El comercio es una de las actividades más antiguas de la humanidad. Desde tiempos remotos, como fuente de movilidad e intercambio social, ha conectado zonas geográficas dispersas y constituidos lazos de comunidad e integración que resisten el oleaje de los siglos.
También ha sido la razón principal tanto del esplendor como de la caída de grandes unidades imperiales en el pasado, y hoy en día esta premisa resuena con fuerza a medida que la conflictividad geopolítica y militar que tiene lugar en Ucrania, y la guerra comercial de Occidente contra Rusia, continúa estrangulando cadenas de suministro, caotizando los mercados y estimulando la inflación a nivel global.
Los vínculos tejidos en torno al comercio dejan huellas sociales, lazos geográficos y trayectorias económicas comunes mucho más duraderas que los cortos ciclos políticos-electorales habituales de la democracia liberal. Es cierto que el comercio tiene una relación de co-dependencia con el poder (en nuestra época, el del Estado), pero también es válido afirmar que las relaciones económicas son mucho más difíciles de reformular, en términos temporales, que aquellas de orden diplomático o político.
Como escribe el especialista en relaciones internacionales británico, Tim Marshall, somos prisioneros de la geografía. Igualmente lo somos del comercio y de sus líneas de contacto, difusión y agrupamiento social y económico a lo largo del tiempo.
Un buen ejemplo de esto es la relación económica y comercial entre Venezuela y Colombia, la cual está marcada por lazos geográficos, sociales y migratorios de amplia duración que han mantenido su vigencia y desarrollo propio luego de los diversos cambios ocurridos en su delimitación fronteriza.
Entre 1821 y 1830, tras el triunfo del Ejército Libertador en Boyacá dos años antes, Colombia y Venezuela conformaron una misma unidad política, la República de Colombia (o «Gran Colombia», desde el imaginario más general), cuya huella está activa en nuestro presente al punto de seguir condicionando el destino económico de ambas naciones.
El contrapunteo del auge y la caída
Desde la década de los 70, las relaciones comerciales entre ambos países han transitado por diversos periodos de crisis, estancamiento y alto dinamismo en el intercambio de mercancías, bienes y servicios, donde, a su vez, la dinámica histórica del contrabando se ha mantenido presente, aunque con subidas y bajadas en su protagonismo.
Así lo refleja Alejandro Gutiérrez en la investigación La integración económica entre Venezuela y Colombia: Evolución, Balance y Perspectivas. Para el autor, el lapso comprendido entre 1973-1982, ya estando Venezuela efectivamente integrada al Pacto Andino, marcó una tendencia de auge en el intercambio comercial debido a la bonanza que vivían ambas naciones por el incremento de los precios internacionales del petróleo y el café.
Los años 80 fueron de estancamiento, producto del congelamiento de las relaciones que trajo consigo el famoso incidente con la corbeta Caldas y la crisis financiera y de servicio de la deuda externa que azotó a Venezuela, obligándola a devaluar su moneda y establecer un control de cambios para frenar la huida de capitales.
Como reseña Gutiérrez, la época dorada del regionalismo abierto, de corte neoliberal, cuyo desarrollo condicionó los marcos de cooperación en la región durante los 90, reimpulsó el comercio binacional tras la simplificación de las barreras arancelarias y las restricciones a la inversión.
La etapa de Hugo Chávez y Álvaro Uribe Vélez al frente de ambos países, caracterizada por el enfrentamiento y la tendencia belicista del expresidente colombiano, tuvo como resultado el debilitamiento del comercio binacional. Sin embargo, esto no fue una tendencia firme y sostenida en el tiempo.
En 2008, mismo año en que el asesinato del guerrillero Raúl Reyes en territorio ecuatoriano por las fuerzas militares de Colombia desencadenó una peligrosa crisis diplomática que abarcó también a Venezuela, el comercio bilateral llegó a la cifra récord de 7 mil 290 millones de dólares.
El camino hacia la reparación de las relaciones llegaría en 2010 con la reunión de Hugo Chávez y Juan Manuel Santos en Santa Marta, iniciando así una reactivación del intercambio comercial perjudicado por la ofensiva de Uribe contra Venezuela entre 2009 y 2010.
Un estudio especializado en el ámbito de las relaciones comerciales publicado en el año 2010, bajo el nombre Borradores de Economía y dirigido por María del Pilar Esguerra Umaña, Enrique Montes Uribe, Aaron Garavito Acosta y Carolina Pulido González, llegó a la conclusión de que el periodo entre 2004 y 2009 representó la etapa de mayor crecimiento en el comercio binacional, coincidiendo con el periplo de hostilidad ascendente promovido por Uribe.
La clave implícita de esta paradójica convergencia radica en cómo los flujos comerciales tienen reglas propias, en las que los actores involucrados buscan hacer prevalecer sus intereses dentro de la dinámica estatal.
El legado destructivo de Duque
De acuerdo a esta tesis, podría pensarse en las razones por las cuales el comercio bilateral no siguió el mismo patrón de años anteriores durante la gestión de Iván Duque, sobre todo si se parte del principio de que fue, en términos de acoso y presión contra Venezuela, una continuación de la herencia de Uribe.
Durante el gobierno de Duque operó un entorno de conflicto diferente y de carácter exponencial: se combinaron armas de guerra irregular que abarcaron todo el espectro de los nexos bilaterales.
Este signo influyó en cada uno de los vértices de la relación entre ambos países, despuntando, desde el año 2015 en adelante, factores como la instrumentalización del paramilitarismo en la frontera, el empleo destructivo del contrabando de extracción, la devaluación de la moneda desde las mafias cambistas de Cúcuta y una ristra de agresiones híbridas que escalaron hasta el extremo de precipitar un intento de magnicidio en 2018 y un ensayo de invasión mercenaria en 2020.
La terapia de shock de medidas coercitivas unilaterales desde el año 2015 fue al mismo tiempo complemento y catalizador de este proceso, ya que la abrupta caída de los ingresos petroleros, el cierre de los mercados financieros y el aislamiento de los circuitos de pago bancario occidental, erosionaron los canales regulares y naturales de importación, exportación e inversión entre Colombia y Venezuela. Esto, sencillamente, no tiene precedentes. Y las consecuencias cuantitativas del gráfico anterior así lo reflejan.
Dicho resumen, a modo de simplificación, explica las causas de la caída a pique del comercio binacional en los últimos años, tal como lo demuestra el gráfico, y la forma en que la violación de sus reglas básicas de intercambio provocaron un declive del más del 90% con respecto a los últimos años.
En definitiva, el comercio es una fuerza indetenible y sobre la base de esa premisa fue que la gestión de Duque forzó un cambio en la jerarquía de actores y productos terminados: el intercambio social transfronterizo centrado en el trabajo, la migración pendular y el comercio (formal e informal) de bienes fue eclipsado por las rentas del narcotráfico y el paramilitarismo, el tráfico mafioso de venezolanos vistos como mano de obra barata y los diferenciales tóxicos en la esfera cambiaria.
Lenta recomposición
Este contexto de declive pronunciado del intercambio binacional también demuestra que el comercio es un espacio de combate y conflicto. Los intereses paraeconómicos del lado colombiano, esa mixtura entre paramilitarismo, narcotráfico y rentistas de la tierra que ha ganado tanto espacio, apostaron por una vía de acumulación por desposesión, siguiendo la tesis del geógrafo marxista David Harvey, que terminó fracasando en sus aspiraciones políticas.
La ventaja circunstancial de estos actores produjo que múltiples empresas, comerciantes y exportadores vieran reducidos sus espacios de operación, en vista de las dificultades impuestas por el sobrecumplimiento de «sanciones» y el cierre de las vías de intercambio marítimo, aéreo y sobre todo terrestre en un contexto de hostilidad, cada vez más peligroso, desde Bogotá.
La apertura gradual de la frontera, coordinada por el Gobierno Bolivariano con autoridades del Departamento de Norte de Santander en octubre del año pasado, y avalada posteriormente por Duque en un claro golpe anímico para Guaidó, supuso el primer momento de reversión puntual del declive en el intercambio comercial.
Por otro lado, las medidas de racionalización del precio de la gasolina, la flexibilización del mercado cambiario y su traducción en la estabilidad relativa del sistema general de precios, frenando la escalada inflacionaria, contribuyó a este movimiento eliminando las asimetrías que incentivaban el contrabando a una escala sobredimensionada.
Ambos pasos han generado una convergencia de criterios con los intereses económicos y comerciales del lado colombiano, cuyas pérdidas de estos años son adjudicadas a la política irresponsable de Duque. Aquí es clave el Norte de Santander, región donde el 90% de sus exportaciones están destinada a Venezuela en tanto es su mercado natural.
La reapertura fronteriza ha dado paso a una lenta recomposición del intercambio comercial entre ambos países. Según las mediciones recientes de la Cámara Colombo-Venezolana, apoyadas en las cifras oficiales del DANE, el comercio binacional entre enero y marzo del año en curso fue de 123,7 millones de dólares, lo que representa un incremento de 140% con respecto al mismo periodo en el año 2021.
Las exportaciones de Colombia, de acuerdo a estas mediciones en el mismo ya comentado, se ubicaron en 109,1 millones de dólares, un crecimiento de 113%. Por otro lado, Venezuela exportó hacia Colombia bienes y mercancías por valor de 14 millones de dólares, certificando un incremento de 25% con respecto al año pasado.
En las exportaciones venezolanas se destacaron los productos químicos orgánicos, productos derivados del aluminio y manufacturas varias. En las de Colombia ocuparon un lugar central los alimentos, las bebidas y el tabaco, las materias plásticas y los productos químicos, siguiendo el patrón de rubros de intercambio de los años previos al bloqueo económico internacional.
Según cifras del DANE, el intercambio comercial, con un superávit favorable a Colombia como ha sido durante el amplio registro de la relación económica binacional, cerró en 331 millones de dólares.
El resultado podría parecer muy reducido en comparación a los valores de años anteriores, pero si se observa desde el punto de vista de que en 2020 el intercambio estuvo por el orden de los 100 millones de dólares, el incremento es significativo y da pie a pensar que la recuperación está a la vista.
Efectos e impactos
Desde el año pasado los empresarios colombianos vienen reflejando la preocupación en torno a los canales de pago entre empresas, en una referencia indirecta al sobrecumplimiento de medidas coercitivas. Javier Díaz, presidente de Analdex, una agrupación de exportadores colombianos, se refirió a este tema como uno de los principales obstáculos pare recomponer el dinamismo de la relación bilateral.
Ante el triunfo de Gustavo Petro y Francia Márquez en la segunda vuelta electoral del 19 de junio, y la eventual reparación de la relación bilateral, primero a nivel diplomático, el comercio muestra una tendencia firme hacia la recuperación progresiva de acuerdo a los datos anteriores.
Esto tiene una importancia cardinal relacionada al contexto de reactivación económica por el que transita Venezuela. Un incremento del intercambio binacional, además de favorecer el consumo y la producción local, tiene el agregado de servir como vía de oxigenación y alivio de las presiones económicas externas por medio del comercio, aprovechando la reducción obvia de costos de transporte, el acceso directo a materias primas y el ingreso de divisas en rubros distintos al petróleo.
Son múltiples los factores de consolidación que un incremento del comercio podría traer para el ciclo de recuperación económica de Venezuela. Destaca la zona industrial de Ureña, estado Táchira, orientada a la metalmecánica y las manufacturas, donde el aumento del comercio binacional puede elevar las oportunidades de empleo, la recaudación fiscal, promover una expansión del consumo y la producción con miras a exportar hacia Colombia y desactivar los incentivos de la migración por razones económicas.
Este «efecto Ureña» podría expandirse al resto de parques y zonas industriales de Táchira, seis en total, dándole a la producción textil y manufacturera del estado una salida por el mercado natural y cautivo de Colombia.
La ruta a seguir para Petro
Es bien sabido que Petro enfrenta una composición adversa en ambas cámaras del Congreso tras las elecciones, un hecho que muy posiblemente limitará su paquete estructural de reformas y también la reformulación de las relaciones con Venezuela más allá de lo estrictamente diplomático.
El nuevo mandatario, en este contexto, intentará levantar el menor ruido posible para que el bloque de la oposición no utilice sus pasos de reparación con Venezuela como un arma arrojadiza para frenar sus avances programáticos.
Sin embargo, el comercio binacional puede darle una vía de solución, ya que la convergencia de intereses de actores económicos a ambos lados de la frontera le ofrecen una zona para crear consentimiento y apoyo en el acercamiento con Venezuela, evitando pasar por las valoraciones políticas.
Petro tiene una buena ventana de oportunidad para presentar la reparación integral de las relaciones con Venezuela desde los beneficios prácticos que traerá reactivar y profundizar el intercambio comercial, y no a partir de vértices ideológicos.
Esto para Venezuela tiene una significación positiva, ya que estaría abriendo una nueva grieta al bloqueo económico estadounidense y encontrando una ruta de consolidación complementaria de su ciclo de reactivación económica.