En este artículo el autor sostiene que «los actores que conspiraron en 1964, que violaron el estado de derecho e instalaron la dictadura, son los mismos que están detrás de la aventura golpista que no tuvo éxito -por muy poco- esta vez». Por esa razón, mientras ese pasado violento y traumático no sea revisitado por la sociedad civil para condenarlo, la posibilidad de un futuro sombrío para Brasil será una hipótesis muy realista.
Aquel 1964 no quedó en el pasado. Incluso hoy, 60 años después del golpe militar que llevó a la larga dictadura de 21 años, se escuchan los ecos ruidosos de 1964. El 8 de enero de 2023 (la tentiva de golpe del bolsonarismo) testifica plenamente que 1964 no pertenece solo al pasado, sino que sigue muy vivo en el presente.
¿Quién está detrás de lo que pasó el 8 de enero si no la misma dirección de las Fuerzas Armadas que en toda la historia republicana sangró al país con golpes de Estado y rupturas institucionales?
Los militares ya venían ejecutando subrepticiamente el plan conspirativo al menos desde 2013 y 2014, cuando condecoraron a agentes de la banda de Curitiba que estaban indignados por la Rede Globo porque ejecutaban la destrucción semiótica de Lula, el Partido de los Trabajadores y la izquierda.
En 2015 y 2016 los comandantes militares afincaron su apoyo en Michel Temer para llevara delante el impeachment -la destitución fraudulenta- de la presidenta Dilma. Los generales conspiradores Sérgio Etchegoyen y Villas Boas traicionaron al presidente que los había nombrado, y, a cambio, ganaron el control del gobierno de Temer, militarizaron el aparato estatal y reestructuraron rápidamente el sistema de información de la dictadura.
En el breve período de Temer, los militares reunieron condiciones para tomar el poder por asalto nuevamente, pero no por la imposición de las armas sino a través de la elección fraudulenta de la boleta electoral-militar de Bolsonaro/Mourão. Para ello, tenían que eliminar de la competencia al virtual ganador de esa elección y blindar a su candidato, vinculado a las milicias y al submundo criminal.
Durante el gobierno militar con Bolsonaro, los uniformados comenzaron a actuar abiertamente para romper el estado de derecho, doblegar la institucionalidad existente y establecer un régimen fascista-autoritario duradero.
El derrocamiento de la democracia fue una política permanente de gobierno. Al punto que Bolsonaro lo comunicó oficialmente al mundo en una reunión convocada con embajadores extranjeros en el Palacio de Alvorada (presidencial).
A diferencia de 1964, cuando destituyeron a Jango Goulart, en los intentos de 2022 y 2023 los militares no lograron materializar el intento de golpe. Esta vez, no contaron con la autorización de Estados Unidos y no ganaron el barniz de legitimidad que la Corte Suprema confirió al golpe militar en la madrugada del 2 de abril de 1964.
En aquella ocasión, el presidente de la Corte Suprema Ribeiro da Costa legitimó la farsa del presidente del Congreso, el senador Auro de Andrade, quien declaró falsamente la vacancia de la Presidencia de la República y juró ilegalmente al alcalde Ranieri Mazzilli en el lugar de Jango, bajo las órdenes y los ojos de los generales golpistas en un Palacio de Planalto ya violado.
La frágil democracia brasileña ha sobrevivido en un hilo en los últimos años. Por muy poco no fue destruida.
Las repercusión nacional e internacional de la victoria del presidente Lula en las elecciones fue esencial para salvarla, y contaron con el cambio de postura de los villanos de la democracia de ayer, que llevaron al país al precipicio en 2016, y que hoy posan como héroes de la democracia porque fueron perseguidos por la escalada fascista del STF, los medios hegemónicos y las fracciones de las clases dominantes.
Los actores que conspiraron en 1964, que violaron el estado de derecho e instalaron la dictadura, son los mismos que están detrás de la aventura golpista que no tuvo éxito -por muy poco- esta vez.
El golpe de 64 no quedó en el pasado, continúa vivo y presente en el Brasil contemporáneo. Los intentos de insurrección militar contra la victoria de Lula son ruidosos ecos de 1964 que subsisten en el presente.
Mientras este pasado de trauma y violencia contra el pueblo brasileño y la democracia no sea enfrentado por la sociedad civil y los poderes de la República, la posibilidad de un futuro sombrío para Brasil seguirá siendo una hipótesis muy realista.
Especialmente en el caso de la elección de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos en noviembre próximo. Por cierto, este podría ser el plazo de validez de las decisiones del gobierno sobre la cuestión militar.
Jeferson Miola es miembro del Instituto de Debates, Estudios y Alternativas de Porto Alegre (Idea), fue coordinador ejecutivo del V Foro Social Mundial y colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
Fuente: https://estrategia.la/2024/03/31/brasil-ecos-barullentos-del-golpe-militar-de-1964/
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