A lo largo de su vida Alfonso Sastre mostró su sensibilidad y solidaridad con Euskal Herria. El texto que se reproduce a continuación lo firmó tras la entrada de la Ertzaintza en la sede de ‘Egin’ en 1993, emulando el «Yo acuso» de la carta abierta publicada por Émile Zola en el marco del ‘caso Dreyfus’.
Los acontecimientos se precipitan en estos días. Apenas acabado este artículo, agentes de la Ertzaintza, en un gran despliegue, han irrumpido en los locales de ‘Egin’ en Hernani y Bilbo, que han sido allanados durante muchas horas –trabajadores presentes han tenido la impresión de que los despachos eran «desvalijados»– en aplicación de un mandamiento de la Audiencia Nacional. Tratándose de esta institución, que a mí me parece un vestigio de tiempos pasados (tengo en la memoria el Tribunal de Orden Público), no puedo evitar la ferviente sospecha de que este allanamiento forma parte (objetivamente así es) de la «solución final» de la que este periódico está siendo objeto.
Parece un encabezamiento para un manifiesto importante. Lo tomo prestado del ilustre Émile Zola –escritor importante– y estaba en juego el destino de Alfred Dreyfus, un militar judío que fue acusado de espionaje y condenado sin pruebas a cadena perpetua en la Isla del Diablo: un asunto importante. En este caso no hay escritor importante –soy yo– pero el asunto sí lo es: muy grave y de gran envergadura moral, social y política. Se está sometiendo a gaseamiento público –con el apoyo o el silencio de la inmensa mayoría de los políticos, periodistas e intelectuales– al diario ‘Egin’. Este es un periódico en el que yo colaboro intermitentemente desde su fundación, y no puedo asistir a esta afrenta a la libertad de expresión sin tomar, aunque sea brevemente, la palabra.
El problema tiene dos caras muy visibles: de un lado el comportamiento de unos poderes públicos, amparados bajo las siglas ilustres del PSOE y del PNV, que presentan, sin el menor signo de vergüenza, una conducta muy irregular, al usurpar un papel que legalmente le corresponde al poder judicial. A la manera de Lynch, aquel caballero virginiano que nos legó la memoria de su tribunal particular y promulgó su propia legislación privada (estableciendo un siniestro privilegio), estos caballeros no sienten el menor sonrojo al sentenciar la pena de muerte por asfixia –según la fórmula cristiana de colgar por el cuello «hasta que la muerte sobrevenga»– basándose en su particular «instrucción» de un proceso en el que dictaminan a su antojo y al margen de la ley, que este diario hace apología del terrorismo. Lo dicen ellos desde su rostro de bienpensantes y, como tienen el poder bruto en sus manos, aplican ya su sentencia sin dárseles un ardite de la legalidad que dicen hipócritamente defender. Los jueces, mientras tanto, han dictado sentencias favorables a ‘Egin’ en diferentes ocasiones, y ninguna condenatoria por «apología del terrorismo».
Los últimos datos, que vienen a juntarse al prolongado boicot de la publicidad institucional que le es debida y de la que ‘Egin’ ya es largamente acreedor, son muy notables. Esta mañana escucho por la radio que el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz y la Diputación Foral de Álava han decidido –como otras instituciones públicas– no dar su publicidad a ‘Egin’ y a Radio Egin, en atención a las demandas del señor Atutxa, el cual, con expresión alucinada y amenazadora, nos comunicó desde la TV su terrorífica idea de que quienes se hacen anunciar en ‘Egin’ financian de ese modo las balas que se alojan en el cuerpo del sargento mayor Goikoetxea.
La otra cara del problema está en el beneplácito o la indiferencia con que la mayor parte de los escritores, artistas, periodistas e intelectuales en general, asisten a esa prolongada acción ilegal que se realiza desde el poder político. Cierto que no era razonable esperar mucho de nosotros. La degradación de los intelectuales no es una noticia de última hora. Se suelen situar en el pasado los momentos en que estuvimos a la altura de las circunstancias; y tampoco entonces fue cierto. A los pocos que estuvimos en los hornos de aquellas luchas nos costaba Dios y ayuda obtener las firmas de los «maestros» incluso cuando se trataba de casos obvios de tortura o de libertad de expresión. Luego ha sido notoria la complacencia de los intelectuales en su conjunto –salvando pequeños islotes de resistencia–, y apartamientos, desmoralizados, de la vida pública con las altas instancias del poder, a cambio de más o menos importantes satisfacciones, desde el comienzo de la transición democrática.
Yo tomo hoy nuevamente la palabra, como en aquellos malditos tiempos, para denunciar esta corrupción del espíritu que hay en el fondo de nuestra convivencia con el Poder. ¿Tan enfermos estamos que no nos permitimos tener más que aquella sensibilidad que ellos nos permiten (ante las víctimas de los atentados, por ejemplo)? ¿Hemos de mirar con ojos ciegos sus abusos y prepotencias? ¿Cómo no ver, por ejemplo, que la práctica de la tortura sigue siendo una evidencia como en los peores tiempos? Sobre estos temas y otros muchos trata ‘Egin’, y ésta es la voz que se quiere amordazar, ni más, ni menos.
También hay la contribución activa de periodistas infames a este linchamiento. El último dato está ahí: se anuncia que va a haber un importante atentado de ETA (los poderes públicos lanzan ese mensaje) y ya el fax de ‘Egin’ empieza a recibir heroicas cartas de periodistas que dicen a los redactores del periódico: «¡Ponednos en la lista de los próximos asesinatos!». Este es el fax de los infames, el coro de los forajidos en una mala zarzuela.
Yo no soy un político. Contadme, si acaso, entre los heridos de viejas batallas perdidas. Herido, pero no desaparecido ni muerto, en pocas ocasiones suena mi voz, y os pido que me oigáis en esta. ¿A quién me dirijo? A los honestos intelectuales y artistas que viven, sobreviven, entre nosotros: a sus pequeños islotes de resistencia donde los comportamientos insumisos son entendidos y saludados aún con mucha fuerza. ¿A quién acuso? A los líderes que solo piensan en resolver los problemas políticos con «soluciones finales», y sus secuaces públicos o secretos.
Por lo demás, ¿qué es y cómo es este periódico, ‘Egin’? La generalidad de quienes, en la calle y en las tertulias, lo condenan no lo leen. De otro modo no podrían ignorar la presencia en su páginas de las más encontradas opiniones, y –eso sí– las de quienes no pueden expresar las suyas en ninguna otra parte, así como de informaciones verídicas que solo aparecen en él. Su pérdida sería un acontecimiento muy grave para la libertad de expresión, y permanecería como un hecho vergonzoso en la memoria de este pueblo. Sería un episodio funesto para la causa de la paz verdadera en Euskal Herria, anhelada por todos nosotros.