Para Londres el apoyo a Ucrania es una medida de Estado que supera los intereses políticos partidistas y la crisis en el costo de vida. (El Tábano Economista)
Estados Unidos, el principal actor en el conflicto ucraniano, ha propuesto un acuerdo con Kiev para un cese al fuego de 30 días en la guerra contra Rusia. Esta medida, aceptada por Volodimir Zelensky, parece más una estrategia para permitir que Ucrania se rearme con ayuda militar estadounidense que un verdadero intento de pacificación. El acuerdo incluye el suministro de pertrechos bélicos e inteligencia militar, lo que sugiere que, en lugar de buscar el fin de la guerra, Ucrania simplemente ganaría tiempo para fortalecerse. Sin embargo, las condiciones exactas del pacto siguen siendo un misterio, incluso para Rusia.
Según Zelensky, el alto el fuego debería incorporar elementos de las iniciativas presentadas por el presidente francés, Emmanuel Macron, durante la cumbre de líderes en Londres. Entre estos puntos se encuentran la interrupción de ataques con misiles, drones y bombardeos contra infraestructuras civiles, así como el cese de las operaciones militares en el mar Negro para garantizar la seguridad de la navegación. Además, se solicita que las tropas rusas detengan su avance en los frentes ucranianos.
No obstante, esta propuesta resulta contradictoria, e incluso absurda, ya que Ucrania carece de fuerza aérea, misiles y una flota naval significativa. Su capacidad de reclutamiento también es limitada, pues apenas puede incorporar a jóvenes de 18 años, mientras que su ejército se debilita cada vez más. La cuestión central es: ¿qué beneficio obtendría Rusia de aceptar este acuerdo? Más que una tregua genuina, parece una táctica para prolongar la guerra y predisponer a Occidente contra Rusia en caso de que esta rechace la oferta.
Las lecciones del pasado, como los acuerdos de Minsk, realzan las dudas sobre la sinceridad de estas negociaciones y parecen infundadas. La ex canciller alemana, Angela Merkel, generó controversia en Europa al admitir que los acuerdos de Minsk de 2014 y 2015 fueron utilizados para ganar tiempo y fortalecer a Ucrania. Esta revelación plantea una pregunta clave: si Rusia accediera a un nuevo alto el fuego, ¿estaría repitiendo el mismo error? Por otro lado, si se niega a firmarlo, podría ser acusada de bloquear la paz, lo que reforzaría la narrativa occidental en su contra.
Más allá del aspecto militar, el conflicto en Ucrania tiene un fuerte componente económico. En enero de 2025, Kiev firmó un acuerdo con el Reino Unido por un período de 100 años para el desarrollo de minerales críticos, consolidando a Londres como su «socio preferido». Sin embargo, apenas un mes después, Donald Trump propuso a Zelensky que Estados Unidos también tuviera acceso a estos recursos como «compensación» por su apoyo en la guerra. Este doble compromiso ha generado tensiones entre Washington y Londres, ya que Ucrania no puede vender lo mismo dos veces.
La importancia de los minerales estratégicos es innegable. China domina la producción de 12 de los 18 minerales que el Reino Unido considera críticos, lo que ha desatado una creciente competencia global. En su informe «Tendencias Estratégicas Globales 2024″, el Ministerio de Defensa británico advierte que estos recursos serán cada vez más relevantes en la geopolítica y podrían provocar nuevas rivalidades internacionales.
Desde hace tiempo, las potencias occidentales han mostrado un creciente interés en las tierras raras. La ministra de Comercio británica del gobierno de Rishi Sunak participó en al menos 10 reuniones sobre este tema entre 2023 y mediados de 2024. Entre las empresas con las que dialogó se encuentran gigantes de la minería como Rio Tinto y Anglo American, la exportadora de armas BAE Systems y el grupo de lobby aeroespacial militar ADS. Aunque no está confirmado si Ucrania fue el tema central de estas conversaciones, una compañía clave con la que también discutió sobre las «cadenas de suministro de minerales» fue Rothschild, un grupo con amplios intereses en el país.
Las grandes corporaciones mineras y armamentísticas tienen accionistas en común: BlackRock, Morgan Stanley, Bank of America, Vanguard Group y Fidelity Management and Research, todas con intereses en Ucrania. Su participación en el conflicto no es desinteresada; su objetivo es asegurar una posición dominante en la futura reconstrucción y explotación de los recursos del país.
Para el establishment británico, la guerra en Ucrania es, en gran medida, una guerra indirecta contra Rusia. Más aún, ha sido un impulso inesperado para la industria armamentística del Reino Unido, que ha visto un crecimiento exponencial en sus ventas desde el inicio del conflicto. En la década anterior a la invasión rusa, las empresas británicas vendieron apenas 45 millones de dólares en equipamiento militar a Ucrania. Desde febrero de 2022, esta cifra se disparó a más de 1.040 millones de dólares.
El impacto económico de la guerra también ha favorecido a gigantes como BAE Systems, cuyo valor de mercado casi se ha triplicado desde el inicio del conflicto. Otras empresas, como Rolls-Royce (que fabrica motores para aviones de combate y reactores nucleares para submarinos), Melrose (productor de piezas de aviones) y Babcock International (especializada en servicios militares), han duplicado su valor en bolsa.
Además, el sector financiero está impulsando activamente esta expansión. Bancos, fondos de inversión y pensiones están promoviendo a los fabricantes de armas como «inversiones éticas», lo que facilita el flujo de dinero hacia la industria bélica. En este contexto, 96 parlamentarios británicos y seis miembros de la Cámara de los Lores han firmado una carta abierta exigiendo la eliminación de las normas «anti-defensa» que limitan las inversiones en este sector.
Detrás de este entramado económico y militar se encuentran las grandes élites financieras, que han jugado un papel clave en el conflicto. Rothschild & Co, por ejemplo, ha invertido aproximadamente 53.000 millones de dólares en Ucrania en los últimos 15 años. Incluso en los momentos más críticos de la guerra, el grupo ha seguido invirtiendo cientos de millones en la economía ucraniana. Además, asesoró a esta nación en la reestructuración de su deuda de 20.000 millones de dólares, reforzando aún más su influencia sobre el país.
Todas las empresas participaron gustosas del accionar del primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, cuando llegó sin previo aviso a Kiev el 9 de abril de 2022. Un informe de Ukrainska Pravda señaló que Johnson trajo dos mensajes: “El primero es que Putin es un criminal de guerra, hay que presionarlo, no negociar con él” y “el segundo es que incluso si Ucrania está dispuesta a firmar algunos acuerdos o garantías, Occidente como colectivo no lo está”.
La pregunta es ¿paz o intereses estratégicos? Y como queda claro la guerra en Ucrania no es solo un enfrentamiento militar, sino una disputa global por el control de recursos estratégicos y el equilibrio de poder en el mundo. Mientras las narrativas hablan de paz, el juego de poder entre EE.UU. y el Reino Unido la vuelve cada vez más lejana y subordinada a intereses económicos y estratégicos que van mucho más allá del conflicto entre Rusia y Ucrania.