En este artículo el autor reflexiona sobre el papel de la juventud en el futuro de Brasil, señalando la importancia de ‘considerar la perspectiva de clase al analizar las juventudes’, así como la pertinencia de las categorías mannheinianas para estudiar a la propia juventud.
Una de las conclusiones sobre el mal desempeño de la izquierda brasileña en las elecciones municipales de 2024 es que ha faltado renovación de sus líderes. De hecho, a pesar de que Lula es el Presidente de la República, el Partido de los Trabajadores no logró grandes éxitos y, de las alcaldías de las capitales de los estados, conquistó solamente una: Fortaleza, en la región nordeste.
Efectivamente, no ha ocurrido renovación de liderazgo en la izquierda brasileña. Por su representatividad y apoyo popular, Lula es, desde la década de 1980, el principal referente del campo progresista en Brasil. Pero, este hecho, en sí mismo, no es el problema. Probablemente, el problema más complejo es la falta de compresión, en la izquierda, acerca de la juventud como categoría social heterogénea y, al mismo tiempo, no darse cuenta del significado de la transición generacional.
La palabra juventud no traduce la diversidad de variables que hay alrededor de las generaciones jóvenes. Ella es sólo una palabra, como dijo Pierre Bourdieu. La edad es un dato biológico socialmente manipulable. Hablar, por ejemplo, de los jóvenes como un grupo constituido, que posee intereses comunes, y referir estos intereses a una edad definida biológicamente, constituye una evidente manipulación. Es necesario considerar la perspectiva de clase al analizar las juventudes.
La diferenciación de clase entre las juventudes implica en medios distintos de acceso al capital cultural. Por supuesto, la comparación entre las condiciones de vida -incluyendo el tiempo disponible- de los jóvenes que ya trabajan y de jóvenes de la misma edad que apenas estudian revela situaciones muy diferentes.
Tal y como subraya la sociología reflexiva bourdieusiana, la capacidad de supervivencia en el sistema, para los individuos, no es producto de la suerte, sino responde a una serie de criterios simbólicos y materiales que distinguen y conforman subgrupos. Así, el capital cultural, en su condición de estado incorporado, implica la capacidad del individuo para asimilar o invertir en su propio capital cultural. El capital cultural, en estado incorporado, tiene un costo en tiempo y en cuerpo, y por ello tan ligado se encuentra a su portador que sobrevive el tiempo mismo del individuo.
Sin embargo, ¿en qué momento un joven puede cultivar su capital cultural? El tiempo durante el que un individuo puede prolongar su esfuerzo de adquisición, depende del tiempo libre que su familia le puede asegurar, o sea, liberar de la necesidad económica, como condición de la acumulación inicial. Ésta es una primera distinción de clase entre jóvenes asociada a la capacidad para administrar el tiempo en sí mismo.
Por lo tanto, sólo con un abuso tremendo del lenguaje se puede colocar bajo el mismo concepto universos sociales que no tienen casi nada en común. Además, es posible identificar entre los jóvenes de las clases adineradas una prolongación del periodo juvenil, siendo tal condición negada a los jóvenes de las clases populares.
La izquierda brasileña ha ignorado dicha realidad, principalmente en los casos en que ella es hegemonizada por el identitarismo. Así mismo, no ha tenido en cuenta la dimensión integral del concepto de generaciones, es decir, al modo de Karl Mannheim, considerando las categorías posición generacional, conexión generacional y unidad generacional. Por consiguiente, se equivoca en aspectos fundamentales de la disputa política. Por ejemplo, la posición generacional no puede equipararse con la conexión generacional.
La conexión generacional es más determinante que la mera posición generacional, de la misma forma que la mera situación de clase no puede equipararse a una clase que se autoconstituye. La posición sólo contiene posibilidades potenciales que pueden hacerse valer, ser reprimidas, o bien modificarse en su realización al resultar incluidas en otras fuerzas socialmente efectivas. La mera contemporaneidad biológica no basta para constituir una posición generacional afín.
Para estar incluido en una posición generacional, tiene uno que haber nacido en el mismo ámbito histórico-social y dentro del mismo periodo. Sin embargo, la conexión generacional es algo más que esa presencia circunscrita en una determinada unidad histórico-social. Es decir, para que se pueda hablar de una conexión generacional tiene que darse alguna otra vinculación concreta, como la participación en el destino común de esa unidad histórico-social.
Por lo tanto, la unidad generacional es una adhesión mucho más concreta que la que establece la mera conexión generacional. A este respecto, la síntesis mannheiniana es paradigmática: la propia juventud que se orienta por misma problemática de su época, vive en una conexión generacional; dentro de cada conexión generacional, aquellos grupos que siempre emplean las vivencias de modos diversos constituyen, en cada caso, distintas unidades generacionales en el ámbito de una misma conexión generacional.
Así pues, el cambio generacional tiene un carácter continuo. Por otra parte, el cambio continuo de las circunstancias se corresponde con la naturaleza continua de la juventud que se orienta, preferentemente, por las transformaciones.
Si el mal desempeño de la izquierda brasileña en las elecciones municipales de 2024 genera un debate sobre la necesidad de su renovación y de comprensión de las dinámicas de las juventudes en el país, el fracaso electoral le brindará, al menos, una oportunidad para aprender y cambiar perspectivas. Pero, si esto no sucede, vale recomendar a sus actuales dirigentes reflexionar sobre las palabras de Pepe Mujica pronunciadas en un reciente y conmovedor discurso ante los militantes del Frente Amplio: Cuando mis brazos se vayan, habrá miles de brazos sustituyendo la lucha, y toda mi vida dije que los mejores dirigentes son los que dejan una barra que lo supera con ventaja.
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