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El negocio del miedo: deuda, misiles y recortes sociales

Fuentes: El tábano economista

El miedo a Putin es una gran fuente de beneficio financiero (El Tábano Economista)

En el primer semestre de 2025, el presidente de Estados Unidos logró avances significativos en su pulseada contra las élites globalistas, aunque sus métodos han generado controversia. Entre sus éxitos destacan la devaluación controlada del dólar —un 10% frente a monedas como el euro, el yuan, el yen, la libra esterlina y el franco suizo—, el mantenimiento de una inflación elevada para licuar la deuda pública mediante aranceles, y la presión constante a la Reserva Federal para lograr una bajada de tipos de interés que le permita refinanciar la deuda. Pero su victoria más simbólica fue impedir que Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania, asistiera con traje formal a las reuniones de la OTAN en Países Bajos, relegándolo a un papel secundario en el escenario geopolítico.

Mientras los líderes europeos se alojaban en hoteles convencionales durante la Cumbre de la OTAN en La Haya, el presidente estadounidense disfrutó de una pijamada, literalmente, digna de un rey, en el palacio Huis Ten Bosch, una residencia del siglo XVII invitado por el rey Guillermo Alejandro. El gesto, calificado como «histórico» por la prensa, no estuvo exento de ironía: el mismo mandatario que critica el elitismo global compartió techo con la reina consorte Máxima Zorreguieta, hija de un exfuncionario genocida vinculado a la dictadura argentina. El mensaje era claro: en la geopolítica contemporánea, la realpolitik prevalece sobre los principios.

El principal resultado de la cumbre fue el acuerdo para que los miembros de la OTAN destinen el 5% de su Producto Interno Bruto (PIB) a gastos de defensa para 2035. Esta meta, presentada como una «iniciativa europea», es en realidad el resultado de años de presión estadounidense, particularmente bajo la administración actual. El plan se divide en dos componentes: el 3.5% del PIB se asignará a capacidades militares tradicionales, mientras que el 1.5% restante financiará infraestructura crítica, ciberseguridad, innovación y la base industrial de defensa.

El salto desde el anterior objetivo del 2% —que muchos países incumplían— hasta el 5% supone un desafío monumental. Países Bajos, por ejemplo, necesitará entre 16,000 y 19,000 millones de euros adicionales solo para cumplir con la parte básica del compromiso. La pregunta obvia es: ¿de dónde saldrán estos recursos? La respuesta, como admitió el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, implica recortes al gasto social o aumentos impositivos. En privado, Rutte llegó a enviar un mensaje adulador al presidente estadounidense, refiriéndose a él como «papi» y elogiando su «acción decisiva en Irán», un tono que refleja la sumisión europea ante la hegemonía militar y financiera de Washington.

La justificación teórica detrás de este gasto masivo se asemeja a lo que algunos economistas llaman «keynesianismo militarista»: la idea de que la inversión en defensa puede actuar como un estímulo económico, generando empleo y demanda agregada. Sin embargo, este argumento tiene un defecto estructural en Europa: gran parte del gasto beneficiará a contratistas estadounidenses. La fragmentación de la industria de defensa europea —con sistemas de armamento incompatibles entre países— y la falta de estandarización obligan a muchas naciones a adquirir equipamiento en Estados Unidos. Así, el supuesto «multiplicador keynesiano» se diluye cuando los empleos y la tecnología se generan al otro lado del Atlántico.

Los datos históricos de la OTAN revelan la magnitud del cambio: entre 2014 y 2024, el gasto militar promedio pasó del 1.43% al 2.02% del PIB. Llegar al 5% en una década exigirá una reasignación sin precedentes de recursos públicos. Para economías como las de la eurozona, donde la deuda pública ya roza el 87.4% del PIB, o el Reino Unido, con niveles de endeudamiento no vistos desde los años 60, esto significa elegir entre dos opciones impopulares: endeudarse más o recortar pensiones, educación y salud.

La decisión de priorizar el gasto militar sobre el social representa una ruptura del modelo que sostuvo a Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Rutte lo admitió sin rodeos: «Aumentar la defensa requerirá ajustes en otros sectores». El mensaje es claro: la seguridad geopolítica se pagará con el bienestar ciudadano.

Este giro ocurre en un contexto de creciente desigualdad y crisis climática. Organizaciones civiles advierten que desviar fondos de la transición ecológica hacia tanques y misiles exacerbará la fragilidad social. Sin embargo, las encuestas muestran que el 80% de los europeos apoya una política de defensa común, lo que sugiere que el miedo a Putin —o a la inestabilidad global— pesa más que las preocupaciones económicas inmediatas.

El verdadero beneficiario de esta carrera armamentista no es el ciudadano medio y su protección, sino el sector financiero. La necesidad de emitir deuda para financiar el gasto militar garantiza jugosos rendimientos para la banca de inversión. Destaca el caso de Rothschild & Co, cuyo conglomerado históricamente vinculado a la financiación de guerras está posicionado para administrar las emisiones de bonos de defensa de la UE. Mientras, empresas como Lockheed Martin, Raytheon y Northrop Grumman ven en Europa un mercado cautivo.

La ecuación es perversa pero simple: a mayor miedo a Rusia, mayor gasto militar; a mayor gasto militar, más deuda pública; y a más deuda, más ganancias para el sistema financiero. Europa se enfrenta a una encrucijada: sacrificar su estado de bienestar en nombre de la seguridad o desafiar la presión transatlántica. Por ahora, parece haber elegido la primera opción.

Fuente: https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2025/06/29/el-negocio-del-miedo-deuda-misiles-y-recortes-sociales/