Andrés de Francisco (n. 1963) es doctor en Filosofía y profesor titular en la Universidad Complutense de Madrid. Autor de La mirada republicana (Catarata, 2012), ha sido editor de Harrington, Stuart Mill y Marx. Su último libro publicado es Visconti y la decadencia (Vilassar de Dalt: El Viejo Topo, 2019).
¿Cuál es actualmente la situación de la democracia en el mundo?
Es una pregunta muy amplia.
Demasiado amplia. Discúlpame.
Para abrir boca, yo empezaría dando algunos datos. Por ejemplo, según el último informe anual del V-Dem Institute de Gotemburgo,[1] el porcentaje de la población mundial que vive bajo regímenes en proceso de autocratización ha pasado del 6% en 2009 al 34% en 2019. La llamada “tercera ola de autocratización” (desde 1994) se ha intensificado y acelerado. No sólo ha habido quiebras en algunas democracias, sino fuerte deterioro en otras muchas y en algunas incluso de países del G20 como India, Brasil o EE.UU. Según el índice de desarrollo democrático de The Economist,[2] en 2020, de los 167 países analizados, sólo 23 son considerados democracias plenas: un 13,8% del total con sólo el 8,4% de la población mundial. Y 57 son regímenes autoritarios: un 24,1% del total. Como ves, las democracias plenas son muy minoritarias y la autocratización ha aumentado a escala mundial. El capitalismo se ha globalizado; las democracias, no. Globalmente, además, y volviendo al índice de The Economist, desde 2006, el promedio mundial ha bajado de 5,52 a 5,37, en Europa Occidental de 8,60 a 8,29, y en América del Norte de 8,64 a 8,58. Y hay casos muy llamativos.
Por ejemplo...
En Europa, Francia, Bélgica, Italia y Portugal están clasificadas como flawed democracies, democracias imperfectas. En América del Sur, sólo Chile (que ha ido mejorando paulatinamente año a año), Uruguay (que ha hecho una progresión espectacular hasta un 8,61) y Costa Rica son consideradas democracias plenas. Estados Unidos, desde 2016 no levanta cabeza y ha perdido el rango de democracia plena, a diferencia de Canadá, que ha ido subiendo hasta la actual puntuación de 9,24, una de las más altas del mundo. España ha bajado al puesto 22 (desde el 18 en 2019), pero sigue siendo una democracia plena con un 8,12, aunque en el límite ya, y por debajo de Irlanda (número 8 del ranking), Taiwan (11), Uruguay (15) y Chile (17), aunque por encima de Francia (24), USA (25), Portugal (26) o Bélgica (36).
Parece que la democracia en el mundo no goza de buena salud. Y, para no variar, las mejores democracias son las de siempre: los países nórdicos, con Noruega a la cabeza, junto con Canadá y Nueva Zelanda. Habría que preguntarse por qué.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que la democracia representativa moderna es muy joven: poco más de 200 años la más antigua, que es EE.UU. Pero es que hay muchas que están en su período de lactancia. En 2015, la democracia en Kósovo tenía 4 años de edad, en Nepal, 8, en Nigeria, 7, en Serbia, 10, en Pakistán, 8. Y hay un montón de jovencísimas democracias con menos de 20 años.[3] Están por consolidarse.
Pero estos rankings…
Ya sé que estos rankings hay que tomarlos con cuidado pues no todos trabajan con los mismos indicadores y se refieren a las democracias en el sentido de la poliarquía de R. Dahl. Pero son muy informativos y sistemáticos, e imprescindibles a efectos de comparación. El índice de The Economist utiliza 60 indicadores agrupados en cinco categorías. En cualquier caso, hay cosas que no varían con respecto a otros índices. La calidad democrática de los países nórdicos, por ejemplo, sigue siendo de las más altas en el ya citado Índice de Democracia Global del V-Dem de Gotemburgo. Este es un índice muy interesante: aparte de cuán liberal es una democracia mide también su carácter más o menos igualitario, participativo y deliberativo. Curiosamente, de los 180 países analizados, España es la 9ª democracia liberal del mundo, pero es la 18ª por su nivel de igualdad política, y la 26ª por sus niveles de participación y deliberación.
Decías que estas listas se refieren a las democracias en el sentido de la poliarquía de R. Dahl. ¿Nos explicas en qué consiste esta perspectiva? ¿Alguna relación con la idea clásica de la democracia como poder del pueblo?
Es una perspectiva de análisis empírico de las democracias basado fundamentalmente en las preferencias de los individuos. Como te puedes imaginar, que los ciudadanos podamos formular y manifestar nuestras preferencias en el sistema político implica muchas cosas importantísimas: libertad de asociación, de expresión, de voto, competencia electoral, pluralismo informativo, debate público, elecciones libres e imparciales, etc., etc. Sobre esa base se pueden construir indicadores que nos permitan calibrar el grado de desarrollo y calidad de la democracia. Si hiciéramos un análisis comparado de las democracias antiguas, necesitaríamos indicadores igualmente para poder cuantificar.
Sobre si esto tiene alguna conexión con la perspectiva clásica de la democracia, te contesto afirmativamente: el grado en que un pueblo -un demos– puede expresar sus preferencias es clave para entender su poder democrático. Sin duda. Ahora bien, el problema es que detrás de las preferencias manifiestas hay muchos mecanismos, más o menos ocultos, de formación de preferencias que tienen que ver con la distribución del poder social y económico. Más aún: hay mecanismos de poder para excluir preferencias de la agenda política y hay mecanismos de poder para que determinadas preferencias ni siquiera afloren a conciencia. El propio Dahl hizo una evolución muy interesante hasta reconocer que el capitalismo quebraba el pluralismo necesario para el buen desarrollo democrático: muchas preferencias -intereses, necesidades- se quedan fuera, no se escuchan o no se atienden. Ya sabes por donde voy.
Me imagino por dónde vas, pero permíteme que insista. Empiezo por una pregunta muy general. Tomando pie en lo que comentas sobre la evolución político-intelectual de Dahl, ¿el capitalismo es entonces incompatible con la democracia bien entendida?
Es una pregunta complicada. Para empezar, el capitalismo ha sido el factor causal fundamental en el advenimiento de las modernas democracias con sufragio universal y partidos de masas. En un estudio ya clásico, Rueschmeyer, Stephens & Stephens,[4] demostraron -desde un enfoque neomarxista- que sin proletariado no habría habido democracia, y el proletariado lo pone el capitalismo. La burguesía, más la grande que la pequeña, se habría conformado con las oligarquías propias del XIX, con el parlamentarismo burgués del liberalismo doctrinario a lo Guizot. Por otro lado, el carácter autoritario -no democrático- de los capitalismos ruso y el chino, por poner dos ejemplos muy relevantes, se debe más al hecho de haber transitado desde regímenes totalitarios que al capitalismo en sí.
Dicho esto, por supuesto, el capitalismo tiene un enorme poder de corrupción del poder político. Como decía Stuart Mill, los intereses del capital están más concentrados y tienen un gran poder de combinación. Y, añado yo: de penetración en el aparato de Estado, de influencia en los cuerpos legislativos, de capacidad de esquivar al poder judicial. Esto lo saben los liberales desde hace mucho tiempo. De hecho, Lenin se basa en un gran liberal como Hobson para escribir su Imperialismo, fase superior del capitalismo.
Pero el capital no es el único agente corruptor.
¿Y qué otros agentes corruptores hay?
Los partidos políticos también pueden colonizar el Estado, generar privilegios entre los suyos, promover intereses que les resultan electoralmente más rentables, etc., sin que nada de eso beneficie a la acumulación del capital. Y la Iglesia católica también ha intentado e intenta poner al Estado de su parte, arrancándole privilegios, inmunidades, garantías, etc. Y -¡cuidado!- hasta los sindicatos. Por poner un ejemplo extremo: los sindicatos argentinos, que son verdaderos focos de corrupción parásitos del poder político.
Allí donde hay privilegios individuales, de grupo (incluso de mayorías), la democracia se resiente, sobre todo si la entendemos en un sentido republicano. Por eso es tan importante el buen funcionamiento de las instituciones.
Me salgo un momento de nuestro tema. Decías antes que, desde tu punto de vista, no sólo en Rusia sino en la República Popular en China rige un sistema económico de carácter capitalista. No hay socialismo, en cualquiera de sus variantes, en el país asiático. ¿Entiendo bien?
En esto sigo a Milanovic.[5] La economía china cumple con los requisitos del modelo marxiano-weberiano estándar del capitalismo: el grueso de la producción se realiza con medios de producción privados, la mayoría de los trabajadores son asalariados, y los mercados son el principal mecanismo (descentralizado) de fijación de precios. En 1978 el 100% de las empresas eran públicas; hoy apenas el 20%. Antes de las reformas, casi el 80% de toda la fuerza de trabajo urbana era empleo público; hoy menos del 16%. Antes el Estado fijaba el 93% de los precios agrícolas, el 100% de los industriales. Ya desde mediados de los noventa, el mecanismo del mercado era ampliamente dominante en la fijación de precios. Sin embargo, pace Weber, podría hablarse en el caso de China, de capitalismo político: con una fuerte burocracia muy tecnocrática, un gobierno de partido único muy intervencionista (sin frenos legales: no hay imperio de la ley), y mucha corrupción. La élite tecnocrática se comporta en buena medida como una mafia. Es posible, como cree Milanovic, que esa corrupción sea funcional a un sistema tan decisionista, y que por eso sólo se frena cuando supera un determinado umbral. En mi opinión, el capitalismo chino tiene muchas similitudes con el capitalismo franquista a partir del plan de estabilización del 59.
Decías también que donde hay privilegios individuales o de grupo, la democracia se resiente, sobre todo “si la entendemos en sentido republicano”. ¿Y cómo se entiende la democracia desde esa perspectiva republicana?
Esta pregunta daría por sí sola para una entrevista, o varias.
Soy consciente de ello. Te pido una sucinta aproximación a un tema que da para ensayos.
Por abreviar, hay dos cosas fundamentales en la tradición republicana: la corrupción como mal a evitar y la igualdad como condición social de la república. La corrupción no sólo en el grosero sentido del viejo PP o de la antigua Convergència del 3%: eso era una forma extrema de corrupción como robo directo. La corrupción se sutiliza en las mil caras del clientelismo, en la asignación de cargos al margen del mérito, en el faccionalismo partidario, en la impunidad de la mentira, en las puertas giratorias. Y de forma más sutil aún, la corrupción entra en el alma -del político y del ciudadano- en forma de cinismo, de oportunismo y de falta de coraje. A su vez, una sociedad polarizada, con grandes niveles de desigualdad, pierde el valor de lo público como bien común, los valores y símbolos compartidos, y cae más fácilmente en la demagogia populista. Sin cultura cívica, de poco sirven las leyes y los checks and balances. Se subvierten. Sin necesidad de dar golpes de Estado. Y las democracias, como dicen Levitski y Ziblatt, mueren, desde dentro. Al leer su libro –How democracies die–[6] me llamó la atención que los autores subrayaran una virtud por encima de todas, el autodominio (forbearance), que es la virtud central de la cultura republicana clásica: la enkrateia. Esta virtud se ha debilitado mucho. Y sin ella, los Trumps y los autócratas disfrazados de demócratas encuentran el terreno abonado. Hay cosas que no se pueden hacer. Hay que contenerse. Y esa autocontención se está perdiendo. Hay políticos que se saltan el turno de vacunación. Y otros hacen todo lo posible por controlar los medios de comunicación o el mismísimo poder judicial. Y mienten sin rubor alguno. Etc. Pura incontinencia. Es como si hubieran perdido la vergüenza.
Por lo demás, hay una clara relación entre corrupción y desigualdad.
¿En qué sentido actúa esa relación?
Los países menos corruptos suelen ser los menos desigualitarios. No sólo eso, también disfrutan de mayores niveles de algo tan importante como la confianza interpersonal. Más aún, estos países -como los nórdicos-, menos corruptos, menos desiguales, más confiados, también dan elevadas puntuaciones en el índice de buen gobierno del Banco Mundial. España, por cierto, ha caído dos posiciones en el ranking global de corrupción de Transparency International en 2020. No es una buena noticia. Y también ha aumentado la desigualdad. En 2003 teníamos un Gini de 31,8; en 2019, de 33, por encima de la media europea. Seguro que después de la pandemia habrá aumentado. Y la democracia española, como antes hemos comentado, no atraviesa su mejor momento.
Me apunto esto que acabas de señalar, luego te pregunto sobre ello.
Hablabas antes de mecanismos, más o menos ocultos, de formación de preferencias relacionados con la distribución del poder social y económico. ¿Quiénes mueven los hilos de esos mecanismos? ¿Qué se pretende? ¿Marcar una agenda unilateral al servicio de determinados intereses?
Yo no creo en las tesis conspirativas sobre agendas unilaterales. La derecha antiglobalización insiste mucho en eso. Yo creo que el mundo es demasiado grande y demasiado complejo. Lo que hay es un capitalismo global que impone una mercantilización generalizada de la vida social, que tensiona enormemente las agendas de los Estados hacia la creciente desregulación económica, la flexibilización de los mercados laborales y la privatización de bienes públicos. Y esto está generando enormes tensiones políticas, también en los países ricos, dado el aumento de la desigualdad y la segmentación social. Todo esto genera también mecanismos de formación y deformación de preferencias (muchas adaptativas), sesgos varios, pensamiento grupal, dicotómico… La polarización política y el ataque de los populismos a la democracia liberal también son epifenómenos de dichas tensiones. Y esto es un peligro añadido. Porque, al menos en mi opinión, la democracia liberal es un bien. De hecho, creo que es una síntesis no superada entre libertad individual y soberanía popular, frágil y sin duda mejorable, republicanamente mejorable, pero que tendríamos que defender como un preciado bien, para no tenerlo que añorar si lo perdemos.
Señalabas también antes que muchas preferencias (intereses, necesidades) se quedan fuera, no se escuchan, no se atienden. ¿Nos das algún ejemplo? ¿Qué sectores sociales quedan silenciados?
Aparte de los de siempre, banca y grandes empresas, en España el colectivo más protegido es el de los pensionistas. Con diferencia, y matizo este “con diferencia”. No quiero decir que los jubilados naden en la abundancia ni que no haya pensiones muy bajas. Pero los datos son tozudos. Por ejemplo: los mayores de 65 años son -con diferencia- los que menor riesgo de pobreza padecen de entre todos los tramos de edad. Por ejemplo: la pensión inicial media ya supera el salario medio en un 16% (!!!) y supera incluso el salario mediano.
¿Quiénes son los más olvidados entonces?
Los más olvidados en España son los parados, los trabajadores no cualificados, la infancia y, sobre todo, los jóvenes. El mayor riesgo de pobreza y exclusión lo sufren -¡con diferencia!- los menores de 29 años. Para colmo, nuestro mercado laboral es una anomalía a nivel europeo: lejos de favorecer la contratación indefinida, promueve la segmentación y la precarización. Mis alumnos de la Universidad se sienten fracasados antes de tiempo.
Sinceramente, a este paso, no sé cómo vamos a poder seguir financiando nuestro edificio de protección social, ni hasta cuándo podremos seguir endeudándonos. En mis momentos más pesimistas, llego a pensar que entre las tendencias económicas, tecnológicas y demográficas presentes nos dirigimos hacia una tormenta perfecta de dualización social, polarización política, brecha generacional, oportunismo rampante y frustración generalizada.
No ahondo sobre este punto, aunque debería hacerlo. Recojo un hilo anterior. ¿Por qué crees que la democracia española no atraviesa su mejor momento? ¿Quiénes empujan en esa dirección? Las organizaciones nacionalistas de Cataluña suelen remarcar una y otra vez ese nudo que comentas. Sabino Cuadra hablaba también de democracia plana, que no plena.
También la llama democracia buñuelo (por estar vacía) y democracia chipirón (por sus tentáculos franquistas). Yo creo que echaríamos de menos esta democracia tan plana si volviera el franquismo de verdad. Sabino, por ejemplo, no podría haber sido diputado ni escribir lo que escribe en Rebelion.org. No habría un Rebelion.org en el que escribir. Cuando se asimila nuestra democracia representativa al franquismo yo me acuerdo de Manolo Sacristán, con lo que le jodió el franquismo (como a tantos): ¡qué diferente habría sido su vida en una democracia tan plana, tan buñuelo y tan chipirón como esta!
Nuestro sistema representativo es perfectamente homologable a los sistemas parlamentarios más avanzados, y si queremos entender sus deficiencias ganaremos mucho comparándolo con ellos. Y los estudios clasificatorios y comparativos internacionales son muy ilustrativos. No te quiero aburrir con los índices, pero los del Banco Mundial (desde 1996 a 2019) sobre buen gobierno son muy interesantes. Si nos comparamos con Noruega y Uruguay, por poner dos países muy diferentes y para hacernos una idea, vemos que Noruega ha mejorado en tres de los seis indicadores y empeorado en los otros. Pero su peor dato siempre es mejor, incluso sustancialmente mejor, que el mejor dato de España o Uruguay. Vemos también que España ha empeorado en cinco de los seis indicadores desde 1996; y que Uruguay ha mejorado notablemente. De hecho, nos supera, en 2019, en tres de los indicadores, sobre todo, en el último: control de la corrupción, que es el indicador en el que más hemos caído nosotros.
Y ahí voy. En España arrastramos una larga estela de corrupción y padecemos un sistema político muy clientelar.
¿Y eso a qué se debe?
Ello se debe, en buena medida, al crecimiento del poder de los ejecutivos (un fenómeno muy generalizado, por otra parte) frente a los otros poderes del Estado (sobre todo, frente al parlamento), y a la falta de mecanismos de control. La desparlamentarización de la vida política convierte a los ejecutivos en gobiernos cuasi-monárquicos con prerrogativa real y mucho poder para tejer clientelas. Mira la discrecionalidad (con el consentimiento del parlamento) con la que se van a repartir los fondos de recuperación europeos. Las grandes empresas (del IBEX o no) están frotándose las manos. Vamos a rescatar (una vez más) incluso a las que ya eran insolventes antes de la pandemia, pero cuentan con tentáculos (por utilizar la metáfora de Sabino) en el gobierno. Y mira la relación entre el nacional-secesionismo en Cataluña y el clientelismo. Es de manual y, por cierto, muy de derechas: la clase obrera está excluida (vota PSOE mayoritariamente). Ni siquiera la CUP recoge voto obrero. Y mira el complejo mediático-gubernamental: toda una relación antirrepublicana entre patrón y cliente, y mucho dinero público de por medio. Y mira la falta de democracia interna dentro de los partidos. Por cierto, el más cesarista, el de la “nueva” izquierda morada. Todo esto supone un serio deterioro para la democracia.
Por cierto, ya que hablamos del tema, el 17 de febrero de 2021, en una sesión de control del Congreso de Diputados, Gabriel Rufián, el portavoz parlamentario de ERC, comparó a la democracia española con una chabola. ¿Qué te sugiere este comentario?
El discurso político se ha empobrecido muchísimo. Cada vez la brocha es más gorda. Y hay casos extremos como el de G. Rufián, del que no he escuchado sino simplezas tonitronantes. Es como si fuera incapaz de hilvanar una argumentación y tuviera que refugiarse permanentemente en el eslogan o el titular. Debe ser el estilo twitter de hacer política. Dicho esto, seguro que él no vive en una chabola. Por otro lado, la democracia catalana no es precisamente un palacio. Rufián pertenece a una generación de políticos que están haciendo mucho daño a Cataluña. Cataluña fue antaño un país cosmopolita y faro de la modernización en España. Hoy se está sumiendo en el provincianismo y la decadencia. No está Rufián para dar lecciones de democracia. Y, por si no lo sabe, Cataluña tiene un índice de corrupción bastante mayor que Madrid, según el estudio regional del Instituto de Gotemburgo antes citado. De hecho, es de los más altos de España (-0.392), sólo superado por Galicia, Valencia, Baleares y Canarias.
Dejemos constancia de ello. Te pregunto ahora por la UE. El pasado mes de marzo Yanis Varoufakis afirmaba que “en la UE hay tanta democracia como oxígeno en la Luna: cero”. ¿Esa es la situación desde tu punto de vista?
Sí, lo leí. Fue una entrevista un poco contradictoria, a mi entender. No hay democracia en Europa, dice, China lo está haciendo de lujo, pero a la vez reconoce Varoufakis que en China él estaría encarcelado. En Europa, sin embargo, se mueve como pez en el agua, ha montado su partido, da conferencias bien pagadas y nadie ha pensado por supuesto en encarcelarlo. Afortunadamente, porque la suya es una voz inteligente de la izquierda europea.
Dicho esto, yo no diría que en la UE hay cero democracia. Lo que hay es un modelo dual de representación, muy complejo, que combina métodos indirectos y directos de elección. La comisión se elige indirectamente a través del Consejo Europeo, formado por los primeros ministros de cada Estado miembro. Pero en ningún caso, hay poderes dinásticos. Aunque el parlamento ha ganado poder en los últimos años (vota el presupuesto de la unión y puede proponer leyes vinculantes para los Estados miembros), sigue siendo un poder débil frente a la Comisión. Hay en Europa incluso mayor hipertrofia del ejecutivo que en los Estados miembros, y esto sin duda rebaja la calidad democrática del edificio en su conjunto.
Yo no sé qué reformas haría Varoufakis para mejorar este modelo dual (directo e indirecto) de representación, pero dudo que tenga una solución mágica en tanto en cuanto Europa no sea propiamente un Estado federal, sino una unión de Estados. El modelo dual de representación permite un equilibrio o reparto de soberanía entre Estados y ciudadanos.
De todas formas, supongo que Varoufakis se refiere a cosas como que en Europa son los países más ricos los que más mandan, o a que están mejor representados los intereses de las grandes empresas que los de los ciudadanos, o a que el BCE tiene más poder que el parlamento, o a la opacidad de la toma de decisiones a puerta cerrada. Y no le faltaría razón.
Destaco tu acuerdo con esas críticas.
A mí me preocupa también la lentitud en la toma de decisiones y la poca eficacia ejecutiva en la Unión europea. La pandemia ha puesto estas deficiencias de manifiesto. Europa, por otro lado, se está quedando atrás en la división internacional del trabajo. Está perdiendo la cuarta revolución tecnológica ligada a la IA y la biotecnología. La industria farmacéutica ha perdido músculo; incluso la industria automovilística está perdiendo cuota de mercado mundial. Tal vez el modelo a seguir sea el del consorcio público-privado tipo Airbus, que ha dado excelentes resultados para la industria aeroespacial europea.Pero no veo esa capacidad estratégica en la UE.
Déjame resumir una crítica que suele formularse en colectivos de izquierda: muchas elecciones, muchas instituciones supuestamente democráticas, muchas referencias a la soberanía del pueblo, etc. etc, mucha parole, parole, parole, pero, realmente, las grandes decisiones las toman otros y en otros lugares. No es en el Congreso de Diputados donde se toman las decisiones que determinan nuestro presente y nuestro futuro.
Claramente, hay grupos de interés muy poderosos que tienen gran capacidad de influencia política. Como en su día escribieron J. Cohen y J. Rogers, “Cuando los capitalistas están molestos, hacen mucho ruido. Cuando andan, sus pisadas retumban. Y cuando necesitan hablar con alguien, alguien responde al teléfono”.[7] A menudo no tienen ni que abrir la boca para que sus intereses sean priorizados por los gobiernos. Pero yo creo que los gobiernos y las democracias pueden hacer muchas cosas, y las pueden hacer mejor o peor. Por eso hay diferencias entre unos países y otros. Más transparencia, menos corrupción, menos desigualdad, más seguridad jurídica, más gasto social, más independencia del poder judicial, más ayuda familiar, más cultura cívica, burocracias más racionalizadas, sistemas fiscales mejor optimizados, mejores mercados laborales, menos clientelismo. O al contrario.
Maquiavelo creía que el innovador político -el principe nuovo– debía establecer nuevos ordini y nuevas leyes para ennoblecer a su país y hacerlo más próspero. Yo creo en este sentido de la política, y en que hay margen para la innovación. Los países nórdicos eran muy desigualitarios a principios del siglo XX, tanto como España, y relativamente pobres. Míralos ahora. Algo habrán hecho bien sus príncipes nuevos.
¿No los idealizas en exceso? La Suecia de 2021, por ejemplo, no es la Suecia de Olof Palme.
No. Es una cuestión de mera comparación entre países. Han salvado mucho mejor los muebles del Estado del bienestar ante el impacto de la globalización grancapitalista, y han logrado muy buenos equilibrios entre eficiencia y equidad. Ahora, perfectos no son, desde luego.
¿Las democracias realmente existentes permitirían actualmente, si hubiera mayorías parlamentarias para ello, cambios de orientación socialista como los intentados por Allende y la Unidad Popular Chile en los setenta del siglo pasado, o bien hay límites, el capitalismo como sistema económico por ejemplo, que son infranqueables?
La mayoría de las reformas sanitarias, educativas o sociales que intentó Allende no habría que hacerlas porque ya están conseguidas y superadas. Nuestro sistema de protección social es muy potente: gastamos en torno al 25% del PIB en gasto social, prácticamente como Alemania. Repito: en torno al 25% del PIB.
En cuanto a la reforma agraria, seguramente haya margen para aumentar el número de cooperativas agroalimentarias en España, pero sin olvidar que entre 2006 y 2018 aumentaron su facturación en un 46%, y que cubren casi la mitad de la facturación total del sector. Otra cosa son las nacionalizaciones. En el marco europeo serían prácticamente inviables y en muchos casos indeseables. Yo prefiero los mecanismos de regulación y los diseños de incentivos para lidiar con las grandes empresas. Las nacionalizaciones no son ninguna panacea.
¿Están nuestras democracias suficientemente atentas y actuantes a un peligro tan global y tan decisivo como el calentamiento global?
Obviamente, no. Steven Pinker es el más optimista entre las mentes científicas del momento que yo conozco. En su libro, En defensa de la Ilustración, fundamenta su fe en el progreso con millones de datos. Es un libro muy divertido. Pero cuando llega a este problema del calentamiento, ahí ya no puede, ahí se desmorona su optimismo. Porque los datos y las estimaciones racionales apuntan a un proceso irreversible de consecuencias devastadoras. La mayor tragedia de nuestro tiempo, a mi entender y al del más optimista de los científicos ilustrados del momento.
Las democracias realmente existentes, sin olvidarnos de lo ya conquistado, ¿no son, en general, democracias que siguen siendo demasiado masculinas?
La judicatura puede ofrecer un interesante patrón dual. Ya hay más juezas (54%) que jueces (46%) en España. Sin embargo, las mujeres sólo representan el 21% de los nuevos altos cargos del poder judicial. Aunque hay interesantes variaciones según los países, el techo de cristal está ahí, y no va a ser fácil romperlo, por diversas razones. En política, sin embargo, parece que están cambiando las cosas. En el actual gobierno hay 11 ministras de 23 ministerios. Y, en diciembre de 2020, el 47,5% de los cargos ejecutivos de los partidos estaban ocupados por mujeres. Sin embargo, sorprenden los nuevos partidos, al menos dos de ellos. Vox es el partido más masculinizado: sólo tiene 25% de mujeres en cargos ejecutivos, y concentra el mayor porcentaje de voto masculino (un 72%). El caso de Unidas Podemos es ambiguo. Por un lado, tiene paridad en la distribución de cargos; por el otro, es el segundo partido con menor porcentaje de voto femenino (sólo un 35,9% en las generales de 2019). Y los comportamientos del líder de Podemos, Pablo Iglesias, lejos de ayudar en ese sentido, sorprenden a la mentalidad feminista. Su último movimiento no sólo ha sido internamente poco democrático, autoeligiéndose sin primarias e intentando imponérselas a Mas Madrid; sino viripotente en las formas (“quítate, Isa Serra, que voy yo”). No me extraña la contundente respuesta de Mónica García (candidata de Más Madrid), pidiendo menos testosterona y menos machismo.
Sé que el tema daría para mucho más, es inagotable. Pero lo tenemos que dejar aquí. ¿Quieres añadir algo más?
Pues que espero no haber aburrido con los datos y los índices dichosos. Como siempre, un placer dialogar contigo y un honor ser entrevistado para El Viejo Topo, más aún en un número tan especial como éste.
Notas:
[1] Cfr. https://www.v-dem.net/media/filer_public/de/39/de39af54-0bc5-4421-89ae-fb20dcc53dba/democracy_report.pdf.
[2] Cfr. https://www.eiu.com/n/campaigns/democracy-index-2020/.
[3] Cfr. ourworldindata.org/democracy.
[4] D. Rueschmeyer, E.H. Stephens & J.D. Stephens (1992), Capitalist development & Democracy, Oxford: Politiy Press.
[5] B. Milanovic (2019), Capitalism, alone, Cambridge, Mass: The Belknap Press of Harvard University Press.
[6] Steven Levitsky & Daniel Ziblatt ( (2018), How democracies die, Nueva York: Crown.
[7] J. Cohen y J. Rogers ( (1983), On Democracy, Nueva York: Penguin Books, p. 61.