Hace unos meses leí Poeta chileno, la última novela de Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) y, como siempre, escribí una reseña sobre este libro, que me gustó bastante. A raíz de esto intercambié unos mensajes con Zambra, al que conocí en persona hace años, cuando participó en la Casa de América de Madrid en una mesa redonda con otros autores latinoamericanos. Como hasta entonces había leído sus cuatro novelas de Anagrama, él me dijo que me podía hacer llegar el resto de sus libros publicados en esta editorial, los dos libros de cuentos Mis documentos y Tema libre y el ensayo No leer. Como Zambra me parece uno de los mejores autores latinoamericanos actuales, acepté, claro.
Leí Bonsái de Zambra en 2006 y fue en el verano de 2011 cuando leí seguidas Formas de volver a casa, La vida privada de los árboles y releí Bonsái. En este momento pensé que Zambra era uno de los autores latinoamericanos de la actualidad que más me gustaban. Por esto mismo, incluso a mí me parece raro que no leyera Mis documentos cuando apareció en 2014. Lo hojeé alguna vez en la biblioteca Elena Fortún de la calle Doctor Esquerdo, a la que solía ir cuando vivía en la zona de Retiro, pensando que tarde o temprano lo leería. Si no recuerdo mal, lo deseché porque entonces atravesaba una de mis crisis en las que siempre me digo que debo leer más clásicos y no tantas novedades literarias. Sin embargo, en esta ocasión puedo decir, desde ya, que me equivoqué: Mis documentos me ha parecido uno de los conjuntos de relatos más redondos que he leído en los últimos años.
Mis documentos está formado por once relatos, divididos en cuatro secciones. Los tres primeros, Mis documentos, Camilo y Larga distancia ocupan unas sesenta páginas y en los tres nos encontramos con la misma voz narrativa, la de un adulto que escribe y que mira al Chile de su niñez y adolescencia en los años 80, una voz narrativa muy cercana a la del autor y también a la de Formas de volver a casa. Por eso decía, que debía haber leído este libro antes, porque Formas de volver a casa me parece una de las mejores novelas latinoamericanas de los últimos tiempos y las primeras 60 páginas de este libro (y no serán las únicas) me han trasladado de forma inmediata, casi una década después, al mismo mundo narrativo.
En Mis documentos nos encontramos con un narrador que, cuando era niño, se hizo monaguillo porque no le dejaron –a los ocho años– participar en el coro de la iglesia. «Nunca tuve, en todo caso, esos devaneos racionales sobre la existencia de Dios, quizás porque después empecé a creer, de manera ingenua, intensa y absoluta, en la literatura.» (pág. 16) Será el otro monaguillo, un poco más mayor que él, y su hermano quienes le expliquen por primera vez lo que significa la palabra «revolución» y le hagan ver que ellos viven en una dictadura. «De ellos escuché por primera vez sobre las víctimas de la dictadura, sobre los detenidos desaparecidos, los asesinatos, las torturas.» (pág. 17) Y se insiste en una idea que era uno de los pilares de Formas de volver a casa: «En casa no se hablaba nunca de política» o «Comprendí que una manera eficaz de pertenecer era quedarse callado.», de la página 27.
En Camilo, nos encontramos con un chico –un poco mayor que el narrador– que un día aparece en su casa y se presenta como el ahijado de su padre. El lector no tiene la sensación de haber cambiado de relato, ya que un narrador, que siente como muy cercano al autor, le está contando otro episodio de su vida. A través de Camilo, que acabará siendo una suerte de hermano mayor para el protagonista, nos acercaremos de nuevo a la realidad del Chile pinochetista. El padre de Camilo, en el pasado un buen amigo del padre del narrador, se encuentra exiliado en París. El sueño de Camilo será ir a verle. Es muy bello el salto narrativo final, cuando el narrador ya adulto se encuentra en Ámsterdam con el padre de Camilo y hablan sobre él y el pasado de Chile. Hay aquí algo de aquel Bolaño que hablaba de chilenos perdidos por el mundo.
«Yo escribía poemas desde chico, lo que por supuesto era un secreto inconfesable.» (pág. 38), es una idea que se repite en varios cuentos y que nos remite a los personajes de Poeta chileno.
En Larga distancia el narrador ya es un joven que se ha marchado de casa y por tanto nos encontramos en la década de 1990. La sensación de que los textos que estaba leyendo eran contados por el mismo narrador se acrecienta al percatarme de que hay detalles que nos remiten de un cuento a otro. Por ejemplo, al final de Mis documentos leemos: «En 1999 (…). Trabajaba como telefonista por la noche y en las tardes escribía y miraba por la ventana las piernas, los zapatos de la gente.» (pág. 29). Sobre este trabajo de teleoperador nos hablará en Larga distancia. Aquí conocerá a un chileno mayor que ha viajado a París a ver a su hija y que, de regreso a Santiago, querrá contratar al narrador de profesor de Lengua, algo que ha empezado ya a hacer con un grupo de alumnos adultos y que son todos mayores que él.
El tono de estos relatos es intimista y cordial, un tono en apariencia sencillo y cercano, que nos lleva a los recuerdos de niñez o juventud del narrador sin estridencias y que acaba consiguiendo efectos y asociaciones de trabajada pieza de orfebrería narrativa.
Cuando ya pensaba que, más que leer un libro de relatos, estaba leyendo una novela que completaba a Formas de volver a casa, llego al cuarto relato: Verdadero y falso. Aquí Zambra pasa de la primera persona a la tercera, para ocuparse de uno de sus grandes temas, los problemas en las relaciones paterno filiales, un tema que desarrollará en novelas como, por ejemplo, Poeta chileno. Aunque las tres primeras narraciones me parecen mejores, Verdadero y falso es también un buen cuento.
El quinto, Recuerdos de un computador personal, también en tercera persona, repite la intencionalidad de Verdadero y falso, pero considero que en este caso el efecto está más conseguido. Si en Verdadero y falso la relación entre padre e hijo se simbolizaba con la relación que el padre establece con una gata y sus hijos, en Recuerdos de un computador personal será un ordenador el símbolo de cómo está fallando la relación que un padre establece con su hijo.
En el primer cuento, Mis documentos, también juega Zambra a los símbolos familiares que une a los utensilios relacionados con la propia escritura: «Mi padre era un computador, mi madre una máquina de escribir. Yo era un cuaderno vacío y ahora soy un libro.», así acaba este primer cuento en la página 30.
El sexto cuento, Instituto Nacional, nos remite de nuevo al narrador de los tres primeros. La misma voz narrativa (considero) nos habla ahora de sus andanzas en un exigente colegio de secundaria. «En marzo de 1988 entré al Instituto Nacional. Y luego llegaron, al mismo tiempo, la democracia y la adolescencia. La adolescencia era verdadera. La democracia no.» (pág. 28). Este párrafo es del primer cuento, y en el sexto nos hablará de su paso por este Instituto Nacional. «No sé si es preciso aclarar que esos profesores eran unos verdaderos hijos de puta. (…) Ni el tiempo ni la distancia han atenuado mi rencor. Eran crueles y mediocres. Gente frustrada y tonta. Obsecuentes, pinochetista. Huevones de mierda.» (pág. 104). El narrador nos hablará de un alumno repetidor y de su pequeña rebelión ante una injusticia, marcando el tempo de aquellos años de dictadura.
Yo fumaba muy bien puede remitirnos de nuevo al narrador que nos recuerda a Zambra, del que ya he hablado. Un escritor adulto decide dejar de fumar por prescripción médica, para evitar de esta forma evitar las migrañas. El narrador nos hablará de su relación con el tabaco, de la cercanía que siente entre el acto de fumar y el de leer o escribir. Desde el principio este cuento nos remite a Sólo para fumadores de Julio Ramón Ribeyro, de hecho el propio personaje habla de él, así como de otros textos clásicos sobre el arte de fumar como La conciencia de Zeno de Italo Svevo. También nos hablará de sus recaídas, una de ellas en Buenos Aires instigado por un grupo de escritores, ¿será el Pedrito Maizal del cuento Pedro Mairal?
Gracias habla de un escritor chileno y una escritora argentina que tienen una beca creativa y una relación en Ciudad de México y sufren un secuestro en un falso taxi. En la actualidad Zambra vive en esta ciudad y a mí, cuando estuve allí de visita, también, igual que al personaje, me previnieron ante la idea arriesgada de tomar un taxi en la calle. No es de los mejores cuentos del conjunto, pero sigue siendo un buen cuento.
El hombre más chileno del mundo está escrito en tercera persona, y por tanto pertenece al grupo que el lector no identifica como de autoficción, y es también uno de los mejores cuentos del libro. Si fuera un inédito de Roberto Bolaño, éste cuento sería el mejor cuento inédito de Roberto Bolaño. De nuevo, Zambra nos enfrenta aquí a una pareja joven. Ella consigue una beca en Lovaina, y él decide gastarse todo su dinero e ir a visitarla sin avisar primero. Ella no querrá recibirlo. Él, perdido en Bélgica, es totalmente un personaje bolañesco. Conocerá a unas personas a las que empezará a contar un chiste larguísimo, una historia dentro de una narración más amplia, un recurso muy del gusto de Bolaño. En cada párrafo el lector siente que va a asistir a una revelación que acaba por no producirse (y esto es tan Bolaño).
Vida de familia, sobre un hombre de cuarenta años que recibe el encargo de su primo de cuidarle la casa familiar durante los cuatro meses que estará en Europa, es también un gran cuento sobre la soledad y el fracaso. Martín, el narrador, acabará envolviéndose en una red de mentiras de la que le costará salir, como parecía ocurrirle al narrador de los cuentos iniciales y que hemos identificado con Zambra.
Hacer memoria, sobre un escritor que recibe el encargo de escribir un cuento policiaco latinoamericano, es un cuento más efectista y envarado que otros, pero sigue siendo bueno.
En realidad, los once cuentos del conjunto me han parecido buenos. Mis documentos, como dije ya al principio, es uno de los mejores conjuntos de cuentos que he leído en los últimos años. Ya he empezado Tema libre, el siguiente conjunto de cuentos.