Los neoconservadores de EE.UU. e Israel necesitan un enemigo nuclear (El Tábano Economista)
La intervención militar ordenada por el presidente Donald Trump contra las instalaciones nucleares iraníes pareció llevar a Estados Unidos al borde de un conflicto mayor, algo que cuatro de sus predecesores habían logrado evitar. Pero en medio de la tensión, quedó algo claro: el poder de Estados Unidos se sustenta más en su influencia cultural (Hollywood) que en su arsenal bélico o en el dominio del dólar.
Trump logró desconcertar a su homólogo israelí y, al menos temporalmente, paralizó a grupos de presión como el Comité Estadounidense de Asuntos Públicos de Israel (AIPAC) y Cristianos Unidos por Israel (CUFI), organizaciones con una influencia enorme tanto en su gabinete como en el Congreso. Estas facciones han sido históricamente las mayores defensoras de una acción militar contra Irán y del apoyo incondicional a Israel.
Aunque se desconoce cuánto durará este juego estratégico, la maniobra ha sido brillante. Israel mantiene lo que se conoce como «ambigüedad nuclear»: nunca confirma ni niega oficialmente su posesión de armas atómicas. Sin embargo, según un informe de 2021 de Estado de las fuerzas nucleares mundiales de la Federación de Científicos Americanos (FAS), el país cuenta con aproximadamente 90 ojivas nucleares, capaces de ser lanzadas desde aviones, misiles balísticos terrestres y misiles de crucero navales.
Este arsenal forma parte de la «Opción Sansón», una doctrina que plantea una represalia nuclear masiva contra adversarios no nucleares si Israel enfrenta una amenaza existencial. Además, al no haber firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), el Estado judío evade cualquier inspección internacional de sus instalaciones nucleares.
Los recientes ataques iraníes expusieron graves fallos en el sistema de defensa aérea israelí, incluyendo su famosa Cúpula de Hierro. Irán ha utilizado tácticas de saturación, lanzando oleadas de misiles y drones para abrumar las defensas, ya que cada batería antimisiles tiene un número limitado de interceptores.
Además, ha incorporado misiles balísticos e hipersónicos más avanzados, combinados con guerra electrónica para interferir en los radares israelíes. Entre los blancos alcanzados se encuentran el Aeropuerto Ben Gurión (Tel Aviv), la Corporación Eléctrica de Israel y áreas cercanas a la refinería de Haifa y las instalaciones de Rafael Advanced Defense Systems.
Pero el daño más significativo ha sido económico:
– Costo de un misil iraní: U$S 300.000
– Costo de un interceptor israelí (Arrow 3 o David’s Sling): U$S 3 millones
– Interceptores necesarios por misil: 3 (estimación conservadora)
– Gasto diario de Irán (3 misiles): U$S900.000
– Gasto diario de Israel (9 interceptores): U$S 27 millones
– Gasto mensual proyectado de Israel: U$S 810 millones
Esta asimetría financiera y de destrucción de infraestructura es insostenible para Israel a largo plazo.
La operación militar estadounidense buscaba destruir instalaciones nucleares clave como Fordo, Natanz e Isfahán, frenando el enriquecimiento de uranio. Trump declaró que los bombardeos fueron «precisos», pero un informe filtrado de la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA) reveló que los daños fueron mínimos: Irán aún controla la mayor parte de su material nuclear y, de quererlo, podría desarrollar un arma atómica con relativa rapidez.
Aunque EE.UU. e Israel insisten en que su objetivo era neutralizar el programa nuclear iraní —no iniciar una guerra—, la intervención logró algo más: frenar temporalmente a los halcones proisraelíes en el gobierno de Trump, como los senadores Lindsey Graham y Ted Cruz, y el entonces presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson.
Este grupo, alineado con la ideología neoconservadora, ha impulsado históricamente intervenciones militares para «proteger los intereses de EE.UU.», frecuentemente vinculados a los de Israel. Fueron clave en la guerra de Irak y ahora presionan por un cambio de régimen en Irán.
Pese a la espectacular operación de relaciones públicas de Trump, las imágenes satelitales mostraron que Irán había trasladado previamente su uranio enriquecido y centrifugadoras de las instalaciones bombardeadas. El ataque fue, en gran medida, un bluff estratégico.
Y aunque la intervención logró contener temporalmente a Netanyahu y a los halcones estadounidenses, los neoconservadores ya han regresado al juego. Su objetivo sigue siendo claro: el derrocamiento del régimen iraní.
Mientras tanto, Netanyahu —acusado de corrupción, crímenes de guerra y lesa humanidad— sigue aferrado al poder. Para él, el conflicto es una cuestión de supervivencia: si la guerra termina, podría acabar en prisión.
La intervención de Trump no fue más que un engaño calculado, una puesta en escena para ganar tiempo. Y ahora, con las tensiones internas en la política exterior estadounidense, el presidente está al borde del colapso político.
Fuente: https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2025/06/26/la-teoria-del-engano/