Se suponía que la crisis de 2008 auguraba el fin del capitalismo financiero ultraespeculativo. Sin embargo, los actores financieros salieron fortalecidos y el capital ficticio supone una amenaza mayor que nunca para la estabilidad económica mundial.
El texto que sigue es un fragmento adaptado de Freedom for Capital, Not People: The Mont Pèlerin Society and the Origins of the Neoliberal Monetary Order, disponible en Verso Books.
Algunos autores tomaron el período posterior a la crisis del capitalismo financiero de 2008 como el «fin del neoliberalismo» o el advenimiento del «pos-neoliberalismo». Otros lo describieron como una versión «mutante» o «zombi» de un neoliberalismo que, en realidad, está «medio muerto, medio vivo».
En una era de creciente proteccionismo, ideología de derecha y desglobalización, las ideologías neoliberales sin duda sufrieron un revés. Pero también se rearticularon forjando nuevas alianzas y adoptando formas novedosas. Cabe destacar tres dimensiones de la coyuntura actual.
La política del dinero
Hoy, como en la década de 1960, hay un enorme interés por la forma que adopta el dinero como factor central en la política y la vida social. La política monetaria es hoy más que nunca una cuestión política que interpela directamente incluso a quienes no se interesan por sus arcanos. Hay motivos para pensar que el sistema global de dinero y finanzas se está acercando a un umbral disruptivo de importancia histórica, con el potencial de transformar la manera en que las sociedades invierten, se aseguran y comercian.
Por supuesto, la forma del dinero —esencialmente la «promesa de pago» construida social y políticamente— siempre ha fluctuado. Lo que distingue la transformación del dinero en los primeros años del siglo XXI es, en primer lugar, la proliferación de las monedas y los tokens digitales. Al operar en las sombras de los sistemas monetarios hegemónicos, no pueden considerarse simplemente como herramientas de emancipación desde abajo contra los bancos centrales autoritarios y las políticas monetarias de austeridad, como a veces afirman sus defensores.
Más bien, los tokens no fungibles, la Web3, la tecnología blockchain, las criptomonedas y las organizaciones autónomas descentralizadas están a la vanguardia de una revolución financiera impulsada cada vez más por plataformas transnacionales y los propios bancos centrales. En nombre de la flexibilidad y la eficiencia, anticipan el fin del dinero en efectivo, poniendo así en riesgo la privacidad y debilitando aún más la democracia. Estos desarrollos marcan el agotamiento del régimen de flexibilización cuantitativa (QE) vigente desde 2019.
Aunque son demasiado complejos para analizarlos en detalle aquí, representan una perspectiva para el llamado orden pos-neoliberal, cuyas características no pueden entenderse como progresistas, ya que en algunos casos prometen ceder aún más autoridad a los propios señores de las finanzas, potencialmente de forma directa por medios administrativos.
Los términos en que se discute esta nueva arquitectura monetaria recuerdan debates anteriores. En el campo de las monedas digitales, por ejemplo, la lógica fuertemente restrictiva, limitada y orientada a disciplinar el mercado propia de Bitcoin remite a la escasez incorporada del oro —y, si se generalizara su uso, podría reproducir la lógica del patrón oro—, mientras que la proliferación aparentemente interminable de dinero privado con nombres absurdos durante la década de la QE se asemeja a la especulación desenfrenada que habilitaron los tipos de cambio flotantes.
A esta oposición familiar se le puede añadir un tercer polo: la moneda digital del banco central, emitida formalmente por los propios bancos centrales o, lo que es funcionalmente equivalente, por los bancos privados más grandes. Esta nueva forma de dinero se distingue por introducir la posibilidad de imponer directamente condiciones sociopolíticas a las transacciones o penalizar a los ahorristas mediante tipos de interés muy bajos.
Quizás sea por esta razón que los neoliberales más principistas sumaron sus voces de alarma en lo que respecta a algunas de estas innovaciones. Como sugirió el historiador Adam Tooze, parafraseando a Antonio Gramsci, «las criptomonedas son el síntoma mórbido de un interregno, un interregno en el que el patrón oro ha muerto, pero aún no ha nacido un dinero plenamente político que se atreva a decir su nombre».
Privilegio exorbitante
Otra cuestión candente en los debates contemporáneos es el estatus del dólar como moneda de reserva mundial, un «privilegio exorbitante» ratificado por el paso a los tipos de cambio flotantes. Los efectos de esta fatídica decisión, como recoge un libro publicado en su quincuagésimo aniversario, «fueron mucho más allá del sistema monetario internacional y tuvieron repercusiones geopolíticas y políticas, así como económicas y financieras, de gran importancia».
Hoy en día, si bien la hegemonía del dólar sigue intacta, cada vez son más las voces que cuestionan su permanencia y, con ella, la capacidad de Estados Unidos para mantener su posición geopolítica sin rival. En este sentido, el momento actual se asemeja al de la década de 1970, cuando la política monetaria reflejaba las luchas entre las potencias mundiales y la gestión de las relaciones entre aliados. Con la introducción de la canasta de monedas BRICS y la perspectiva de desdolarización que sugiere, tras el Brexit y la crisis de la zona euro, las previsiones de regionalización suelen girar en torno a la política monetaria.
Aun así, en medio de los rumores sobre la desglobalización y las pruebas de una caída de los flujos de capital, la proporción de transacciones realizadas en dólares se mantuvo relativamente estable en las últimas décadas. No obstante, la «creditocracia del dólar» estadounidense se ve amenazada por las contradicciones internas de la expansión cuantitativa, y los déficits por cuenta corriente y presupuestario de Estados Unidos siguen ejerciendo una presión a la baja sobre el dólar, lo que exacerba el resentimiento hacia el unilateralismo estadounidense.
Por último, la liberalización de los movimientos de capital en la década de 1970 debe considerarse como una cara del agotamiento del crecimiento económico en los países industrializados avanzados; ambos son efectos de la sobreacumulación y del descenso del crecimiento de la productividad y adoptaron la forma de un estancamiento secular. El período posterior fue testigo de una enorme explosión del capital ficticio, es decir, de activos financieros que son, en esencia, derechos sobre la producción y los beneficios futuros.
La financiarización de la era postfordista ha producido una economía desequilibrada, en la que este tipo de activos supera ampliamente el tamaño de la economía real subyacente. Su lógica es la de un casino sin crecimiento, basado en la transferencia y apropiación de valor en gran medida desvinculadas de los valores de uso del mundo real. Esta dinámica desproporcionada fue precisamente la que generó el sobreendeudamiento responsable del colapso de 2008.
Capital ficticio
Apesar de las promesas de volver a regular y frenar el poder de las finanzas, la metástasis del capital ficticio continuó a buen ritmo. Si bien el uso de algunos activos —esos instrumentos complejos que se encuentran en el centro de la crisis inmobiliaria y financiera, como los CDO (Obligaciones de Deuda Colateralizada)— disminuyó, la cantidad total de capital ficticio siguió aumentando. Esta dinámica se pone de manifiesto en la enorme importancia del sector financiero, de los seguros y del sector inmobiliario (FIRE, por sus siglas en inglés) y en el aumento de los precios de la vivienda y de los objetos de arte como activos financiarizados.
El comercio en los mercados mundiales de divisas —el mercado que determina el tipo de cambio de las monedas mundiales y que tiene su origen moderno en la abolición del sistema de Bretton Woods— se disparó desde niveles insignificantes en la década de 1970 hasta alcanzar un valor nominal de 620.000 millones de dólares en 1989 y de 4,5 billones de dólares en 2008; para pasar a situarse en 7,5 billones de dólares en 2022. Estos flujos masivos de dinero, que alimentan lo que algunos definiercon como una clase rentista «tecnofeudal», plantean un problema potencialmente sistémico, dada la presión que conllevan para buscar su realización en la economía real.
En la era del exceso climático, el estancamiento secular y la policrisis, estas pretensiones sobre la producción futura —ahora muy superiores al PIB mundial— crean un dilema fundamental. Dadas las crecientes pruebas que ponen en tela de juicio la ambición de ecologizar el crecimiento económico, los esfuerzos por obtener beneficios futuros del capital ficticio conducirán a un crecimiento insostenible que desestabilizará peligrosamente la vida planetaria o a un escenario alternativo de poscrecimiento, en el que las sociedades recuperarán el control democrático y convertirán el capital ficticio en activos varados.
Matthias Schmelzer. Profesor de la Universidad de Flensburg y director del Centro Norbert Elias para el Diseño y la Investigación de la Transformación. Es autor de The Hegemony of Growth: The OECD and the Making of the Growth Paradigm.
Traducción: Pedro Perucca
Fuente: https://jacobinlat.com/2025/07/el-capitalismo-financiero-es-mas-peligroso-que-nunca/