En el siglo pasado fue un tópico referir la obesidad como un signo de alto estatus social (clérigos, militares, diputados, capitalistas…) mientras que los individuos de las clases bajas y trabajadoras estaban muy por debajo del peso medio de aquellas. Sin embargo, en la actualidad la obesidad se está convirtiendo en un grave problema de salud pública y morbilidad para las clases de menor poder adquisitivo.
Tal inversión se ve facilitada por el hecho de que la alimentación más rica en proteínas animales o vegetales es cada día que pasa mucho más cara que la que favorece la obesidad (grasas e hidratos de carbono). La llamada comida basura es mucho más barata que una alimentación más saludable y menos favorecedora del sobrepeso. De manera que la pobreza alimentaria estaría detrás de la desigual obesidad y de las muchas morbilidades asociadas. A ello podría añadirse que el tiempo y las condiciones para un ocio saludable, frente al sedentarismo, son más accesibles a las clases altas que a las trabajadoras.