En este siglo XXI la Unión Europea (UE) se halla en el dilema de tratar de navegar entre dos aguas aunque siempre los países del viejo continente se han inclinado hacia las directrices que les imponen desde Washington.
La UE ha pasado este año por grandes desafíos, primero por la decisión del Reino Unido de apartarse de esa Unión lo que le ha representado la pérdida de su segundo socio económico en importancia con un Producto Interno Bruto (PIB) de 2 810 billones de dólares y con un apreciable intercambio comercial.
Esa separación significa que el PIB de los actuales 27 miembros sea de unos 13 652 billones mientras que anteriormente se estimaban en 16 450 billones de dólares.
En segundo lugar, la actual pandemia del coronavirus ha impuesto graves situaciones económico-financieras para el viejo continente pues en el segundo trimestre de 2020 la zona euro cayó 12,1 % y en el conjunto de la UE un 11,9 % los mayores desde que comenzaron los registros en 1995.
En la eurozona la covid-19 provocó en lo que va de año un hundimiento sin precedentes de todos los grandes países; España 18,5 %, Portugal 14,1 %, Francia 13,8 %, Italia 12,4, Bélgica 12,2, Austria 12,7 % % y Alemania 10,1 %.
Los cálculos estimados para el cierre de 2020 indican que habrá una recesión del 8,3 % para la UE y del 8,7 % en la eurozona.
A estas calamidades económicas se unen las políticas de extorsiones aplicadas a numerosos países por el presidente del decadente imperio estadounidense, Donald Trump, quien no solo ha aplicado sus eufemísticas “sanciones” a China, Rusia, Irán, Venezuela, Nicaragua y Cuba, entre otros, sino también a sus aliados europeos.
Acciones proteccionistas de Washington se dirigieron contra la UE tras entrar en vigor el 18 de octubre de 2019 la imposición de aranceles por valor de 7 500 millones de dólares a productos de la unión.
Entre los afectados se encuentran aceites de oliva, aceitunas, vinos, whisky y quesos elaborados en diferentes países.
En realidad la política de imposición arancelaria se debe al grave problema de competitividad por la baja productividad que padece Estados Unidos y su obstinada política de creer que aun vive en un mundo unipolar. En definitiva con ese accionar destruye la ya poca confianza que le profesan sus propios aliados.
Estos dos ejemplos son esclarecedores. En mayo de 2018, Washington anunció la retirada de su país del Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC), que estipula limitaciones al programa nuclear iraní para excluir su posible dimensión militar, a cambio del levantamiento de las sanciones internacionales, con el cual ese país fue uno de sus signatarios además de Irán, Rusia, Alemania, Gran Bretaña, Francia y China.
La Unión Europea ha fustigado la salida de Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán, “porque es un ataque económico contra la Unión” ya que varias naciones como Francia y Alemania tenían grandes negociaciones con el gobierno y empresas de la nación persa.
También el decadente imperio arremetió contra las naciones europeas que construyen junto con Rusia el gasoducto Nord Stream 2 que suministrará 55 000 millones de metros cúbicos de gas al año a varios países. Estados Unidos quiere que Europa le compre ese combustible que produce mediante la técnica de Fracking, el cual es mucho más costoso.
Washington emitió una llamada ley de Protección de la Seguridad Energética que afecta a todas las empresas que participan en la construcción, explotación y mantenimiento del gasoducto, es decir, a más de 120 compañías de 12 países europeos.
Estas políticas han llevado a la Unión Europea a acercarse más al gigante asiático donde observa grandes posibilidades de negocios en detrimento de la actual política comercial del régimen de Donald Trump.
En ese enrarecido contexto, el presidente de la República Popular China, Xi Jinping, realizó este año una exitosa gira por naciones de la Unión Europea, en las que primó el rechazo entre los interlocutores a la guerra comercial y la disposición a trabajar juntos para modernizar el sistema multilateral de comercio.
Xi efectuó visitas oficiales del 21 al 26 de marzo de 2020 a Italia, Mónaco y Francia a la par que sostuvo encuentros en París con la canciller alemana, Ángela Merkel y con el presidente de la Comisión Europea (CE), Jean-Claude Juncker.
Por su parte, el jefe de la diplomacia europea, Joseph Borrell declaró el 25 de mayo pasado al participar en la Conferencia Anual de Embajadores Alemanes que el 2020 se presenta como decisivo en el proceso de formación de un Nuevo Orden Mundial, al convertirse la pandemia de coronavirus en la primera gran crisis a la que se ha enfrentado el orbe sin un liderazgo claro por parte de Estados Unidos.
Este año, Alemania asumirá la presidencia rotatoria del Consejo de Seguridad de la ONU, y también estará al frente del Consejo de la UE, lo que podrá este país aprovechar para enfatizar su liderazgo en estas difíciles circunstancias.
Se conoce que Ángela Merkel ha tenido diferencias con las impertinencias de Trump y no ha encaminado a su país a seguir la política de “sanciones” estadounidenses contra China y Rusia.
En ese contexto, Borrell recordó la necesidad de contemplar a China como un socio comercial relevante cuyo “auge es impresionante y genera respeto”
El desarrollo que está teniendo China y otros países del área auguran que este será el siglo de Asia que, unido al potencial energético y militar de Rusia, predicen que la Unión Europea deberá mirar más hacia esa enorme región aunque sin abandonar a su decadente aliado histórico.
La decisión será delicada pero en algún momento la Unión Europea deberá quitarse la soga al cuello que le mantiene Washington desde finales de la Segunda Guerra Mundial.
Hedelberto López Blanch, periodista, escritor e investigador cubano.