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Lula: entre la conciliación y la revolución

Fuentes: Rebelión [Imagen: El presidente Lula da Silva. Créditos: Marcelo Camargo/Agência Brasil]

En este artículo el autor reflexiona sobre los límites de la acción política conciliadora, aquella que no cuestiona el marco liberal para la acción política reformista, y la revolucionaria, aquella que tiene por objeto superar el sistema capitalista como única condición de posibilidad para construir otra sociedad.


Últimamente ha habido mucha discusión y controversia acerca de la manera como el presidente Lula enfrenta las dificultades con las cuales su gobierno tiene que lidiar en el transcurso de su día a día.

Hay una creencia generalizada de que Lula es alguien profundamente identificado con las aspiraciones populares y que, en vista de esto, se preocupa constantemente por encontrar formas de complacerle satisfactoriamente a la gente en sus demandas. Este es el pensamiento de la mayoría de las personas, el cual yo comparto. Son pocos los que disienten en cuanto a esto. Y, a veces, lo hacen movidos por malas intenciones.

Sin embargo, conviene recalcar que actuar de acuerdo con el sentido común no siempre significa obrar en función del objetivo estratégico real de los grupos a los que anhelamos favorecer. Sin pretender equiparar las situaciones, y sólo para hacer más evidente lo que me gustaría expresar, recurriré a una ilustración relacionada con el amplio e insaciable deseo de consumo de dulces por parte de nuestra población infantil.

Si partimos del principio de que lo correcto es tratar de satisfacer los anhelos de aquellos con los que tenemos afinidad, debemos aceptar como loable el comportamiento de los padres que están dispuestos a saciar los deseos de sus hijos ofreciéndoles la máxima cantidad de las golosinas que siempre quieren consumir. Sin embargo, todos sabemos muy bien lo perjudicial que sería esto para la salud de los propios niños. Por lo tanto, mucho más que satisfacer sus expectativas inmediatas, lo conveniente sería que los responsables trataran de educarlos para que llegaran a comprender que, en el futuro, aquello les causaría mucho más daño que bien.

Es evidente que, para que estén de acuerdo y acepten el punto de vista de sus padres en este caso, la confianza y los lazos afectivos entre los progenitores y sus hijos serán determinantes para que cualquier tarea educativa tenga éxito.

Si bien no debemos ver al pueblo como una masa infantilizada, es innegable que existen una serie de lugares comunes, prejuicios y tergiversaciones que se le han ido inculcando a lo largo del tiempo a través de los diversos aparatos sociales por medio de los cuales la ideología de las clases dominantes es impuesta al conjunto de la sociedad. Si no fuera así, a nadie le sería necesario preocuparse con el trabajo político y la debida organización para tener conciencia y hacer valer sus verdaderos intereses. Bastaría con asimilar lo que se difunde como válido y deseable por los diversos medios a disposición de quienes ejercen el poder real en una sociedad.

Una vez aclarado este primer punto, pasemos al siguiente. Y aquí hay que contestar a una pregunta ineludible: ¿qué es realmente lo mejor para las masas trabajadoras de nuestro país?

A pesar de su aparente sencillez, nos encontramos ante una de las cuestiones más complejas que se puedan imaginar. La respuesta adecuada depende de lo que contestemos a otra pregunta anterior: ¿qué tipo de sociedad aspiramos a erigir para nuestro pueblo? Y, en este sentido, no basta con adjetivar cualitativamente el objetivo deseado. No basta con decir que queremos vivir en un «mundo bueno, justo y solidario», por ejemplo. El adjetivo requerido también debe evidenciar la base estructural de esta sociedad. Por lo tanto, será imprescindible recurrir a términos como «capitalista, neoliberal, socialista, comunista», u otros con una función similar.

Hay quienes consideran que las estructuras sociales básicas no necesitarían sufrir grandes transformaciones para que llegáramos a la sociedad más favorable, en la que todos viviríamos de la mejor manera posible. Para los que creen en esto, la persistencia del sistema capitalista no estaría en cuestión, ni siquiera para los dirigentes que se sienten vinculados con las aspiraciones de los trabajadores. Según este entendimiento, la lucha y los esfuerzos de los dirigentes y partidos que buscan defender a las masas trabajadoras deberían orientarse en el sentido de hacer que la parte de la riqueza generada que corresponde a los trabajadores sea siempre lo más grande posible. Empero, las reglas de funcionamiento del capitalismo liberal no tendrían por qué ser necesariamente cuestionadas.

Sin embargo, hay otros que creen que es imposible constituir una sociedad en la que los intereses de las mayorías trabajadoras sean priorizados y garantizados de forma permanente, a menos que haya transformaciones profundas en los pilares que sostienen el actual sistema regido por los preceptos del capitalismo. Por lo tanto, para quienes cultivan esta comprensión, mientras no se lleve a cabo un cambio radical en las estructuras vigentes, no va a haber ninguna posibilidad real que nos permita llegar a una etapa en la que las condiciones de las clases trabajadoras ya no estén a merced de los caprichos de los dueños del capital.

Mucha gente suele decir que Lula se identifica bastante con la primera de las dos alternativas indicadas. Y tiendo a estar de acuerdo con eso. Rara vez, si es que alguna, Lula ha hecho mención a una sociedad estructurada sobre premisas distintas a las del capitalismo liberal. Por mi parte, debo confesar que soy abiertamente partidario de la segunda. Pero, la duda que me parece importante aclarar se refiere a la posibilidad o imposibilidad de que los adherentes a estas dos visiones políticas trabajen de manera unitaria y coordinada para que, al final, prevalezca la solución más favorable para las mayorías trabajadoras. A continuación, trataré de esbozar algunas palabras respecto a esto.

No tengo ninguna duda de que bajo el capitalismo la clase obrera nunca logrará alcanzar la hegemonía de la sociedad para hacer valer sus intereses estratégicos. No obstante, tampoco titubeo en reconocer que, aun bajo el capitalismo, todas y cada una de las mejoras favorables a los sectores populares deben ser siempre bienvenidas y alentadas. Pero, no podemos dejarnos llevar por la idea de que eso nos bastará para conducirnos al destino que esperamos alcanzar a través de nuestra lucha política. Los avances logrados bajo el sistema en que todavía estamos, aunque sean pequeños, pueden y deben servir para estimularnos en nuestros esfuerzos para dar pasos cada vez más largos.

En cuanto a la posición de Lula en todo este proceso, el panorama es bastante complejo y ambiguo. Es que, al mismo tiempo que demuestra estar dotado de una astucia inusitada para auscultar los sentimientos de las masas populares, Lula no parece dispuesto, ni interesado, a convertirlas en agentes activos y conscientes de un proceso de transformación revolucionario. De acuerdo con lo que viene ocurriendo desde que asumió el cargo por primera vez, Lula sigue con su idea de que le corresponde a los gobernantes detectar las necesidades de la población y proponer medidas para resolverlas. Mientras que, a su vez, al pueblo le cabe expresar su conformidad con lo que se ha hecho a su favor y a refrendar por voto su anuencia con la continuidad de la acción del gobierno.

Por lo tanto, la destreza de Lula y de sus colaboradores directos en la negociación política será el factor determinante para que el gobierno tenga éxito en su objetivo de satisfacer las demandas populares. No recuerdo un solo momento, durante todos los años de su gestión en el gobierno, en el que el pueblo fuera instado a movilizarse con el fin de hacer valer alguna de sus demandas que estaban siendo bloqueadas por fuerzas antipopulares. La lucha de masas destinada a resolver los conflictos interclasistas no forma parte de los recursos a los que Lula suele recurrir.

Sin embargo, por mucho que, en este momento, Lula sea una figura imprescindible para nuestra pretensión de derrotar electoralmente al nazi-fascismo neopentecostal-bolsonarista, creo que es importante tener en cuenta que la superación de los límites del capitalismo liberal no está dentro de su perspectiva, a menos que él sea impulsado a hacerlo por la presión del campo popular.

Así, quienes, como yo, comprendemos que no tiene sentido depender enteramente de la voluntad y determinación exclusivas de Lula para dar algún paso que nos posibilite avanzar rumbo a una sociedad de nuevo tipo, el papel prioritario que nos corresponde es envidar esfuerzos para hacer que el nivel de conciencia y organización de las masas trabajadoras crezca lo suficiente como para que la coyuntura induzca a Lula a cruzar los límites del espacio en el que él ha actuado.

Pero, ¿sería esta una posibilidad viable? No lo sé, no creo que podamos responder de antemano sin que se hayan hecho los esfuerzos necesarios para su consumación. Lo que me parece menos incierto es que la otra alternativa, es decir, la de la acomodación y la conciliación de clases, representa la abdicación definitiva de la creación de otro mundo, uno en el que los trabajadores sean verdaderamente los dueños de su propio destino.

Traducido del portugués para Rebelión por el propio autor.

Fuente: https://www.brasil247.com/blog/entre-a-conciliacao-e-a-revolucao

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.