia, incluso si se tiene el dinero, puede representar un verdadero problema para muchas personas”, dijo Laura Hammond.
Debido a la inestabilidad y a una economía tradicionalmente basada en el dinero en efectivo, Somalia no cuenta con un sistema bancario oficial. Las instituciones financieras occidentales han tomado distancia alegando riesgos para ellas. Esto significa que casi todas las remesas que llegan a Somalia lo hacen en forma de dinero en efectivo, en vuelos que vienen de instituciones bancarias de Kenya y de los Emiratos Árabes Unidos. Pero con el cierre de los aeropuertos somalíes debido a la pandemia, el flujo de remesas está prácticamente suspendido.
“Sencillamente ya no entra más dinero en efectivo en Somalia”, dijo Guleid Osman, director ejecutivo de la Asociación de Bancos Somalíes. “Es un desafío enorme, aunque en Somalia haya por ahora unos pocos casos de Covid-19. En resumen, estamos ante un momento muy crítico para el que aún no hemos encontrado una solución”.
Esta interrupción abrupta ha puesto en serias dificultades a quienes habitualmente reciben dinero del extranjero, mientras que los intermediarios financieros de Somalia, que gestionan las remesas, dicen que corren riesgo de quiebra financiera. “La mayoría de nuestros clientes están retirando el dinero de sus cuentas y no tenemos más efectivo para darles”, dijo Dahir Hassan Abdi, que dirige un negocio de transferencia de dinero en Mogadiscio.
Después de que su hija perdiera su trabajo en un hotel de Minneapolis, Ahmed dijo que la familia se quedó sin apoyo financiero. Su marido, que era el sostén de la familia, está enfermo desde hace años.
En una entrevista telefónica, Ahmed dijo que finalmente era una suerte que las escuelas estuvieran cerradas en la ciudad de Hargeisa, donde vive con cinco de sus hijos, para no tener que pagar los gastos escolares o sentir la vergüenza de tener que retirarlos de las clases. Pero a medida que pasan los días, las preocupaciones de Ahmed son aún más graves. “Ya no podemos dar a nuestros hijos lo esencial de la vida”, dice.
Autores: Sudarsan Raghavan, Max Bearak y Kevin Sieff
* Artículo publicado en The Washington Post, 7-4-2020
Traducción de Correspondencia de Prensa.