Al aferrarse a la primacía estadounidense mediante la fuerza y la intimidación, Donald Trump está, irónicamente, socavando el poder global de Estados Unidos. Un saboteador interno difícilmente podría hacerlo mejor que él con su incompetencia absoluta.
Es muy discutible si una estrategia de primacía estadounidense —es decir, un orden mundial en el que Estados Unidos no es solo una entre varias naciones igualmente poderosas, sino la más poderosa e influyente, por lejos— redunda en el interés de ese país. La búsqueda de este objetivo fue devastadora para las comunidades estadounidenses en las últimas décadas, desde los acuerdos de libre comercio que vaciaron la industria local hasta las guerras interminables que devolvieron a territorio estadounidense a miles de jóvenes en aviones llenos de bolsas para cadáveres.
Pero conseguir un futuro dominado permanentemente por Estados Unidos es lo que Donald Trump cree que más le conviene a los intereses de su país. Y, hasta ahora, está haciendo todo lo posible por socavar su propio objetivo.
Basta con mirar el estado de las relaciones de Estados Unidos con la India, un socio clave y pieza fundamental de la estrategia general de Washington para contrarrestar el auge de China. La India está emergiendo como un actor global importante y como una potencia económica que, de manera crucial, pasó los últimos años en un momento bajo en cuanto a sus relaciones con China.
Cuando la guerra comercial de Trump con el gigante asiático obligó a buscar una nueva base de producción para los iPhone con el fin de proteger a los consumidores estadounidenses de lo que habría sido una explosión de los precios, la India dio un paso al frente y le permitió a Apple trasladar la mayor parte del montaje de los iPhone a su territorio. Mientras Trump mira de reojo al BRICS, la asociación económica que no tan sutilmente busca eludir el dominio estadounidense, la India es lo más parecido a un hombre de Washington en su interior, oponiéndose firmemente a los incipientes esfuerzos del grupo por socavar la supremacía del dólar estadounidense, núcleo del poder global de Estados Unidos. Este es el fruto de décadas de trabajo bipartidista a lo largo de múltiples administraciones para acercar a la India a Washington y alejarla de la esfera de influencia de Pekín.
En poco más de una semana, Trump lo puso todo en peligro. El mandatario estadounidense está imponiéndole ahora un arancel efectivo significativamente más alto a la India (50 %), su socio aparente, que a China (30 %), el país que considera como su mayor adversario. Esto se debe en gran parte al deseo incoherente característico de Trump de castigar a la India por socavar las sanciones occidentales contra Rusia y comprar petróleo de Moscú a precios reducidos, algo que la India lleva haciendo desde hace años. El hecho de que Trump haya adoptado una línea claramente blanda con Rusia a lo largo de su segundo mandato, y el hecho de que China también compre petróleo ruso, hace que esta decisión resulte doblemente desconcertante para los frustrados funcionarios indios.
Como resultado, las relaciones de la India con Estados Unidos se tensaron repentinamente y, de hecho, están mejorando con China. En represalia, Nueva Delhi suspendió una compra prevista de armas estadounidenses y canceló un próximo viaje de su ministro de Defensa a Estados Unidos. El primer ministro de la India, Narendra Modi, se dispone ahora a realizar su primer viaje a China en siete años, para reunirse con el presidente Xi Jinping.
India está lejos de ser el único ejemplo. Trump también estuvo hostigando a Brasil, que desde hace años viene dándoles dolores de cabeza a los halcones antichinos mientras se acerca cada vez más a Pekín, incluso bajo el mandato del anterior presidente de extrema derecha Jair Bolsonaro. Desde la perspectiva de los responsables de la política estadounidense, que China profundice sus vínculos con el país más grande de América del Sur y la sexta economía del mundo —un país prácticamente parado en la puerta de los Estados Unidos— sería una pesadilla estratégica.
Por lo tanto, es natural que Trump haya utilizado la relación comercial de Estados Unidos con Brasil para entrometerse en su política interna, empujando al país aún más hacia los brazos de China. Insatisfecho con el procesamiento por parte del Tribunal Supremo brasileño contra Bolsonaro (a quien el presidente estadounidense considera como un aliado), por intentar instigar un golpe de Estado durante las últimas elecciones, Trump le impuso sanciones al juez que supervisa el caso y elevó los aranceles globales de Brasil. Más allá del daño que esto le causa a la economía brasileña, se trata posiblemente del uso más descaradamente político del peso económico de Estados Unidos que hayamos visto en los tiempos modernos.
Pekín no tardó en sacar partido de la situación, y el ministro de Asuntos Exteriores chino le aseguró personalmente al Gobierno brasileño que China apoyará a Brasil en su «resistencia a las prácticas intimidatorias de los aranceles arbitrarios». China le dió luz verde a 183 empresas brasileñas para vender café en el mercado chino, uno de los productos sancionados por Estados Unidos. La embajada de China en Brasil está proclamando a los cuatro vientos cómo las empresas chinas y brasileñas están aumentando su presencia en los respectivos mercados.
En otras palabras, Trump intensificó efectivamente el distanciamiento político y económico de Brasil con respecto a Estados Unidos, su mayor socio comercial a principios de este siglo, y aumentó la dependencia económica de Brasil de lo que Estados Unidos considera como un adversario que intenta afianzarse en su patio trasero. Para rematar, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, y el indio Modi, que lideran los dos países más afectados por los aranceles de Trump, mantuvieron una conversación de una hora sobre el tema, en la que se comprometieron a profundizar sus lazos comerciales.
Y esto no es todo. Hace menos de dos semanas, Trump desató una ola de indignación en toda Europa por un acuerdo comercial que reducía ligeramente los aranceles exorbitantes anticipados a cambio de una serie de concesiones comerciales y normativas a Estados Unidos. En un momento dado, antes de su capitulación, la Unión Europea consideró la posibilidad de responder a estos aranceles con su «instrumento contra la coacción», una herramienta de represalia que, significativamente, originalmente fue concebida como respuesta a China, a quien entonces consideraba como su adversario más peligroso.
La UE soportó una serie de humillaciones impuestas por Estados Unidos en solo siete meses del segundo mandato de Trump, entre ellas las repetidas amenazas de anexionar el territorio de un Estado miembro y las presiones para un aumento masivo del gasto militar europeo que alivie la presión sobre Estados Unidos. Hasta ahora, la UE está desempeñando el papel de perro faldero leal, pero cabe preguntarse qué semillas de resentimiento se están sembrando para el futuro.
Podríamos seguir. El apoyo firme y, de hecho, notablemente intensificado de Trump al genocidio que está cometiendo Israel, junto con otras políticas, como el acoso a los extranjeros y la hostilidad hacia los estudiantes internacionales, deterioraron aún más la posición de Estados Unidos en el mundo. Una encuesta realizada a más de cien mil personas en cien países en el mes de abril reveló que Estados Unidos era visto de forma negativa en la mayoría de ellos. También confirmó que casi el 80 % del mundo tiene una opinión más favorable de su principal rival, China.
En este momento, Trump y sus aliados políticos están ocupados enemistándose con países amigos, entre ellos Canadá, aliado de la OTAN y segundo socio comercial más importante, al insinuar que utilizarán el comercio y otros mecanismos para castigarlos, precisamente, por su política hacia un gobierno extranjero, Israel. Se acaba de revelar que Trump aprobó en secreto que el ejército y las agencias de espionaje estadounidenses le declararan la guerra a los cárteles de la droga en América Latina, lo que podría violar la soberanía nacional de una región que lleva mucho tiempo molesta por la intromisión estadounidense en sus asuntos. Al mismo tiempo, China es a menudo el primer o segundo socio comercial de América Latina, y viene profundizando activamente sus lazos con países individuales.
El abandono del multilateralismo por parte de Trump y su hostilidad hacia la ONU le abrieron la puerta a China, permitiéndole a Pekín y a sus socios maniobrar para ubicar a sus propios funcionarios en puestos de influencia dentro de esas burocracias. Y no olvidemos cómo la guerra comercial de Trump dejó al descubierto, de manera involuntaria, hasta qué punto Estados Unidos dependía económicamente de su rival después de décadas de políticas neoliberales, lo que derivó en una retirada humillante: un golpe no forzado y autoinfligido a la percepción global del poder estadounidense.
Si Estados Unidos tuviera un líder que buscara activamente socavar el poder global del país desde adentro y darle a su principal rival victoria tras victoria, difícilmente podría hacerlo mejor que Trump en estos siete meses de pura incompetencia estratégica. En un intento desesperado por conservar la primacía estadounidense, Trump —en un patrón no muy distinto al de su predecesor, a quien siempre denigra— abandonó el arte de la diplomacia en favor de la fuerza bruta y la intimidación. Irónicamente, ese enfoque solo está volviendo más probable el resultado que intenta evitar.
Branko Marcetic. Redactor de Jacobin Magazine y autor de Yesterday’s Man: The Case Against Joe Biden (Verso, 2020).
Fuente: https://jacobinlat.com/2025/08/donald-trump-parece-decidido-a-sabotear-el-dominio-estadounidense/