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Calígula en Wall Street

Fuentes: Economistas frente a la crisis

Recesión, cambio de era

Cuentan los historiadores Suetonio y Dion Casio que, en el año 40 de nuestra era, el emperador Calígula tomó una decisión estrafalaria, demostrativa de su inestabilidad mental: nombró cónsul a su caballo Incitatus. No se sabe si esto fue realmente efectivo, pues de lo que trataba de demostrar el césar era que las instituciones no funcionaban y que cualquiera, incluido su caballo, podía ser alguien en ellas. Casi dos mil años después, Donald Trump, que profesa como emperador in pectore, ha realizado una serie de nombramientos importantes, estos bien tangibles, en su ámbito más próximo, caracterizados por dos puntos definitorios: la incompetencia e inutilidad de los elegidos y el claro mensaje a las instituciones estadounidenses de que cualquiera, incluidos multimillonarios sin experiencia alguna en la cosa pública, pueden regir los destinos de la nación, del imperio. Como si fuera gestionar un negocio particular: sin contrapesos, sin mecanismos de control, sin organismos fiscalizadores. Un “ordeno y mando” que encierra un peligroso desenlace: el cuestionamiento de la democracia. Pero, eso sí, con la garantía de un Estado al que detestan, pero del que todos ellos se quieren aprovechar. Son los caballos de Trump, que nos hacen galopar hacia el desastre –con el gran prócer a la cabeza–, a la vez que lanzan relinchos eufóricos mientras siegan la hierba a su paso. Igual que Otzar, otro caballo, sobre el que mandaba Atila. Y ya sabemos el resultado que profirió el rey de los hunos.

Todo esto podría quedar en una simple fábula o en una licencia literaria si no fuera porque, en efecto, los equinos de Trump están contribuyendo a destruir los resortes básicos de la economía mundial y las normas de las transacciones internacionales, dinamitando en paralelo los principales indicadores bursátiles de Wall Street, con el enfervorizado aplauso de una América profunda que no sabemos si se va despertando tras el sórdido sonido de los cascos de esos caballos. Y con el patético –y peligroso– narcisismo del nuevo Calígula. Radiografiemos el hundimiento que generan. Y si ello abre una nueva era económica.

El hundimiento

Las grandes crisis económicas de perfil sistémico suelen tener en la guerra, la bolsa y las finanzas una espoleta principal. La excepción era, hasta el momento, la crisis de la pandemia, generada por la irrupción de un virus. En los últimos cien años, no habíamos visto una crisis económica que se hubiera iniciado y desarrollado a raíz de una causa biológica. Pero tampoco habíamos conocido una crisis auspiciada de manera auto-inducida por un gobernante –Donald Trump–, en un escenario macroeconómico relativamente positivo, tal y como han declarado, con criterio y datos, eminentes economistas norteamericanos (Paul Krugman, Janet Yellen, Larry Summers, Daron Acemoglu, Simon Johnson, entre otros). En esta estamos, con consecuencias impredecibles. Lo que se ha podido ver en los últimos y más recientes tiempos es que las pérdidas bursátiles alimentadas por la política arancelaria de Trump han dado paso a otro aspecto crucial: una posible crisis financiera, que se ha gestado ante la revalorización de la deuda pública de Estados Unidos tras la huida de los inversores del parqué de Wall Street.

La pérdida de confianza ante la evolución económica de Estados Unidos acrecienta la inestabilidad. Datos demoledores: venta masiva de dólares mientras se han ido revalorizando el franco suizo y el yen japonés, junto al oro; a la par que la deuda norteamericana se acerca a una rentabilidad del 5% y complica su refinanciación (solo la deuda federal: 9 billones de dólares, que vence el segundo semestre de 2025). Esa imagen plástica de Trump disparándose al pié no es solo metafórica: obedece a una realidad económica difícil de rebatir. Los consumidores estadounidenses van a sufrir directamente los corolarios letales en forma de tensiones inflacionistas y en el mercado de trabajo, fruto del despropósito desencadenado por un presidente obsesionado con aplicar aranceles y devolver una supuesta grandeza a un país que se ha beneficiado mucho de la globalización. Porque tratar de reindustrializar Estados Unidos, al tiempo que se pretende finiquitar el déficit comercial y pretender a la vez que el dólar sea una moneda capital en el mundo económico, rebajar los impuestos sobre todo a los más ricos –incrementando en el plazo inmediato el déficit público a más del 7% y, a su vez, la deuda a más del 125%, todo sobre PIB– constituye un cóctel de difícil, por no decir imposible, consecución. Es decir, el dólar y los bonos estadounidenses son dos caras de una misma moneda, y se empiezan a cuestionar como verdaderos valores refugio, como lo han sido siempre. Larry Summers lo exponía con meridiana claridad al señalar que los mercados están tratando a Estados Unidos como un país emergente, y no como una potencia mundial. Grandeza hecha añicos.

Atravesemos el Atlántico. El horizonte se abre a otras perspectivas en el marco de la Unión Europea, perspectivas que podemos focalizar, de entrada, en cuatro vectores:

– La exploración para fomentar mercados con los que ya se opera, como los asiáticos, con China en posición preeminente. Las posibilidades en este espacio son importantes, tanto para canalizar inversiones hacia el coloso asiático, como para recibirlas en aspectos como la microelectrónica, las energías renovables –China está avanzando a grandes pasos en este campo– o las conexiones incluso de carácter académico y formativo. Los augurios inversores en Vietnam pueden materializarse, igualmente, en el campo ferroviario, con la utilización de experiencia y tecnología españolas, por ejemplo. Son sendos ejemplos (y no únicos: Corea del Sur y Japón forman parte de este bloque) al respecto.

– La apertura hacia los otros BRICS, gigantes económicos que facilitan anudar relaciones económicas prácticamente en todos los continentes, con accesos a energía, minerales y tierras raras, entre otros productos.

– Liderar la concreción de pactos multilaterales entre los principales bloques geopolíticos del mundo en esta fase de la globalización, con una incógnita grande puesta sobre Rusia mientras su estrategia bélica y neo-imperialista siga vigente. En este punto, los errores que se han podido cometer por parte de la Unión Europea y de la OTAN no justifican en absoluto la invasión a Ucrania, vulnerando el derecho internacional y el reiterado incumplimiento de acuerdos, con amenazas innegables hacia otros territorios europeos. La lógica de la Guerra Fría no puede ser aplicada en unas coordenadas que son diferentes.

– No perder de vista los problemas estratégicos a los que se enfrenta el planeta, en todas sus áreas geográficas: la emergencia climática, la lucha contra la desigualdad, la preservación de un orden internacional y comercial regulado por instituciones aceptadas y respetadas, la investigación tecnológica con aplicaciones pacíficas y civiles. Es decir, áreas de inversión que infieren colaboraciones intensas entre el sector público y el privado.

Sobre un cambio de era

Ante esto, la pregunta se impone, ya que además se ha ido apuntando en diferentes trabajos de analistas: ¿significa que estamos ante un cambio de era, un cambio de paradigma? De entrada, sería de gran utilidad definir con más precisión qué se entiende por ese tránsito a otra era diferente o a un paradigma distinto: de qué estamos hablando exactamente. Se reitera que las cosas ya no serán nunca como fueron, tras estos tres meses de administración Trump. En tal sentido, y sin negar tal posibilidad, creo que es necesario plantear visiones más de largo plazo, a partir de unas consideraciones:

– La decadencia de Estados Unidos como única potencia mundial es evidente. Pero esto no proviene de lo que está acaeciendo con las medidas de Trump; sus orígenes arrancan antes. Y podríamos fijar una posible coyuntura en su génesis: el abandono de la convertibilidad dólar-oro a comienzos de 1970, por el presidente Nixon. Esto propició un proceso continuo de financiarización de la economía estadounidense, espoleado por la des-regulación de la administración Reagan y la apertura de la era neoliberal. Desde esa década, se ha acelerado la desindustrialización de Estados Unidos, que ha podido inundar los mercados de dólares y poder adquirir con ellos las mercancías que los americanos dejaban de producir; o deslocalizar industrias en países con mayores laxitudes laborales y con salarios más bajos. He ahí el déficit comercial, paralelo a una entrada masiva de capitales. Datos: desde 1990, Estados Unidos ha perdido más de cinco millones de empleos en el sector industrial; y ha ganado casi doce millones de puestos de trabajo en servicios empresariales y profesionales, y 3,3 millones en actividades de transporte y logística (la fuente: Financial Times). Esto infiere un mayor reclamo a las importaciones de todo aquello que, de forma voluntaria, se ha dejado de producir.

– A partir de la década de 1990, China y otras naciones del espacio asiático inician procesos galopantes de industrialización –con resultados desiguales y con crisis particulares– con la fabricación de mercancías utilizando en unos primeros estadios la tecnología occidental, pero también de forma acelerada activando aprendizajes en diferentes campos industriales y del conocimiento, con la ralentización de la dependencia hacia naciones avanzadas: aeronáutica, industria naval, microelectrónica, industria sanitaria, maquinaria diversa, investigación y desarrollo, telecomunicaciones, etc., son esferas en las que el dominio chino es cada vez más patente. La clave final: la expansión enorme de las exportaciones.

– El desplome de las economías de planificación centralizada, agudizado de manera mucho más visible desde la caída del muro de Berlín, abrió nuevas posibilidades en la globalización, si bien no se cumplió la sentencia del “fin de la Historia” y de la entrada en una fase de liberalismo pretendidamente más igualitario. La Federación Rusa ha avanzado con fuerza y predominio en el otrora cosmos soviético; sus anteriores satélites se han ido posicionando en la economía capitalista. Rusia trata de fortalecer lazos con la economía china y, tras la llegada de Trump, utilizar el nihilismo e inconsistencia del magnate a favor de la estrategia de Putin. No olvidemos que éste fue un alto dirigente del KGB, con la experiencia que ello significa.

– Las economías más atrasadas pero con enormes riquezas naturales han constituido –y siguen haciéndolo– espacios codiciados por esas nuevas potencias –China, Rusia– junto a la que se consideraba dominadora absoluta: Estados Unidos. La búsqueda de recursos en África, Asia y las zonas polares conforman el objetivo esencial por el que compiten, con tres perfiles estilizados distintos: Estados Unidos en desindustrialización desde la década de 1980, y el reforzamiento de una economía de servicios con fortaleza tecnológica y empresarial, amparada por el dominio del dólar; China en industrialización, tanto en productos de bienes de consumo como de capital; y Rusia más escorada a la producción de energía y su exportación, tanto de petróleo como de gas.

En síntesis: la economía es netamente capitalista, y se ha ido transformando en el curso de los últimos cincuenta años, adaptándose a nuevos escenarios y con transcendentales cambios productivos y geopolíticos. No hay crisis terminal del sistema; hay mecanismos de adaptación, ya que la economía capitalista es mutante. Los movimientos de Trump son una muestra de la impotencia estadounidense para re-confirmarse en el mundo industrial que declinó en los años 1970 y siguientes. Esto no es de ahora; el cambio de era, de paradigma, aconteció entonces, con sus derivadas productivas, comerciales, estratégicas, culturales, políticas: el neoliberalismo. Como décadas antes el paradigma del patrón-oro fue superado por la teoría keynesiana, lo que rubricó un cambio importante para el conjunto de la economía.

Acabemos sin más conclusión que la incertidumbre

Las últimas investigaciones de Valclav Smil, uno de los grandes expertos mundiales en energía, señalan que la tendencia presente y futura hasta 2050 va a ser el persistente consumo de materiales fósiles para prolongar el modelo económico. Una transformación al respecto, es decir, un giro copernicano en la pauta energética, sí que sería un cambio de era histórico, económico, cultural, en el sentido que nos han enseñado tanto Nathan Rosenberg como Karl Polanyi.

En El arte de la guerra, escribe Sun Tzu: “si haces que el enemigo se concentre en un frente, debilita otro”. En otras palabras: atacar a todo el mundo al mismo tiempo y parecida intensidad, prepotencia y arrogancia constituye un grave error de estrategia. Trump se ha saltado esta sabia premisa, promulgada hace dos mil quinientos años por un estratega chino. La altivez de este Calígula redivivo, convencido de su enorme capacidad no solo para retorcer los brazos de todas las economías del mundo, sino también su petulancia sobre la fortaleza para combatir económicamente incluso a sus propios aliados, ha chocado con la pétrea posición de Xi Jinping quien, además, invoca un hecho irrebatible: los cinco mil años de historia de China frente a los doscientos cincuenta años de Estados Unidos aporta experiencias acumulativas y postulados más pacientes. Cambiar de era no es proceso abrupto, que surge como una seta de manera espontánea tras actuaciones concretas de una persona y sus correligionarios, por muy “caligulescos” que sean: por muchas presiones que ejerzan. Los procesos económicos son también procesos históricos, y no podemos descartar que si cambiara la administración estadounidense por otra con mayor profesionalidad, competencia, rigor y seriedad, tornando a la multilateralidad, no se podrían revertir muchas de las distopías que están provocando Trump y sus nombramientos de ineptos. Incitatus puede cabalgar junto a ellos: apenas se notaría la diferencia.

Fuente: https://economistasfrentealacrisis.com/caligula-en-wall-street/