Cuando nos pusimos en contacto, el punto de partida de nuestras preguntas fue la situación económica en Europa. Desde entonces, la llegada de Trump nos ha obligado a mirar la situación de forma más global.
La situación europea se puede entender en un contexto mucho más global. Esta es una peculiaridad de nuestro tiempo: todavía hay fuerzas de disociación bastante fuertes dentro del capitalismo, a pesar de que estamos saliendo de un periodo de globalización e interdependencia de todos los capitalismos. Es bastante difícil entender la dinámica de cada región por separado.
¿Qué podemos decir de la situación económica en Europa, el crecimiento o, más bien, la recesión que está en puertas?
Vemos las dinámicas a largo plazo del crecimiento para después volver sobre lo que está ocurriendo actualmente. Existe una ralentización del crecimiento mundial desde hace cinco decenios. En los años 19t0, el crecimiento mundial calculado por la Banca Mundial era, en promedio, del 6,2%. Actualmente, se sitúa en torno al 3%. En medio siglo, según el Banco Mundial, el crecimiento mundial se ha reducido a la mitad. Concretamente, esto significa que la tasa de acumulación capitalista se ha reducido a la mitad. Hay que poner de relieve este dato, porque en la izquierda se centra a menudo en el aumento de la riqueza de la clase capitalista, y en la derecha cree que el crecimiento continúa.
Pero la dinámica subyacente es de ralentización del crecimiento, en los países avanzados y en particular en Europa Occidental, donde el crecimiento se sitúa en torno al 1% (España es un caso especial). La tasa de crecimiento se ha dividido por 6, con una desaceleración extremadamente brusca y continua: durante la primera crisis de los años 70, el crecimiento cayó del 6% al 3-4%, a finales de los años 90 hubo una ligera aceleración y, después, la tasa cayó a alrededor del 2% antes de la crisis de 2008. Desde ese año -con diferencias de un país a otro- hemos estado entre el 0 y el 1%. En Francia, la última vez que superamos el 2% de crecimiento fue en 2017: el único año entre 2008 y 2024.
Por tanto, estamos hablando de niveles de crecimiento históricamente bajos. Un crecimiento del 1% para una economía como la francesa está cerca del estancamiento, y esto es tanto más cierto cuanto que no hay indicios de una dinámica de recuperación, aunque hubiera un atisbo de ella tras la crisis económica. Pero en la mayoría de los países occidentales, y en Europa Occidental en particular, el PIB real está ahora por debajo de la tendencia anterior a la crisis sanitaria y más aún después de la crisis de 2008. En el caso de Francia, nos encontramos un 14% por debajo de la tendencia anterior a 2008. Para los países de la OCDE, la diferencia es del 9,5%.
Se trata de un panorama extremadamente importante, porque significa que todas las promesas basadas en una recuperación del crecimiento y todas las políticas impulsadas para reactivarlo –políticas de represión social y políticas de apoyo a la actividad, subvenciones directas al sector privado, políticas monetarias- en realidad sólo han ralentizado la desaceleración, pero no la han detenido.
Por lo tanto, la situación en Europa es de crecimiento extremadamente débil, incluso en términos de PIB per cápita – y esto se aplica incluso a España, que crece actualmente al 3%, pero que ha visto cómo su PIB per cápita se estancaba en los últimos diez años. No hay creación intrínseca de valor.
Así pues, estamos en una situación de virtual estancamiento, e incluso algunos países están ya estancando. Es el caso de Alemania –la mayor economía de la eurozona y la tercera del mundo–, que lleva prácticamente estancada desde 2018, es decir, desde hace 7 años. Su PIB real ha crecido un 0,7% en este periodo. Es el resultado de una tendencia general del capitalismo mundial, y el europeo está a la cabeza de esta desaceleración global.
A algunas economías les va un poco mejor porque se benefician de ciertas ventajas. Las tecnologías permiten a Estados Unidos captar un poco más de valor y su poder imperialista le da acceso a los mercados. China utiliza el poder del Estado para invertir en nuevas tecnologías e infraestructuras, y los costes laborales siguen siendo muy bajos. Algunos países, como Indonesia, combinan los bajos costes laborales con la presencia de materias primas, por lo que sigue habiendo zonas que crecen, pero este crecimiento suele ser insuficiente para los países en cuestión, y otras zonas sufren las consecuencias: es como si el pastel ya no creciera lo suficientemente rápido… lo que provoca problemas en su reparto.
Nos encontramos en una situación de cuasi estancamiento, prácticamente sin perspectivas de crecimiento. ¿Cuáles son los motores actuales del crecimiento europeo y francés? En Francia, contrariamente a lo que dice el Gobierno, el impacto de la industria sigue siendo extremadamente débil. Es un nicho, centrado en unos pocos sectores que pueden impulsar las cifras o hacerlas caer. Está el transporte ferroviario -se han vendido algunos TGV [trenes de alta velocidad], pero el sector se está volviendo extremadamente competitivo, con la presencia de China, España e Italia- o la construcción de cruceros, pero es muy limitada, si bien la cualquier venta produce un repunte cíclico que permite al Gobierno afirmar que su política funciona. En la aeronáutica hay una dinámica real, pero con las consecuencias medioambientales que conocemos.
El grueso de la economía francesa es hoy un 55% de consumo y un 80% de servicios mercantiles, la mayoría de los cuales dependen del consumo de los hogares. El bajísimo nivel de crecimiento lo compra el Estado mediante subvenciones, reducciones masivas de impuestos –entre 160.000 y 200.000 millones al año– para subvencionar la contratación –o sea, un poco de redistribución del poder adquisitivo– e inversiones que a menudo, por estar en una economía terciarizada, no se traducen en aumentos de productividad. Este es el punto esencial, que es general al capitalismo contemporáneo, pero que deviene muy problemático para Europa: esta ralentización del crecimiento es, en realidad, una ralentización de la productividad.
Hay dos formas de generar valor añadido: el valor añadido relativo y el valor añadido absoluto. Si el valor añadido relativo es bajo, es decir, si la productividad no aumenta –y en Francia, Alemania e Italia, los aumentos de productividad son prácticamente inexistentes-, la única forma de obtener y producir valor añadido es aumentar el valor añadido absoluto, es decir, aumentar el tiempo de trabajo, empeorar las condiciones laborales, bajando los salarios/hora, etc. El mantra de nuestros dirigentes, «trabajar más», pretende aumentar el tiempo de trabajo. El mantra de nuestros dirigentes, “hace falta trabajar más”, tiene por objeto aumentar el tiempo de trabajo.
Pero ni siquiera eso será suficiente, porque las ganancias de productividad así creadas son extremadamente bajas. Para obtener beneficios, las soluciones son las ayudas directas del Estado, la depredación de los servicios públicos, la depredación mediante sistemas de alquiler (es lo que vemos, por ejemplo, con las tecnologías en las que te cobran por el uso de tus propios datos), pero también todo lo que se llama utilities (servicios a las colectividades, agua, electricidad, energía, etc.). El alquiler es la práctica de vender para lo que sea. Te hacen pagar por cosas que no quieres comprar porque intentan eludir el mercado para obtener dinero directamente. El objetivo es eludir, por así decirlo, el sistema tradicional de producción de valor porque ya no es capaz de producir suficiente plusvalor.
Este desarrollo del capitalismo rentista, esta depredación del Estado en economías como la europea, que dependen en gran medida de las transferencias sociales y de los salarios, contribuye a debilitar la demanda de los hogares y a volverlos inseguros. Los hogares ven como aumentan sus gastos forzosos y recurren al ahorro preventivo, reduciendo su consumo arbitrario, lo que a su vez reduce aún más el crecimiento, en un círculo vicioso.
Al mismo tiempo, las inversiones son bajas y, sobre todo, de muy mala calidad. El supuesto boom de la inversión que nos muestran las estadísticas francesas entre 2018 y 2022 se refiere casi exclusivamente a inversiones de mantenimiento, sin efectos duraderos. Este es uno de los problemas centrales del capitalismo contemporáneo: la revolución tecnológica de los años 80 a 2000 no produjo aumentos de productividad. Cuando las inversiones no producen aumento de productividad, acabas teniendo gastos que no producen valor, te endeudas y ni siquiera tienes medios para pagar las deudas. Esa es más o menos la situación en la que nos encontramos ahora, con el desarrollo de lo que se conoce como empresas zombi [empresas quebradas pero que se les mantiene a flote artificialmente].
El segundo elemento muy importante, sobre todo en lo que se refiere a Europa, es el caso de la deuda, tanto la deuda pública como la deuda privada de la que acabamos de hablar. Como la deuda privada financia inversiones que no son productivas en el verdadero sentido de la palabra –es decir, que no mejoran, o no suficientemente, las ganancias de productividad–, no puede ser reembolsada y, por lo tanto, es la deuda pública la que se utiliza para apoyar una actividad cuasi ficticia. Esto ser viene dando desde 2008, pero se ha crecido enormemente con la crisis sanitaria: se ha desarrollado un apoyo incondicional y general a las empresas –un verdadero apoyo directo a su tasa de beneficios– y una parte del capital es dependiente de este apoyo. Este apoyo sustituye la producción de valor; no fomenta la producción de valor.
En consecuencia, no hay nuevos ingresos fiscales. Por tanto, los ingresos fiscales son insuficientes para hacer frente a los gastos. En consecuencia, la deuda pública aumenta y la presión de los mercados financieros se hace sentir cada vez más en los países occidentales, en particular en Francia. También aquí estamos entrando en un círculo peligroso, con la austeridad frenando aún más el crecimiento.
Lo que estamos viendo es el fracaso absoluto de las políticas neoliberales, de la promesa neoliberal de que liberalizando el mercado laboral produciríamos tanto empleo como crecimiento. En realidad, hemos creado empleos mal pagados, subvencionados y poco productivos. Con empleos poco productivos, no puedes aumentar los salarios, y cuando existe una presión sobre la transferencia de fondos del Estado al sector privado, presión de la economía o cualquier otra presión de los mercados financieros sobre la deuda privada o pública, se produce el colapso.
Se acaba teniendo empleos precarios no sólo en el sentido en que se entiende generalmente, sino más fundamentalmente porque dependen de un contexto en el que esos empleos tienen un problema de existencia propio, ligado a su falta de rentabilidad. A diferencia del periodo anterior, en el que la creación de empleos industriales generaba empleos extremadamente productivos, que multiplicaban el valor añadido, hoy el valor añadido extraído de cada empleo es extremadamente bajo, razón por la cual todos los empleos están subvencionados, y por la que quienes nos dirigen dicen que hay que reducir lo que llaman cargas -salarios socializados, impuestos– ¡y exigen que el Estado pague incluso una parte del salario! Lo vimos durante la crisis sanitaria, cuando los gobiernos les pagaban directamente.
Europa es la caricatura de esta situación, pero es un problema que podemos encontrar en Estados Unidos, Japón –incluso antes de la crisis– y hasta cierto punto en China… Es una característica común del capitalismo global: se está imponiendo un capitalismo de estancamiento. Los economistas indican que las tasas actuales de crecimiento son superiores a las de finales del siglo XIX. Pero desde entonces, la acumulación se ha acelerado y retroceder debilita todo el sistema. Un sistema diseñado para acelerarse permanentemente, no para ralentizarse. El sueño de los economistas neoclásicos del aterrizaje suave es imposible: en el sistema capitalista no hay equilibrio posible, es un sistema en plena huida hacia delante.
A finales del siglo XIX existía la posibilidad de la depredación colonial, que se desarrolló a gran velocidad, y que hoy ya no existe de la misma manera.
Exactamente. A finales del siglo XIX, hubo una gran crisis entre 1873 y 1896. La respuesta del capitalismo de la época fue la depredación imperialista. Pero al mismo tiempo, hubo una verdadera revolución tecnológica, a finales de la década de 1890: el motor de combustión interna y la electrificación. Su desarrollo tardó entre 60 y 70 años, hasta que se establecieron los mercados de masas.
El capitalismo sobrevive porque, en algún momento, la productividad se ve impulsada por uno o varios cambios técnicos. Este fue el gran sueño de los neoliberales con el ordenador e Internet.
Pero no ha funcionado…
Si hubiera funcionado, tendríamos ganancias de productividad al menos equivalentes a las de la época de la electrificación y el motor de combustión interna. Quizá no el 6 ó el 7% de los años 70, pero al menos aumentos de productividad del 4 ó 5%. De momento, hay aumentos de productividad, pero se limitan a la industria y son más bien pequeños. El problema es que, al mismo tiempo, son los sectores menos productivos los que se expanden con mayor rapidez, por lo que los aumentos globales de productividad tienden a bajar.
Hay muchas explicaciones posibles [de esta situación]. Aaron Benanav (L’Automatisation et le futur du travail, éditions Diver-gences, Quimperlé 2022) cree que es precisamente la terciarización la que está impulsando estas caídas en las ganancias de productividad. Jason E. Smith (Les capitalistes rêvent-ils de moutons électriques ? Éditions Grevis, Caen 2021) distingue entre servicios productivos y no productivos, y sitúa esta caída de la productividad en el contexto de una reducción global de la tasa de beneficio.
Este desarrollo de los servicios no productivos es una respuesta directa a la disminución del crecimiento global. Cuando cada vez tienes menos crecimiento, hay dos respuestas posibles: la vigilancia de clientes y trabajadores, por un lado, y lo que él llama la esfera de la circulación (marketing, publicidad, etc.), por otro. Se trata de servicios completamente improductivos que se pagan con la productividad que se generará gracias a ellos. Pero son una carga para el capital y, en la práctica, provocan una caída de la productividad, lo que impulsa aún más el desarrollo de estos servicios.
Sin entrar en detalles y debates teóricos, la cuestión es si este declive es una tendencia fuerte e irreversible o –ya sé que os gusta Mandel– si estamos en una larga ola depresiva y que una innovación tecnológica (por ejemplo, la IA) u otro factor no directamente económico pueda hacer que las ganancias de productividad vuelvan al nivel económico general.
Aquí es donde tengo mis dudas. Porque incluso si se sustituye a los abogados internos o a los asesores comerciales y financieros por IA, se está rompiendo con la promesa del capitalismo de que los empleados ascenderán de categoría, de que el trabajador cuyo trabajo se mecaniza se trasladaría a una oficina. Hoy en día, lo único que los capitalistas tienen para ofrecer como salida son precisamente empleos terciarios de gama baja. Además, en el plano puramente económico, como todos estos empleos no son intrínsecamente muy productivos, es poco probable que ganemos mucho en términos de productividad. Este es un punto importante, porque los libertarios, trumpistas y lo que queda de los neoliberales intentarán hacernos creer que todavía hay futuro en el capitalismo.
¿Cómo analizas la ola de despidos [en Francia] de noviembre-diciembre pasados?
Es muy sencillo: después de la covid se produjo un aumento muy significativo del empleo, pero ningún crecimiento en un contexto de deterioro de la productividad. Estos empleos sólo se pueden mantener si, en algún momento, el crecimiento se acelera. Fueron creados gracias a las ayudas públicas y a la ola inflacionista que, en muchos sectores -sobre todo en el de la distribución–, les ha permitido compensar la caída de los volúmenes [de venta] aumentando los precios y, por tanto, sus márgenes.
Así pues, se presentó la oportunidad de contratar a más personas de las necesarias, gente que no estaba en absoluto adaptada a la producción. Algunos empresarios habrán querido aprovechar las ayudas públicas para mejorar sus instalaciones en caso de aceleración de la demanda tras la crisis sanitaria. En 2021, un gran número de personas creyó que teníamos un crecimiento del 6%, que volvíamos a los locos años veinte de hace un siglo, con Bruno Le Maire diciéndonos que iba a ser fantástico. No podemos descartar la posibilidad de que los capitalistas se creyeran su propia retórica y, por tanto, anticiparan un fuerte crecimiento. Pero este fuerte crecimiento nunca se produjo, las ayudas públicas tienen que redistribuirse por razones presupuestarias, la demanda prácticamente no varía y todos estos empleos son una carga para la rentabilidad.
Hubo cientos de miles de despidos en Francia…
Es enorme, pero tiene sentido. era una anomalía. La anormalmente baja tasa de desempleo en relación z la actividad global del país se ha traducido en una caída de la productividad del país y esta caída de la productividad sólo puede sostenerse si, a cambio, en los años siguientes se da un crecimiento similar o superior. Cuando no da este crecimiento, llegan los despidos y una vuelta a la normalidad.
Con una reorganización de la plantilla de por medio, porque han contratado a gente más joven y ahora van a despedir a los antiguos…
Sí, se va rascando: suprimimos los grandes sueldos y nos quedamos con los pequeños. Su obsesión es el valor añadido absoluto. Así que, es necesario contratar a gente con salarios por hora más bajos y contratos más precarios o, al menos, más flexibles. Hoy en día, con las reformas de la legislación laboral que se han producido, un contrato nuevo es más fácil de gestionar que las personas que firmaron contratos hace 20 o 30 años.
Estos recortes de empleo se están produciendo en la industria, el sector del automóvil, en el comercio minorista…
La industria es la más afectada porque ha recibido muchas ayudas. El sector minorista también se ha visto muy afectado porque la situación es desastrosa: las ventas al por menor fueron catastróficas en 2022-2023 y apenas mejoraron en 2024, ha habido una serie de quiebras y aún no ha terminado. En los supermercados, siguieron contratando gracias a las subidas de precios… pero esta inflación a través de los beneficios tiene sus límites y se han visto obligados a dejar de jugar con eso, por lo que sus beneficios siguen bajo presión. Y las empresas han empezado a reducir los pedidos a sus proveedores, por lo que todos los servicios a las empresas se verán afectados. Los hogares afectados por el desempleo ya no podrán recurrir a los servicios personales –guarderías, etc.– y esto representa una gran pérdida de puestos de trabajo. – y esto representa muchas pérdidas de empleo en Francia.
Francia, Alemania e Italia son las tres regiones más afectadas, ¿no?
Alemania se ha visto muy afectada, aunque todavía se encuentra en plena crisis industrial. La estructura económica de Alemania es completamente diferente de la de Francia. En Alemania, la industria sigue representando entre el 20 y el 25% del PIB, lo que supone todo un tejido económico. Ha comenzado una oleada de despidos, aunque Volkswagen no haya cerrado ninguna fábrica. El país ha perdido 100.000 empleos industriales en un año. En Alemania, la gente está muy preocupada porque el modelo del país se basa en una industria de muy alto nivel, que aporta a la vez mucho valor añadido y salarios elevados que luego benefician al resto del país, sobre todo al sector de servicios.
El caso de Alemania es especial porque se trata de una crisis vinculada al auge de la economía china. Alemania evitó la crisis europea durante mucho tiempo porque suministraba a China los medios para crecer, en particular máquinas-herramienta (y, por supuesto, coches de lujo). Cuando China organizó su plan de recuperación tras la crisis de 2008 para salvar el capitalismo mundial, los pedidos a la industria alemana volvieron a despegar muy rápidamente a partir de mediados de 2009 porque enviaban máquinas-herramienta a China.
El problema es que China está cambiando su modelo económico. Produce a precios más bajos que Alemania. Su calidad empieza a acercarse cada vez más a la alemana, por lo que está desapareciendo un mercado para la producción alemana. Es más, los competidores chinos se están haciendo con una parte del mercado mundial, por ejemplo, en la industria solar, donde Alemania tenía una industria floreciente, pero luego China empezó a vender lo mismo a un precio más bajo y se hizo con todo el mercado. Se deshicieron de sus productos, bajaron los precios drásticamente y los fabricantes alemanes no pudieron seguirles el ritmo, ya que los precios chinos eran un 30% más bajos por la misma calidad o ligeramente inferior. Alemania ha perdido completamente el tren y ha confiado en las innovaciones marginales para justificar sus altos precios. Es más, entre 1997 y 2013 se produjo un dumping salarial alemán –un estancamiento de los salarios– que minó por completo a todos sus competidores europeos, y se vieron enfrentados a fabricantes chinos que sólo tenían como posibles proveedores a la industria alemana. Ahora todo ha terminado. El ejemplo más evidente es el del coche eléctrico: mientras los fabricantes alemanes intentaban amañar las pruebas de los motores diésel, el Estado chino subvencionaba los coches eléctricos… y cuando el coche eléctrico se convirtió en un producto de gran consumo, los alemanes no estaban en absoluto preparados.
Para hablar de Mandel otra vez, es cierto que en general que el retorno a una onda larga de crecimiento está ligada a factores exógenos, ya sean grandes avances tecnológicos o factores políticos exógenos… Eso cambia el enfoque, pero ¿cómo analizas las iniciativas de Trump, los aranceles, el deseo anexiones y sus ataques el aparato del Estado?
Esa es realmente la cuestión. Para ser un poco teórico y hacer el vínculo con Trump: si tienes un sistema de onda larga, y si estamos en la parte inferior de la onda, para decirlo rápidamente, vamos a tener una guerra y luego las cosas se recuperarán porque tendremos que reconstruir. Pero el problema es que la tendencia actual es la de un debilitamiento a muy largo plazo, lo que significa que incluso si empezamos de nuevo con factores exógenos –o endógenos–, la dinámica interna del capitalismo está tan debilitada que no estoy seguro de que podamos empezar muy arriba. Al final, eso es lo que vimos con la crisis sanitaria, a pesar de que se había preservado la base productiva. Nos pusimos al día rápidamente y la tendencia al debilitamiento volvió a ser significativa.
Esto hace que el problema se plantee más términos políticos: incluso quienes tienen ideas para mantener su tasa de acumulación se van a encontrar frente a una fuerte tendencia subyacente que tira de la acumulación hacia abajo. Tomemos Ucrania, por ejemplo, después de la guerra, vendrá la reconstrucción y el PIB ucraniano se disparará, lo cual es lógico. Pero en realidad, si Ucrania se convierte en un centro de producción barato en Europa, ocupará el lugar de otro país. Es la lógica de la tarta que ya no crece más.
La Segunda Guerra Mundial provocó el repunte del capitalismo, porque también se produjo un cambio tecnológico, un cambio en la escala de producción, la segunda revolución industrial, que había que difundir. Y la guerra aceleró esta difusión. Y porque existía, al mismo tiempo, la posibilidad del desarrollar el consumo de masas, que comenzó a finales del siglo XIX pero sólo se desarrolló realmente después de la Segunda Guerra Mundial, en gran parte por razones políticas.
Ahí existía una dinámica interna del capital y la dinámica externa permitió que todo volviera a despegar. Hoy ni siquiera hay eso: hay algo del orden de una tendencia a la baja de la tasa de beneficio, que está ligada a la cuestión de la productividad. En un momento dado, hay una fuerza que tira de esa productividad hacia abajo, que es lo que llamamos la composición orgánica del capital: has alcanzado un cierto nivel de productividad cuando tu capital es muy caro y las plusvalías que obtienes ya no te permiten ganar suficiente plusvalor. El valor de la inversión productiva disminuye y la única manera de lograr el crecimiento es aumentar el valor añadido absoluto.
En Estados Unidos, oímos que su tasa de crecimiento del 2,5% es fantástica, pero no se acerca ni de lejos a las tasas de crecimiento que tenían en los años 1950-1960 o incluso en 1980. Del mismo modo, España va al 3%, pero iba al 4% o al 5% en la década de 2000. Y nuestro Gobierno nos dice que somos los campeones cuando vamos al 0,8%…
Creo que gran parte del capital, si no todo, es consciente de esta situación y por eso creo que estamos en proceso de alejarnos del neoliberalismo. Se han dado cuenta de que desarrollar y liberalizar los mercados no funciona. Puede servir para desarrollar ciertas políticas públicas, justificadas por los viejos argumentos –la reforma de las pensiones, la próxima liberalización del mercado laboral, etc.–, pero éste ya no es el meollo de la cuestión.
El meollo del problema es, de hecho, doble. Por un lado, una parte del capital -en particular el capital productivo, los servicios de mercado y muchas industrias– depende ahora de las ayudas directas del Estado -subvenciones, rebajas fiscales, etc.–. Si les quitas estas ayudas, no tienen nada, no hay más beneficios, no hay más actividad. Y esto también es cierto para China, porque estamos en una crisis virtual de sobreproducción industrial.
Por otra parte, hay otra estrategia que consiste en decir que, como es muy difícil producir valor de la manera tradicional a partir del trabajo, vamos a eludir este sistema y a producir valor a través de la renta. Todo un sector se dirige precisamente a este sistema de renta, este sistema de depredación tanto de los recursos como de los mercados. Como capitalista individual, es perfecto: puedes soportar todas las caídas de la tasa de beneficio global si, por tu parte, tu beneficio personal sólo depende de la obligación que tiene la gente de pagarte para poder vivir normalmente. En realidad, se trata de una ilusión, porque este dinero depende a su vez de la tasa de beneficio global. Pero se trata de una ilusión poderosa en estos sectores.
No se trata de una división estricta; algunos sectores –como las finanzas– tienen un pie dentro y otro fuera, porque el crédito depende obviamente de la actividad, pero una parte de las finanzas está completamente desconectada del sistema productivo. Así que, a grandes rasgos, tenemos estas dos estrategias.
¿Cuál es la teorización política de estas dos estrategias? Para los sectores productivos, la traducción política es un Estado que destruye tanto el Estado del bienestar como las condiciones de trabajo con el fin de disponer de los máximos recursos para subvencionar al sector privado. Esto implica una política de austeridad social y una política de transferencias como la que hemos visto con el covid: una política para garantizar los beneficios empresariales.
Para los sectores rentistas, lo que les interesa no es ser ayudados por el Estado, porque hoy están prácticamente a nivel estatal, y por tanto en competencia con los Estados. Los Big Tech y las grandes empresas extractivas están en competencia con el Estado, lo que obstaculiza su desarrollo: hay que obtener derechos de perforación cuando se es petrolero, hay problemas de regulación cuando se está en el negocio de la tecnología… Se trata, pues, de vaciar de contenido al Estado, de reducirlo al mínimo que les sería necesario y sustituir el Estado por las empresas. Es el régimen minárquico [mínimo Estado] o anarcocapitalista, que sustituye al Estado por empresas con ánimo de lucro que asumen sus principales funciones. Eso es exactamente lo que está ocurriendo en Estados Unidos: Elon Musk está llegando con estos jóvenes blancos de Silicon Valley cuya única experiencia es en empresas rentistas, y que están tomando el Estado estadounidense y desmontándolo para quedarse sólo con lo que interesa al capital rentista.
Hay, sin embargo, puntos de convergencia entre las dos grandes estrategias: reducción de impuestos, destrucción de la protección de los trabajadores y del Estado social… En otras palabras, represión social.
Así pues, hay una especie de aceleración del fenómeno neoliberal, pero también una precipitación: para compensar este debilitamiento continuo del crecimiento, se va a saquear al Estado. Para las empresas industriales, esto es problemático, porque si ya no tienen transferencias del Estado, tienen un problema de supervivencia. También hay un problema de dependencia de los sectores rentistas, porque las empresas industriales dependen de las empresas tecnológicas, de las empresas de suministro de electricidad, de las empresas de suministro de agua, etc., por lo que se convierten en una forma de subsector.
Esta competencia dentro del capital puede, en algunos casos, atenuarse mediante la represión social, que conviene a todos hasta cierto punto -en esto consiste hoy la política de Macron: mantener la ayuda a las empresas mediante la represión social, y a grandes rasgos, como no se suben los impuestos, las empresas rentistas también están satisfechas. Esto es posible en Francia porque la economía se compone principalmente de servicios comerciales, y no hay gigantes tecnológicos. En Estados Unidos es un poco diferente: debido al lugar que ocupan los gigantes tecnológicos en el modelo económico estadounidense, va a haber un conflicto mucho más fuerte entre las dos partes. Las políticas proteccionistas pueden intentar encontrar un compromiso interno con el capital, pero algunas empresas de Big Tech tienen mucho que perder…
Con una mano Trump las impone y con la otra las anula…
La primera lectura es que estos aranceles son proteccionismo clásico destinado a defender la totalidad del capital nacional frente al capital extranjero con vistas a relocalizar la producción en Estados Unidos. Y gracias a los ingresos de los aranceles, el Estado baja los impuestos y todos contentos internamente. Eso es lo que hizo Estados Unidos en la primera fase de su desarrollo tras la Guerra de Secesión: se desarrolló al abrigo de aranceles masivos, y eso es lo que pretende Trump.
El problema de esta hipótesis es que existe una contradicción en los términos: los aranceles deberían desincentivar la importación de productos a Estados Unidos, pero Trump va a bajar los impuestos gracias a los ingresos de los aranceles. Por tanto, si la relocalización sigue adelante, los ingresos por aranceles caerán y no se podrá financiar la reducción de impuestos. Además, para relocalizar, los aranceles deben ser lo suficientemente altos como para compensar las diferencias de costes laborales. Hoy en día, la diferencia entre un trabajador mexicano y uno estadounidense es de entre el 1 y el 6%, no del 25%. Así que, si se relocaliza, habrá subidas de precios. Y como el mercado laboral estadounidense ya está al límite, se van a generar aumentos salariales, es decir: presión sobre la tasa de beneficios de las empresas industriales, difíciles de afrontar y se traducirá en un aumento de precios que será mucho mayor que el aumento del 25% de los derechos de aduana…
Esta primera hipótesis no se puede descartar totalmente. Es posible que sea ese el plan de Trump. Estaríamos entonces en un plan al estilo Macron: intentar hacer las paces con el capital dando protección a los industriales y al mismo tiempo dando al capital rentista los recortes fiscales que quiere. Pero está condenado al fracaso.
La segunda hipótesis es que, en realidad, se trata de opciones políticas. Estados Unidos tiene un problema: su modelo económico se basa en un 80% en una economía de servicios comerciales, con un sector tecnológico de gama alta extremadamente rentable, extremadamente potente y por delante de todos los demás. Es una parte muy pequeña de la economía estadounidense, pero es una parte extremadamente importante porque produce mucho valor. El problema es que China se está poniendo al día, como hemos visto con la IA.
Me gustaría hacer un inciso que me parece interesante: durante años se nos ha vendido la idea (sobre todo por parte de los macronistas) de que para innovar hacen falta rebajas fiscales para las y los emprendedores, que hay que mimarlos, servirles en bandeja, que la gente no debía estar bien pagada, que hacían falta ayudas públicas, pedidos, etcétera. Pero en realidad, esto es completamente falso: es cuando tienes limitaciones cuando innovas, es cuando hay algo que te bloquea que estas obligado encontrar una solución. Eso es exactamente lo que ocurrió en China: los investigadores dijeron “no tenemos microprocesadores, no podemos tener esta estrategia (una estrategia que también es una locura desde el punto de vista ecológico, que es aumentar la capacidad de computación), así que vamos a encontrar una solución para arreglarnos con lo que tenemos”. La pesadilla estadounidense es que los chinos son ahora capaces de innovar más barato con prácticamente la misma calidad y, por tanto, de arrebatarles mercados en todas partes, incluso en IA.
Hasta ahora, la estrategia de Estados Unidos para mantener su hegemonía consistía en desplazarse un poco por todos los lados: guerra de Irak, Afganistán, tropas en Europa, etcétera. Ahora se trata de construir un verdadero imperio, con redes de vasallos que vendrán a consumir sus productos, en particular sus productos tecnológicos, su petróleo o su gas licuado.
Aquí volvemos a lo que decía sobre los ingresos: lo que está en juego hoy para una parte del capitalismo estadounidense es evitar la competencia y, por tanto, no el construir un gran mercado transatlántico y transpacífico como en la era neoliberal, sino un imperio; un centro y unas periferias en las que cada uno tiene un papel que desempeñar frente al centro. Evidentemente, hoy no es así: Europa tiene acuerdos de libre comercio con otros países. Pero si el objetivo de Estados Unidos es que cada país esté al servicio de la metrópoli, el corazón del imperio, entonces los aranceles son un medio de presión. Esto explica un poco el actual juego de Trump: los pone y los quita. Cuando los retira, la gente dice que es un payaso. Puede que sea un payaso, pero está enviando un mensaje a los mexicanos y canadienses: los puede retirar, pero obviamente a cambio de aceptar sus condiciones, de lo contrario los volveré a poner. Esas condiciones serán, por ejemplo, en Europa, el acceso al mercado. Todos sabemos lo que pretende: la abolición de todas las regulaciones sobre tecnología, el monopolio del gas licuado, el acceso al mercado de la industria de defensa (y así, cuando dice que tenemos que gastar el 5% del PIB en defensa, es para comprar a Estados Unidos)… Incluso podemos imaginar que logra que todo el capital estadounidense se ponga de acuerdo para decir a la la periferia: tenemos productos industriales que queremos vender y ustedes van a unirse a nuestra cadena de suministro, con nuestras condiciones.
Así pues, los aranceles van dirigidos a meter presión a los países periféricos del imperio para someterlos aún más. Es algo que puede parecer completamente irreflexivo, pero en realidad va orientado a sus aliados más que a sus enemigos, porque está en proceso de construir un bloque imperial, y cuando ese bloque imperial esté construido, podrá enfrentarse a China (China, con las nuevas rutas de la seda, que es una forma de influenciar y crear dependencia a través de la deuda, está en proceso de hacer exactamente lo mismo, en formas menos violentas y menos payasa,). Pero aún así, es muy arriesgado: la influencia que estos aranceles tendrán en el crecimiento mexicano o colombiano puede llevar a México y Colombia a buscar el apoyo chino, por ejemplo… pero si China pone los dos pies en México o Colombia, se vuelve extremadamente peligroso. Así que tampoco debemos descartar la peligrosidad de este personaje…
¿Cómo explicarías que el Wall Street Journal -un periódico del capital financiero publicara un editorial extremadamente agresivo contra la opción de Trump en materia de impuesto la caída del índice Dow Jones en respuesta a estos anuncios s?
Volvemos a la discusión de antes: se trata de personas que hacen todo lo posible por salvaguardar su tasa de beneficio, pero que se enfrentan a contradicciones permanentes. Musk se enfrenta a que ha deslocalizado parte de su producción a China, a que el mercado chino es importante para él y a que eso es lo que está haciendo caer la cotización de Tesla. Bajo el impulso de Trump a finales de 2010, el capitalismo estadounidense se estructuró precisamente en torno a México y al suministro de productos mexicanos… pero ahora, con los aranceles, la cadena logística del capitalismo industrial estadounidense corre el riesgo de romperse por completo. No es lógico, y la reacción del Wall Street Journal demuestra que estos círculos se enfrentan a una contradicción desde este punto de vista. Pero eso también explica que se trata de una decisión muy política. Si se tratara de una decisión puramente económica, la promesa de Trump de que las pérdidas de Wall Street se compensarían con una garantía de crecimiento más rápido sería creíble. En realidad, la verdadera promesa es la de la constitución de un imperio centralizado cuyas ganancias económicas siguen siendo inciertas.
El Estado es la representación de los intereses colectivos de la burguesía porque, al no ser más que una suma de capitales, es incapaz de expresar sus intereses colectivos…
Exactamente. Y luego, cuando –como ocurre hoy– hay intereses divergentes entre sectores (y sólo he mencionado dos grandes aspectos contradictorios, pero de hecho hay decenas de intereses divergentes dentro de los sectores), lo interesante es que esos intereses divergentes reflejan también esas contradicciones, es decir, los límites de su capacidad actual para contrarrestar la tendencia subyacente al debilitamiento de la rentabilidad.
La presencia de un loco a la cabeza del Estado también permite tomar decisiones radicales, aunque algunos miembros de la burguesía no las consideren pertinentes en ese momento. Hace falta un poco de audacia…
Gran parte del discurso capitalista dominante intenta ocultarnos la gravedad de la situación y hacernos creer que no hay alternativa. Pero la situación es tan crítica que sólo pueden intentar salir de ella tomando decisiones radicales que tendrán consecuencias para ciertos miembros de su clase. Hay cierta desesperación y, también, es un síntoma de la crisis del régimen capitalista…
Por no hablar de la crisis ecológica…
Creo que estamos en una crisis del dominio capitalista porque el neoliberalismo, que ha sido la forma de gestionar el capitalismo hasta ahora, se ha agotado, y es necesario encontrar una nueva forma de gestionarlo y una nueva forma de hegemonía. Aquí es donde el imperio sustituye al mercado, y puede que no funcione. En periodos de crisis, siempre hay ensayo y error: durante la crisis de 1929, hubo un periodo de proteccionismo que no funcionó realmente, y luego el New Deal se compuso en realidad de tres fases: tras avances y retrocesos, una nueva crisis llevó a la idea de que la única solución era producir tanques…
Naturalmente, en tiempos de crisis hay mucha confusión porque se intentan soluciones, pero no siempre funcionan, y a veces fracasan rotundamente. Hoy, como sólo existe el capitalismo, sólo los capitalistas intentan cosas. Pero si, por ejemplo, en un mundo ideal, las y los trabajadores empezaran a intentar cosas, no todo ocurriría de la noche a la mañana, habría fracasos, retrocederíamos, avanzaríamos…
La verdadera singularidad de la crisis actual es, en mi opinión, su carácter polifacético: está la crisis económica, de la que hemos hablado mucho, pero a la que –como lo has señalado– se le añade la crisis ecológica que es el producto del modo de producción. Vemos claramente que Trump va a tirar por la borda todas las escasas concesiones hechas a la ecología y al medio ambiente. En un intento de salvar el capital.
En el artículo “Estrategia ecosocialista en tiempos turbulentos”, Martin Lallana afirma que la salida de la crisis del capitalismo requiere, en general, multiplicar por diez la producción de energía…
Cierto. Y una vez más, no olvidemos que el punto de referencia de Trump es el final del siglo XIX: pozos de petróleo por todas partes. Lo que es seguro es que va a anular todas las normas ecológicas, y no solo en Estados Unidos. Va a presionar para que ocurra lo mismo en Europa, en América Latina y en todos los países que dependen de Estados Unidos. Por lo demás, los dirigentes europeos ya empiezan a decir que han ido demasiado lejos, que hay demasiadas normas. En realidad, se trata de destrucción ecológica, porque no hay que olvidar que la crisis ecológica no es sólo el calentamiento global, sino la destrucción de la biodiversidad y la viabilidad de nuestra especie. Se niega la crisis ecológica porque se da prioridad a la acumulación.
También está la crisis social, societal y antropológica. La ola reaccionaria no viene de la nada. Proviene del hecho de que la sociedad capitalista está harta de lo que ha producido, es decir, del sobreconsumo, que no sólo tiene efectos deletéreos sobre el medio ambiente, sino también sobre los seres humanos que se ven empobrecidos permanentemente por este sobreconsumo: cuanto más se consume, más se carece. Lo que vimos con la crisis inflacionista es sumamente interesante desde este punto de vista. La frustración de no poder formar parte de esta locura consumista permanente hace que la gente se sienta infeliz y presa del pánico. En Estados Unidos, el crecimiento se consigue aumentando las rentas y, por tanto, obligando a gastar, sobre todo en sanidad. La mercantilización de la salud es la prueba de que crecimiento y bienestar se están convirtiendo en elementos divergentes, y éste es uno de los factores que determinaron en parte el resultado de las elecciones estadounidenses: los demócratas hicieron campaña sobre la base de un crecimiento del 3%, y en el New York Times Paul Krugman nos explicaba cada semana que Estados Unidos era muy próspero y que no había motivos para quejarse… pero la gente tenía que hacer frente a unos gastos obligatorios cada vez mayores.
En términos más generales, el mandato de consumir es fundamentalmente insatisfactorio. Trump es ese intento de salvaguardar un estilo de vida insostenible con la falsa promesa de que es una garantía de felicidad.
Durante mucho tiempo, el capitalismo occidental pudo decir que el nivel de vida aumentaba y que la calidad de vida mejoraba porque la producción podía centrarse en satisfacer necesidades obvias. Y luego, a finales de los años 60 o principios de los 70, cuando ya habíamos satisfecho más o menos todas las necesidades básicas de la gente, e incluso un poco más, todavía teníamos que seguir vendiendo mercancías. Este es el momento en que las necesidades de los individuos son construidas por el capital para su propia producción. Las necesidades de las personas se identifican permanentemente con las necesidades del capital. Esto es lo que da lugar al deseo permanente, a la frustración y a la profunda soledad. Las sociedades están mal, incluso cuando el crecimiento se resiste, ¡y quizás incluso especialmente cuando el crecimiento se resiste! Para mí, esto forma parte de la crisis global, un tercer polo de la crisis.
Hay algo que es un poco desalentador: cuando intentas resolver uno de los polos de la crisis, aumentas los otros dos. Si intentas resolver la crisis económica, como Trump y los demás líderes europeos, multiplicas por diez la crisis ecológica y las necesidades tecnológicas, haciendo a la gente aún más dependiente y aún más neurasténica… ¿Intentáis resolver la crisis ecológica? Entonces, olvidaros de vuestro crecimiento y de vuestra acumulación de capital. ¿Queréis resolver la crisis social? Poned fin al consumo de masas… De hecho, te encuentras continuamente en una especie de callejón sin salida y todo está relacionado a un hecho central: la sociedad está dominada por la necesidad de acumular capital y, por lo tanto, depende de los payasos que el capital nos proporciona: los Trump, los Macron…
En cualquier caso, refuerza mi opinión de que hemos entrado –es Tom Thomas quien utiliza este término– en una fase de senilidad del capitalismo: estamos en un sistema que funciona cada vez peor pero que sobrevive porque nos encierra en opciones imposibles. La gente está ve más claro el fin del mundo que por el fin del capitalismo…
Hemos visto la decadencia de sistemas sociales en el pasado de la humanidad –Roma, por supuesto, pero también la noble república polaca en los siglos XVI-XVIII–, pero cada vez se centraba en una región. Ahora bien, aquí tenemos un sistema que se ha globalizado de verdad; el capitalismo está en todas partes, aunque sus regímenes políticos sean un poco diferentes. También se da una tendencia a que el liberalismo sea cada vez más opresivo, cada vez menos democrático; por su parte, está el sistema chino, que no es un sistema democrático y nunca lo ha sido. En esta situación existen capitales que van más allá del Estado, hay guerras que están lejos de ser sólo locales –Ucrania, Palestina/Israel, Congo–, pero de momento no estamos ante una confrontación generalizada. ¿Cree que podemos avanzar hacia una confrontación generalizada como salida a estas contradicciones?
Hay dos cosas en lo que dices que me gustaría tratar. La primera, que es importante, es el fin del capitalismo democrático. Durante mucho tiempo se nos dijo que la democracia necesitaba del capitalismo y que no podíamos concebir la una sin el otro. Pero la historia nos ha enseñado que capitalismo y democracia no son en absoluto la misma cosa, e incluso a veces son contradictorios. En un sistema en crisis generalizada, en un impasse global, la democracia es un freno a la acumulación, y hoy vemos por todas partes que se intenta soslayar la democracia, convertirla en una cáscara vacía.
Por razones históricas [el capitalismo] aún no adopta la forma tradicional de dictadura clásica, pero vacía la democracia de su significado. Lo que está haciendo Musk es bastante interesante desde este punto de vista: no va a abolir las elecciones, va a destruir el Estado de Derecho, a tomar el control de los medios de comunicación, a vaciar de significado una democracia formal. El modelo más avanzado es Rusia, con un régimen cada vez más opresivo. Por lo tanto, no se puede excluir que todo esto concluya en una dictadura clásica. Hay dos cosas que apuntan en esta dirección. La primera es la lógica de las rentas, que es una lógica casi feudal: no es una lógica en la que la gente elige, en la que las personas son ciudadanas, es una lógica en la que hay que pagar por servicios que básicos indispensables… La segunda es la República Popular China. Es un capitalismo no democrático y el único éxito capitalista de nuestro tiempo. No estoy seguro de que haya algo equivalente a China en la historia del capitalismo. Así que la gente dice: si nuestro problema es la acumulación, tenemos ante nuestros ojos un ejemplo de país que ha logrado la acumulación en condiciones extraordinarias, y es China, un país de partido único.
Sobre la cuestión de las guerras: de hecho, si en este régimen de bajo crecimiento la tarta crece más lentamente, su reparto se hace más difícil y que se da una lógica depredadora sobre el poco valor creado, entonces se necesita controlar políticamente una mayor parte de la tarta. Cuando China crecía al 10%, la cuestión del control territorial no era importante. Pero cuando el crecimiento cayó oficialmente al 5%, y quizás en realidad al 2 o 3%, y la promesa del Partido Comunista Chino es el pleno empleo y un nivel de vida equivalente al de Occidente para 2050, ya no se puede estar satisfecho sólo con el crecimiento interno. Esta lógica imperialista es el camino de China, y es exactamente el mismo para Estados Unidos.
Es una vuelta a un imperialismo brutal, el de finales del siglo XIX: el control exclusivo del territorio es la clave y la obsesión de Trump con Groenlandia y el Canal de Panamá se trata de lograr del control exclusivo de estas riquezas. No podemos decir que Dinamarca sea un peligro para Estados Unidos o un competidor serio, pero Trump no quiere correr riesgos y quiere el control exclusivo. Cuando se sigue esta lógica de control exclusivo, la confrontación es inevitable… ¿Llevará esto a un conflicto generalizado? Si seguimos la lógica global de que la guerra es lo único que funciona para impulsar la acumulación, ¿por qué no? En cualquier caso, los conflictos regionales ya están aquí. Y Europa está en el centro del problema. Si el viejo continente se convierte en un simple pastel a repartir entre Washington y Moscú, es probable que los conflictos sean muy violentos. El abandono de la OTAN por parte de Estados Unidos y el condicionar la garantía de seguridad estadounidense a un vasallaje podrían abrir el camino a la expansión rusa y a nuevos conflictos en Europa del Este. Hoy no existe seguridad internacional.
No digo que la OTAN fuera genial. Era otra forma de imperialismo. Pero esto es otra cosa. La única seguridad que tienes es ser vasallo de la metrópoli y cumplir tu papel para la prosperidad de esa metrópoli. Eso es lo que Trump está diciendo a Dinamarca y Canadá. A estos dos aliados les ha dicho: “dadme un pedazo de vuestro territorio o enviaré mis tropas”, o “si quieres queréis vivir en paz, integraros [En EE UU] y formaréis parte del centro”
¿Dónde queda Europa en todo esto?
Es difícil ver cómo Europa podrá construir algo que pueda contrarrestar el poder y el chantaje estadounidenses, porque Europa está pagando el precio de su neoliberalismo desenfrenado: se ha sobreendeudado, desindustrializado y debilitado. Lo ha apostado todo a su alianza con Estados Unidos y ahora se encuentra frente a Trump, que le apunta con una pistola. Con otra potencia imperialista a las puertas, Rusia, que aprovechará el menor paso en falso para abalanzarse sobre ella, y la China imperialista, que solo espera recuperar el mercado europeo.
Nos encontramos en una situación compleja, sin dinámica económica, con sociedades completamente fracturadas y partidos de extrema derecha que actúan a favor de EE UU o Rusia, o para ambos. Estamos claramente en una fase de declive.
Romaric Godin es periodista en Mediapart y exredactor jefe adjunto del diario económico francés La Tribune. Coedita la colección «Économiepolitique» con Cédric Durand en La Découverte y es autor de La guerre sociale en France, Aux sources économiques de la démocratie autoritaire (2019, 2022) publicado por La Découverte.
Entrevista que se publica en Inprecor número 730 de marzo 2025.
Fuente: https://vientosur.info/un-capitalismo-en-crisis-depredador-y-autoritario/