Si se deseara resumir la historia de Bolivia en pocas oraciones, sería suficiente evocar las constantes de una persistencia en la gestión de su economía. Por cierto nuestro país, que se extiende sobre un abanico amplio de pisos ecológicos y altitudinales, una suerte de síntesis geográfica de meseta andina y llanuras amazónicas, encierra una variedad muy grande de recursos naturales, que sin embargo no han sido fuente de un desarrollo promisorio, sino de innumerables tragedias y frustraciones.
Ciertamente me refiero a la terca persistencia en considerar que el patrón primario exportador, es decir, la economía extractivista de recursos mineros e hidrocarburíferos (ahora el litio) sería una senda segura hacia una bonanza sustentable. Todavía hay quienes se aferran a esa idea y en este periodo electoral no se avergüenzan de exhibir su ignorancia de la historia y ofertar más de lo mismo, una vez más.
Los aspirante a la silla presidencial tienen algo en común pese a sus aparatosas diferencias formales, son ciegos y sordos respecto a las lecciones que nos deja la trágica historia del país. En efecto, la explotación de una materia prima como eje de un plan de desarrollo, es un error que no nos cansamos de repetirlo y practicarlo con una constancia digna de una mejor empresa. El extractivismo se rige por un proceso rígido de ascenso prometedor, auge pasajero y caída estrepitosa, pues depende de los vaivenes de la economía internacional y del humor siempre cambiante de los poderosos intereses que dominan el mercado capitalista mundial; y es justamente este proceso el que se ha repetido una y otra vez a lo largo de los dos siglos de nuestro devenir histórico, a tal punto que el mismo se puede dividir en periodos de monoexplotación, primero de recursos mineros bien conocidos: la plata y el estaño; luego el petróleo y ahora la ilusión del litio.
La explotación colonial de la plata ya nos dejó algunas enseñanzas crueles: la explotación del Cerro Rico de Potosí dio forma a la naturaleza desigual y racista de la sociedad colonial con sus episodios de explotaciones inhumanas en aras de la ilusión de apuntalar una monarquía hispana que tempranamente se mostró decadente, justamente por que los ríos de plata de Potosí los despilfarró en lujos improductivos, proporcionando la oportunidad para que galos e ingleses que aprovecharon mejor estos recursos, pudieran darle un sustento económico a la Revolución Industrial, desplazando al imperio ibérico al discreto lugar de los desechos de la historia mundial.
En paralelo, la República de Bolivia se fundó sobre el poco prometedor sustento de una minería de la plata igualmente decadente, al extremo de que las finanzas públicas tuvieron que apoyarse en el tributo indigenal en gran parte del siglo XIX, lo que condenó a que Bolivia permaneciera como un país semifeudal en medio de la emergencia del moderno desarrollo industrial. El breve auge de la plata en las últimas décadas del siglo XIX, terminaron en tragedia: la dolorosa Guerra del Pacífico y la Revolución Federal que desplazó a la oligarquía sureña por otra que se reclamaba moderna y liberal. La brevísima emergencia del caucho en los primeros años de siglo XX, encontró a un país geográficamente desvertebrado y termino con la desafortunada guerra del Acre.
La irrupción del estaño no arrojó mayor beneficio para el país. La explotación de la materia prima sirvió para dar soporte a una oligarquía que dominó el escenario de la economía estañífera a nivel internacional y convirtió al Estado boliviano en un apéndice de sus intereses capitalistas. Una vez más los descendientes de los antiguos mitayos fueron convertidos en mineros que dejaron sus pulmones en los socavones de Llalagua, Catavi, Siglo XX y otros recintos mineros. El control del Estado fue arduamente disputado por liberales y conservadores, pero ni unos ni otros se avergonzaron de su condición servil respecto a los barones del estaño.
El petróleo, que emergió como una promesa de desarrollo en la primera mitad del siglo XX, encontró un país que no tenía la capacidad técnica ni los recursos económicos para aprovechar para sí esta nueva oportunidad, Fue presa fácil de empresas transnacionales que manipularon a los gobiernos de turno hasta precipitarlos en la sangrienta Guerra del Chaco. El único saldo positivo fue la emergencia de una conciencia nacional decidida a romper con el pasado colonial y fundar un Estado moderno, pero el lastre de la herencia extractivista no fue abandonado.
En efecto, la Revolución Nacional de 1952, cuyo fundamento central era construir una burguesía empresarial moderna, si bien sepultó a la vieja oligarquía minera y latifundista, nacionalizó la minería, realizó una reforma agraria, apuntaló la formación de una economía agroindustrial y ensanchó la base ciudadana con el voto universal, no logro materializar su objetivo más importante: diversificar la economía agregando valor a los minerales de estaño y a la agricultura de exportación. Naturalmente que ello significaba industrializar el país a contracorriente de los países centrales que se lucraban con la condición de subdesarrollo de Bolivia. Ciertamente, esta era un misión histórica que estaba por encima de las capacidades y posibilidades de los gobernantes de turno sumisos al dictado de los EE.UU.
A la derrota de la Revolución de 1952, siguieron distintos gobiernos anodinos que poco o nada hicieron para beneficiarse de la promisoria economía del gas y el petróleo, al extremo de, en la década de 1980, no tuvieron reparo en rifar las empresas estatales y reducir a Bolivia a la condición de un país mendigo. Esta fue la herencia negativa que el país heredo a inicios del siglo XXI.
La Revolución Democrática y Cultural que encabezó el MAS a partir de 2006, si bien refundó el país con una nueva constitución, promovió el reconocimiento formal de los pueblos originarios y el paso de república oligárquica a Estado Plurinacional, no logró con su modelo económico social-comunitario romper con la continuidad de la práctica extractivista, práctica que finalmente se convirtió en su talón de Aquiles. El auge económico del gas duro poco más de una década y su caída, hasta donde es posible prever, significa el cierre de un nuevo ciclo de explotación de materias primas, con los mismos resultados y decepciones de los ciclos anteriores.
Ahora la nueva panacea es el litio, pero nada hace suponer que la historia de los ciclos anteriores no volverá a repetirse. Tantos los partidos que dicen representar los intereses populares, como los que se proclaman demócratas y liberales, no ofertan nada para sacar a Bolivia de 200 años de subdesarrollo y dependencia. La crisis del final del ciclo del gas, no es una crisis de coyuntura que se pueda subsanar con proclamas como “100 días carajo”, ofertas de 10.000 millones de dólares de nueva deuda externa u otras recetas demagógicas. Es una crisis estructural, cuya raíz esta en la obsesiva dependencia histórica de la economía nacional, de la explotación hasta el agotamiento de un solo recurso natural.
Ciertamente la debilidad de la burguesía boliviana, representada por sus diversas tendencias políticas, es la herencia colonial del rentismo, su conducta acomodaticia y perezosa: “sacar el máximo provecho con el mínimo esfuerzo y riesgo” y mejor si es a costas del Estado. Luego, cuando se produce una débil excepción a la regla: el Gobierno de Luis Arce y su propuesta de industrialización para sustituir importaciones, se escuchan voces unánimes para condenar tamaño desatino y aportes como la puesta en marcha del Complejo Siderúrgico de El Mutún y varias decenas de plantas industriales medianas y pequeñas, solo merecen el silencio, intenciones de privatizarlas o alusiones peyorativas. Sin embargo, el juicio de la historia será diferente e implacable con quienes inicien el ciclo del litio como simple materia prima o como industria gestionada por transnacionales, repitiendo una vez más el drama del país mendigo sentado en un trono de oro.
La encrucijada en que se encuentra el país demanda un equipo de estadistas planificadores del desarrollo industrial como la única alternativa viable para aproximarnos a un horizonte de desarrollo sostenible. Sin embargo, lo que tenemos al frente, al parecer es una bullanguera multitud de sepultureros del desarrollo nacional.
Es necesario romper con el circulo vicioso del espejismo de que la plata, el estaño, el gas de petróleo, el litio, etc., por sí solos nos catapultaran al pleno desarrollo. Es necesario romper con esa larga cadena de articulación esperanzadora al mercado mundial con la materia prima de moda, vivir la ilusión de prosperidad por breve tiempo y luego caer en la larga frustración del desplome de una política económica que parecía estable y saludable; y lo peor, buscar otra materia prima prometedora y volver a comenzar esta historia perversa. Basta revisar nuestra historia económica para comprobar cuantas veces nos tropezamos con la misma piedra.
El desarrollo industrial como política de Estado debería ser la oferta razonable que nos ofrezcan los aspirantes a la silla presidencial, Sin embargo lo que nos ofertan son recetas repetitivas para reforzar la vieja estructura extractivista y avanzar a un nuevo ciclo de esperanza, alegría breve y frustración profunda. En fin, ¡ojala que me equivoque!
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