Publicada en 1992, la Autobiografía del general Franco, del escritor y periodista Manuel Vázquez Montalbán (Barcelona, 1939-Bangkok, 2003), fue traducida a diferentes idiomas, como el italiano, francés, holandés y portugués; en el libro de 880 páginas, Vázquez Montalbán hace que el dictador se exprese con las siguientes palabras:
“Nací en El Ferrol, a las doce y media de la madrugada del 3 al 4 de diciembre de 1892, año del cuarto centenario del descubrimiento de América y de la unificación del territorio del estado español, mediante la conquista del reino árabe de Granada a cargo de los Reyes Católicos”.
En otro pasaje de la autobiografía, Franco Bahamonde pone de manifiesto sus ideas sobre la oposición política: “El espíritu antipatriótico disfrazado de antimilitarismo fue cultivado en España tanto por la masonería como por los movimientos de izquierda, muchas veces teledirigidos por la propia masonería hasta que apareció Moscú como centro de emisión de consignas desintegradoras de la civilización cristiana”.
El ensayista y poeta barcelonés, también gastrónomo, cultivó la novela negra, en la serie protagonizada por el detective Pepe Carvalho; por ejemplo en Tatuaje; La soledad del mánager; Asesinato en el comité central o Los pájaros de Bangkok.
Los mares del sur (1979) forma parte de la serie Carvalho; el detective privado ha de resolver el asesinato de un empresario influyente, Stuart Pedrell, a quien se le suponía de viaje por las islas de Polinesia; en conversación con su ayudante Biscuter, Pepe Carvalho explica cómo a los detectives se les considera el termómetro de la moral dominante; y que la sociedad se halla podrida, en parte por la falta de creencias.
Una perspectiva distinta es la que aporta El escriba sentado, libro editado por Altamarea en enero; se trata de una recopilación de artículos y ensayos de Manuel Vázquez Montalbán, sobre las obras y autores que marcaron –primero- su universo literario como lector; y después, el recorrido como escritor de narrativa y en los periódicos.

La editorial Altamarea destaca el estilo “analítico, ácido y sagaz” con el que el novelista aborda obras como El lazarillo de Tormes, autores como Dostoievski o -en el ámbito catalán- Juan Marsé, Josep Pla y el poeta Josep Maria de Sagarra; asimismo reflexiona en torno al dramaturgo Samuel Beckett, Franz Kafka, Alberto Moravia, Elias Canetti, Borges, Jonathan Swift, Agatha Christie, Shakespeare o Cervantes.
El escriba sentado incluye los artículos Diez años después de aquel Mayo florido; La pervertida sentimentalidad de Pío Baroja; 1984. La literatura del miedo; Sciascia y Sicilia o la metáfora de la postmodernidad; La saga de los Marx. La aventura ecuatorial de Juan Goytisolo y Juan García Hortelano: el mirón apasionado pero escéptico.
“Retengo de una nota de Caballero Bonald que la poesía de Benedetti refleja el amor como programación solidaria de la existencia y la historia como experiencia moral”, subraya Vázquez Montalbán en el texto Benedetti o el romanticismo ante el tercer milenio.
Y añade, sobre el escritor uruguayo: “Leer a Benedetti desde la simplificación de la escritura del compromiso es una de las muchas maneras de no leerle y, en los tiempos que corren, de situarlo más como caso de estudio antropológico que poético (…); todo escritor se compromete a través de lo que piensa, lo que escribe o lo que omite”.
Eduardo Mendoza ganó el Premio Cervantes en 2016, y este año el Premio Princesa de Asturias de las Letras; en 1978 publicó la novela El misterio de la cripta embrujada, en 1986 La ciudad de los prodigios y, antes, en 1976, otra de sus obras más relevantes: La verdad sobre el caso Savolta (ambientada en Barcelona -entre 1917 y 1919- en el contexto de las huelgas obreras y el pistolerismo empresarial).
En el artículo Algunas posibles verdades sobre la verdad sobre el caso Savolta, Vázquez Montalbán subraya que la obra representa “el primer manifiesto novelístico novísimo ratificado por la crítica con el premio anual. Este hecho, el fatídico 1975 y la circunstancia de que en aquellas fechas estuvieran acabando sus estudios universitarios buena parte de los hoy aún jóvenes catedráticos dominantes en la sociedad literaria española, otorgó un valor de referente exclusivo” a la novela.
Cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial, en 1945, el filósofo parisino Jean-Paul Sartre ya tenía escrita su primera novela, La Náusea, de 1938; esta sensación de absurdo y angustia, a la que hacía referencia la narración, cobraba pleno sentido en la posguerra.
Vázquez Montalbán interpreta que no se trata de la náusea ante los horrores (“concretos”) de la contienda mundial, sino más bien de la congoja intelectual ante una evidencia objetiva: el sinsentido de la vida y de la historia.
En su reflexión sobre Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura en 1982, el autor de Yo maté a Kennedy y La rosa de Alejandría empieza con una analogía del escritor mexicano, Carlos Fuentes: Cien años de soledad es como el Don Quijote de la Mancha de la literatura latinoamericana.
“Que la falsedad del espontaneísmo de Cien años de soledad sea su mejor virtud técnica habla de la sabiduría literaria de un hombre capaz de escribir piezas tan maestras como Relato de un náufrago o El coronel no tiene quien le escriba”, valora Vázquez Montalbán.
En cuanto a Federico García Lorca, murió fusilado por el bando fascista (español) el 18 de agosto de 1936, en el camino de Viznar a Alfacar, en Granada; tenía entonces 38 años y como poeta -de la Generación del 27- había publicado Romancero Gitano y Llanto por Ignacio Sánchez Mejías; no menos importante fue su obra teatral: Bodas de sangre; Yerma y La casa de Bernarda Alba.
En El escriba sentado figura el siguiente comentario: “Su estatura (de Federico) creció una vez muerto hasta ocupar el horizonte del mundo y seguir allí como un retrato de la poesía”.
Además, “los profesionales de la literatura dicen que lo mejor de Federico fue Poeta en Nueva York (…); y en cuanto a su teatro, representó la última posibilidad de tragedia simbólica sobre la crueldad individual y colectiva de los españoles (…)”.
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