La economía norteamericana parece dirigirse hacia un iceberg para colisionar en poco más de una semana, gracias en parte a un estúpido tecnicismo que el Congreso pasó accidentalmente por alto al aprobar su legislación de ayudas por el coronavirus en marzo pasado.
En teoría, se suponía que las prestaciones federales por desempleo de 600 dólares semanales, que han supuesto una tabla de salvación crucial para las familias a lo largo de la crisis, debían expirar el 31 de julio. Esa era la fecha que la mayoría de los periodistas, personal de la colina del Capitolio y legisladores habían inscrito inicialmente en su cabeza como fecha límite para aprobar otra ronda de ayuda para la pandemia de modo que la gente que está sin trabajo no asista a una caída repentina y masiva de sus ingresos.
Pero resulta que pusimos un círculo en el día equivocado. El problema es que el 31 de julio es viernes, y los estados pagan las prestaciones de desempleo tomando como base las semanas que acaban en sábado o domingo. Como resultado de ello, la última semana de este mes no se verá rematada por los 600 dólares. Los fondos extra desaparecerán después del 26 de julio en cada uno de los estados.