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Geopolítica del poder: Brasil entre China y EE.UU.

Fuentes: El tábano economista

Brasil debe cuidar de Brasil (El Tábano Economista)

El 9 de julio el presidente estadounidense Donald Trump anunció un arancel del 50% sobre las importaciones brasileñas, programado para entrar en vigor el 1 de agosto próximo. De materializarse, esta medida representaría un salto agresivo frente al arancel base del 10% impuesto meses antes, en abril, durante el llamado Día de la Liberación. Entre los países que recibieron cartas especiales de la Casa Blanca, Brasil ocupa un lugar singular: es el único con el que Estados Unidos ha mantenido un superávit comercial ininterrumpido desde 2009.

Pero la ofensiva no se detuvo ahí. La Oficina del Representante Comercial de los Estados Unidos activó una investigación bajo la Sección 301 de la Ley de Comercio de 1974, un mecanismo infame, utilizado históricamente para justificar represalias. El objetivo declarado era determinar si Brasil actuó de manera discriminatoria en el comercio con los Estados Unidos, aunque el trasfondo revelaba una agenda más amplia. Trump incluso amenazó con extender un arancel del 10% a cualquier país asociado con los BRICS, acusando al bloque de promover «valores antiamericanos». La referencia, aunque vaga, apuntaba directamente a las iniciativas del grupo para reducir su dependencia del dólar y del sistema SWIFT.

En esencia, el movimiento de Trump contra Brasil no era solo comercial, sino una jugada calculada para reconfigurar el equilibrio interno del país sudamericano. Al golpear sectores clave —desde la industria paulista hasta el agronegocio—, Washington buscaba fracturar la cohesión política brasileña y debilitar su alianza con los BRICS. La táctica no era nueva: Estados Unidos ha tratado históricamente a Latinoamérica como su patio trasero, aunque Sudamérica siempre ha sido un territorio más esquivo. Brasil, con sus 215 millones de habitantes, su economía de 2,2 billones de dólares y fronteras con 10 de los 12 países de la región, no es un actor que pueda ignorarse. Se negocia con él o se le enfrenta. Trump eligió lo segundo.

El plan seguía una lógica escalonada. Primero, la presión mediática: inundar el debate con advertencias sobre el «colapso comercial» y sus supuestos efectos devastadores para Brasil. Curiosamente, nunca se mencionaban las consecuencias para EE.UU. si Brasil decidía responder con aranceles equivalentes. Un silencio revelador, sobre todo si se considera que, en los últimos 16 años, el superávit comercial ha favorecido sistemáticamente a Washington. La ecuación se volvería aún más compleja si los BRICS entraban en escena.

El segundo paso era explotar las divisiones internas. Los aranceles afectarían directamente a dos pilares de la economía brasileña: la industria de São Paulo, tradicionalmente proestadounidense, y el agronegocio, cada vez más vinculado a China. Ambos sectores son críticos para el empleo y la recaudación fiscal. La idea era clara: forzar un conflicto entre estos grupos y el gobierno de Lula, debilitando su posición.

Finalmente, estaba el mensaje geoestratégico: castigar a Brasil por su acercamiento a los BRICS y, sobre todo, por su participación en proyectos que desafían la hegemonía del dólar.

Pero ¿qué pasaría si Brasil decidiera imponer aranceles recíprocos del 50%? Las consecuencias para EE.UU. serían profundas. En 2024, las exportaciones estadounidenses a Brasil alcanzaron los 49.671 millones de dólares, concentradas en sectores sensibles:

– Aeronaves (10.000 millones USD). Boeing y otras firmas perderían competitividad en un mercado clave.

– Combustibles y derivados del petróleo (U$S 8.570 millones). las refinerías estadounidenses, como Valero y Marathon, dependen del crudo brasileño.

– Maquinaria y tecnología (U$S 5.870 millones en reactores nucleares, U$S 4.420 millones en equipos electrónicos). Empresas como GE y Texas Instruments verían afectadas sus cadenas de suministro.

– Industria farmacéutica (U$S 2.470 millones): Laboratorios estadounidenses importan principios activos de Brasil.

Las empresas digitales tampoco escaparían. Amazon, Microsoft y Google, con sus operaciones en la nube y el comercio electrónico brasileño, podrían enfrentar represalias regulatorias, especialmente si Brasil acelera la adopción de BRICS Pay, un sistema de pagos alternativo a Visa y MasterCard.

El impacto inflacionario en EE.UU. sería inmediato. Brasil suministra más del 50% del jugo de naranja (637 millones USD) y el 30% del café (1.900 millones USD) que consumen los estadounidenses. Un aumento en los precios de estos productos básicos se transmitiría directamente a los consumidores. Las estimaciones sugieren que los aranceles podrían elevar la inflación en EE.UU. en un 2,3%, con Brasil contribuyendo 0,32 puntos porcentuales. En empleos, la contribución de Brasil a la perdida rondaría los 45.900 puestos de trabajo, una cifra nada despreciable.

El sector agrícola brasileño exportó 12.000 millones de dólares a EE.UU. en 2024, una cifra significativa, pero palidece frente a los U$S 48.600 millones que China compró solo en soja y carne. Los aranceles de Trump golpearían productos como café, carne vacuna, jugo de naranja y cuero, pero el agro brasileño tiene un colchón: el gigante asiático.

De hecho, la guerra comercial entre EE.UU. y China ya benefició a Brasil. La participación china en las importaciones de soja brasileña pasó del 46% en 2016 al 76% en 2024. Si Washington intenta asfixiar a Brasilia, Pekín está más que dispuesto a compensar.

El efecto más inesperado de la medida de Trump fue unificar temporalmente a la clase empresarial brasileña. La Confederación Nacional de la Industria (CNI), tradicionalmente cercana a EE.UU., criticó abiertamente los aranceles, tachándolos de «políticos y carentes de justificación comercial». Hasta los aliados de Bolsonaro se vieron obligados a acercarse al gobierno de Lula para coordinar una respuesta.

La paradoja es evidente, la presión externa mitigó temporalmente las divisiones internas. Y, en lugar de alejar a Brasil de los BRICS, reforzó su relevancia. Lula respondió con un discurso contundente: «El mundo no quiere un emperador», declaró, reiterando la necesidad de reducir la dependencia del dólar.

El verdadero temor de Washington no son los aranceles, sino el declive gradual del dólar como moneda global. En 2024, EE.UU. importó más de 600.000 millones de dólares en bienes de los BRICS. Un arancel del 10% sobre estos flujos le costaría entre 35.000 y 56.000 millones anuales a sus empresas y consumidores.

Pero el golpe más duro vendría de BRICS Pay, un sistema de pagos digitales basado en blockchain diseñado para eludir el SWIFT y, por tanto, el dominio del dólar. Aunque aún no es una alternativa global, su potencial es enorme: los BRICS representan casi la mitad de la población mundial y un PIB combinado que rivaliza con el del G7.

Si el bloque logra masificar este sistema, el dólar perderá parte de su hegemonía. Hoy, el 88% de las transacciones financieras globales se realizan en dólares. Si los BRICS descentralizan ese poder, EE.UU. perderá una de sus armas más efectivas: las sanciones económicas.

Es posible que Trump haya subestimado a Brasil. No se sabe si puede doblegarlo con aranceles, pero sí que ignoró dos realidades:

1. La economía brasileña es más resiliente de lo que parece, con China como respaldo.

2. Los BRICS ya no son un club marginal, sino un contrapeso creciente al orden liderado por EE.UU.

Brasil no necesita elegir entre Washington y Pekín. Su estrategia debe ser pragmática: negociar con todos, depender de ninguno. Como dijo Lula: «Brasil es de los brasileños». Y en un mundo multipolar, esa es la única consigna que importa.

Fuente: https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2025/07/27/geopolitica-del-poder-brasil-entre-china-y-ee-uu/