Nacimos aquí, donde las masas idolatran a los idiotas y los convierten en héroes ricos (Charles Bukowski)
Estados Unidos mantiene su hegemonía mundial sustentado en tres poderes clave: su capacidad atómica, el dólar como pilar de su dominio financiero y, a mi entender, el más decisivo, Hollywood. Sin este bastión de la industria del entretenimiento, la manipulación y la fabricación de noticias, sería difícil concebir la promoción de una figura que, tras no alcanzar siquiera el 1% en las elecciones primarias de 2020, se convirtiera en una contendiente destacada por la presidencia en 2024.
Resulta igual de improbable que un presidente en funciones, cuyas apariciones públicas han generado dudas y burlas, junto a una vicepresidenta de bajo perfil, haya logrado mantener una administración prácticamente invisible durante tres años y medio. Esto plantea una pregunta inevitable: ¿Quién gobernó realmente Estados Unidos de 2021 a enero de 2025?
Aunque no es el tema central de este artículo, es problemático que esta pregunta no tenga una respuesta clara. Lo que sí parece evidente es que Hollywood jugó un papel crucial en la preservación de la imagen de la administración Biden, ocultando las posibles limitaciones cognitivas del presidente, la irrelevancia de la vicepresidenta, y enseñando, de forma alarmante, el supuesto «peligro» del regreso de Trump para la democracia estadounidense.
Esta misma democracia, hoy en crisis y encabezada por la administración demócrata, se ha destacado por decisiones tan polémicas como el financiamiento a la guerra en Ucrania, la brutal ofensiva en Gaza y una política económica cada vez más proteccionista, profundizando los aranceles impuestos durante la presidencia de Trump.
Para los medios, Trump representa una amenaza “existencial” para la república, lo que refleja el deterioro político y social que atraviesa el país. Las elecciones realmente reflejaron el enfrentamiento entre una figura vacía de propuestas concretas y otra con un historial de iniciativas demenciales. Es cierto que un segundo mandato de Trump probablemente conllevaría riesgos más serios que el primero, que terminó con más de un millón de muertes por COVID-19 y un motín en el Capitolio.
Aun así, la reciente victoria electoral del expresidente abre un período de desafíos sin precedentes. Entre ellos se cuentan las dos guerras activas que ha prometido finalizar, aunque aún no ha presentado un plan concreto. Además, su postura se enfoca en una nueva guerra comercial con China, el escepticismo profundo hacia el multilateralismo, la protección arancelaria para sectores económicos poco competitivos y un supuesto repliegue de Estados Unidos en su rol de “gendarme global.” Sin embargo, es importante señalar que esta posible reclusión no se extenderá a América Latina, su tradicional «patio trasero,» que continuará bajo la atención de Washington.
La guerra en Ucrania y sus posibles desenlaces
La guerra en Ucrania plantea escenarios complejos. Un tema recurrente ha sido la sugerencia de Trump sobre finalizar el conflicto en tan solo 24 horas. Sin la ayuda estadounidense, el futuro militar de Ucrania está sentenciado. Esto también afectará directamente a la OTAN, sus aliados europeos e incluso a la propia Unión Europea.
En cuanto a una posible negociación de paz, Trump no ha detallado cómo planea lograr un «acuerdo justo.» La retirada de Ucrania en varios puntos del frente sugiere que, en caso de negociaciones, Rusia podría tener una posición dominante para imponer condiciones. Para avanzar, es probable que ciertos puntos sean obligatorios: ningún gobierno antirruso podrá participar en el proceso de paz ni en futuros gobiernos ucranianos; los territorios anexionados quedarán bajo control ruso; y la constitución ucraniana debe prohibir la entrada a la OTAN y cualquier ejército propio, consolidando a Ucrania como un estado neutral, similar a Finlandia durante la Guerra Fría.
Una vez aceptados estos puntos, la negociación real abordará el Tratado de Seguridad Colectiva, cuya violación fue el motivo que disparó la “operación militar especial a Ucrania”. Este nuevo acuerdo de seguridad excluiría a la OTAN y a la Unión Europea en la configuración de los límites defensivos, reservando la negociación únicamente a Rusia y EE. UU. Dado que una zona de desmilitarización sin Ucrania y los últimos miembros de la OTAN (Macedonia del Norte, Finlandia y Suecia) debería extenderse hasta la frontera alemana, la OTAN y sus aliados se verían debilitados.
El futuro de la OTAN y la Unión Europea
Si la OTAN no participa de este acuerdo y la Unión Europea tampoco, para qué sirve la OTAN y ni qué hablar de sus nuevos adherentes, Finlandia y Suecia. Por lo tanto, si se aceptara esta hipótesis, la OTAN perdería su validez, al igual que sus socios europeos. Es posible que esta iniciativa tenga una decidida y paradójica oposición de los atlantistas de Bruselas. Si esto fuera así, obligaría al gobierno estadounidense a retirase de la guerra, dejarla en manos europeas, las negociaciones, financiación y su terminación.
En cualquiera de los casos la Unión Europea pierde y enfrentará entonces una nueva configuración institucional. Algunos líderes, como Mario Draghi, han propuesto que los ciudadanos europeos financien la recuperación mediante un nuevo fondo de deuda de 800 mil millones de euros anuales. Sin embargo, el nacionalismo conservador ha ganado terreno en varios países europeos, dificultando la cooperación unificada.
El ejemplo actual es Alemania. El divorcio de la coalición de gobierno ante la inminente perdida del gobierno es un síntoma, podrá ganar la democracia cristiana, pero a quien hay que detener es a Alternativa por Alemania (AfD). Hoy, aunque con una mezcla de nacionalistas y derechistas radicales, la derecha cuenta con 127 escaños en un parlamento de 705. Teniendo en cuenta la intención de voto a estos partidos, hay ocho países que se sitúan por encima de la media europea (que es del 16,9%): Francia (33,1%), Austria (27%), Italia (23,6%), Países Bajos (23,4%), República Checa (22,7%), Bélgica (21,5%) y Polonia (18,7%) que serán los que reconfiguren la Unión, pero con Trump esta vez.
Si bien el tema de Ucrania podría parecer en principio uno de los más sencillo de abordar, por no tener personal militar Estados Unidos, como en Irak o Afganistán, no lo es, si no va de la mano de Medio Oriente. El presidente Vladimir Putin propuso la creación de un nuevo sistema de garantías de seguridad colectiva en Eurasia ante el fracaso del modelo euroatlántico.
O sea, se trata ante todo de la Unión Estatal (de Rusia y Bielorrusia), la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), la Comunidad de Estados Independientes (CEI), la Organización de Cooperación de Shanghái (OSC) y, por si no se dieron cuenta, Rusia, China e Irán están entrelazadas. El control del Medio Oriente por parte de Estados Unidos, bajo su alianza estratégica con Israel, enfrenta importantes desafíos en el contexto actual.
Queda un solo tema de especulación, más allá de la inmigración, la salud, la educación, la guerra comercial con China, los aranceles, entre muchos otros, que quedaran para venideros análisis. Pero el hipotético repliegue de Estados Unidos como “gendarme global”, aunque no de América Latina, su «patio trasero”, merece un párrafo, sobre todo para Brasil y Venezuela.
Brasil entre Estados Unidos y los BRICS
Brasil dio una explicación poco feliz de su veto a Caracas en la incorporación a los BRICS. Según el gobierno obedece a que el presidente Nicolás Maduro abusó de la confianza de Lula tras las elecciones presidenciales al incumplir la promesa de presentar las actas oficiales de los resultados de las elecciones a presidente.
Venezuela es la mayor reserva mundial de petróleo, por lo que incorporarlo del lado de los BRICS era un objetivo estratégico para los mismos, lo que molestó a sus integrantes. ¿Qué autoridad tiene Brasil para exigir explicaciones sobre una acción soberana de otro país? Incluso como mediador en América del Sur, este gesto parece hostil e “inexplicable e inmoral”.
La “autonomía pragmática” de Brasil busca un equilibrio en un contexto internacional complicado, marcado por las guerras en Ucrania y Gaza. Sin embargo, esta postura parece poco favorable para mantener una verdadera neutralidad. Aun así, y tratando de ganar terreno en ambos lados de la cancha, como Turquía, el veto a Venezuela de su ingreso a los BRICS parece más una ejecución de Maduro y favorecer el juego de Trump, que una medida de autonomía moral.
En conclusión, Estados Unidos sigue enfrentando desafíos monumentales en su rol de potencia global. Desde su manejo de las guerras en Ucrania y Medio Oriente hasta su influencia en América Latina, su política exterior parece dividirse entre la continuidad y un repliegue estratégico. Sin embargo, la reconfiguración de alianzas globales y regionales, como los BRICS y la OTAN, refleja que el mundo está tendiendo a estabilizarse en un nuevo orden multipolar.