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Reseña de “Modo de vida imperial. Vida cotidiana y crisis ecológica del capitalismo”, de Ulrich Brand y Markus Wissen (Tinta Limón Ediciones, para América Latina)

Solidaridad versus exclusividad

Fuentes: Rebelión

No es muy frecuente que expertos académicos escriban libros que puedan ser a conciencia recomendados como material de lectura para todo público. Y en el caso del libro escrito por los cientistas políticos Ulrich Brand y Markus Wissen, esto no se debe solo a la comprensible dicción del estudio, sino además se debe al tema tratado. El libro aborda “el modo de vida imperial”, en el cual todos nosotros -los habitantes del Norte, conjuntamente con unos cuantos alegres del Sur- de alguna forma participamos, aunque no siempre de la misma manera, dependiendo de los ingresos, la riqueza, los antecedentes, la educación y el género.

El término “modo de vida imperial”, el cual debe ser entendido como un programa, significa muchas cosas. En primer lugar, significa que la forma de producción capitalista y de consumo en el Norte y en algunos países emergentes del Sur tienen consecuencias para el resto del mundo, regiones en las cuales se vive una mezcla de explotación, hambre y miseria.

En segundo lugar, nuestro modo de producción y consumo crea crisis y conflictos sobre los recursos naturales ubicados en otras regiones, erosionando así las bases mismas de la vida y las oportunidades de supervivencia de las personas que en esos espacios habitan.

Tercero, nuestro modo de vida imperial estabiliza nuestras condiciones sociales, porque nos provee de comestibles baratos y ensancha nuestra prosperidad, aunque no equitativamente para todas las clases y grupos.

En cuarto lugar, nuestro modo de vida imperial acentúa la competencia: a medida que las personas y las economías nacionales se desplazan hacia este modo, van perdiendo sus bases naturales y comerciales.

Los autores llegan al punto central de este dilema en una sola oración: “El modo de vida imperial se basa en la exclusividad, solo puede autosostenerse en cuanto un “otro lugar” esté disponible para imponerle sus costos”.  En la medida que más gente participe en el progreso capitalista en las zonas más desarrolladas industrialmente, más reaciamente este modo de vida debe ser protegido y defendido a través de la exclusión y el uso de instrumentos militares.

De ningún modo se puede considerar a Brand y Wissen como  evangelistas moralistas, e inocentes en cuanto a modestia y abstinencia se refiera. De manera convincente ambos explican el doble carácter de cómo este modo de vida imperial funciona: se basa en presiones estructurales de las cuales un individuo, en su rol de consumidor, no puede escapar. A su vez, el modo de vida imperial amplía el radio de acción y la libertad de las personas. Al menos mientras que los costos y las consecuencias destructivas para los trabajadores y el medio ambiente puedan ser exportados hacia el Sur. Un ejemplo consiste en la capacidad que tiene el Norte de consumir mayores cantidades de carne e, inclusive, a menores precios gracias a la producción de maíz y soa en el Sur.

Los autores no cargan la culpa sobre las responsabilidades individuales de cada individuo por semejantes conexiones determinadas estructuralmente. Al contrario, muestran que las intenciones y decisiones estratégicas da cada consumidor dependen de una gama de decisiones previas, las cuales están institucional y sistemáticamente configuradas de tal forma que cada consumidor por su cuenta no puede cambiar. Lo que sí podemos es tratar de introducir alternativas solidarias-colectivas en ciertos puntos claves dentro de esta maraña de configuraciones. En este sentido, ellos se alejan del punto político muerto propio de la teoría de los sistemas promovida por Niklas Luhmann, quien abordó el ego “autónomo europeo tradicional” con el mensaje de resignación: “El sistema hace lo que hace” y lo demás es ideología o ilusión. Contrario a Luhmann, Brand y Wissen dejan claro que la presión estructural silente y los alcances de acción nunca son absolutos. Las críticas hacia las presiones estructurales, como también las autocríticas de aquellos que actúan y deciden, siempre pueden ser movilizadas, al igual que una cierta direccionalidad hacia estándares del modo de vivir intelectual y político, y aquellos económicos que no pueden medirse en términos de crecimiento y ganancia, pero sí en necesidades, solidaridad y justicia.

Brand y Wissen analizan la creación del modo de vida imperial durante el curso del colonialismo europeo y también con algunas formas de generalizaciones globales a partir de 1945. A través del ejemplo del tráfico automovilístico individual enfatizan no sólo cómo condicionan a las ciudades y países, sino además el modo de vida en el cual ser propietarios de automóviles es algo normal, como lo son también las consecuencias socioambientales a las cuales conlleva el tráfico en todas partes, incluyendo en aquellos países donde las materias primas como el petróleo, el hierro y el acero son extraídas. Las consecuencias son de semejante trascendencia que se podría decir -intencionalmente- que la movilidad automotora determina a la gente.

Los autores observan que el punto de arranque para una trasformación real va mucho más allá de cálculos tecnocráticos como la “tecnología orgánica”, como apoyo para desvincular el crecimiento del consumo de recursos naturales y la explotación de los trabajadores en un “reformismo radical”(Joachim Hirsch). Semejante reformismo se preocupa tanto de las condiciones para el cambio social como de reglas políticas, principios sociales claves y normalidades cotidianas prácticas, como el cambio del propio pensamiento y la acción. “La búsqueda de procesos para un modo de vida solidario” y para “un modelo diferente de crecimiento” empieza con información, crítica y educacióny no con planes técnicos para la modernización que esconden las relaciones de poder capitalistas dominantes en el Norte y la miseria en el Sur.