Aunque el presidente de Estados Unidos Donald Trump y los integrantes de su gabinete intentan dar la impresión de que la economía del país es fuerte y marcha por buen camino, los datos indican lo contrario.
Para James Galbraith, profesor de la Escuela de Asuntos Públicos Lyndon B. Johnson de la Universidad de Texas, “la economía de Estados Unidos es un castillo de naipes que se derrumbó con la pandemia”, mientras que para el economista y corredor de Bolsa de la Euro Pacific Capital, Peter Schiff, “el coronavirus no es la causa de la caída de la economía, sino que solamente ayudó a desinflar la enorme burbuja en la que se ha convertido todo el país”.
Galbraith se pregunta ¿de qué recuperación estamos hablando? y asegura, no veremos una recuperación rápida porque los problemas de la economía estadounidense son estructurales pues ha enfrentado profundas transformaciones en el último medio siglo, y un regreso a la “normalidad” tras la pandemia tomará mucho tiempo.
Entre los cambios, este investigador y autor de varios libros sobre economía resalta que hace 50 años Estados Unidos producía bienes con diferentes niveles de desarrollo tecnológico más orientado al consumo interno, y ahora son mayores los de tecnología avanzada en sectores de la industria aeroespacial, informática, armamento, servicios petroleros o finanzas para abastecer la demanda global.
En mediano tiempo no crecerán las compras de aviones y la gente va a viajar menos, mientras algo parecido ocurrirá en el sector petrolero, la inmobiliaria o la compra de autos debido al cambio de mentalidad de los consumidores que gastarán menos dinero.
La incertidumbre por el futuro de los empleos provoca que el ciudadano ahorre, compre menos equipos electrodomésticos y no asista a conciertos, eventos deportivos, viajes o cenas fuera de casa.
Los analistas aseveran que las políticas adoptadas en los últimos años por las administraciones norteamericanas han motivado que Washington se esté alejando de las economías del primer mundo como revelan varios indicadores.
El desempleo se ha disparado en forma exponencial y rebasa los 40 millones de personas, principalmente trabajadores de los servicios, los del sector terciario, los empleos domiciliarios, y otros.
Los salarios básicos no han crecido en relación con el aumento de los precios lo cual ha motivado un mayor endeudamiento de las personas y las corporativas.
Los ciudadanos de media o baja entrada monetaria ven como cada año deben pagar más por los alquileres de viviendas, los servicios básicos y la educación por lo que algunos analistas estiman que la clase media estadounidense esta envuelta en una profunda crisis.
Si anteriormente los empleados sin educación superior podían tener una vida digna, ahora se enfrentan a dificultades cada vez mayores. Los salarios de la parte más pobre de la población norteamericana, ajustados a la inflación, no han subido en medio siglo.
Esta inestabilidad financiera también se refleja en la salud que se deteriora constantemente. Un reciente estudio señala que los ciudadanos de entre 45 y 54 años registran más casos de enfermedades crónicas que los jubilados.
La esperanza de vida de los estadounidenses solo creció tres años desde 1990. Datos de 2018 situaban la expectativa de vida en unos 78 años, un valor que se ha estancado en comparación con países como Japón, Italia, Alemania, Corea del Sur o incluso Grecia, que ya superan con creces los 80 años y apuntan a continuar aumentando.
Otro índice negativo es que la economía favorece la concentración en grandes empresas, posibilitando que los grupos económicos poderosos impulsen los salarios hacia abajo, mientras los precios se incrementan como por ejemplo los teléfonos móviles, los más caros del mundo.
Los ciudadanos pagan más por medicamentos, procedimientos médicos y consultas que los pacientes de cualquier otro país. De hecho, en promedio abonan el doble que los habitantes de países de ingresos altos por esos gastos.
La política tributaria resulta completamente desigual en comparación con naciones como Francia, Suecia, Noruega y otras donde los ricos llegan a pagar más de la mitad de sus ingresos en impuestos. En contraposición, la carga impositiva para los ricos norteamericanos sigue bajando, lo que hace que el esfuerzo recaiga en trabajadores e integrantes de la clase media.
La deuda federal ha crecido un promedio de un billón de dólares al mes desde el pasado abril y en junio sobrepasó los 26 billones de dólares, según el Departamento del Tesoro.
El pasado año, la deuda nacional se situaba en 22 billones de dólares y los especialistas vinculan su actual crecimiento con la recesión económica y el incremento del desempleo causados por la pandemia del coronavirus.
Otra cifra alarmante es que el volumen total de deuda acumulada por los hogares superó los 14 billones de dólares en el cuarto trimestre de 2019 tras haber aumentado 601 000 millones de dólares, mientras que dos de cada tres graduados universitarios terminan la escuela con grandes deudas las cuales totalizan 1,3 billones de dólares.
Al parecer como dice Peter Schiff, “la Covid fue el alfiler que acabó de desinflar la economía estadounidense”, o a la forma de Galbraith, “el castillo de naipes que se derrumbó con la pandemia”, aunque Trump no lo quiera aceptar.
Hedelberto López Blanch, periodista, escritor e investigador cubano.