Cambio de marcha
Durante la segunda década del siglo XXI la crisis financiera y la ralentización económica del capitalismo global neoliberal financiarizado provocó en las economías occidentales un desigual “estancamiento secular” en los EE. UU y en la UE y una “crisis orgánica” social y política[1]. Lo cual no comportó la emergencia de una alternativa de izquierda a la reproducción del sistema, por el contrario, los bucles neoliberales y neoconservadores reafirmaron su amplia hegemonía. Sin solución de continuidad, la irrupción de la pandemia del COVID-19 desencadenó una grave y extensa crisis de salud pública de alcance mundial que realimentó la crisis económica y social en los años veinte y veintiuno.
Después de varias olas víricas y de la masiva generalización de la vacunación en los países occidentales desarrollados, a medida que el año veintiuno avanzaba, los efectos víricos tornaban más leves. Cuando “parecía” que se podría encarar la reactivación económica estimulada por la gran liquidez aportada al sistema por los bancos centrales y los estados, con tipos de interés entorno cero y, el ahorro que, mientras tanto, al no poder gastarlo, se había acumulado en las cuentas de grandes segmentos de las “clases medias” y de sectores de mayor renta de los países desarrollados, supuestamente, se decía, estaban en disposición de estimular la recuperación económica, incrementando el consumo y la inversión, al tiempo que se auguraba el rápido retorno a la “normalización” social y política.