“A falta de todo parentesco uníanme estrechamente a Mamá Blanca misteriosas afinidades espirituales, aquellas que en el comercio de las almas tejen la trama más o menos duradera de la simpatía, la amistad o el amor, que son distintos grados dentro del mismo placer supremo de comprenderse”.
El texto forma parte de la Advertencia con que la escritora venezolana Teresa de la Parra (París 1889-Madrid 1936) inicia la novela Las memorias de Mamá Blanca, editada por Dyskolo en diciembre de 2021. Su otra gran obra es Ifigenia (Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba), que en 1924 obtuvo el Primer Premio del Concurso de Novelistas Americanos.
Memorias de Mamá Blanca se publicó en 1929 –tres años después de empezar la redacción-, y fue traducida al francés por el escritor Francis de Miomandre; 1929 es asimismo el año que vio la luz en Barcelona Doña Bárbara, cuyo autor –Rómulo Gallegos- fue el otro gran narrador de la primera mitad del siglo XX en Venezuela. Al cumplirse –en octubre de 2020- el 131 aniversario de su nacimiento, el presidente de la República, Nicolás Maduro, invitó a estudiar las publicaciones de Teresa de la Parra como “referente de la literatura latinoamericana”.
Amiga de la poeta chilena y Premio Nobel Gabriela Mistral, la información de Correo del Orinoco con la referencia a Maduro destaca a la “Teresa feminista”. Además de Ifigenia –una sociedad donde las mujeres no podían actuar con voz propia (sólo tenían la opción del matrimonio legal), el periódico apunta dos hitos: la conferencia de 1927 en Cuba, en el Congreso de Prensa Latina; Teresa de la Parra habló entonces sobre “La influencia oculta de las mujeres en la independencia y en la vida de Bolívar”; y en Bogotá (1930), donde conferenció sobre el influjo de las mujeres en la historia y cultura españolas.
“A pesar que buena parte de su vida transcurrió en el extranjero, (Teresa de la Parra) supo expresar en su obra literaria el ambiente íntimo y familiar en la Venezuela de la época”, destaca Ediciones Dyskolo en la presentación (en los años 90 del siglo XIX la autora se trasladó a Venezuela, y pasó la infancia en la hacienda de caña –paterna- cerca de Caracas; asimismo estuvo interna en un colegio religioso en España; de sus viajes –en años posteriores- son un ejemplo la estancia en Alemania, Suiza, España, Italia y Francia).
En julio de 1925 Teresa de la Parra escribe a Unamuno, quien había leído y comentado Ifigenia: “Si como usted tanto aprecio el recogimiento, no es porque el trato con mi propia persona me parezca especialmente interesante, sino porque es en la soledad del alma donde suelen visitarnos, con sus rostros más amables y sonrientes, las imágenes de nuestros semejantes”.
¿En qué ambiente trascurre Las memorias de Mamá Blanca? “En aquellos lejanos tiempos mis cinco hermanitas y yo estábamos colocadas ordenadamente en una suave escalerilla que subía desde los siete meses hasta los siete años, y que desde allí, firmes en nuestra escalera, reinábamos sin orgullo sobre toda la creación. Esta se hallaba entonces encerrada dentro de los límites de nuestra hacienda Piedra Azul”, cuenta Blanca Nieves.
Son memorias de la infancia en que aparece su madre –con un temperamento de poeta que prioriza la fantasía sobre la realidad- y hermanas; viven en un paraíso perdido “muy semejante al de Adán y Eva”; todos los días, en el cosmos inocente y primitivo de la finca familiar, se les revelan nuevas sorpresas y anécdotas.
A Papá se le retrata como una deidad ecuestre, con polainas, espuelas, barba castaña y sombrero alón de jipijapa; Evelyn era una mulata inglesa de la isla de Trinidad, institutriz que les bañaba, cosía la ropa y regañaba; Vicente Cochocho era un peón de Piedra Azul, amigo tutelar que no calzaba zapatos ni apellidos, “grande por la bondad de su alma”; además el primo Juancho era un personaje de muchos méritos y gran ilustración.
El año de publicación de Las memorias de Mamá Blanca, Venezuela estaba gobernada por la dictadura militar de Gómez Chacón (1908-1935), y en el país se sucedían las sublevaciones contra el Régimen; también en 1929 fallece el médico, historiador y lingüista venezolano Lisandro Alvarado.
¿Qué valoración ha realizado la crítica literaria de Las memorias de Mamá Blanca? La escritora y profesora de literatura venezolana, Velia Bosch, destacó que Las Memorias fue la obra que, en la vida de su autora, “menos éxitos editoriales alcanzó y menos encarnizada polémica suscitó” (introducción a la edición de Colección Archivos, 1988). Aunque a partir de los años 50 del siglo XX, una vez el libro se había expandido por Latinoamérica, también se da un interés por la traducción al inglés y holandés.
Pero, frente a las interpretaciones tradicionales, exclusivamente autobiográficas (su niñez en la hacienda familiar) o centradas en un “testimonio aristocrático”, Velia Bosch señala que la novela fue –en cierto modo- “precursora en el arte de leer determinado mundo rural y aprehender su lengua aferrada a la realidad mágica de su geografía y sus seres”.
Otro punto valorado por la fallecida investigadora, poeta y ensayista son los aires nuevos que introduce Ana Teresa de la Parra Sanojo en la literatura venezolana: “El dominio de una prosa castellana con una ‘espumosa elegancia’ del francés; algunos rasgos propios de la reminiscencia proustiana y la ironía volteriana aclimatada por la lectura de Eça de Queiroz trasplantada en el tono de humor venezolano”.
En la edición crítica de Colección Archivos, el académico y profesor de Literatura Latinoamericana, Nelson Osorio Tejeda, situó Las Memorias de Teresa de la Parra, y Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, en su contexto; son los años de la “brutal y férrea” dictadura de Juan Vicente Gómez, cuando “la nueva promoción política e intelectual que insurge, llamada después ‘generación del 28’, estaba viviendo una etapa de repliegue y dispersión, a raíz de las medidas represivas (…)”. Los dos autores, añade Osorio T., formaban parte de una etapa literaria anterior a los vanguardistas del 28: el denominado modernismo crepuscular.
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