Un libro (no escrito solo para filósofos) que nos ayuda a amar la filosofía, la filosofía que hace por merecer su nombre. Probablemente, uno de los grandes libros de pensamiento (la tensión más natural en el individuo humano, sostiene el autor) publicados en nuestro país en estos últimos años. El ángulo de su aproximación: “una cosa es considerar que la libertad, la belleza del entorno, el bienestar físico y hasta el equilibrio afectivo constituyen circunstancias favorables para el despliegue de nuestras facultades y el enriquecimiento de nuestra humanidad, y otra cosa considerar que estas condiciones favorables son condiciones imprescindibles, de tal forma que en ausencia de las mismas la renuncia estaría, por así decirlo, justificada”. No lo estaría para Víctor Gómez Pin.
No es necesario presentar al autor, uno de nuestros grandes aristotélicos. A él dedicó su tesis doctoral presentada en la Sorbona. Catedrático emérito de la UAB, entre sus últimas obras cabe destacar Filosofía. Interrogaciones que a todos nos conciernen y Tras la Física. Arranque jónico y renacer cuántico de la filosofía.
Componen El honor de la filósofos (dedicado a “Carmen Rabal, que custodia el rescoldo de la España republicana y mima la lengua de su Francia actual”): un prólogo (de título heideggeriano: “Pensar y ser”), un “Dramatis personae”, ocho partes: “Ingratitud y preludio”; “El panteón y el cadalso”; “En efigie… y en presencia”, “Pathei mathos”, “Una tragedia romana”, “La filosofía conllevará de nuevo un riesgo”; “En la catástrofe”, “Ciencia, escritura y tragedia” (32 capítulos en total) y un epílogo: “Sin libertad ni esperanza”. Se echa a faltar un índice de nombres.
En el prólogo, el autor nos da pistas de la empresa que tiene entre manos: “Al igual que Plinio el Viejo, las personas que son protagonistas de este libro han visto cómo se cernía sobre ellas la hosquedad, alguna modalidad real o simbólica de calima, de niebla o tiniebla, sin hacer sucumbido, al menos en lo esencial”. A veces, añade, “fue la enfermedad o la decadencia física, otras veces, el choque con la ortodoxia en materia de costumbres o de los presupuestos que sustentaban el orden ciudadano; en algún caso, la terquedad de la naturaleza que, tras ofrecer resistencia al esfuerzo del hombre por vencerla, pasa a amenazarlo en sus logros o en su vida; en algún otro caso se dio a la vez”. Los protagonistas del libro, subraya, dieron claro y arriesgado testimonio de que, “si bien la libertad es efectivamente el horizonte al que aspira todo proyecto humano, no hay sin embargo que esperar a que la libertad sea efectiva para reivindicar las facultades que hacen la especificidad de nuestra condición en el orden animal, y esforzarse en darles alimento”.
A una breve biografía de los protagonistas del relato (Aristóteles, Spinoza, Descartes, Voltaire, Olympe de Gouges, Sophie de Grouchy, Miguel Servet, Hipatia, muchos otros) está dedicado el segundo capítulo: “Dramatis personae” (por orden de aparición). No se lo salten, no son entradas informativas escritas de cualquier manera, sin mimo, sin aportaciones propias. Dos ejemplos:
1. “Dimitri Shostakóvich (1906-1975). Verdadero emblema de la gran música del siglo XX, se vio en ocasiones desgarrado entre su fidelidad al ideario de la Revolución de Octubre y la regresión que, en materia de creación artística, supuso el repliegue de la Unión Soviética sobre sí misma. Shostakóvich escribe su Séptima sinfonía en 1941, mientras Leningrado está cercada y los ciudadanos se hallan amenazados en todo momento por los bombardeos del ejército alemán. La obra se interpreta disponiendo grandes altavoces para que los soldados alemanes pudieran oírla. Más allá de la intención propagandística, la obra era susceptible de hacer despertar en los soldados alemanes un sentimiento de comunidad más fierte que la barrera que los separada de los soldados soviéticos”.
2. “Jean Caviallès (1903-1944). Filósofo y matemático francés. Investigando sobre el infinito matemático, puso el acento sobre el peso filosófico de la teoría de los números transfinitos de Georg Cantor y de las paradojas que encierra desde la perspectiva del sentido común, no de la consistencia matemática. En colaboración con la gran matemática Emmy Noether (alemana y judía), publica la correspondencia entre Dedekind y Cantor, monumento literario relativo al infinito. El físico Étienne Klein escribe sobre Cavaillès lo siguiente: “Fue en su condición de filósofo y lógico que se comprometió con la Resistencia: era la única actitud lógica y necesaria para quien se tomaba en serio la búsqueda de la verdad”. Durante un tiempo, a la vez que colaboraba con la Resistencia, daba clases en una gran institución parisina. Tras pasar totalmente a la clandestinidad, es detenido y condenado a muerte. Cuando un oficial alemán le pregunta por las razones subjetivas que la habían movido a la acción responde que, dado su amor a Kant y a Beethoven, con su postura militante “demostraba que realizada en su vida el pensamiento de sus maestros alemanes”. Fusilado el 17 de enero de 1944 en la ciudad de Arras” (En esa misma ciudad, recordemos, celebró el PCE años después algunos de sus seminarios y reuniones más importantes).
No adelanto, nada explico aquí de los contenidos de los 32 capítulos, ninguno de ellos insustantivo, que componen El honor de los filósofos. Pero sí indico los que más me han impresionado, sin dejarme de interesarme por ninguno de ellos: “El cristal y el infinito: la sobria causa de Baruch de Spinoza”, “Funeral sin testigos de Gottfried W. Leibniz”, “La doble muerte de Miguel Servet”, “Fuerzas para un preludio: La pasión de Simone Weil”, “Debate sobre el infinito. Combate por la dignidad”, “Ante la guerra y el cólera”, “La huella de Jean Tatlock”, “Causa final de Albert Einstein”, “Alan Turing: su deseo, ese deseo…”
Cierra Gómez Pin con un epílogo al que titula: “Sin libertad ni esperanza”, una joya filosófica-literaria como cierre. Dos botones de muestra:
1. “La exigencia de rebeldía del filósofo con respecto a las situaciones en las que se instrumentaliza al ser de razón no ha de hacernos olvidar algo sobre lo que he insistido en tantos momentos de este libro, a saber: que la actividad filosófica, teórica por excelencia, es ya en sí misma una praxis. Cada vez que simplemente se restaura el ánimo para seguir pensando, se ha ganado una pequeña batalla contra las causas objetivas de esclavitud y embrutecimiento. Eso, desde luego, va más allá de la filosofía”.
2. “Y sin embargo, pese a las dificultades, el esfuerzo del filósofo por no ignorar lo esencial de la ciencia procede de un imperativo de la filosofía misma, para responder al cual es necesaria una tensión que puede llegar a ser baldía. Pues el filósofo ha de luchar contra la dificultad empírica, marcada de entrada por la limitación de tiempo, pero también contra la pluralidad de modos de simbolización que la diversidad de las ciencias exige”.
En síntesis, un libro -que aventuro sin riesgo de error que será un clásico de nuestra filosofía- para leer, estudiar y releer, para tenerlo cerca de la mesita de noche, muy cerca nuestro, como ocurre con los grandes libros. El honor de los filósofos lo es. Un libro que no puede ni debe pasar desapercibido a cualquier persona interesada por la filosofía y el buen filosofar.
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