Ilustradora: Laia Doménech. Versión de Jesús Ortíz. V Premio Muestra del Libro Infantil y Juvenil. Editorial Akal Infantil.
No pueden existir quienes sean solamente hombres, extraños a la ciudad. Quien realmente vive no puede no ser ciudadano, no tomar partido. La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes. La indiferencia es el peso muerto de la historia. Es la bola de plomo para el innovador, es la materia inerte en la que a menudo se ahogan los entusiasmos más brillantes… muy pocos se preguntan: Si yo hubiera cumplido con mi deber, si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, mis ideas, ¿habría ocurrido lo que pasó? Pero nadie o muy pocos culpan a su propia indiferencia, a su escepticismo, a no haber ofrecido sus manos y su actividad a los grupos de ciudadanos que, precisamente para evitar ese mal, combatían proponiéndose procurar un bien. Del revolucionario Antonio Gramsci, Odio a los indiferentes.
Antonio Gramsci declaraba que el poder ideológico de la cultura se instala en la estructura social mediante la educación. También declaraba que la función social de cada individuo determina la conciencia. La burguesía quiere hacernos creer que su ideario forma parte de lo natural y es inamovible. Y Gramsci, con un pequeño cuento, nos dice que no es cierto, y la prueba es que el poder del cambio está en nuestras manos.
La literatura, la obra de arte, transmite ideas sobre el mundo, la sociedad, las personas, y nos enseña su significado mediante una conciencia concreta, la de la burguesía o la del proletariado. Las mejores ideas se producen con la práctica de contraste, con la dialéctica, el vuelco que resuelve la realidad contradictoria desde el conocimiento revolucionado. Además, la práctica hace cultura y siembra teoría, y para que crezca y se extienda su conocimiento es necesaria la colaboración de quienes están sometidos al pensamiento burgués. No creamos que es simple, es muy complejo, pero su hilo conductor es enormemente claro, sin perder de vista que en todo el proceso se presentan los depredadores, los que aprovechan la caída de la tarde porque sus presas son las que vagan perdidas o se abandonan a un reposo que las mantiene descuidadas, indiferentes. ¿Recordamos las primeras líneas en las que Gramsci habla de los indiferentes? “La indiferencia y la abulia son parasitismo, son cobardía, no vida. … La indiferencia es el peso muerto de la historia”.
Nuestro autor, en una carta dirigida a su esposa que antes le ha contado que su hijo Delio lloraba porque no tiene leche, le pide que le cuente el cuento El ratón y la Montaña. Ahí le explica, con muy pocas palabras, el punto de división que producen entre quienes dejan sin leche, sin medios de vida, sin nada a la mayoría, y como el entendimiento del problema puede poner, a los afectados por la explotación, a trabajar en beneficio común: Un niño se encuentra con que su leche se la ha bebido el ratón y se echa a llorar, entonces el ratón pide leche a la cabra, la cabra al pasto, y así, un paso tras otro, la cadena de relaciones aporta el conocimiento de lo que falta a cada uno de los implicados y cómo su acción puede hacer cambiar la realidad. De este modo, se ponen a ello, el mundo cambia y el niño dispone de la leche que necesita.
La narración dialéctica, de lo pequeño a lo grande, de lo particular a lo general, para volver de lo general a lo particular, es para todos. En ella se contiene lo que se echa en falta viviendo en el capitalismo, la solidaridad asumida, consciente, transformadora. El trabajo común nos salva y la prueba es que si el niño aprende, los mayores aprendemos. No somos indiferentes. Somos resueltos y capaces de sembrar la cultura transformadora de la realidad.
Dé usted buena lectura a sus descendientes, dé usted conciencia social, haga cultura del valor de la solidaridad, de lo común, dé usted claridad para el futuro y empezará a transformar la realidad.
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