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Elecciones y religión: la nueva apuesta del bolsonarismo

Fuentes: Outras Palavras (Brasil): [Imagen: Manifestación bolsonarista celebrada el 25 de febrero de 2024 en São Paulo. Créditos: Radio Educadora, tomada de Outras Palavras]

La ultraderecha exhibe su fuerza, pero posiblemente cuente ya con perder a su principal referencia. Los discursos de Malafaia y Michelle (esposa de Bolsonaro) sugieren que, para las elecciones de octubre, apuestan por un discurso basado en la hipocresía moral y el fundamentalismo religioso.


La manifestación del domingo (25) en la Avenida Paulista satisfizo algunas de las necesidades más urgentes de Bolsonaro en un escenario en el que su condena y posterior encarcelamiento son considerados algo inevitable. En primer lugar, como dijo el propio ex presidente en su discurso, demostró, en «una imagen para Brasil y para el mundo», que la extrema derecha aún tiene poder de movilización, aunque haya sido un acto claramente inferior a otros realizados por la base bolsonarista. Hay tres razones para este declive: el escenario adverso desde el punto de vista político, la ausencia de los grandes financiadores, que ahora temen lo que pueda surgir de las investigaciones de la Policía Federal sobre el riego de fondos para apoyar el golpe, y el hecho de que ya no están al frente del Ejecutivo federal.

Mientras que antes los actos se repartían por varias ciudades, ayer São Paulo fue el centro del imaginario para demostrar la resistencia de la extrema derecha brasileña. Más que la cantidad de asistentes en sí, estimada en unas 185.000 personas, según un grupo de investigación de la Universidad de São Paulo (USP), es importante fijarse en el significado y los mensajes transmitidos durante el acto, que apuntan a lo que será del bolsonarismo si se encuentra sin la figura que le da nombre al movimiento.

El primer significado político es muy claro: buscar la amnistía e insistir en la tesis de que no hubo intento de golpe, a pesar de todas las investigaciones realizadas hasta ahora por las autoridades policiales. Bolsonaro se refirió más de una vez a las personas que participaron en los campamentos y el 8 de enero como «pobres desgraciados». «Lo que busco es pacificar, borrar el pasado. Es buscar una forma de vivir en paz, de no seguir siendo molestados. Es, de parte del parlamento brasileño, una amnistía para los pobres desgraciados que están presos en Brasilia», dijo.

Hay proyectos de ley en el Congreso, como el del senador Hamilton Mourão (Republicanos-RS), para amnistiar a las personas implicadas por haber participado en el intento golpista del 8 de enero, pero además de la escasa viabilidad política de su consideración y aprobación en ambas cámaras del parlamento, los juristas señalan que cualquier iniciativa para amnistiar crímenes contra el Estado democrático de derecho es inconstitucional. Aun así, Bolsonaro trata de hacer lo que siempre ha hecho (con relativo éxito, dada la adopción por parte de los medios comerciales del periodismo declarativo y la búsqueda de audiencia): determinar la agenda política y erigirse en víctima de persecución.

El discurso más largo de la manifestación fue el del pastor Sila Malafaia, responsable del alquiler de los equipos sonoros eléctricos y principal organizador del acto. Su discurso fue el más eficaz para hilvanar una versión que amalgamaba fake news, recortes descontextualizados de hechos y declaraciones de terceros e informaciones tergiversadas para contar una historia sobre una supuesta «ingeniería del mal» articulada para perseguir a Bolsonaro.

En su revisionismo sobre el pasado reciente, retrató al ex presidente como alguien que había fumado la «pipa de la paz» tras sus declaraciones del 7 de septiembre de 2021 de que ya no respetaría las decisiones del magistrado del Supremo Tribunal Federal (STF) Alexandre de Moraes. En la fábula de Malafaia, el entonces jefe del Ejecutivo guardó «absoluto silencio» tras su derrota en las elecciones de 2022, se fue a Estados Unidos al final de su mandato y «no habló de nadie», como si fuera un firme respetuoso del resultado de las urnas y no alguien que no sólo estaba tramando un golpe, sino que además había pronunciado un dudoso discurso al final de su mandato, diciendo, entre otras cosas, que «las Fuerzas Armadas le debían lealtad al pueblo».

Si Bolsonaro no podía atacar al STF, le correspondía hacerlo a Malafaia, con su ficción de «ingeniería del mal» y también señalando que Alexandre de Moraes tenía «sangre en las manos» por la muerte de uno de los detenidos por los ataques golpistas del 8 de enero, que estaba en la cárcel de Papuda. El pastor dijo que el ministro » tendrá que rendir cuentas a Dios». No es la primera vez que lo dice. Para transmitir la imagen de un Bolsonaro sereno, el pastor fue quien encarnó la virulencia que forja enemigos y cohesiona el discurso lleno de odio que tiene la capacidad de movilizar.

“El momento de la liberación”

Pese a ser un líder eclesiástico, el discurso de Malafaia no fue el de mayor contenido religioso, sino el de la ex primera dama, Michelle Bolsonaro. Esta última habló durante casi 16 minutos, mezclando en su discurso la predicación, la oración, las citas bíblicas y la política.

Mencionó el nombre de dios 32 veces, con decenas de referencias al término «Señor», presente en frases como «Brasil es del Señor». «Mi marido fue elegido y declaró que Dios estaba por encima de todo. Si es difícil con Dios, es imposible sin Él», dijo, siempre en tono lacrimoso, haciendo de la trayectoria de su marido una especie de viaje del héroe.

Quizá el momento más emblemático, sin embargo, fue el pasaje en el que condenó a los que habían dicho que «no se podía mezclar la política con la religión, y el mal se apoderó de todo». Entonces gritó: «ha llegado la hora de la liberación». Ahí, Michelle no sólo se autorizó a sí misma sobre la unión entre religión y política, posicionándose como alguien que encarna esta ideología, sino que también legitimó dicha unión como una forma de combatir lo que ella llama «el mal». También le dio las gracias al pastor Malafaia por la «movilización».

El discurso de Michelle duró casi dos veces y media más que el del gobernador de São Paulo, Tarcísio de Freitas, que en su intervención dio a conocer los logros del gobierno anterior que no eran suyos, como el Pix (sistema electrónico de pagos). «Yo no era nadie. Y el presidente apostó por gente como yo y tantos otros que han surgido y que han ocupado puestos destacados porque creyó en ellos», dijo, reforzando su vínculo con su antiguo jefe. Pero tuvo dificultades para comunicarse más directamente con el público, hablando del «desafío de la representatividad que sólo será superado con la libertad » o del «desafío de la seguridad jurídica para que tengamos previsibilidad». Nada que suscite el interés de ningún tipo de público.

En el acto, la diferencia entre Michelle y Tarcísio quedó clara: mientras que una figura tenía el poder de atraer y agitar a la base del ex presidente, encarnada en el fervor religioso que adquiere aún más protagonismo, la otra era una señal a la élite económica y a aquellos a quienes no les importan las tendencias autoritarias o incluso el frágil acuerdo democrático de Brasil, siempre dispuestos a abrazar el extremismo si éste les conviene.

El bolsonarismo sin Bolsonaro

El acto sirvió para mostrar cuáles son los caminos de un bolsonarismo que no tendrá a Bolsonaro, ya que actualmente es inelegible y tiene un tortuoso camino judicial debido a un intento de golpe de Estado. El brazo religioso de la base extremista se ha fortalecido y es ahora el garante de la supervivencia de este segmento.

Al inculpar a militares de alto rango, los tribunales han debilitado el ímpetu de las Fuerzas Armadas que, en una especie de política de reducción de daños, tratan de aislar a los golpistas más notorios para preservar su imagen y su poder de influencia. Para ello, cuentan con una parte de los medios de comunicación comerciales e importantes aliados en los tres poderes del Estado. Esto, sin embargo, conduce a una pérdida de espacio para el bolsonarismo, tanto desde el punto de vista de las figuras que serían protagonistas como en la estructura organizativa que sustenta el extremismo.

Y este vacío ya está siendo ocupado por Malafaia y otros dirigentes de ese entorno. No en vano, Bolsonaro dijo en su discurso que era necesario prestar atención a la votación de los «concejales» (“vereadores”, representantes en los parlamentoq municipales), que en su discurso venían antes que los alcaldes (“prefeito”, jefe del ejecutivo municipal). Los grupos evangélicos neopentecostales se movilizaron para las elecciones de concejales tutelares de 2023, así como para promover candidaturas a las Cámaras de vereadores de 2024, proyectando mayores votaciones legislativas dentro de dos años. El proyecto de ampliar la base de creyentes está relacionado con el aumento de la participación política a nivel institucional y el acto del domingo demostró que el bolsonarismo va a actuar con este objetivo.

La amnistía y la falta de una justicia de transición democrática efectiva le dieron a Brasil un gobierno de militares elegido por vía directa. Ahora, las exenciones tributarias, la falta de control sobre los movimientos financieros de las confesiones religiosas, la vista gorda ante el control control que éstas ejercen sobre los medios de comunicación, así como la inmunidad de los líderes que pueden decir absolutamente cualquier cosa desde sus púlpitos (lo que incluye la propaganda política irregular y la destilación de todo tipo de prejuicios) podrían hacer que el país tuviera otro elemento más destinado a corroer su tejido institucional.


Glauco Faria es periodista de Outras Palavras. Fue editor ejecutivo de Brasil de Fato y de la Revista Fórum, presentador de Rádio Brasil Atual/TVT y editor de Rede Brasil Atual. Coautor del libro Bernie Sanders: A Revolução Política Além do Voto (Editora Letramento).

Traducción: Correspondencia de Prensa.

Fuente (del original): https://outraspalavras.net/direita-assanhada/eleicoes-e-religiao-anova-aposta-do-bolsonarismo/

Fuente (de la traducción): https://correspondenciadeprensa.com/?p=40063