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Un llamamiento a la acción urgente

La exclusión social de los refugiados en Brasil

Fuentes: Rebelión [Imagen: Proyección en las torres del Congresso para celebrar el Día Mundial del Refugiado (20 de junio), en donde se puede leer 'Gracias Brasil' al lado de una fotografía de un niño refugiado. Créditos: Caio d'Arcanchy/Câmara dos Deputados]

En este artículo el autor analiza la situación del los refugiados en Brasil y hace un llamamiento a la acción para modificar las políticas de acogida en Brasil.


En los últimos años, la situación de los refugiados en Brasil ha puesto de manifiesto las serias deficiencias del sistema de acogida del país. En lugar de ofrecer seguridad, protección y dignidad, muchos refugiados se ven forzados a enfrentarse a condiciones de vida indignas, alejadas de las garantías mínimas que sus derechos humanos exigen. Esta realidad, especialmente palpable en Brasilia, revela un patrón histórico de exclusión social y segregación socioespacial, en el que las personas más vulnerables, como los refugiados, se ven marginadas aún más por un sistema que parece priorizar a los sectores más acomodados de la sociedad.

Recientemente, se ha dado a conocer el caso de un refugiado que, tras huir de su país de origen en busca de seguridad y una vida digna, se ha visto forzado por la Oficina de ACNUR en Brasilia a trasladarse a unidades de acogida en las periferias de la ciudad. Estos centros, como el Centro POP o Caritas, están destinados a personas sin hogar, drogadictos y personas con trastornos mentales, perfiles que no corresponden a las necesidades de seguridad y estabilidad que una persona refugiada requiere para reconstruir su vida.

Lo que se presenta como una «solución» a los problemas de alojamiento de los refugiados, en realidad está construyendo nuevas barreras: sociales, físicas y psicológicas. Las ciudades satélites de Brasilia, como se les conoce, están claramente separadas de la estructura urbana central, no solo por kilómetros de distancia, sino por sistemas de seguridad y vigilancia que refuerzan una profunda segregación socioeconómica. Las personas refugiadas, muchas de ellas de bajos recursos o sin recursos, son reubicadas en estos espacios marginalizados, donde la pobreza y la inseguridad se convierten en su pan de cada día, sin posibilidades de integración plena en la sociedad.

Lo que resulta más alarmante es que las personas en situación de desplazamiento internacional y refugio en Brasilia no tienen ninguna responsabilidad en el modelo urbanístico profundamente excluyente que caracteriza a la ciudad. Este modelo, cimentado sobre patrones históricos de segregación socio-racial y espacial, ha creado un entorno donde las clases más altas y las élites económicas gozan de acceso a zonas exclusivas, mientras que los más vulnerables, incluidos los refugiados, son relegados a las periferias más empobrecidas y estigmatizadas. Las políticas de reubicación forzada que afectan a los refugiados no hacen más que perpetuar esta segregación estructural, condenándolos a vivir en barrios donde la falta de acceso a servicios básicos y la violencia social son una constante.

La reubicación forzada y la falta de acceso a condiciones de vida dignas no solo son una violación de los derechos fundamentales de los refugiados, sino que también refuerzan la exclusión histórica que caracteriza la urbanización de Brasilia. Esta ciudad, concebida en su momento como un símbolo de modernidad y progreso, ha resultado ser un microcosmos de las profundas desigualdades que existen en Brasil, donde las clases altas y las elites económicas se benefician de un modelo de urbanización que les permite vivir en áreas exclusivas, mientras que los más vulnerables son relegados a las periferias. En este sentido, el desplazamiento de los refugiados a estas zonas marginalizadas no es solo un problema de falta de infraestructura, sino una forma sistemática de segregación racial y socioeconómica.

El caso de este refugiado, que solicita urgentemente su traslado a Uruguay por las graves carencias que enfrenta en Brasil, pone en evidencia las deficiencias del sistema brasileño y la urgente necesidad de reformas. A pesar de sus esfuerzos por acceder a alojamiento adecuado y seguro, la respuesta de las autoridades ha sido insatisfactoria. Ante este panorama, la única alternativa que queda es la búsqueda de condiciones más dignas y seguras en otro país que respete los derechos fundamentales de los refugiados.

Esta situación es una llamada de atención para los organismos internacionales, en especial para ACNUR, que deben velar por que los refugiados no solo sean recibidos, sino que sean tratados con la dignidad que les corresponde como seres humanos. No basta con ofrecer un techo; debe garantizarse que ese techo no sea un lugar de exclusión, marginación y desarraigo.

Brasil, como miembro de la comunidad internacional y signatario de tratados que protegen los derechos de los refugiados, tiene la responsabilidad de cumplir con los principios fundamentales que sustentan el asilo: el derecho a la seguridad, a la autodeterminación, a la integridad física y psicológica. La reubicación forzada de refugiados en condiciones indignas, lejos de las áreas que ofrecen posibilidades de integración social y laboral, no es solo un fallo en la política migratoria, sino un fallo en la humanidad misma.

Es imperativo que se tomen medidas inmediatas para reformar el sistema de acogida en Brasil, garantizando que todos los refugiados tengan acceso a condiciones de vida dignas y seguras. Además, es necesario que los países que acogen refugiados, como Brasil, actúen con mayor responsabilidad y compromiso con la protección de los derechos humanos, y no sigan perpetuando estructuras de exclusión que violan los principios de igualdad y justicia social.

La situación que viven muchos refugiados en Brasil, obligados a aceptar condiciones de vida forzadas y segregadas, no puede ser ignorada. Si Brasil realmente quiere ser un ejemplo de solidaridad y protección para los más vulnerables, debe garantizar que sus políticas de acogida no sean un obstáculo para la integración, sino un camino hacia una vida digna y segura para quienes huyen de la violencia, la persecución y la pobreza.

Es hora de que los refugiados en Brasil encuentren no solo un lugar para vivir, sino un espacio en el que puedan reconstruir sus vidas con esperanza, dignidad y respeto. Es hora de actuar.

Hugo  Carrillo Ferreira es becario posdoctoral en el departamento de Antropología de la Universidade de Brasilia.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.