Es uno de los finales más icónicos del cine, aunque pretendió, más bien, ser el principio de algo. Para algunos, lo único que hizo Ridley Scott fue dar vuelta la fórmula del buddy film (1) sin cambiar nada más que el sexo de los protagonistas; para otros, lo que logró fue transformar radicalmente el papel de la mujer en el cine. Y si bien se podrá argumentar que Thelma y Louise no es gran cine, nadie podrá negar que es una gran película, además de un artefacto cultural duradero.
Ya casi lo olvidamos –han pasado 30 agitados años–, pero la película levantó una polvareda solo equiparable a la que provocan los 15 patrulleros (y el helicóptero) persiguiendo al Ford Thunderbird celeste que Louise maneja a toda velocidad por el Gran Cañón rumbo a la libertad y la muerte. Lo cierto es que la historia de Thelma y Louise podría contarse, simplemente, como la de su recepción, pero el filme es mucho más que eso. Por ejemplo, hoy podríamos mirarla, aunque sea por un minuto, desde este presente que nos dejó el movimiento #MeToo, disparado por los abusos del productor Harvey Weinstein. Y es que, a poco de comenzar el segmento «Casting», de esa especie de making of de la película titulado Thelma & Louise: The Last Journey (2003), el director Ridley Scott relata los problemas que encontró para producirla. Y mientras está dando cuenta de la frialdad con la que fue recibido el proyecto, devela, como al pasar, la respuesta que recibió del ejecutivo de un estudio cuyo nombre no revela: «¿Dos conchudas en un auto? No entiendo». Una respuesta elocuente respecto del statu quo hollywoodense y su misoginia.
Como fuera, ese guion de una escritora primeriza (Callie Khouri), que quería conseguir 1 millón de dólares para dirigir la película ella misma, terminó encontrando su camino de la mano de Ridley Scott, que no quería dirigirla. De pronto, a Peter Fonda y Dennis Hopper montando sus motos a la caída del sol les aparecieron unas inesperadas compañeras de carretera. A pesar de su reticencia, Scott era perfecto para la tarea, un experto en trabajar dentro de los relatos de género, en mezclarlos y hacerlos grandiosos (la ciencia ficción con el relato de horror o con el noir, sin olvidar las puntas de crítica social, como en Alien y Blade Runner, por ejemplo). Muchos señalaron que, si había similitudes en Thelma y Louise con alguna película de 1969, no era solo la obvia con Easy Rider, sino las que existían con Butch Cassidy, incluyendo el cuadro final congelado –el convertible suspendido sobre el Gran Cañón o Butch y Sundance corriendo de frente hacia las balas– o, incluso, con Bonnie y Clyde, estrenada dos años antes. Este hilo de comparaciones habla de ese cruce de géneros al que Scott es tan afecto: una road movie que es un western con toques gangsteriles y, cómo no, algo más que una pizca de comedia. Muy raro para una película que gira en torno a una violación. No la de Thelma, que se ve, pero no se consuma, sino la de Louise, que no se ve, pero que está enterrada en un pasado texano al que alude sin explicitarlo demasiado. Así, Louise le dispara a una violencia que viene del pasado, pero que se verifica en el presente sobre los cuerpos de las mujeres. De cualquier mujer.
Que Louise no tenía pensado matar a Harlan queda claro cuando, tras liberar a Thelma, le dice: «En el futuro, cuando una mujer llora así, es que no se está divirtiendo para nada».
Pero no habrá futuro ni para Harlan ni para nadie. Louise mata a Harlan porque este, lejos de arrepentirse o simplemente callarse, la insulta. Es entonces que ella sabe que Harlan es un hombre que cree que violar es su derecho, que lo ha hecho antes y lo volverá a hacer. Pero al dispararle a Harlan cuando la violación se ha evitado, ella y Thelma quedan más allá de cualquier posibilidad de salvación.
Femifachas
Previsiblemente, la crítica más frecuente que se le hizo a la película fue que estas mujeres se comportaban como hombres. Se dijo que el ejercicio de la violencia, el situarse por fuera de la ley y el regodeo en la venganza eran fruto de un feminismo mal entendido, de tema fascista. Eso por no hablar de las actitudes liberales de estas mujeres frente el sexo, que las hacían culpables de todo lo malo que les pasaba. Ellas lo merecían todo, y también la denuncia del retrato patético que la película ofrecía de los hombres en general. Sin embargo, si estos mismos críticos eran los que afirmaban que Scott no había hecho otra cosa que trasladar las buddy movies al género femenino, lo que reconocían, de facto, era el tratamiento que Hollywood le daba históricamente a la mujer, algo que, al parecer, les parecía genial hasta ese momento.
Lo que los críticos no previeron fue que la gran mayoría del público no leería el filme de esta manera, sino que iba a hacer lo que hace siempre: identificarse con el héroe, independientemente del género al que perteneciera. Y tal vez no lo previeron porque, hasta entonces, no había demasiadas películas que pusieran el discurso femenino en el centro y el masculino en el margen. O porque las reivindicaciones feministas, a pesar de todo, habían calado más hondo en la sociedad de los noventa de lo que ellos eran capaces de reconocer. Esto fue un efecto impactante, sobre todo para una película que no tiene un discurso político sólido. No puede decirse, ni siquiera, que sea una película conscientemente feminista ni que haya querido serlo. Thelma y Louise es, ante todo, una historia de liberación y venganza que cumple un rol catártico. Es indudable que, al mantenerse de manera sólida dentro de las estructuras narrativas clásicas de Hollywood, la película es sexista y maniquea, pero, por eso mismo, fue muy relevante que la furibunda reacción conservadora que produjo en la crítica y la prensa pusiera de manifiesto la hipocresía social imperante. Una hipocresía que todavía vemos revivir en el discurso público, hoy en día, demasiadas veces.
Pero puede decirse más: los elementos humorísticos presentes en la película permiten suponer una intención autoconsciente y paródica. Porque puede ser que estas amas de casa insatisfechas les roben los trapos a los policías y vaqueros que poblaron el imaginario de nuestras infancias, pero también es cierto que lo hacen matándose de la risa. Tómese, por ejemplo, la escena de encerrar al cerdo, cuando meten al policía en el baúl de su patrullero. La transformación de Thelma en un supervillano, ante los ojos sorprendidos de Louise, es acentuadamente cómica, así como lo es el llanto desolado del hasta entonces machísimo policía, que ruega por su vida en nombre de su mujer y sus hijos (con Thelma diciéndole que, ya que quiere tanto a su mujer, aproveche a tratarla con amor). Allí se ponen de manifiesto en clave humorística muchos clichés del género: la utilización sin remilgos del arma de fuego –para acallar la radio, por ejemplo, aunque Louise no entiende bien y le da un balazo no a la radio policial, sino a la radio FM–, el tópico del valiente que se revela cobarde y viceversa, y el de la torpeza de las mujeres, en este caso representadas por Louise, porque Thelma acaba de empoderarse. Lo mismo sucede con el asalto que Thelma perpetra, en el cual se apropia (y transforma) el discurso aprendido de J. D., un ladrón que encarna, en sí mismo, otro tópico que se da vuelta: no es un matón común y corriente, sino uno rubio y sexy que muestra su hermoso cuerpo y se transforma en ocasional amante de una de las protagonistas (un joven Brad Pitt). Scott no se priva, ni siquiera, de abordar los tonos homoeróticos que pueblan los westerns. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede en estos, al hacerlos explícitos los neutraliza: resulta curioso cuánta gente no recuerda el beso que Thelma y Louise se dan antes de tirarse por el barranco.
El final
Y, después del beso… las manos agarradas en un gesto de fuerza, y el barranco. Un final triste, tan polémico como el final feliz de Blade Runner. Pero cualquiera que conozca Hollywood sabe que las chicas no podían salvarse. Es otro tópico: el bandido que mata, por más simpático que se presente ante el espectador, muere. Hollywood se ha cansado de poner en escena a estos justicieros que se rebelan contra el establishment pero que, al salirse del sistema, ya no pueden volver atrás. Deben ser castigados, pero la sociedad, en el camino, algo aprenderá y mejorará un poquititito. La película hace un gran trabajo en este sentido. Saca a estas dos mujeres de los ambientes domésticos, las lanza a la carretera, las filma en ese vasto desierto, abierto, inmenso, con el viento en la cara, mientras van cambiando la manera en que se comportan y se visten (la evolución del lenguaje corporal de las actrices merecería una nota aparte). Y, finalmente, ante la disyuntiva de que Thelma y Louise sigan o se rindan, vuelven explícita su imposibilidad de volver atrás. Esa es la genialidad de Khouri-Scott, por más que la carrera termine en el fondo del barranco. Aunque, bien mirado, Thelma y Louise nunca mueren. Quedan suspendidas en el aire por toda la eternidad. ¿Hace falta algo más para construir un mito?
Siendo un artefacto tan obvio, ¿por qué la película generó una reacción tan desaforada en los medios? Tal vez porque la guionista y el director fueron tremendamente eficaces en que la conservación de las convenciones narrativas, aun revirtiendo los roles de género, fuera lo suficientemente creíble como para señalar el elefante en la habitación, es decir, los intocables roles que dictan qué puede hacer un hombre y qué no puede hacer una mujer (la prerrogativa del uso de la violencia, por ejemplo). Pero también estaba allí la segunda ola del feminismo, que le había puesto nombre a lo que antes no existía, es decir, a las violaciones en el seno del matrimonio o en el contexto de una cita romántica. Thelma y Louise es una película que no podía haber existido antes, porque todo el mundo sabía que una mujer cuando dice «no» quiere decir «sí», que cuando se resiste lo hace para avivar el ardor de su amante y que cuando se viste o actúa sensualmente lo que está pidiendo es guerra.
El éxito de la película puso de manifiesto que aquello que las feministas venían repitiendo desde hacía un cuarto de siglo no era la convicción de unas pocas militantes, sino que encontraba eco en hombres y mujeres comunes y corrientes. Por eso el ataque de nervios de la prensa conservadora. Por eso la virulencia de los alegatos en contra. Sin embargo, no fueron solamente los conservadores los que pusieron el grito en el cielo. También lo hicieron algunas feministas, como Sheila Benson, en Los Angeles Times, que escribió: «Digan lo que quieran de Thelma y Louise, pero no digan que es una película feminista, como están escribiendo algunos. El feminismo tiene que ver con la responsabilidad, la igualdad, la sensibilidad, la comprensión, no con la venganza, el ojo por ojo o el sadismo». La guionista del filme fue la que más a menudo se pronunció al respecto. Por ejemplo, Khouri dijo en una entrevista con The Guardian: «Esta no es la historia de dos mujeres que se transformaron en feministas, es la historia de dos mujeres que se transformaron en delincuentes. […] Los temas en torno al filme son temas feministas, pero la película no lo es».
El poder
Lo cierto es que la película conserva intacta su potencia por dos motivos: porque las narrativas tradicionales por algo son tradicionales –han acumulado sobre los mismos mecanismos un conocimiento profundo de la psique humana, ajustándola periódicamente según la conveniencia del statu quo– y porque su mecanismo fue tan tonto (la reversión de roles) que resultó audaz y liberador. El momento político en el que el filme se estrenó, con Estados Unidos rumbo a la guerra del Golfo tras la infame década de Reagan-Bush-Thatcher en el poder, fue dura para el movimiento feminista: «La figura estereotípica de la feminista que odia a los hombres, la que quiere ganar poder sacándoselo a los varones, era central a la crítica del feminismo en esa época. La mujer vengativa y rencorosa, una figura común a través de la historia, fue relacionada exitosamente en el discurso con los movimientos de liberación de la mujer, por lo que no sorprende que la segunda ola del feminismo fuera acusada de alentar las fantasías de venganza de las mujeres. Pero esa figura tuvo un nuevo registro en un contexto cultural en el que las mujeres eran imaginadas cada vez más como seres que no solo tienen acceso a las armas, sino que son capaces de usarlas. En este contexto fueron cruciales los debates sobre el argumento, que muchos críticos quisieron presentar como contradictorio, de que las mujeres necesitaban una protección legal diferente al mismo tiempo que reclamaban la igualdad de derechos. […] ¿Qué significa ser iguales pero diferentes? ¿Qué pasa cuando las mujeres hacen cosas que se consideran prerrogativa solo de los hombres? […] ¿El feminismo significa defender que las mujeres tienen el mismo derecho que los hombres de salir a la carretera, complacerse en hacer explotar camiones e infringir la ley? Sin embargo, para otros, fue precisamente la audaz y políticamente incorrecta forma con la que el filme abrazó la noción de liberación lo que tuvo tanto encanto. […] Es verdad, Thelma y Louise vende un tipo de feminismo bruto, inarticulado y rudimentario. Pero, tras más de diez años de Reagan, Bush y la quimera turbia del posfeminismo, ¿cómo era posible seguir hablando el lenguaje de la liberación con propiedad? Es así que es posible argumentar que es precisamente por su crudo despliegue de códigos de liberación puros y simples que Thelma y Louise vino a transformarse, para mucha gente, en un filme feminista icónico».(2)
La cantidad de películas que en esos años pusieron a la mujer en un rol activo y, por momentos, violento, es reveladora: Nikita, de Luc Besson, Terminator 2, de Cameron, El silencio de los inocentes, de Jonathan Demme, Durmiendo con el enemigo, de Joseph Ruben, entre otras. No es casualidad, sin embargo, que fuera también el momento en el que Occidente necesitaba, cada vez más, la participación de las mujeres en el Ejército. Así, en ese ida y vuelta de ajustes entre lo que la sociedad pide, lo que el establishment permite (muchas veces porque lo necesita) y lo que se fuerza sobre este, es que fenómenos como Thelma y Louise se producen. Es como si, una vez cada tantos años, los astros se alinearan.
Y sobre todo, qué gran plan sigue siendo volver a ver la película 30 años más tarde, si es posible en el cine, si es posible con un hijo o una hija (sobrinos, vecinas o lo que sea), y espiar lo que pasa por ese rostro en el momento en el que aparece el helicóptero, ese instante en el que toda la fuerza de la ley se despliega, abusivo, para determinar la carrera final, la momentánea duda, el beso, la sororidad, el vuelo.
Notas
1. Literalmente: ‘películas de amigotes’, de las que hay una larga tradición en el cine.
2. Marita Sturken, Thelma y Louise, BFI Film Classics, Bloomsbury Publishing, Londres, 2000.