Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
El presidente estaba abatido. Al sentir que su tiempo se acababa, pidió a sus ayudantes que le hicieran una lista con sus opciones políticas. No era especialmente religioso, pero, cuando la luz del día se desvaneció en el exterior de una Casa Blanca que se vaciaba rápidamente, cayó de rodillas y oró en voz alta, sollozando mientras golpeaba la alfombra con el puño. “¿Qué he hecho?”, dijo. “¿Qué ha sucedido?” Cuando el presidente comprendió que los militares podrían facilitarle las cosas si dejaban una pistola en el cajón de un escritorio, el jefe de gabinete llamó a sus médicos y ordenó que le quitaran todas las pastillas para dormir y los tranquilizantes, para asegurarse de que no disponía de medios para suicidarse.
La caída de Richard Nixon, en el verano de 1974, fue, como relatan Bob Woodward y Carl Bernstein en “The Final Days”, una de las más dramáticas de la historia de EE. UU. Aquel agosto, el escándalo del Watergate obligó a Nixon -acorralado por las grabaciones autoincriminatorias en la Casa Blanca y teniendo que enfrentar un juicio político y una destitución de su cargo- a renunciar. Posteriormente se acusó de manera formal a 29 personas estrechamente vinculadas con su administración, y varios de sus principales ayudantes y asesores, incluido su fiscal general, John Mitchell, acabaron en prisión. Sin embargo, el propio Nixon escapó de la acusación porque su sucesor, Gerald Ford, le concedió el indulto en septiembre de 1974.
Ningún presidente estadounidense ha sido acusado jamás de un delito. Pero, mientras Donald Trump lucha por aferrarse a la Casa Blanca, él y quienes lo rodean seguramente saben que si pierde -un resultado con el que nadie, en principio, debería contar-, la presunción de inmunidad que acompaña a la Presidencia desaparecerá. Dado que actualmente se están llevando a cabo más de una docena de investigaciones y demandas civiles que involucran a Trump, podría estar ante un final aún más peligroso que el que enfrentó Nixon. El historiador presidencial Michael Beschloss dijo de Trump: “Si pierde, nos encontraremos ante una situación que no será muy diferente de la de Nixon cuando renunció. Nixon habló de la puerta de la celda cerrándose con estrépito”. Trump ha sobrevivido a un impeachment, dos divorcios, seis bancarrotas, veintiséis acusaciones de conducta sexual inapropiada y cuatro mil demandas estimadas. Pocas personas han evadido las consecuencias con más astucia. Esa racha de buena suerte puede terminar, quizás brutalmente, si pierde ante Joe Biden. Incluso si Trump gana, podrían cernirse graves amenazas legales y financieras sobre su segundo mandato.
Dos de las investigaciones sobre Trump tienen al frente a funcionarios poderosos que se encargan de hacer cumplir las leyes estatales y municipales en Nueva York. Cyrus Vance, Jr., fiscal de distrito de Manhattan, y Letitia James, fiscal general de Nueva York, están investigando de forma independiente posibles cargos penales relacionados con las prácticas comerciales de Trump antes de que asumiera la presidencia. Debido a que sus jurisdicciones se encuentran fuera del ámbito federal, cualquier acusación o condena que resulte de sus acciones estaría fuera del alcance de un indulto presidencial. Es probable que los gastos legales de Trump por sí solos sean abrumadores. (Para cuando Bill Clinton dejó la Casa Blanca, había acumulado más de diez millones de dólares en honorarios legales). Y las finanzas de Trump ya están bajo una presión creciente. Durante los próximos cuatro años, según un sorprendente informe reciente del Times, Trump -reelegido o no- debe cumplir con los plazos de pago de más de 300 millones de dólares en préstamos que ha garantizado personalmente; gran parte de esta deuda se debe a acreedores extranjeros como el Deutsche Bank. Va a verse en apuros, a menos que pueda refinanciar esas deudas con los prestamistas. Mientras tanto, el Financial Times estima que, en total, alrededor de 900 millones de dólares de la deuda inmobiliaria de Trump vencerá en los próximos cuatro años. Al mismo tiempo está enfrascado en una disputa con el Servicio de Impuestos Internos sobre una deducción que ha reclamado en sus formularios de impuestos sobre la renta; un fallo adverso podría costarle 100 millones de dólares más. Para saldar esas deudas, el presidente, cuyo patrimonio neto calcula Forbes en 2.500 millones de dólares, podría vender algunos de sus activos inmobiliarios más valiosos o, como ha hecho en el pasado, encontrar formas para engañar a sus acreedores. Pero, según un análisis del Washington Post, las propiedades de Trump -especialmente sus hoteles y complejos turísticos- se han visto muy afectadas por la pandemia y las consecuencias de su divisiva carrera política. “Es su puesto en la Presidencia lo que lo mantiene alejado de la cárcel y del hospicio”, me dijo Timothy Snyder, profesor de historia en Yale que estudia el autoritarismo.
La Casa Blanca se negó a responder preguntas para este artículo, y si Trump ha hecho planes para una vida pospresidencial, no los ha compartido abiertamente. Un empresario amigo suyo de Nueva York dijo: “No puedes ni mencionárselo. Se pondría furioso ante la sugerencia de que podría perder”. En tiempos mejores, Trump ha disfrutado de ser presidente. El invierno pasado, un secretario del gabinete me dijo que Trump le había confiado que no podía imaginar regresar a su vida anterior como promotor inmobiliario. Según recordó el secretario del gabinete, los dos hombres iban avanzando en medio de un desfile rodeados por una multitud de seguidores que les aclamaban cuando Trump comentó: “¿No es increíble? Después de esto, no podría nunca volver a encargar ventanas. Sería tan aburrido…”.
A lo largo de la campaña de 2020, las cifras de las encuestas nacionales sobre Trump se han quedado a la zaga de las de Biden, y dos fuentes que hablaron con el presidente el mes pasado describieron que estaba de mal humor. Insistió con irritación en que había ganado ambos debates presidenciales, contrariamente incluso a la evaluación de su propia familia sobre el primero. Y se ha enfurecido no solo por las encuestas y los medios de comunicación, sino también con algunas personas a cargo de su campaña para la reelección, culpándolos de malgastar dinero y permitir que el equipo de Biden tenga una ventaja financiera significativa. El mal genio de Trump fue visible el 20 de octubre, cuando interrumpió una entrevista en “60 Minutes” con Lesley Stahl. Un observador con gran experiencia que pasó tiempo con él recientemente me dijo que nunca había visto a Trump tan enojado.
La sobrina del presidente, Mary Trump, psicóloga y autora de las reveladoras memorias “Too Much and Never Enough”, me dijo que su furia “habla de su desesperación”, y agregó: “Sabe que si no logra permanecer en el cargo va a tener que enfrentar serios problemas. Creo que será procesado, porque parece casi innegable lo extensa y prolongada que es su criminalidad. Si no le procesan a nivel federal, lo harán a nivel estatal”. Describió la “herida narcisista” que sufrirá Trump si es rechazado en las urnas. Dentro de la familia Trump, dijo, “perder era una sentencia de muerte, literal y figurativamente”. Su padre [de Mary], Fred Trump, Jr., el hermano mayor del presidente, “se quedó absolutamente destruido” ante el juicio expresado por su abuelo de que Fred no era “un ganador”. (Fred murió en 1981 por problemas de alcoholismo). Mientras el presidente reflexiona sobre una posible derrota política, ella cree que es “un niño aterrorizado”.
Barbara Res, cuyo nuevo libro “Tower of Lies”, se basa en los dieciocho años que pasó, de forma intermitente, desarrollando y administrando proyectos de construcción para Trump, también cree que el presidente no solo se postula para un segundo mandato, sino que está huyendo de la ley. “Una de las razones por las que está tan locamente decidido a ganar es por todas las especulaciones de que los fiscales van a perseguirlo”, dijo. “Sería un panorama completamente aterrador”. Calculó que, si Trump pierde, “nunca, jamás lo reconocerá, se irá del país”. Res señaló que, en una reciente concentración, Trump caviló ante la multitud sobre la huida, improvisando: “¿Podrían imaginarse que pierdo? No me voy a sentir nada bien. Tal vez tenga que irme del país, no lo sé”. Puede cuestionarse que esa palabrería sea realista, pero Res señaló que Trump podría irse “a vivir a uno de los edificios que posee en otro país”, y agregó: “Puede hacer negocios desde cualquier lugar”.
Resulta que en 2016 Trump hizo planes de hecho para salir de EE. UU. justo después de las elecciones. Anthony Scaramucci, un expartidario de Trump que trabajó brevemente como director de comunicaciones de la Casa Blanca, estuvo con él horas antes del cierre de las urnas. Scaramucci me dijo que Trump y prácticamente todos en su círculo esperaban que Hillary Clinton ganara. Según Scaramucci, mientras él y Trump paseaban alrededor de la Torre Trump, le preguntó: “¿Qué vas a hacer mañana?”. Cuando Scaramucci le dijo que no tenía planes, Trump le confió que había ordenado que su avión privado estuviera listo para despegar en el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy, de modo que a la mañana siguiente pudiera volar a Escocia para jugar al golf en su resort de Turnberry. La postura de Trump, me dijo Scaramucci, era hacer caso omiso de la esperada derrota. “Fue algo así como, OK, lo hizo por publicidad. Se acabó. Estaba bien. Fue una pérdida de tiempo y dinero, pero hay que seguir adelante”. Scaramucci dijo que, si 2016 sirve de guía, Trump trataría una derrota ante Biden con más naturalidad de lo que muchas personas esperan: “Perderá más fácilmente de lo que la mayoría de la gente piensa. Nada aplasta a este tipo”.
Mary Trump, al igual que Res, sospecha que su tío está considerando marcharse de Estados Unidos si pierde las elecciones (un resultado que ella considera poco seguro). Si Biden gana, sugirió, Trump “se describirá a sí mismo como lo mejor que le ha pasado a este país y dirá: ‘Este país no me merece, voy a hacer algo realmente importante, como construir la Torre Trump en Moscú’”.
La idea de que un expresidente estadounidense se exilie, como un rey deshonrado o un déspota depuesto, suena casi absurdo incluso en este decisivo momento, y muchos observadores cercanos del presidente, incluido Tony Schwartz, el escritor fantasma del primer bestseller de Trump, “The art of the deal”, descarta la idea. “Estoy seguro de que está aterrorizado”, me dijo Schwartz. “Pero no creo que se vaya del país. ¿A dónde diablos se iría?”. Sin embargo, Snyder, el profesor de Yale cuya especialidad son los regímenes antidemocráticos en Europa del Este, cree que Trump bien podría huir a un país extranjero que no tenga tratado de extradición con Estados Unidos. “A menos que seas un idiota, tienes ese plan de vuelo listo”, dijo Snyder. “Todos me dicen que tendrá un programa en Fox News. Yo creo que tendrá un show en RT”, la cadena de la televisión estatal rusa.
En opinión de Snyder, esas maniobras desesperadas no habrían sido necesarias si Trump hubiera sido un autócrata más hábil. Aunque el presidente ha hecho recientemente varios gestos autoritarios (en junio, amenazó con desplegar al ejército contra los manifestantes y en julio habló de retrasar las elecciones), Snyder sostiene que la situación de Trump “es que no ha arruinado aún lo suficiente nuestro sistema”. Snyder explicó: “Generalmente, los autócratas distorsionan el sistema tanto como sea necesario para mantenerse en el poder. Por lo general, significa deformar la democracia antes de llegar adonde está Trump ahora”. Para un autócrata arraigado, una elección es un mero teatro, pero la conclusión de la contienda Trump-Biden sigue siendo impredecible, a pesar de las preocupaciones sobre la supresión de votantes, los recuentos de los votos disputados y los disturbios civiles.
El día de las elecciones, el margen de la victoria puede ser crucial para determinar el futuro de Trump. Si la ventaja del ganador en el Colegio Electoral es decisiva, ninguna de las partes podrá disputar fácilmente el resultado. Pero varios de los exasociados de Trump me dijeron que si hay alguna duda, no importa cuán cuestionable sea, el presidente insistirá en que ha ganado. Michael Cohen, exabogado de Trump, me dijo: “No cederá. Nunca, nunca, nunca”. Continuó: “Creo que va a cuestionar la validez del voto en todos y cada uno de los estados que pierda, alegando fraude electoral, intentando socavar el proceso e invalidarlo”. Cohen cree que la reciente prisa por confirmar a Amy Coney Barrett en el Tribunal Supremo estaba en parte motivada por la esperanza de Trump en que la mayoría de los jueces se pongan de su lado en una elección disputada.
Cohen, quien se declaró culpable en 2018 de mentirle al Congreso y de varios delitos financieros, incluida la contribución ilegal a la campaña presidencial de Trump, se ha enfrentado a preguntas sobre su credibilidad. Pero afirmó: “He oído que la gente de Trump ha estado hablando con abogados en todo el país, tomándoles la temperatura respecto a esta cuestión”. Uno de los abogados personales de Trump, el abogado litigante del Tribunal Supremo William Consovoy, ha iniciado acciones legales en todo el país desafiando la votación por correo en nombre del Partido Republicano, de la campaña de Trump y de un grupo financiero oscuro que se hace llamar Honest Elections Project. Y un exfuncionario de Trump en la Casa Blanca, Mike Roman, que ha hecho carrera de avivar el miedo sobre el fraude de los votantes no blancos, ha asumido el papel de general de campo de una flota voluntaria de observadores electorales que se refieren a sí mismos como el Ejército de Trump.
Cohen está tan seguro de que Trump perderá que recientemente hizo una apuesta de diez mil dólares. “Culpará a todos menos a sí mismo”, dijo Cohen. “Todos los días despotricará y delirará y gritará y gritará sobre cómo le robaron la Presidencia. Dirá que ganó por millones y millones de votos, y que hicieron trampa con los votos de personas muertas y personas que aún no habían nacido. Dirá todo tipo de mentiras y activará sus milicias. Va a ser un espectáculo patético. Pero, al acumular de partidarios el Tribunal Supremo, está pensando en que puede obtener una orden judicial. Trump repite sus mentiras una y otra vez con la creencia de que cuanto más las diga, más las creerá la gente. Todos deseamos que se calle, pero el problema es que no lo hará”.
Schwartz estuvo de acuerdo en que Trump “hará cualquier cosa para defender que no perdió”, y señaló que una de las fortalezas de Trump ha sido su negativa a admitir el fracaso, lo que significa que “cuando gana, gana, y cuando pierde también gana”. Pero si Trump pierde por abrumadora mayoría, dijo Schwartz, “tendrá muchas menos cartas para jugar. No podrá jugar la carta de que me robaron las elecciones, y eso es muy importante”.
Es difícil imaginar a un expresidente de los Estados Unidos tras las rejas u obligado a realizar un servicio comunitario, como tuvo que hacer el exprimer ministro italiano Silvio Berlusconi tras ser condenado por fraude fiscal. Sin embargo, algunas de las amenazas legales dirigidas a Trump son graves. El caso que está llevando a cabo la oficina de Vance, en Manhattan, parece ser particularmente sólido. Según los documentos judiciales de la acusación de Cohen, no actuó solo. El caso de Cohen se centró en el pago de dinero secreto a la estrella porno Stormy Daniels, con quien el presidente tuvo supuestamente una relación sexual. El gobierno afirmó que el plan de Cohen contó con la ayuda de un cómplice no acusado a quien los fiscales federales en el Distrito Sur de Nueva York se refirieron como “Individuo-1”, y que fue quien dirigió “una campaña finalmente exitosa para el presidente de Estados Unidos”.
Está claro que era una referencia a Trump. Pero, debido a que en las últimas décadas el Departamento de Justicia ha sostenido que un presidente en funciones no puede ser procesado, la oficina del Fiscal de los Estados Unidos puso fin a su caso después de la condena de Cohen. Vance parece haber continuado donde el fiscal federal lo dejó.
La dirección de la investigación de Vance puede deducirse del memorando de la sentencia de Cohen: revelaba que, durante la campaña presidencial de 2016, Cohen estableció una empresa fantasma que pagó 130.000 dólares a Daniels. La Organización Trump disfrazó el pago del dinero secreto como “gastos legales”. Pero el gobierno argumentó que el dinero, que compró su silencio, fue una contribución ilegal a la campaña: ayudó a la candidatura de Trump al suprimir hechos lesivos y excedió con creces el límite federal de donaciones de 2.700 dólares. Además, debido a que el pago se describió falsamente como gastos legales, es posible que se hayan violado las leyes de Nueva York que prohíben la falsificación de registros comerciales. Esos delitos suelen ser delitos menores, pero si se cometen con el fin de promover otros delitos, como el fraude fiscal, pueden convertirse en delitos graves. Los documentos del Tribunal declaraban que Cohen “actuó en coordinación con, y bajo la dirección, del Individuo-1”, una acusación que Trump ha negado con vehemencia.
Ha quedado claro que la investigación del fiscal de distrito de Manhattan tiene más implicaciones que el caso de Stormy Daniels. El secreto rodea la investigación de Vance ante el gran jurado, pero una fuente bien informada me dijo que ahora incluye una exploración contundente de la autonegociación potencialmente ilegal de las prácticas financieras de Trump. En una presentación judicial de agosto, la oficina del fiscal argumentó que se le debería permitir citar los registros fiscales personales y corporativos de Trump, y explicó que ahora está investigando “una conducta criminal posiblemente extensa y prolongada en la Organización Trump”. Los fiscales no especificaron qué estaba investigando el gran jurado, pero citaron noticias que detallaban posibles fraudes fiscales, fraudes de seguros y “esquemas para defraudar”, que es la forma en que la ley penal de Nueva York aborda el fraude bancario. Como muestran informes recientes del Times sobre los registros fiscales de Trump, durante mucho tiempo ha hecho un uso agresivo y potencialmente fraudulento de trucos contables para casi eliminar su carga de impuestos sobre la renta. Un detalle menor pero revelador es que dedujo 70.000 por gastos de peluquería, que normalmente es un gasto personal. Al mismo tiempo, de acuerdo con el testimonio ante el Congreso que dio Cohen el año pasado, Trump ha proporcionado a las compañías de seguros cuentas infladas de resultados, llevando en efecto dos juegos de libros: uno que indica pérdidas, a efectos de impuestos, y otro que exagera las ganancias, de cara a los negocios. Los abogados de Trump se han negado sistemáticamente a revelar sus registros fiscales, luchando contra las citaciones tanto en los tribunales de circuito como en el Tribunal Supremo. Trump ha negado cualquier irregularidad financiera y ha denunciado los esfuerzos para analizar sus declaraciones de impuestos como “una continuación de la peor caza de brujas en la historia de Estados Unidos”. Pero su equipo legal ha perdido todos los asaltos en los tribunales y puede que se estén quedando sin argumentos. Es posible que las autoridades legales de Nueva York dejen de molestarle. Incluso un crítico de Trump como Scaramucci cree que “poner en la cárcel a un presidente estadounidense es demasiado esfuerzo para el sistema”. Pero un ex alto funcionario de Nueva York me sugirió que es poco probable que Vance y James abandonen sus investigaciones si Trump pierde el 3 de noviembre, aunque solo sea porque enviaría un mensaje no deseado: “Si eres Tish James o Cy Vance y abandonas el caso en el momento en que deja el cargo, estás admitiendo que te motivaba una cuestión política”.
Para conseguir una condena, el gobierno tendría que demostrar más allá de toda duda razonable que Trump cometió un fraude a sabiendas. Los fiscales con los que hablé me dijeron que esto podría ser complicado. Como ha señalado Cohen, Trump escribe poco, no envía correos electrónicos ni mensajes de texto y, a menudo, da a conocer sus deseos por medios indirectos. Hay también obstáculos potenciales que plantean los plazos de prescripción. Pero los fiscales han asegurado claramente la cooperación de Cohen. Desde que Cohen comenzó a cumplir una sentencia de prisión de tres años en la instalación correccional federal en Otisville, Nueva York, ha sido entrevistado por abogados de la Oficina de Delitos Económicos Graves de Vance al menos cuatro veces. (A Cohen se le concedió la liberación anticipada debido a la pandemia).
Norman Ornstein, un científico político del American Enterprise Institute, en Washington, D.C., crítico abierto de Trump, dijo: “Las probabilidades de que las autoridades del estado de Nueva York lo pillen en todo tipo de fraudes fiscales son del 99,9999%. Sabemos que estos no son delitos que terminen solo con multas”. Martin Flaherty, director fundador del Centro Leitner de Derecho y Justicia Internacional, en la Universidad de Fordham, y experto en justicia transicional, estuvo de acuerdo: “Tengo que creer que Trump ha cometido suficientes delitos comunes como para que se le pueda atrapar”.
La pregunta de qué constituiría una rendición de cuentas apropiada para Trump -que sirviera para disuadir a otros políticos de participar en transgresiones similares o peores- ha provocado ya un debate. Flaherty, una autoridad en las luchas de otros países contra los crímenes estatales, cree que en Estados Unidos tendría “un efecto saludable que un tipo completamente corrupto sea encarcelado”. Reconoció que a Trump “podría perdonársele”, pero dijo: “Un gran problema que tenemos desde el Watergate es que las élites no rinden cuentas. Esto crea una cultura de impunidad que fomenta la desvergüenza de alguien como Trump”.
Sin embargo, existen evidentes riesgos políticos. Anne Milgram, ex fiscal general de Nueva Jersey y exabogada del Departamento de Justicia, sugirió que Biden, en caso de que ganara, probablemente se mantendrá alejado de cualquier acción que socave la confianza en la imparcialidad del sistema judicial o revitalice a la base de Trump. “Lo ideal”, me dijo, sería que la oficina del fiscal de distrito de Manhattan, no el Departamento de Justicia, se encargara de los casos penales. Vance, señaló, es un fiscal local elegido democráticamente en la ciudad donde tiene su sede la Organización Trump. Por impensable que sea imaginar a Trump cumpliendo una condena en Rikers Island, dijo: “También supondría un coste para una nueva administración si simplemente pasara página y no hiciera nada”. Milgram continuó: “Trump declarará la victoria y el trumpismo no habrá terminado. Plantea grandes interrogantes. Es una situación harto imposible”.
Aunque Trump no tiene poder para perdonar o conmutar una condena de un tribunal del estado de Nueva York, puede perdonar prácticamente a cualquier persona que enfrente cargos federales, incluido, posiblemente, a sí mismo. Cuando Nixon, que era abogado, estuvo en la Casa Blanca, concluyó que tenía este poder, aunque sintió que se deshonraría a sí mismo si intentaba usarlo. El propio Departamento de Justicia de Nixon no estuvo de acuerdo con él cuando se le preguntó si un presidente podía de hecho perdonarse a sí mismo. La Subprocuradora General en funciones, Mary C. Lawton, emitió un memorando en el que proclamaba, en una sentencia prácticamente sin análisis, que “bajo la regla fundamental de que nadie puede ser juez en su propio caso, parecería que la pregunta debería responderse de forma negativa”. Sin embargo, el memorando continuaba sugiriendo que si el presidente fuera declarado temporalmente incapaz de desempeñar las funciones del cargo, el vicepresidente se convertiría en el presidente interino y, en esa capacidad, podría indultar al presidente, quien luego podría renunciar o reanudar las funciones de su cargo.
Hasta la fecha, esa es la única opinión gubernamental conocida sobre el tema, según Jack Goldsmith, quien, bajo George W. Bush, dirigió la Oficina de Asesoría Legal del Departamento de Justicia y ahora imparte clases en la Facultad de Derecho de Harvard. Recientemente, Goldsmith y Bob Bauer, un abogado de la Casa Blanca bajo Barack Obama, coescribieron “After Trump: Reconstructing the Presidency”, en el que la pareja bipartidista ofrece un plan para remediar algunas de las debilidades estructurales que el gobierno de Trump ha dejado expuestas. Entre sus proposiciones se encuentra una norma que prohíbe explícitamente a los presidentes perdonarse a sí mismos. También proponen que se modifiquen las leyes sobre soborno para evitar que los presidentes utilicen indultos para sobornar a testigos u obstruir la justicia.
Es probable que tales reformas lleguen demasiado tarde para detener a Trump, señaló Goldsmith: “Si pierde –si-, podemos esperar que otorgue indultos de manera promiscua, incluso para sí mismo”. El presidente ha emitido ya 44 indultos, algunos de ellos extraordinariamente controvertidos: uno fue para su aliado político Joe Arpaio, el exalguacil de Arizona que fue condenado por desacato criminal en su persistente violación de los derechos de los inmigrantes. Trump también conmutó la sentencia de su amigo Roger Stone, el agente político que fue condenado por siete delitos graves, incluida la manipulación de testigos, mentir a los investigadores federales e impedir una investigación del Congreso. Otros presidentes han concedido también indultos cuestionables. La decisión de Bill Clinton de perdonar al financiero Marc Rich en 2001, poco después de que la exesposa de Rich donara más de un millón de dólares a la biblioteca presidencial de Clinton y a los fondos para financiar la campaña demócrata, estaba tan impregnada de sobornos que provocó una investigación federal. (Clinton fue absuelto). Pero, dijo Goldsmith: “ningún presidente ha abusado del poder del perdón de la misma manera que Trump”. Dado este patrón, agregó, “me sorprendería que no se perdonara a sí mismo”. Jon Meacham, historiador presidencial, estuvo de acuerdo. Como dijo, “un autoperdón sería el acto supremo de onanismo constitucional de un presidente narcisista”.
Que un autoperdón resistiera la revisión judicial es otro asunto. “Su validez está completamente sin probar”, dijo Goldsmith. “No está claro que funcionara. El poder del perdón es muy, muy amplio. Pero no hay forma de saberlo realmente. Los expertos no acaban de aclararse”.
Roberta Kaplan, una abogada litigante de Nueva York, sugirió el mismo escenario esbozado en el memorando de Lawton: Trump “podría renunciar y ser perdonado por Pence”. Kaplan representa a E. Jean Carroll, quien está demandando a Trump por difamación porque este negó su acusación de haberla violado en un camerino de Bergdorf Goodman, en la década de los noventa. La demanda, que un juez federal permitió que avanzara el 27 de octubre, es una de las muchas amenazas legales civiles dirigidas a Trump.
Aunque Kaplan puede imaginarse a Trump tratando de perdonarse a sí mismo, cree que desafiaría el sentido común. Ella bromeó: “Si eso está bien, yo también podría perdonarme a mí misma en el Yom Kipur”.
Los académicos de hoy están mucho menos unidos de lo que solían estar sobre la sensatez de perdonar a los presidentes. El perdón de Ford a Nixon se ve cada vez con más escepticismo. Aunque la acción de Ford generó indignación pública, finalmente se formó un consenso entre los sabios de Washington de que había demostrado una habilidad política desinteresada al poner fin a lo que llamó “nuestra larga pesadilla nacional”. Ford perdió las elecciones de 1976, en parte debido a la reacción violenta, pero luego ganó el premio John F. Kennedy Profile in Courage Award por su decisión y fue alabado por todos, desde Bob Woodward hasta el senador Ted Kennedy. Beschloss, el historiador que entrevistó a Ford sobre el asunto, me dijo: “Creo que hizo bien en ofrecer el perdón, pero se equivocó al no pedir una confesión firmada de que Nixon era culpable de los cargos. El resultado fue que Nixon se pasó el resto de su vida argumentando que no había hecho nada peor que cualquier otro presidente”. El periodista e historiador Sam Tanenhaus ha escrito que el perdón de Ford permitió a Nixon y sus partidarios “plantar las semillas de una contrahistoria del Watergate” en la que Nixon “no era el perpetrador sino la víctima, perseguido por los medios liberales”. Esta narrativa le permitió a Nixon replantear su juicio político y las investigaciones del Congreso sobre su mala conducta como una “criminalización ilegítima de la política”.
Desde entonces, Trump y otros demagogos se han hecho eco de los argumentos de Nixon para desviar las investigaciones de sus propias malas conductas. Meacham, quien también habló con Ford sobre el indulto, dice que Ford estaba tan obsesionado por las críticas que alegaban que le había dado a Nixon un pase gratuito que comenzó a llevar una tarjeta mecanografiada en su billetera citando una decisión de la Corte Suprema de 1915, en Burdick versus Estados Unidos, que sugería que la aceptación de un indulto implica una admisión de culpabilidad. La carga de juzgar las malas acciones de un predecesor pesó mucho sobre Ford, y Meacham dijo, “eso es con lo que Biden puede tener que luchar”.
A varios exasociados de Trump les preocupa que, si Biden gana, pueda haber un período tumultuoso antes de cualquier transferencia de poder. Schwartz, que ha escrito un nuevo libro sobre Trump, “Dealing with the Devil”, teme que “este período entre noviembre y la inauguración en 2021 sea el período más peligroso”. Schwartz continuó: “Si Biden es investido presidente, sabremos que hay un nuevo jefe, un nuevo sheriff en la ciudad. En este país, el presidente es el número uno. Pero, hasta entonces, el mayor peligro es que Trump diga, implícita o explícitamente, a sus seguidores que sean violentos”. (Trump ya lo ha hecho implícitamente, después de haber dicho en el primer debate que los Proud Boys, un grupo extremista, deberían “mantenerse al margen”). Mary Trump predijo que, si Trump es derrotado, él y sus asociados pasarán las próximas once semanas “destrozando tantas cosas como puedan al marcharse, robará tanto dinero de los contribuyentes como pueda”.
Joe Lockhart, que trabajó como secretario de prensa de Bill Clinton, me sugirió que, si Biden gana por un margen estrecho, un interregno caótico podría brindar una oportunidad para un “acuerdo global” en el que Trump acepte el resultado de las elecciones y se “marche” a cambio de la promesa de que no tendrá que enfrentar cargos en ningún lugar, incluso en Nueva York. Lockhart argumentó que las autoridades judiciales de Nueva York no son solo abogados sino también políticos, y podría convencérseles de que el acuerdo es de interés público. Señaló que se hizo un arreglo global, “en microcosmos”, al final de la presidencia de Clinton, cuando el abogado independiente detrás de la investigación de Monica Lewinsky acordó ponerle fin si Clinton pagaba 25.000 dólares de multa, renunciaba a su licencia de abogado y admitía que había testificado falsamente bajo juramento. “Así que hay algún precedente”, dijo Lockhart, aunque admitió que tal acuerdo enojaría a muchos estadounidenses.
Entre ellos estaría Bauer, el abogado de Obama en la Casa Blanca, que ahora es profesor en la School of Law de la Universidad de Nueva York. Bauer ha argumentado que los presidentes deberían estar sujetos a las mismas consecuencias por violar la ley que todos los demás. “¿Cómo puede el oficial de policía de mayor rango de EE. UU. lograr inmunidad ejecutiva?”, dijo. “Entiendo las preocupaciones, pero, dada la lamentable situación del sistema judicial en este país, sencillamente no lo entiendo”. Ian Bassin, que también trabajó en la oficina de asuntos jurídicos de la Casa Blanca con Obama y ahora dirige la ONG Protect Democracy, dijo que el esfuerzo no va tanto de castigar a Trump como de desalentar a futuros tiranos. “Creo que Trump es el canario en la mina de carbón”, me dijo. “Trump 2.0 es lo que me aterroriza, alguien que dice: ‘Oh, Estados Unidos está abierto al gobierno de un hombre fuerte, pero yo puedo hacerlo de forma más competente’”.
Adivinar qué podría hacer Trump si pierde (y no va a prisión) se ha convertido en un juego de salón entre sus antiguos socios. En 2016, cuando parecía casi seguro que Trump no sería elegido, los asesores comenzaron a prepararse para lo que denominaron Trump News Network, una plataforma de medios de comunicación en la que podría seguir hablando y cobrando dinero. Según un activista político con vínculos conservadores, entre las partes involucradas en las discusiones se encontraban Steve Bannon, quien en ese momento dirigía tanto la campaña de Trump como el sitio web de extrema derecha Breitbart, y el Sinclair Broadcast Group, que ofrece una programación de televisión conservadora a casi noventa mercados. (Sinclair niega su participación en estas discusiones). Antes de que Trump derrotara a Hillary Clinton, al parecer alentó también a su yerno, Jared Kushner, para que explorara oportunidades de hacer negocio en los medios de comunicación. Después de que la noticia de las maquinaciones se filtrara a la prensa, Trump reconoció que tenía lo que llamó una “base enorme de seguidores”, pero afirmó: “No, no tengo ningún interés en una TV Trump”. Sin embargo, como Vanity Fair informó recientemente, Kushner, durante ese período previo a la elección, llegó a hacer una oferta para adquirir Weather Channel como vehículo que podría convertirse en una red pro-Trump. Pero, según la revista, la oferta de Kushner, 300 millones de dólares, se quedó muy por debajo de los 450 millones de dólares solicitados por uno de los propietarios del canal, la firma de capital privado Blackstone. Tanto Kushner como Blackstone negaron la historia, pero una fuente personalmente informada de las negociaciones me dijo que tal historia era exacta.
Barbara Res, exempleada de la Organización Trump, y otros exasociados de Trump creen que, si el presidente es derrotado, volverá a intentar lanzar algún tipo de empresa mediática. Un operativo demócrata en Nueva York con vínculos con los círculos empresariales republicanos me dijo que se había mencionado recientemente a Bernard Marcus -cofundador multimillonario de Home Depot y partidario de Trump- como alguien que podría respaldar una segunda versión de una plataforma de medios para Trump. A través de un portavoz, Marcus no descartó la idea. Dijo que, hasta la fecha, no se había involucrado, pero añadió: “Puede que sea necesario afrontar el futuro, y es una gran idea”. Las especulaciones se han centrado en que Trump una fuerzas con uno de los dos portavoces pro-Trump existentes en todo el país: Sinclair y One America News Network, una anémica empresa de cable que se destaca por su promoción de figuras marginales como Jack Posobiec, quien difundió la teoría de la conspiración del Pizzagate. Una empresa de medios de Trump probablemente se colocaría deliberadamente a la derecha de Fox News, a la que Trump ha criticado cada vez más por no ser lo suficientemente leal. El 26 de abril, por ejemplo, Trump tuiteó: “La gente que está viendo @FoxNews, en cifras récord (gracias, presidente Trump), está enojada. Quieren una alternativa ya. ¡Yo también!”
Un exasociado de Trump que está en el mundo de los medios especuló con que Trump podría, en cambio, llenar el vacío de la radio hablada dejado por Rush Limbaugh, quien a mediados de octubre anunció que tenía un cáncer de pulmón terminal. No hemos podido contactar ni con Limbaugh ni con sus productores para solicitar sus comentarios. Pero el antiguo socio sugirió que si Trump presentaba un programa de este tipo, tal vez desde su club de golf en West Palm Beach, Florida, podría continuar intentando reunir a sus bases para no perder relevancia. El exasociado señaló que Trump podría transmitir el programa tras pasar la mañana jugando al golf. Al igual que en “The Apprentice”, -y en la Casa Blanca- podía hacer riffs, con poca o ninguna preparación. Trump ha sido notablemente solícito con Limbaugh, otorgándole la Medalla Presidencial de la Libertad y tuiteando compasivamente sobre su salud.
Limbaugh se ha enriquecido con su show y su valor se estima en medio millón de dólares; Trump ha comentado públicamente lo lucrativo que es el trabajo de Limbaugh, exclamando en un discurso en diciembre pasado que Limbaugh “gana, como, me dicen, cincuenta millones al año, puede que tirando por lo bajo, así que, si alguien quiere ser un buen presentador conservador de programas de debate, no es una mala vida”.
Sin embargo, Res no puede imaginarse a Trump conformándose con un mero programa de radio, sería una plataforma “demasiado pequeña”. Tony Schwartz dijo del presidente: “Es demasiado perezoso para hacer un programa diario de tres horas como ese”. Sin embargo, tal plataforma ofrecería a Trump una serie de ventajas, incluido su potencial para convertirse en una persona políticamente influyente en el estado clave de Florida. (Bannon pronosticó recientemente, con considerable escepticismo, que si Trump pierde las elecciones, podría presentarse nuevamente en 2024).
En 1997, Trump publicó su tercer libro, “The Art of the Comeback” [El arte del regreso], en el que se jactaba de su resistencia después de rozar la bancarrota. Pero, en un reciente enfrentamiento cara a cara televisado en el ayuntamiento, Biden obtuvo índices de audiencia significativamente más altos que Trump, una señal de que un regreso a la televisión podría no ser un éxito garantizado para el presidente. El columnista del New York Times Frank Rich, un excrítico de teatro que ha ayudado a producir dos programas de éxito para HBO, publicó recientemente un ensayo titulado “America Is Tired of the Trump Show” [Estados Unidos está harto del show Trump].
Las señales del mundo inmobiliario de Nueva York tampoco son alentadoras. Recientemente le pregunté a un importante banquero de Nueva York, que conoce a Trump desde hace décadas, qué pensaba de las perspectivas de Trump. Respondió sin rodeos: “Se acabó el negocio inmobiliario. ¡Se acabó! Ningún banco se acercaría a él”. Argumentó que incluso el Deutsche Bank -notoriamente la única institución que continuó prestando dinero a Trump en las dos décadas antes de que llegara a presidente- podría mostrarse reacio a continuar la relación. “Podrían perder a todos los clientes estadounidenses que tienen en todo el mundo”, dijo. “Creo que el nombre de Trump se ha convertido en un lastre enorme”. Admitió que en algunas partes del país y en otras partes del mundo, el nombre de Trump aún podría ser atractivo. “Quizás en las gasolineras del sur y el suroeste”, bromeó.
Si Trump se viera obligado a darse por vencido en las elecciones, Scaramucci espera que “se vaya a Florida y acumule sus ganancias haciendo transacciones con oligarcas extranjeros; creo que se irá con esos tipos y les dirá: ‘He hecho mucho favores, así que envíenme 5.000 millones’”. El deshonrado vicepresidente de Nixon, Spiro Agnew, quien se vio obligado a renunciar en 1973 en medio de un escándalo de corrupción, suplicó más tarde apoyo financiero al príncipe heredero de Arabia Saudí mientras se comprometía a continuar luchando contra los sionistas en América. Comenzando con Gerald Ford, los expresidentes han cobrado enormes tarifas por sus discursos, a veces de anfitriones extranjeros. Una vez que Ronald Reagan dejó el cargo, le pagaron dos millones de dólares para visitar Japón, y la mitad de esa cantidad fue, según los informes, por un discurso. Las memorias en la Casa Blanca han sido otra fuente lucrativa de ingresos para expresidentes y primeras damas. Bill y Hillary Clinton recibieron un total de 36,5 millones de dólares en anticipos por sus libros, y se dice que Barack y Michelle Obama ganaron más de 65 millones de dólares por sus derechos de libros conjuntos en todo el mundo. Trump ha reconocido que no es lector de libros, y Schwartz ha señalado que, durante el año y medio que trabajaron juntos en “The Art of the Deal”, nunca vio un solo libro en la oficina o apartamento de Trump. Sin embargo, Trump ha obtenido derechos de autor en más de una docena de libros hasta la fecha y, dado que es un probado experto en marketing, es inconcebible que no intente vender más.
Lawrence Douglas, profesor de derecho en Amherst College y autor de un libro reciente sobre el presidente, “Will He Go?”, predijo que Trump -ya sea dentro o fuera de la Casa Blanca- “seguirá siendo una fuente de caos y división en la nación”. Douglas, que es coeditor de un libro de texto sobre justicia transicional, me dijo que no se siente cómodo con la idea de que una administración entrante procese a un jefe de estado saliente. “Eso realmente parece una dictadura de medio pelo”, dijo. También advirtió que tal medida podría ser incendiaria porque, “para decenas de millones de estadounidenses, Trump seguirá siendo una figura heroica». Independientemente de lo que depare el futuro, Douglas duda de que Trump pueda alguna vez desvanecerse felizmente, como han hecho muchos otros presidentes: “Anhela ser el centro de atención, tanto porque satisface su narcisismo como porque ha tenido mucho éxito comercializándolo”. Las actividades pacíficas podrían haber funcionado con George W. Bush, pero Douglas está seguro de una cosa sobre el futuro de Trump: “Este tipo no va a empezar a pintarse los pies en la bañera”.
Jane Mayer es una periodista de investigación de The New Yorker. Ha escrito, entre otros, los libros: “Strange Justice: The Selling of Clarence Thomas”, con Jill Abramson; “Landslide: The Unmaking of the President”, con Doyle McManus; “The Dark Side: The Inside Story of How the War on Terror Turned into a War on American Ideals”.
Fuente:
https://www.newyorker.com/magazine/2020/11/09/why-trump-cant-afford-to-lose
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