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El verdadero problema es la demonización, no la crítica a Maduro

El debate sobre el movimiento de solidaridad venezolano

Fuentes: Rebelión

Uno de los debates más trascendentales en la izquierda a lo largo del último siglo ha girado en torno a cómo evaluar a los gobiernos comprometidos con el socialismo que, al enfrentarse la agresión imperialista, se desvían de su rumbo original.[1] Ejemplos incluyen a la Unión Soviética bajo Stalin y después de 1953, Cuba bajo el liderazgo de Fidel Castro, Vietnam tras la muerte de Ho Chi Minh, China durante la era de Mao Zedong y en la actualidad, así como Venezuela bajo la presidencia de Nicolás Maduro.[2] Los intercambios publicados en Links entre Gabriel Hetland, Emiliano Terán Mantovani y mi propia persona sobre el gobierno de Maduro deben interpretarse dentro de este contexto histórico.

En su última réplica, Hetland resume adecuadamente los puntos de coincidencia y de divergencia entre nosotros, lo que hace innecesario cualquier repaso adicional. Este artículo se limitará a examinar ciertos vacíos, en particular cuatro.

Primero, la izquierda a nivel mundial debe centrar su atención a la lucha contra el imperialismo estadounidense, y posiblemente considerarla como su tarea más urgente en la actualidad. Basta con observar el papel omnipotente que desempeña Estados Unidos en la lucha contra los movimientos progresistas en todo el mundo, la devastación que ha provocado en Gaza y en el resto de Medio Oriente, así como su abultado presupuesto militar, que alimenta carreras armamentistas y aumenta el riesgo de una confrontación nuclear. Un claro ejemplo es la construcción del sistema de defensa antimisiles Domo de Oro y el programa del Pentágono para la producción masiva de drones. El objetivo es obligar a China a mantener el ritmo en materia militar, con el consiguiente desgaste de su economía. Esta misma estrategia fue aplicada por la administración Reagan en la década de 1980, la cual según la derecha, aceleró el colapso de la Unión Soviética.

El célebre principio de Mao sobre la necesidad de identificar la contradicción principal en cada momento histórico —que, durante la ocupación japonesa de China, definió como el imperialismo— resulta plenamente aplicable al caso venezolano. La economía del país depende del petróleo en tal medida que cuesta imaginar a cualquier gobierno de izquierda escapando del impacto devastador de las sanciones impuestas por Estados Unidos. A la luz de las persistentes acciones de Washington orientadas al “cambio de régimen”, el imperialismo debe ser considerado la contradicción principal que enfrenta Venezuela en la coyuntura actual. Sin embargo, en su análisis de lo que califica “con mucho el criterio más importante” para evaluar al gobierno de Maduro, Hetland da a entender que no comparte esta visión sobre la necesidad de priorizar la lucha antiimperialista.

Venezuela y Cuba deben ser concebidas como la primera línea de defensa frente al imperialismo estadounidense en América Latina. Lo que está en juego es la posibilidad de una subordinación total, una amenaza que Trump y sus aliados neoconservadores insinúan al invocar la Doctrina Monroe, la cual consideran fundamental para garantizar la seguridad nacional de Estados Unidos. Además, la intervención norteamericana ha dado lugar a Estados fallidos y guerras civiles prolongadas en países como Haití, Libia, Irak y Afganistán. Plantear si esta caracterización resulta pertinente en el debate sobre el gobierno de Maduro es una cuestión legítima que merece ser incorporada en la discusión que presentan los artículos publicados en Links.

En segundo lugar, en ninguno de los dos artículos de Hetland se aborda lo que identifico como aspectos positivos o progresistas del gobierno de Maduro (política exterior, comunas, participación comunitaria). Su única mención en esta línea es la siguiente: “La política exterior de Maduro sigue mostrando trazas de antiimperialismo, pero incluso eso es muy limitado”. Sin embargo, Hetland no ofrece explicación alguna sobre las razones que lo llevan a calificar de “sumamente limitado” el carácter progresista de dicha política.

El hecho de no abordar estos temas constituye una omisión fundamental, ya que mis artículos publicados en Links sobre el gobierno de Maduro no niegan la existencia de aspectos negativos, sino que analizan las consecuencias perjudiciales y las inexactitudes derivadas de su demonización. Mi argumento central frente a Hetland y Terán (y también el artículo de Pedro Eusee del Partido Comunista de Venezuela – PCV[3]) es que la demonización de Maduro resulta contraproducente desde una perspectiva progresista, pues debilita el trabajo del movimiento de solidaridad con Venezuela en su lucha contra las sanciones. El problema de fondo no radica en políticas erradas, sino en la demonización. El reconocimiento de aspectos positivos de importancia va a contracorriente de la lógica de la demonización que impregna los cuatro artículos publicados en Links.

Partiendo de la premisa de que la lucha antiimperialista debe ocupar un lugar prioritario, es imprescindible incorporar al análisis el carácter mayoritariamente progresista de la política exterior del gobierno de Maduro. Los detalles importan, sobre todo cuando trascienden la mera retórica. Entre ellos destaca la solidaridad con Cuba, manifestada en el envío de petróleo en condiciones ventajosas para ese país, pese a los obstáculos logísticos derivados de las sanciones impuestas por Estados Unidos.

Además, en un contexto de creciente polarización política en América Latina, Venezuela ha estado a la vanguardia en los enfrentamientos con gobiernos de derecha como los de Javier Milei en Argentina, Jair Bolsonaro en Brasil, Daniel Noboa en Ecuador y José Raúl Mulino en Panamá. De igual manera, el gobierno de Maduro expresa su solidaridad con los migrantes venezolanos en Estados Unidos, al tiempo que ha condenado enérgicamente las políticas inhumanas de Washington hacia ellos. Cabe destacar, asimismo, que el gobierno de Maduro fue anfitrión del Congreso Mundial contra el Fascismo celebrado el año pasado, evento que reunió a 500 activistas de 95 países, y que haya calificado el genocidio en Gaza como un crimen atroz, merecedor de la más severa condena.

Tercero, el debate abierto, la transparencia y el libre flujo de información suelen ser las primeras víctimas cuando una nación se encuentra en una situación equiparable a un estado de guerra. Ese entorno se impuso en Venezuela a partir de 2014-2015, con los cuatro meses de disturbios callejeros con el fin de producir un “cambio de régimen” —las llamadas “guarimbas”— y la orden ejecutiva de Barack Obama que declaró al país “una amenaza inusual y extraordinaria” para la seguridad nacional de Estados Unidos. Las “áreas grises” resultantes plantean un dilema para los analistas que carecen de información confidencial, ya que dificultan la tarea de llegar a conclusiones contundentes.

Los ejemplos abundan. Uno de ellos son las transacciones en efectivo por petróleo realizadas en alta mar, diseñadas para eludir las sanciones secundarias impuestas a compradores y compañías navieras, una práctica que abre la puerta a la corrupción. Otro ejemplo es el fortalecimiento del sector militar dentro del chavismo —cuyo origen se remonta al inicio del gobierno de Chávez, si no antes[4] — como respuesta a los reiterados llamados de Washington a los oficiales militares para que derrocaran al gobierno. La unidad entre las dos principales corrientes históricas del chavismo, encabezadas por Nicolás Maduro y el oficial militar Diosdado Cabello, fue una condición sine qua non para la supervivencia del gobierno de Maduro desde sus inicios.[5] Esta realidad pudo haber limitado las opciones de Maduro.

La existencia de estas zonas grises no excluye la posibilidad de condenar en términos absolutos a un presidente determinado. Sin embargo, sí pone de relieve la importancia de reconocer que Venezuela, bajo el gobierno de Maduro, constituye un caso extremo de país sometido a una agresión imperialista sostenida, lo que exige una evaluación rigorosa de los desafíos que ello conlleva. La presencia de importantes “áreas grises” también sugiere que un análisis matizado sobre la complejidad del caso venezolano resulta más adecuado que la visión maniquea promovida por quienes se dedican a demonizar a Maduro.

Cuarto, en la sección de su artículo titulada “Solidaridad”, Hetland señala que el movimiento contra la guerra se movilizó en rechazo a la invasión de Irak sin necesidad de defender al régimen de Saddam Hussein. Concluye, por tanto, que, siguiendo la misma lógica, el movimiento de solidaridad con Venezuela no tiene por qué resaltar aspectos positivos del gobierno de Maduro. Sin embargo, el ejemplo de la guerra de Irak resulta revelador precisamente porque demuestra lo contrario. La imagen desacreditada de Hussein contribuyó a la limitada capacidad de movilización del movimiento antiguerra (tras un impulso inicial) durante esos años, en marcado contraste con las protestas masivas contra la guerra de Vietnam en los años sesenta. Una de las razones —entre otras—de esa diferencia fue el enorme prestigio que gozaba Ho Chi Minh, que inspiró a amplios sectores a sumarse a las protestas.

Además, una de las actividades más importantes y eficaces de los movimientos de solidaridad con Cuba y Venezuela ha sido la organización de viajes a ambos países, al igual que lo hizo en su momento el movimiento contra la guerra de Vietnam. Cabe preguntarse: ¿patrocinaría una organización que demoniza al gobierno de Maduro delegaciones de activistas y simpatizantes a Venezuela?

Por último, la comparación que establece Hetland entre la guerra de Irak y las sanciones internacionales contra Venezuela resulta inadecuada, ya que los movimientos contra la guerra (como en el caso de Irak) y los movimientos de solidaridad (como en el caso de Venezuela) se centran en problemáticas distintas, tal como señalé en mi réplica anterior. La eficacia de los movimientos internacionales de solidaridad —a diferencia de los movimientos antiguerra— depende en gran medida de la imagen positiva del gobierno que es objeto de la agresión imperialista.

Para concluir, quisiera incorporar al debate el libro El marxismo occidental: Cómo nació, cómo murió, cómo puede resucitar, de Domenico Losurdo[6], que recientemente ha suscitado una discusión enriquecedora en la izquierda. Losurdo sostiene que, históricamente, buena parte de la izquierda —aquella que él denomina “marxismo occidental”— no ha sabido comprender el carácter antiimperialista de los gobiernos socialistas. En otros espacios he cuestionado a Losurdo por incluir de manera excesivamente generalizadora a una diversidad de pensadores de izquierda dentro de esa categoría peyorativa. Sin embargo, su obra tiene el mérito de exponer con claridad una lección fundamental que ha dejado la experiencia de los gobiernos socialistas a lo largo del último siglo: la construcción del socialismo en los países del Sur global, en un mundo hegemonizado por el capitalismo y el imperialismo, es un proceso mucho más complejo que la simple conquista del poder estatal. Esta afirmación cobra aún mayor relevancia en el caso de Venezuela bajo los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, que ha sido objeto de una ofensiva particularmente agresiva por parte de Washington, como ha sido ampliamente documentado.[7]

Losurdo sostiene que solo los puristas de izquierda —los llamados “marxistas occidentales”— niegan el papel que desempeña el capital privado en los procesos de transición socialista. Ninguno de los cuatro artículos publicados en Links reconoce la complejidad inherente a la transformación económica de una nación como Venezuela, comprometida con el proyecto socialista, ni aborda con la debida profundidad el espinoso asunto de sus relaciones con aliados tácticos del sector privado, que sin lugar a duda abren la puerta a la corrupción.

Hetland señala que Chávez (y Maduro) “no lograron superar la histórica hiperdependencia del petróleo en Venezuela”, mientras que Pedro Eusse, del PCV, sostiene que el gobierno chavista dejó intacto el modelo rentista. Si bien ambas afirmaciones son acertadas, los autores omiten ofrecer al lector un esbozo de estrategia económica viable que tome en cuenta las circunstancias políticas actuales. En realidad, no existen fórmulas prefabricadas ni panaceas para enfrentar los desafíos que ha enfrentado el gobierno de Maduro en el ámbito económico desde 2015, cuando Washington intensificó su guerra contra Venezuela y el margen de maniobra se redujo de forma considerable. Cualquier análisis realista que proponga soluciones a los problemas económicos acuciantes del país en la etapa posterior a 2015, inevitablemente entrará en conflicto con el enfoque maniqueo que demoniza a Maduro y equipara a su gobierno con la oposición de derecha.


Notas

[1]. Quisiera agradecer a Leonardo Flores y Lucas Koerner por sus valiosos comentarios críticos sobre este artículo, así como sobre el anterior que fue publicado por Links.

[2]. ¿En qué me baso para afirmar que Maduro está comprometido con el socialismo? Su trayectoria personal y política es relevante. Su formación no corresponde a la de un político socialdemócrata. Nacido en una familia de izquierda, Maduro fue activista y militante de partidos de izquierda radical en su juventud, antes de incorporarse al movimiento chavista en la década de 1990. Durante seis años se desempeñó como ministro de relaciones exteriores bajo el mandato de Chávez, a quien pocos negarían su compromiso socialista. Maduro encabeza el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), el cual se adhiere oficialmente al socialismo científico y al marxismo.

[3]. El trabajo de este artículo ya estaba bastante avanzado cuando Links publicó el artículo de Eusse que expone la posición del PCV. En cuanto a la crítica del PCV al gobierno de Maduro y la ruptura con este en 2020, he sostenido en otros espacios que ambas partes incurrieron en errores que contribuyeron al distanciamiento. Quisiera añadir que, a lo largo de mi trayectoria como escritor y analista, he escrito extensamente sobre la historia del PCV (comenzando con mi tesis doctoral) y he destacado sus luchas heroicas. En el proceso, entrevisté, conocí, y desarrollé una profunda admiración por numerosos dirigentes históricos del partido. Ellner, “Objective Conditions in Venezuela: Maduro’s Defensive Strategy and Contradictions among the People.” Science & Society (julio de 2023), pp. 401–402.

[5]. Cuando Chávez falleció en 2013, abundaron las especulaciones en torno a un posible conflicto entre Maduro y Cabello por el liderazgo del movimiento chavista. Maduro, quien durante los primeros años del gobierno de Chávez encabezó la fracción del movimiento obrero chavista en la Asamblea Nacional, estaba identificado estrechamente con las demandas de los trabajadores y la ideología de izquierda, a diferencia de Cabello. Ellner y Fred Rosen, “Chavismo at the crossroads: Hardliners, moderates and a regime under attack.” NACLA: Report on the Americas (mayo-junio de 2002), pp. 9-11.

[6]. Losurdo, El marxismo occidental: Cómo nació, cómo murió y cómo puede resucitar (Madrid: Editorial Trotta, 2019).

[7]. Joe Emersberger and Justin Podur, Extraordinary Threat: The U.S. Empire, the Media, and Twenty Years of Coup Attempts in Venezuela (New York: Monthly Review Press, 2021), pp. 21-23; Ellner, “Objective Conditions in Venezuela…,” pp. 396-399.

La versión en inglés de este artículo fue publicada en Links: International Journal of Socialist Renewal.

Steve Ellner es profesor jubilado de la Universidad de Oriente en Venezuela, donde residió por más de 40 años. Actualmente es editor asociado de Latin American Perspectives. Es autor de numerosos libros, entre ellos El fenómeno Chávez: sus orígenes y su impacto hasta 2013 (2014) y La izquierda latinoamericana en el poder: Cambios y enfrentamientos en el siglo XXI (editor, publicado por CELARG y el Centro Nacional de Historia, Caracas, 2014). https://www.dropbox.com/s/yxxsdyf0puqxdhg/La%20izquierda%20latinoamericana%20book.pdf?dl=0


Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.