En una nota anterior (aquí) dije que la teoría de la plusvalía relativa muestra que la explotación puede estar aumentando, a pesar de que se mantenga la canasta salarial; o incluso aunque esta aumente. Recordé también que esto había sido destacado por Rosa Luxemburg y Roman Rosdolsky. En esta entrada reproduzco algunos pasajes de Rosa Luxemburg referidos a la cuestión. Los tomo de su Introducción a la Economía Política, edición Germinal (aquí); y agrego algunas conclusiones.
El componente histórico y social del salario y el rol de los sindicatos
En su trabajo, Rosa Luxemburg explica que el salario, en Marx, tiene un componente histórico y social. Sostiene que el mismo debe cubrir los costos socialmente necesarios para el mantenimiento de la fuerza de trabajo. Por eso el argumento del obrero frente al capitalista es: “… en la compra de mi mercancía fuerza de trabajo tienes que pagarme también los costos socialmente necesarios de su mantenimiento. Ahora bien, para mi vida es socialmente necesario todo aquello que, en nuestro país y en nuestros días, constituye la manutención habitual de un hombre de mi clase. En una palabra, tienes que darme no el mínimo fisiológicamente necesario, que me mantiene apenas en vida como a un animal, sino el mínimo socialmente normal que me asegure un nivel de vida habitual. Sólo así habrás pagado el valor de la mercancía como comprador decente; de lo contrario la compras por menos que su valor” (p. 140; énfasis añadido).
Pero para esto, sigue RL, es imprescindible el sindicato, la organización de la clase obrera: “… sólo con el tiempo llega a hacer valer este punto de vista; pues sólo puede hacerlo valer como clase social, es decir como conjunto, como organización. Sólo con el surgimiento de los sindicatos y del partido obrero comienza a conseguir la venta de su fuerza de trabajo por su valor, o sea su nivel de vida como necesidad social y cultural. Antes que los sindicatos se inicien en un país, y antes de que ellos tengan vigencia en todas las ramas de la industria, resulta determinante, en cambio, para la fijación de las salarios, la tendencia de los capitalistas a reducir los medios de vida al mínimo fisiológico, animal por así decirlo, es decir: a pagar la fuerza de trabajo por debajo de su valor” (p. 140). Más abajo escribe que “La principal función de los sindicatos consiste, por el aumento de las necesidades de los trabajadores, por su elevación moral, en remplazar el mínimo fisiológico por el mínimo social, es decir por un nivel de vida y de cultura determinados de los trabajadores, por debajo del cual los salarios no pueden descender sin provocar inmediatamente una lucha de la coalición, una resistencia” (149).
“La ley sacrosanta” del capitalismo
RL enfatiza que el nivel de vida de los trabajadores debe evaluarse en relación con la riqueza social en conjunto. Escribe: “… los obreros pueden, por ejemplo, tener en un caso dado más medios de vida, alimentación más abundante, mejores ropas que antes, mientras que la riqueza de las otras clases ha crecido mucho más rápidamente aún, con lo cual se habría reducido la participación de los trabajadores en el producto social. Así pues, el nivel de vida de los trabajadores debe elevarse en términos absolutos y disminuir en relación con otras clases. El nivel de vida de cada persona y de cada clase sólo puede juzgarse correctamente si se lo evalúa en el marco de las condiciones reinantes en la época y en comparación con los restantes estratos de la misma sociedad” (p. 146; énfasis añadido).
En consecuencia, para evaluar la situación de los obreros es necesario investigar no sólo la magnitud de salario en sí, sino también el salario relativo, es decir su participación en el producto total de su trabajo. Escribe: “…si la productividad del trabajo crece en un quince por ciento al mismo tiempo o poco después, entonces se ha reducido en realidad la participación de los obreros en el producto, es decir su salario relativo, pese a que el salario absoluto ha aumentado. Así pues, la participación del obrero en el producto depende de la productividad del trabajo. Cuanto menor la cantidad de trabajo con que se produzcan sus medios de vida, tanto menor será su salario relativo” (ibid.).
Luego señala el impulso del capital a mejorar la técnica. La concurrencia entre los diversos empresarios obliga a cada uno de ellos a producir en la forma más barata posible. Y si un capitalista ha introducido en su fábrica un nuevo procedimiento, la misma concurrencia obliga a los demás empresarios de la rama a mejorar la técnica para no ser eliminados del mercado. En consecuencia aumenta la productividad del trabajo y se reduce la cantidad de trabajo necesaria para la manutención del obrero. RL escribe: “La producción capitalista no puede avanzar un paso sin reducir la participación de los obreros en el producto social. Con cada innovación de la técnica, con cada mejora en las máquinas, con cada aplicación nueva del vapor y la electricidad en la producción y en el transporte, se reduce la participación de los obreros en el producto y aumenta la de los capitalistas. El salario relativo cae más y más, irrefrenable e ininterrumpidamente; la plusvalía, es decir la riqueza de los capitalistas, no retribuida y exprimida a los obreros, crece siempre más y más del mismo modo ininterrumpido y permanente” (p. 147). Considera que la tendencia a la reducción permanente del salario relativo es “la ley sacrosanta del capitalismo” (p. 149).
Pienso que es discutible la afirmación de que la producción capitalista “no puede avanzar un paso” sin reducir la participación de los trabajadores en el producto social”. De hecho, durante períodos de tiempo más o menos prolongados, y en ciertos países o regiones, la clase obrera pudo aumentar su participación en el producto, junto a la mejora de sus condiciones de vida. Ocurrió, por ejemplo, en las décadas de los 1950 y 1960 en los países adelantados (lo que reflejaron, entre otros, los estudios de Kuznets). Sin embargo, en el largo plazo, la plusvalía relativa ha tendido a aumentar. Varios factores concurrieron a este resultado. Tal vez los principales fueron: a) la presión de la concurrencia y la movilidad internacional del capital. Abarca la amenaza de la huelga de inversiones; la deslocalización de la producción y el desplazamiento del capital hacia las zonas o países que brindan mejores condiciones para la explotación; b) el avance tecnológico y el ejército de desocupados que se recrea merced a ese cambio tecnológico; c) la colaboración de los partidos socialistas, socialdemócratas, comunistas y nacionalistas pequeño burgueses con el Estado y el capital; d) la actitud también colaboracionista de las dirigencias y estructuras sindicales. La resultante es que desde finales de la década de los 1970 y hasta el presente en casi todos los países ha aumentado la polarización de ingresos y riquezas entre el capital y el trabajo. Esto a pesar de que el salario real haya aumentado. Lo cual pone en evidencia la vigencia de la tesis de Rosa Luxemburg.
Puntualizaciones finales
Para finalizar tres cuestiones. En primer lugar, el énfasis de RL en el carácter social relativo del salario no la lleva a pasar por alto los millones que están sumidos en el pauperismo y el hambre. “Cuanto mayor el ejército de reserva en relación con la masa de obreros ocupados, tanto mayor la capa inferior de pobreza, pauperismo y delito. De modo que, junto con el capital y la riqueza, crece igualmente, de forma inevitable, la cantidad de desempleados carentes de salario y, con ellos, la capa de los Lázaro de la clase obrera (la miseria oficial)” (p. 143). Tiene actualidad: En 2019, esto es, antes de la pandemia, a nivel global 820 millones de personas – una de cada nueve en el mundo – pasaban hambre (según la FAO). A esta cifra se suman 1300 millones que estaban en situación de inseguridad alimentaria. Lo cual significa que no tenían acceso regular a alimentos “inocuos, nutritivos y suficientes”, aun cuando no necesariamente padecían hambre. De manera que la suma de los que pasaban hambre y estaban en inseguridad alimentaria resultaba en el 26,4% de la población mundial, alrededor de 2000 millones de personas (FAO).
En segundo término, la noción de la plusvalía relativa es clave en la crítica de raíz – subversiva, irreductible – al modo de producción capitalista. Es que hasta cierto punto la crítica al capitalismo debido a los millones de seres humanos que están en el pauperismo es más o menos común a la gente de buena voluntad, a piadosos reformistas, seguidores de Francisco de Asís y similares. Incluso se adecua muy bien al discurso de “ricos y pobres”. Pero la crítica marxista va más allá, porque el objetivo es acabar con la explotación. Utilizando el argumento de Marx: no criticamos al régimen esclavista porque no alimenta lo suficiente al esclavo, sino porque lo explota y oprime. Cambiando lo que debe ser cambiado, no criticamos al capitalismo solo ni principalmente porque no da una ración suficiente a los que explota, sino porque los explota. Este es un punto de ruptura con toda forma de socialismo burgués y pequeñoburgués. No es casual que este aspecto del pensamiento de Marx, tan vivo en Rosa Luxemburg, esté relegado en el discurso de muchos socialistas domesticados por el sistema.
Por último, señalo una consecuencia de la dinámica aumento de la productividad → aumento de la explotación con posible aumento del salario real. Se trata de la crítica a la creencia de que si se eleva el salario de los trabajadores en un país capitalista adelantado, esa mejora se debe a la explotación de las naciones atrasadas, o de la clase obrera de las naciones atrasadas. Según esto, si Henry Ford duplicó el salario de sus obreros, eso fue posible porque EEUU explotaba y parasitaba a naciones atrasadas; no porque Ford aumentó la explotación de sus obreros vía cadena de montaje. Así, en este enfoque el filo crítico de la teoría de la plusvalía relativa ha desaparecido. Más aún, a la misma noción de plusvalía relativa se la tragó la tierra. Y este discurso se ha mantenido a lo largo de décadas y se sigue repitiendo. Por ejemplo, hace algunos años escuchaba a una dirigente trotskista afirmar, en la TV, que “los obreros españoles ganan bien porque España explota a Argentina”. La pregunta es ¿qué queda del internacionalismo socialista después de algo así? ¿Qué de la teoría de la explotación?
La teoría de la plusvalía relativa, en cambio, quita fundamento a esas expresiones –nauseabundas – de chauvinismo. El aumento del salario real es consecuencia, entre otros factores, del aumento de la productividad, sin que ello disminuya un ápice – más bien ocurre lo contrario – la explotación del trabajo. Para captar esto hay que entender que la tasa de explotación del obrero no se mide por el salario absoluto, sino relativo; relativo con respecto al valor añadido por el obrero. Con el agregado de que en la determinación del salario intervienen también factores políticos y sociales. Entre ellos, la resistencia, lucha y organización de la clase obrera (al pasar, Ford tuvo que aumentar los salarios porque los obreros resistían la cadena y abandonaban el trabajo). Por eso el eje de nuestra crítica es a la explotación, sin distinción de grupos nacionales, étnicos, o de cualquier otro tipo. Es la base social del proyecto internacionalista del socialismo. La teoría del salario de Rosa Luxemburg ayuda a entender por qué.