Hace 75 años se fundó la Confederación Sindical Alemana (DGB por sus siglas en alemán). Su historia fundacional nos recuerda hoy lo reñido que fue el rumbo a tomar por parte de la nueva República Federal de Alemania tras la guerra.
Puerto de Hamburgo, mayo de 1947: una jornada de huelga está llegando a su fin cuando un reportero se fija en un pequeño grupo de trabajadores que claramente no piensan en volver al trabajo. Trabajo duro y patatas podridas, así no se puede continuar, dicen. Llevan semanas sin recibir patatas para sus cupones de racionamiento, y ahora les han dado unas que están podridas, esto es una porquería. «Sí, bueno, pero ¿cuándo queréis volver a trabajar?», pregunta el reportero. «¡Cuando primero tengamos algo adecuado para comer!», replican los trabajadores. «¿Y la pérdida de salario?», insiste el reportero. Un trabajador se ríe. «haremos acopio de lo que sea, eso está claro».
Pero no se trata sólo de estómagos rugientes. «Queremos conseguir», dice un trabajador, «que hoy el Parlamento de Hamburgo, es decir, el Senado de Hamburgo, decida por fin de una vez dar a los sindicatos poder real para controlar la producción y la fabricación. Llevamos dos años exigiéndolo. Pero una y otra vez han pasado por alto entregar realmente el poder legal a estos comités de control».
Esta escena revela el estado de ánimo general de los años de posguerra en Alemania Occidental, pero apenas se encuentra en la memoria colectiva. Ciudades bombardeadas, montañas de escombros por todas partes, entre los cuales se encuentran, escupiéndose en las manos, las mujeres que desescombraban las calles. Son imágenes conocidas tras la derrota de la Alemania nazi. El hambre y la miseria se asocian a este periodo y, por supuesto, a la persistente cuestión de la culpabilidad colectiva de la población por los crímenes alemanes.
Sin embargo, casi se ha olvidado lo virulentos que fueron tras la guerra los conflictos de clase en torno al abastecimiento cotidiano y la democratización completa del Estado y la economía. La fundación de la DGB (Deutsche Gewerkschaftsbund), que tuvo lugar en Múnich del 12 al 14 de octubre de 1949, es un ejemplo de esta historia de los años de posguerra en Alemania occidental. Fue una época de conflictos por la distribución y suministro de alimentos, especialmente las patatas (Kartoffelschlachten) y de grandes huelgas de masas, en las que la reivindicación por terminar con el hambre iba de la mano de la exigencia de expropiación de las empresas que habían ganado mucho dinero durante la guerra.
Por muy plausible que fuera para los estibadores de Hamburgo la relación entre una alimentación suficiente, un techo bajo el que cobijarse y el control democrático de la producción, se convertiría en un dilema para los sindicatos. Visto retrospectivamente, la ayuda para la reconstrucción y la hostilidad a la reconstrucción del capitalismo demostraron ser los dos polos entre los que zigzagueó la historia fundacional de la DGB. Cuando al final del nuevo comienzo (Ende des Aufbruchs) surgieron dos Estados alemanes, la DGB se convirtió en una importante institución de la República Federal y, por tanto, también vinculada a Occidente. Sin embargo, el objetivo de desprivatizar el trabajo permanece en su manifiesto fundacional como un espíritu que pervive hasta nuestros días.
El invierno ha terminado
La historia de la fundación de los sindicatos tras la Segunda Guerra Mundial puede describirse desde dos perspectivas: desde arriba, observando las difíciles decisiones de institucionalización en las condiciones de la incipiente guerra fría; y desde abajo, observando los problemas cotidianos de la gente y sus esperanzas y expectativas en las organizaciones sindicales.
Si se sigue este último camino, se arroja luz sobre la miseria de las familias obreras después de la guerra, luchando contra el hambre y la escasez de vivienda en ciudades devastadas. Los que tienen la suerte de recibir un salario tienen que trabajar bajo las condiciones más difíciles. En 1955, la semana laboral estándar había aumentado a 49 horas en seis días, casi cuatro horas más que bajo el régimen nazi en 1936. Las organizaciones sindicales locales son inicialmente comunidades de apoyo mutuo, en las que se ayuda a restablecer los suministros básicos de agua, alimentos, material de calefacción y ropa.
Incluso ya antes del final de la guerra, en marzo de 1945, se fundó el primer sindicato en Aquisgrán -recién liberada por la ofensiva de los aliados occidentales- desde que los sindicatos libres fueron aplastados bajo el régimen de Hitler el 2 de mayo de 1933. Poco después de la capitulación oficial de los nazis, hubo refundaciones espontáneas en muchos lugares de lo que quedaba de Alemania, donde la devastación de la guerra era palpable por doquier, explica Stefan Müller, que trabaja como historiador en el «Archivo de la Democracia Social» de la Fundación Friedrich Ebert, que también alberga el legado de la DGB. «Por un lado, era un acto espontáneo, pero a menudo se trataba de personas que habían pasado algún tiempo preparándose mentalmente y, en algunos casos, organizativamente». Las nuevas fundaciones fueron impulsadas sobre todo por antiguos cargos del partido o del sindicato de la República de Weimar que pasaron la hibernación del invierno nacionalsocialista en el extranjero o -como el posterior presidente de la DGB, Hans Böckler- en el exilio interno en Alemania.
Muchas de las organizaciones sindicales que surgieron en 1945 estaban aisladas entre sí debido a las restricciones para viajar, con las líneas postales y telefónicas completamente destruidas y la ausencia de periódicos. Sin embargo, si nos fijamos en la imagen que tenían de sí mismas, la mayoría compartía dos posiciones. En primer lugar, la mayoría estaba a favor del concepto de sindicato unificado. Con el tiempo, todos los sectores y profesiones deberían integrarse en un solo sindicato, con un departamento por cada industria y una caja de resistencia común para hacer frente a las huelgas. Se quiere dejar atrás las interminables disputas sobre el rumbo de la República de Weimar.
Existía la poderosa Federación General de Sindicatos Alemanes, estrechamente vinculada al ala centrista de la socialdemocracia. Pero los trabajadores y empleados se organizaron en conjunto en más de cincuenta sindicatos, que diferían en cuanto a sus objetivos y estrategias políticas y a veces se estorbaban mutuamente. El hecho de que el fragmentado movimiento sindical fue una puerta de entrada para que los nazis tomaran el poder -como resumió acertadamente la muy citada exclamación de Wilhelm Leuschner poco antes de su ejecución: «¡Lograd la unidad!»- es una interpretación muy extendida en los debates sobre las nuevas bases después de 1945.
En segundo lugar, todos compartían un consenso antifascista, que en los programas se vincula a la exigencia de superar el modo capitalista de producción. Para erradicar las raíces del nacionalsocialismo, la opinión generalizada entre los sindicalistas partía de la necesidad de ampliar el bien común, lo que incluía una amplia cogestión sobre el cómo y el para qué de la producción industrial, la adecuación de la economía a las necesidades de la población, la distribución de la riqueza, etc.
Poco después, el primer congreso de los sindicatos bávaros manifestó: «Los sindicatos alemanes inician una nueva etapa de su historia. Han aprendido del colapso de la República de Weimar que una constitución nacional democrática y una constitución económica autoritaria son incompatibles. […] Los sindicatos declaran en nombre de la fuerza de trabajo alemana que esta no está dispuesta a trabajar y pasar hambre para la reconstrucción del capital de propiedad privada. La reconstrucción de la economía alemana debe, por tanto, ir unida a la socialización de los medios de producción […]». Y en la llamada primera conferencia interzonal, en la que se reúnen sindicalistas de todas las zonas, se hace evidente que no se puede seguir actuando como siempre.
Sin embargo, aunque en un principio las fundaciones de sindicatos independientes fueron bien acogidas en el Este, los aliados occidentales les pusieron freno en un principio. El escepticismo ante el afán de institucionalización alemán y el temor a la influencia comunista probablemente influyeron en ello. Sin embargo, con el recién elegido gobierno laborista y el Congreso de Sindicatos (Trade Union Congress) detrás, la administración británica y poco después la estadounidense volvió a permitir los sindicatos a partir del otoño de 1945. Ahora se preveía un modelo en el que todo, desde las asambleas locales para los borradores de los estatutos hasta el establecimiento de una administración suprarregional y de representantes electos, debía ser acordada con las autoridades. Para los aliados occidentales estaba claro que el sindicato unificado que muchos habían previsto no iba a producirse.
Así lo veían también muchos sindicalistas occidentales de la World Federation of Trade Unions, que por lo demás apoyaban la rápida creación de sindicatos. Se mostraron escépticos ante la creación de una organización de masas fuertemente centralizada en Alemania después de 1933. Aunque los representantes sindicales de quince ciudades protestaron contra las directrices en septiembre de 1945, no consiguieron ningún avance en las negociaciones con los gobiernos militares. Allí donde la identidad socialista era más fuerte, se siguió intentando imponer el principio de un sindicato único, pero sin éxito.
Pronto dominó el pragmatismo entre las nuevas cúpulas sindicales, legitimadas por los aliados occidentales para coordinar la estructura organizativa, y se aceptó la idea de una confederación. A finales de 1947 se fundaron gradualmente la Federación de Sindicatos de Baviera, la Federación de Sindicatos Libres de Hesse y la Federación General de Sindicatos de Renania-Palatinado, todas ellas representantes estatales de sindicatos sectoriales regionales. En el sector británico se funda la DGB como organización dirigida por Hans Böckler. El sector administrativo francés gestiona inicialmente la organización de forma más restrictiva, pero más tarde sigue el planteamiento de británicos y estadounidenses.
Sobre todo los trabajadores de más edad, que ya estaban organizados antes de la guerra, se afilian al sindicato, mientras que los más jóvenes, las mujeres y los desempleados apenas se involucran. La ausencia de grupos relevantes también se refleja en las cifras: En 1948, 2.748.900 trabajadores están organizados en la zona británica (42,9 por ciento), 1.644.800 en la zona americana (37,9 por ciento) y 385.300 en la zona francesa (29,6 por ciento).
El Este, en cambio, estaba escribiendo su propia historia, que merece un artículo aparte. A diferencia del Oeste, allí el sindicato unificado era políticamente deseado. Ya en febrero de 1946 se celebró una «Primera Conferencia General de Delegados de la Confederación de Sindicatos Libres de Alemania para el territorio ocupado por los soviéticos», que marcó el congreso fundacional de la FDGB (Freier Deutscher Gewerkschaftsbund) y a cuyo comité ejecutivo pertenecían miembros del KPD (Kommunistische Partei Deutschlands), del SPD (Sozialistische Partei Deutschlands) y también de la CDU (Christlich Demokratische Union Deutschlands).
La FDGB estaba muy implicada en la política económica, por ejemplo en la nacionalización de grandes empresas. Sin embargo, cuanto más se acercaba el sistema político a la línea de Stalin, más perdía la FDGB su papel de organización independiente y representativa de intereses. «En aquella época, esto se llamó la lucha contra el socialdemocratismo», como describe el historiador Stefan Müller la situación en la que los socialdemócratas y los comunistas opositores fueron expulsados de las organizaciones a partir de 1946 y se consolidó el liderazgo del SED (Sozialistische Einheitspartei Deutschlands).
Al principio, los sindicalistas del Este y del Oeste compartían la visión de una Alemania unida con un movimiento sindical unido. Pero las fuerzas centrífugas de la incipiente polarización entre Washington y Moscú también disiparon las esperanzas de unidad. A más tardar en 1947, ambas direcciones sindicales estaban vinculadas a dos proyectos de Estado diferentes, los frentes se endurecieron y los encuentros conjuntos se paralizaron.
Hambre y acaparamiento tras la guerra
Para la gente resulta cada vez más evidente que las cargas tras la guerra no están repartidas equitativamente. Muchos luchan por el pan de cada día, pero a otros no les va nada mal. Aunque los salarios y los precios fueron limitados por la administración de posguerra para frenar la inflación y un sistema de cartillas de racionamiento debía regular la distribución de alimentos, el suministro de bienes básicos se estancó.
La razón principal fue que los empresarios retenían mercancías y recursos. Se beneficiaban de un mercado negro en el que se podía conseguir casi cualquier cosa por un precio exorbitado. Por ello, esperaron a ver qué decisiones se tomaban sobre el rumbo a emprender en las zonas occidentales y hasta qué punto serían acusados por colaboración y sacar provecho bajo el nacionalsocialismo. Algunos propietarios pasaron a la clandestinidad o fueron recluidos por su papel en el Estado nacionalsocialista. Los comités de empresa desempeñan un papel importante en la reapertura de las fábricas, siendo permitidos de nuevo en las zonas occidentales a partir de abril de 1946; coordinan los trabajos de limpieza y organizan las materias primas y los pedidos.
La estrategia de los empresarios fue denunciada como «usura» y «acaparamiento», y se convirtió en el tema central de las manifestaciones contra el hambre, las rebeliones del pan y las huelgas sindicales. Tras los repetidos recortes de las raciones de alimentos y artículos de primera necesidad, las tensiones aumentaron. En otoño de 1946, los mineros del Ruhr se negaron a trabajar turnos extra. Algunas empresas se declaran en huelga repetidamente, como hizo Miele, en Bielefeld, durante cinco semanas.
En marzo y abril de 1947, miles de personas se manifiestan en las ciudades de Alemania occidental, centrándose de nuevo las protestas en la cuenca del Ruhr. El 2 de abril de 1947 se decide una huelga masiva en la «Conferencia de los distritos mineros» de esa zona, porque, según se argumentó, «a la escasez de pan de meses se ha sumado ahora la falta total de patatas, alimentos y grasas. Las familias de los mineros están en la miseria absoluta». Por ello, la «huelga general de 24 horas de los mineros» planteó las siguientes reivindicaciones:
«1. Destitución de todas las personas de los cargos económicos y relacionados con la alimentación que han contribuido a la actual catástrofe por incompetencia o mala voluntad política. 2. las administraciones, cargos y autoridades deben estar ocupados por fuerzas democráticas, sobre todo de representantes sindicales. 3. en todas las ciudades y municipios deben constituirse inmediatamente comités de vigilancia nombrados por los sindicatos. Estos comités deben realizar la justa recogida y distribución de los alimentos disponibles. 4. en las comunidades rurales, las inspecciones agrícolas deben ser realizadas inmediatamente por comités formados por los sindicatos. […] 5. los estraperlistas y los chantajistas serán castigados con las penas más severas «.
Al observar las reivindicaciones de la época para la democratización de la economía y la administración de las zonas de ocupación, llama la atención que el razonamiento de extraer lecciones del nacionalsocialismo se sustituye cada vez más por el motivo de combatir la pobreza flagrante de los años de posguerra. Sea como sea, la socialización y la expropiación parecían estar a la orden del día, incluso en el bando conservador, y también formaban por entonces parte de la identidad de los sindicatos de la RFA. El historiador Stefan Müller situa el deseo de socializar las industrias del acero, el carbón y la minería de la siguiente manera:
«Todas ellas eran empresas que realmente habían sacado buenos beneficios en la guerra, que empleaban a un gran número de trabajadoras y trabajadores forzados. No debía haber más propiedad privada en estas industrias. En aquel momento no se trataba simplemente de una nacionalización, sino de empresas gestionadas democráticamente por organizaciones. Hoy en día, tal vez se podría comparar algo así con el principio de la Cámara de Industria, la Cámara de Artesanos o la radiodifusión pública».
Sin embargo, el objetivo del control democrático de la industria no tiene que ver con el tipo de socialismo que se está gestando en el Este, donde la expropiación de los agricultores mediante la reforma agraria está en pleno apogeo. En su lugar, la solución que suena es «democracia económica», un viejo concepto socialdemócrata de la República de Weimar, con el que se quiere emprender un tercer camino más allá del comunismo oriental y el capitalismo occidental.
El éxito de este concepto se reflejó también en 1947 en las constituciones de parlamentos estatales como la de Hesse, en la que la CDU, el KPD y el SPD establecieron conjuntamente cláusulas de socialización. Preguntada al respecto, una gran mayoría de la población votó a favor de convertir en propiedad común la minería, la siderurgia, la industria energética y el sector del transporte. Posteriormente, otros parlamentos estatales, como el de Renania del Norte-Westfalia, también aprueban leyes a favor de la expropiación. Sin embargo, su viabilidad es frenada principalmente por los estadounidenses, que consideran que esa competencia recae en el Parlamento federal alemán, aún por fundar.
Camino hacia la huelga general
Pero por mucho que la dirección sindical se viera confirmada en los signos de los tiempos, se encontró en coaliciones contradictorias en las negociaciones con los aliados occidentales sobre el rumbo del nuevo Estado alemán. Ante la penuria de la mayoría de la población, las exigencias de socialización ceden lugar a compromisos de realpolitik encaminados a elevar inmediatamente el nivel de vida.
El tema del desmantelamiento de fábricas es un ejemplo representativo. Según los planes iniciales de los aliados, la producción debía limitarse al 55% del nivel de 1938, lo que supondría la destrucción de 1.800 empresas. Junto con los propietarios de las empresas, los representantes sindicales negocian una reducción del desmantelamiento a 682 empresas. También cuentan entre sus éxitos el restablecimiento de la libertad de asociación, la cogestión en el lugar de trabajo, la jurisdicción laboral y la introducción gradual de la negociación colectiva a partir de 1948. Al mismo tiempo, sin embargo, tuvieron que aceptar una y otra vez el restablecimiento de la propiedad privada y de las relaciones de mercado, a pesar de que iba en contra de sus programas.
Mientras tanto, las protestas en las calles siguen aumentando. No está claro qué papel quieren desempeñar los sindicatos al respecto. La dirección, las organizaciones locales y los representantes de las empresas no suelen seguir una estrategia común. Al contrario, la unidad parece resquebrajarse, sobre todo en torno a la cuestión de la huelga general, que se reclama cada vez con más fuerza desde la base. Esto se hace evidente en un discurso de Hans Böckler en Wuppertal, bastión del KPD, en el que intenta convencer a los mineros de su línea. Las negociaciones con los aliados son demasiado acaloradas y las consecuencias de una huelga general parecen demasiado arriesgadas. Aboga por no poner en peligro el aumento de la producción, por aumentar la producción en lugar de romperla:
«Hemos tenido una serie de huelgas parciales. Entiendo muchísimo las acciones que surgen espontáneamente porque las dificultades han tomado gradualmente una medida insoportable. Y siempre he evitado condenar tales acciones ante los alemanes como ante las autoridades militares […]. Pero cuando la idea de una huelga general surge una y otra vez, entonces debo preguntarme, y todos los responsables deben preguntarse conmigo, cuál debería ser el propósito y cuál podría ser el mejor resultado posible en el futuro. Afortunadamente, la mayoría de nuestros colegas de Renania del Norte-Westfalia han comprendido hasta ahora, y seguirán manteniéndolo, que la mayor de las huelgas no nos aportará ni un grano, ni un trozo de pan más. He preguntado a mis colegas en varias ocasiones quién tendría que ir a la huelga general. ¿Debería ir a la huelga general el sector del transporte? ¿Deberían unirse a la huelga general los panaderos, los carniceros, deberían aquellos que son fundamentales para nuestras necesidades alimentarias, unirse también a la huelga general? A esto me dieron, aquí en Wuppertal, la respuesta más estúpida: si hay que morir, ¡pues morimos todos!».
A esto le siguen duros enfrentamientos verbales, pero Hans Böckler se mantiene firme en su postura. Los sindicatos obtuvieron mayores competencias en política económica sólo mediante negociaciones legales con los aliados. Stefan Müller lo analiza así: «Una cosa es que Hans Böckler y la posterior dirección de la DGB supieran naturalmente que, si querían llevar a cabo determinados objetivos, tenían que disponer de medios para poder amenazar con algo como una huelga general. Pero al mismo tiempo, también tenían que ser capaces en cierta medida de mantener a la propia afiliación bajo control».
También considera que las vacilaciones de 1947 son una herencia de 1933, «el año en que los sindicatos se hundieron en la derrota sin luchar». En lugar de una gran lucha de defensa sindical, los sindicalistas de entonces optaron por una estrategia de adaptación. Aunque en aquel momento hubo otras voces, en la mayoría prevaleció la esperanza de «que se pudiera sobrevivir como organización políticamente neutral en el nuevo Estado, tal y como estaba formulado entonces». Contrariamente a lo que sucedió, se creía que la organización era demasiado grande y fuerte para que los nazis la destruyeran. La amarga experiencia de lo contrario se dejó sentir después de 1945 «en una menor confianza en sí mismos y en un fuerte -lo llamaré – institucionalismo. En otras palabras, la creencia de que la fuerza organizativa bastaba para tener peso en las negociaciones políticas en la zona de ocupación y más tarde también en la joven República Federal».
Cuando en 1948 la situación no cambió y se anunciaron planes de socialización y leyes para la confiscación de bienes y medios de producción – que no se aplicaron consecuentemente – las protestas alcanzaron una nueva magnitud. En enero, 1,3 millones de trabajadores responden a la convocatoria de huelga de 24 horas de la Confederación de Sindicatos de Baviera. Sin embargo, todavía no se crea una coordinación sindical interregional y sigue faltando una estrategia homogénea. Los sindicalistas expresan ocasionalmente su malestar, como en la «Marcha del hambre a Lingham» en Hannover, donde 200 comités de empresa de la industria metalúrgica «encabezados por el primer ministro Kopf se dirigieron al representante de la zona británica, el brigadier Lingham, para protestar contra los continuos recortes de pan en Baja Sajonia», como escribió por entonces la prensa de Hannover. Pero en otros lugares, los sindicalistas se distanciaron o intentaron desactivar las protestas, por lo que los vínculos siguieron siendo contradictorios.
La guerra fría está ahora en pleno apogeo. Con la esperanza de una rápida reconstrucción, la cúpula sindical acepta el Plan Marshall. Sin embargo, quieren poner condiciones a la concesión de los préstamos. Al mismo tiempo, Ludwig Erhard, que ahora está al frente del Consejo Económico, decreta la reforma monetaria que introduciría el marco alemán, provocando una fuerte devaluación de todos los ahorros monetarios, lo que significa que «la gente corriente podía simplemente tirar sus antiguas posesiones en Reichsmark», según Müller.
El hecho de que los bienes materiales y los medios de producción continuaran al mismo tiempo sin verse afectados dio la razón, visto retrospectivamente, a la estrategia de acaparamiento de muchos empresarios. Mientras que la mayoría de los salarios siguieron estando sujetos a un tope por la administración zonal hasta octubre de 1948, se levantó la congelación de precios. Se produce entonces el famoso «efecto escaparate»: de la noche a la mañana, los escaparates se llenan de maravillas que nadie puede permitirse.
La rabia ahora ya no conoce disciplina alguna. Se celebran votaciones a favor de la convocatoria de huelgas por doquier, surgen espontáneamente revueltas por el hambre, que incluso desembocan en saqueos. Los disturbios de Stuttgart, en los que participaron 50.000 manifestantes, se hicieron famosos. Tras el final oficial de la manifestación sindical, algunos de ellos rompen los escaparates de la tienda de moda Stahl y se enzarzan en una pelea con la policía. Se practican detenciones y se imponen largas penas de prisión.
Hans Böckler negocia entonces intensamente con el gobierno militar para legalizar una huelga general que finalmente se convoca el 12 de noviembre de 1948. Como las huelgas siguen estando prohibidas en la zona francesa, sólo se autoriza una huelga general de 24 horas en las zonas británica y estadounidense. La condición para ello es la abstención de reivindicaciones políticas y que la forma de la huelga sea un «descanso laboral», por lo que los huelguistas no pueden salir a la calle para evitar que se repitan los incidentes de Stuttgart. Por lo tanto, el 12 de noviembre, más de 9 millones de trabajadores (de un total de 11,7 millones) se quedan en casa. A diferencia de la resistencia contra el putsch de Kapp de 1920 o del levantamiento de 1953 en la RDA, la segunda gran huelga general en Alemania está hoy casi olvidada.
El éxito de esta estrategia de conflicto no está claro. Pero en respuesta, Ludwig Erhard abandona los planes de rápida liberalización del mercado y populariza el término «economía social de mercado». Se convierte en el símbolo de una política económica que quiere permanecer en el capitalismo, pero restringiendo el libre mercado. Una representación de ello también puede considerarse el «programa Jedermann», introducido en esta época. Implicaba una especie de planificación económica secundaria, según la cual las empresas que se sometían voluntariamente a compromisos de precio y calidad recibían recursos preferenciales del Plan Marshall.
El final del principio
Casi un año después y hace 75 años, llega el momento: se funda en Múnich la DGB de Alemania occidental. Su autopercepción como «parlamento del trabajo» queda plasmada en los 487 delegados. En este punto llega a su fin temporalmente la contradictoria institucionalización del resurgido movimiento obrero en la Alemania de posguerra, caracterizada por las tensiones entre las bases y la dirección, el deseo de una mejora inmediata de las condiciones de vida y el duro enfrentamiento con la guerra fría.
El concepto de sindicato unificado ha dado el paso a una unión federal de dieciséis sindicatos sectoriales que pretenden integrar políticamente a todas las corrientes, pero que están estrechamente ligados al SPD, sobre todo a nivel de dirección. Para muchos, la fundación de la DGB en su momento fue un éxito político- organizativo en comparación con la fragmentación de la República de Weimar, pero estuvo marcada por defectos. El lema «un sindicato, una empresa» no acabó de funcionar.
Tanto la posición contra la guerra y el fascismo como la visión de una democratización de la economía quedaron plasmadas en el programa fundacional de Múnich de 1949. Sólo fallaba una estrategia: cómo llevar la industria al control colectivo.
Por un lado, se desvanecen las esperanzas de una victoria electoral del SPD en el primer Parlamento federal en agosto. El viento en la política ha cambiado y la CDU ha puesto fin a su efímero proyecto de socialismo cristiano. Para el nuevo gobierno, el ministro de Trabajo Anton Storch prometió el día de la fundación una «reorganización de las relaciones de propiedad en las industrias básicas», pero luego tuvo otras preocupaciones.
Por otra parte, Adenauer está dispuesto a hacer ciertas concesiones al precio de la occidentalización. Cuando en 1950 se recrudeció el conflicto en la industria del carbón y el acero y miles de empleados rescindieron voluntariamente su contrato como medida de protesta, Hans Böckler negoció la hasta hoy única cogestión paritaria en los consejos de administración de la industria para los empleados de las empresas siderúrgicas y mineras. Pero hasta ahí se llegó: La exigencia de socialización se convirtió finalmente en papel mojado.
La situación social a la que se enfrentaron los sindicatos en los años 50 difiere de la nuestra en muchos aspectos. La industria se ha reducido o se ha deslocalizado a países extranjeros más baratos, sólo una minoría de los empleados sigue recibiendo buenos salarios acordados colectivamente y la polarización entre ricos y pobres está creciendo en todo el mundo hasta un punto sin precedentes. Las crisis financiera y económica de las últimas décadas, pero también la crisis climática con la que nos encontramos, vuelve a poner sobre la mesa los debates sobre una economía planificada democráticamente, también en el espíritu de los conflictos de la posguerra. Los sindicatos son, por ello, insustituibles, pues demuestran que la política no se detiene en la puerta de la fábrica o de la oficina.
Jonas Ochsmann se dedica actualmente a la política sindical y de clases como investigador visitante en el Instituto Sindical Europeo de Bruselas.
Texto original: https://jacobin.de/artikel/dgb-boeckler-gewerkschaften-sozialisierung-vergesellschaftung
Traducción: Jaume Raventós