Desde finales de la década de los años 70 (en la Gran Bretaña, con el Gobierno de la señora Thatcher), y principios de la década de los años 80 (en Estados Unidos con el Gobierno del presidente Reagan), se inició lo que algunos autores han definido como La Revolución Neoliberal, pasando a ser el neoliberalismo la ideología dominante del pensamiento económico, que más tarde hizo suya la socialdemocracia (en una versión más moderada) en Europa a través de La Tercera Vía con Tony Blair en la Gran Bretaña, Schröder en Alemania, Hollande en Francia y Zapatero en España, inspirados, estos últimos, por los cambios iniciados en el Partido Demócrata de los Estados Unidos (por el presidente Clinton seguidos más tarde por el presidente Obama).
Este pensamiento, que se convirtió en dogma, gestionado por su Vaticano, el fórum de Davos, sostenía (en teoría) tres principios. Primero: el Estado, conocido como «El Gobierno», tenía que reducir sus intervenciones, (regulación y gasto público). Como decía el Presidente Reagan «Government is not the solution, rather it is part of the problem«. Segundo: los mercados laborales, financieros y comerciales, deberían estar desregulados a fin de liberar el enorme potencial creador que tenían los mercados. Y tercero: la movilidad global del mundo del trabajo y del capital debía facilitarse dentro de un proceso de globalización. Como consecuencia de la supuesta aplicación de estos tres principios, se señaló que hubo un enorme crecimiento de la economía mundial bajo un nuevo orden internacional, en que los Estados estaban perdiendo su poder siendo sustituidos por empresas multinacionales que centraron la actitud y la actividad económica en su globalización. Hasta aquí la teoría. Veamos ahora la realidad.
La falsedad de tal dogma: su carencia de credibilidad
El argumentario de tal dogma carece de credibilidad, pues cada uno de sus predicamentos son falseados por la evidencia empírica existente. Vayamos punto por punto, comenzando con la supuesta reducción del gasto público que nunca se materializó. Así en Estados Unidos, el gasto público, medido como porcentaje del PIB, o per cápita, ha aumentado considerablemente desde 1980 a 2003, pasando a representar del 34% del PIB en 1980, al 37% del PIB en 2003, mientras que por per cápita subió de US$4,148 per cápita a US$13,750 durante el mismo periodo. Un tanto parecido ha ocurrido en cuanto a impuestos. En Estados Unidos impuestos como porcentaje del PIB paso de representar el 35% en 1980, a un 39 % del PIB en el 2003. En realidad, tales hechos ocurrieron ya en los años del gobierno del presidente Reagan. El gasto público federal subió durante su mandato, del 21.6% de PIB al principio de su mandato, al 23% al final. Y lo que sorprenderá a muchos lectores es que Reagan fue el presidente de Estados Unidos que subió los impuestos del mayor porcentaje de la población estadounidense en tiempo de paz después de la Segunda Guerra Mundial. Reagan bajó, y mucho, los impuestos del 20% del nivel de renta superior de la población de Estados Unidos. Pero los incrementó, y mucho, al resto de la población.
Un tanto igual ocurrió con su supuesta reducción del gasto público: recortó mucho el gasto público social, bajándolo del 38 % del gasto federal al 32 %. Pero aumentó enormemente el gasto público en dos capítulos que nunca citó: el gasto militar (que pasó de representar el 41% de todo el gasto público federal, al 45%), y los subsidios y ayudas a empresas privadas que pasaron de representar del 21 al 23%. Como bien señaló John Williamson, el ideólogo del consenso neoliberal de Washington «tenemos que recordar qué lo que el gobierno de los Estados Unidos promueve en él exterior, no lo realiza en el interior» (G. Williamson, What Washington means by policy reform, Institute for International Economics, Washington D.C., 1990).
Es importante demostrar la falsedad del discurso supuestamente anti-estado del pensamiento liberal. Pues el tema no es Estado o no Estado, si no quien controla el Estado, y para qué objetivos. El Estado, durante el periodo neoliberal, aumentó su intervencionismo para aumentar los intereses del capital a costa de los intereses del mundo de trabajo, y los datos no pueden ser más convincentes. Y esto ocurrió a los dos lados del Atlántico Norte, resultado de la aplicación de tales políticas neoliberales, cuando vimos, durante todo el periodo neoliberal, un descenso muy marcado de las rentas de trabajo como porcentaje del total de las rentas a consta de un aumento muy notable de las rentas del capital. Los datos hablan por sí mismos. Tal porcentaje de las rentas de trabajo bajaron como promedio en los países que más tarde serían llamados «la Unión Europea de los 15», pasando de un 72.4% de todas las rentas a finales de los años 70 a un 66.5% en el año 2012. Durante el mismo periodo, en Estados Unidos, pasaron del 70 % al 63.6%, y en España de un 72.4% a un 58.4% (ahí es donde descendió más). En el Reino Unido de un 74.3% a un 72.7%. En Italia, de un 72.2% a un 64.4%. En Francia de un 74.3 % a un 68.2 %. Y en Alemania de un 70% a un 74%.
Estas políticas neoliberales causaron la gran recesión económica
Era fácil de predecir y así lo hicimos algunos, que este descenso tan marcado en las rentas de trabajo (derivadas primordialmente de los salarios), crearían un descenso de la capacidad adquisitiva de la población al reducirse la demanda doméstica. Y así ocurrió. Y como consecuencia la tasa de crecimiento económico disminuyó. Ahora bien, dos hechos ocurrieron que frenaron el descenso de tal crecimiento. Uno fue el gran estímulo económico que experimentó Alemania consecuencia de la aplicación de políticas públicas expansivas a fin de facilitar la integración de las dos Alemanias, la Alemania del Este y la Alemania del Oeste, realizada a costa de una gran inversión pública en la Alemania Oriental. Esto significó un enorme aumento del gasto público alemán. El Estado alemán pasó de estar en un superávit de 0,1% del PIB en 1989, a un déficit público equivalente un 3,4% del PIB en 1996. Tal crecimiento de la inversión pública significó un gran estímulo a la economía alemana. Y debido a su centralidad en la economía europea, a esta última también.
El crecimiento del capital financiero y el origen de la crisis financiera
La otra causa de que el crecimiento económico no bajara tanto (como consecuencia de la disminución tan marcada de las rentas del trabajo), como se esperaba (aunque fuera menor que en el periodo 1945-1980), fue el enorme endeudamiento que originó el gran crecimiento del capital financiero. La bajada de los salarios y de la capacidad adquisitiva de la población forzó a que la gente se endeudara. Pero tal crecimiento del capital financiero fue acompañado de un gran aumento de la inversión financiera especulativa debida a la baja rentabilidad que existía en la economía productiva, una consecuencia a su vez de la caída de la demanda doméstica. Y esa actividad especulativa de alto riesgo, llevó a las burbujas, muy en especial a la inmobiliaria, que temporalmente creó una sensación de falsa euforia hasta que explotó. Fue en este momento de gran euforia que el Presidente Aznar de España, subrayó que «España iba bien«, a lo cual Jordi Pujol, Presidente de la Generalitat de Cataluña, añadió que «Cataluña iba incluso mejor«. Y como siempre ocurre en España, en medio de esta falsa euforia, apareció de nuevo, la propuesta de bajar impuestos, la respuesta predecible de las fuerzas políticas conservadoras neoliberales (PP y CiU) en España (incluyendo Cataluña). Lo que era nuevo en esta situación, menos predecible, es que fueran también los socialistas, presididos por el señor Zapatero, los que añadieran también su voz a bajar los impuestos. Como anunció el Presidente Zapatero: «bajar impuestos es de izquierdas«. Y así lo hizo, en 2006, cuando bajo el IRPF, y el impuesto de sociedades, con el apoyo, como era predecible de Convergencia y Unión. Consecuencia de la bajada de impuestos, los ingresos del Estado bajaron al año siguiente (del 2007 al 2008), 27.223 millones de Euros, consecuencia de la reforma tributaria realizada un año antes. Según las cifras del propio Estado, sé reconoció que el 72% de esta cantidad se debió al recorte de impuestos y solo el 28% al descenso de la actividad económica (ref. informe de recaudación tributaria del año 2008, elaborado por el Servicio de Estudios Tributarios y Estadísticas del Ministerio de Economía y Hacienda).
La nefasta política de recortes: el desmantelamiento del estado del bienestar y la reducción de la protección social
Cuando el agujero en los ingresos del Estado apareció con toda nitidez en el 2007, se asumió erróneamente que ello se debía al exceso del gasto público, cuando en realidad, el Estado español tenía superávit, y la deuda pública era la más baja de la eurozona. Y era basada en esta errónea lectura de la realidad, que el inicio de recortes del gasto público social tomó lugar. Zapatero congeló las pensiones para conseguir 1,200 millones de euros. En realidad, habría podido conseguir incluso mucho más dinero, manteniendo el impuesto de patrimonio, 2,100 millones de euros, o revirtiendo la rebajada de impuestos de sucesiones (2,552 millones de euros), o revirtiendo la bajada de impuestos sobre las personas que ingresaban mas de 120,000 euros al año (2,500 millones). El Presidente Rajoy, incluso recortó mucho más, 25,000 millones de euros en sanidad, educación y servicios sociales. De nuevo, habría podido conseguir incluso más dinero corrigiendo el fraude fiscal de las grandes fortunas, de la banca y de las grandes empresas que representan el 71% del fraude fiscal, 44,000 millones de euros. Y un tanto igual ocurrió en Cataluña. Los gobiernos de Artur Mas del 2010 al 2016, y el gobierno Puigdemont del 2016 al 2017, recortaron 626 millones en educación pública, 1,027 millones en sanidad, 336 millones en vivienda, 149 millones en protección social, etc. En realidad, Cataluña fue una de las Comunidades Autónomas que aplicaron con mayor dureza las políticas neoliberales de recortes, siendo una de las que tiene un gasto público social, en sanidad, en educción y servicios sociales más bajos de España. Juan Torres, Alberto Garzón y yo, escribimos un libro: Hay alternativas – Propuestas para crear empleo y bienestar en España, en el que documentamos que por cada recorte de gasto público que se hizo, había otras alternativas, probando con ello la falsedad de aquel argumento de que no había alternativas. Si que las había. Pero no había la voluntad política para así hacerlas. Ello explica que el movimiento de protesta 15M utilizara nuestro libro para mostrar la falsedad de tal argumento.
El elevado coste humano del neoliberalismo: la elevadísima mortalidad por covid
La reducción del nivel de vida de las clases populares y el descenso de su protección social y de los servicios públicos del Estado de Bienestar (como se ha visto durante la pandemia), produjo un aumento de la mortalidad de las enfermedades atribuibles al deterioro del bienestar y la calidad de vida de la población (deseases of despair), responsable de un aumento de la mortalidad en amplios sectores de las clases populares con notable aumento de las desigualdades en la esperanza de vida entre las clases sociales en la mayoría de los países en los dos lados del Atlántico Norte, y con especial intensidad en los países del sur de Europa, donde las izquierdas han sido históricamente débiles y el neoliberalismo ha sido ampliamente promocionado por el Estado. No es por lo tanto es sorprendente que España (y Cataluña dentro de esta), sea uno de los países europeos con mayor mortalidad por COVID acumulada desde el principio de la pandemia.
El enorme descrédito del neoliberalismo
Consecuencia del enorme poder que las fuerzas conservadoras liberales han tenido sobre el Estado español, España se ha gastado siempre en su Estado de Bienestar menos de lo que debería gastarse por el nivel de desarrollo económico que tiene. Una estimación conservadora de tal déficit es la de que España debería gastarse al menos 66.000 millones de euros más, adicionales a los que se financia en su Estado de Bienestar. Su crónico subdesarrollado Estado de Bienestar ha sido consecuencia de ello. Un tanto igual ocurre en cuanto al nivel salarial y el nivel de ocupación y la solución requiere un cambio muy notable de políticas fiscales excesivamente dependiente de la grabación de las rentas de trabajo a costa de la baja grabación de las rentas de capital, entre otras características regresivas de su política fiscal. En este aspecto es positivo que el enorme descrédito que tiene hoy el neoliberalismo, (incluso en círculos y fórums que en su día lo promocionaron como el Fondo Monetario Internacional), que explica los cambios ocurridos incluso en el establishment de la Unión Europea. Ahora bien, existe el peligro que, una vez controlada la pandemia, si inicie de nuevo la aparición de nuevas versiones del neoliberalismo, promovidas por las voces próximas a los establishments económicos y financieros que ejercen enorme influencia sobre las instituciones representativas y mediáticas del país.
Fuente: https://blogs.publico.es/vicenc-navarro/2021/06/24/el-gran-fracaso-del-neoliberalismo/