Recientemente el canciller alemán (23/08/2025), ante la crisis económica de su país ha manifestado que la tarea para salir del atolladero en que se encuentran es una tarea más compleja de resolver de lo que el Gobierno había estimado.
En este sentido expresaba que su país vive una “crisis estructural en su economía y no una simple “debilidad económica”, expresiones vertidas en una conferencia de su partido, la Unión Demócrata Cristiana (CDU) realizada en la baja Sajonia.
En parte de su alocución, Merz expresó además “que gran parte de la economía alemana ya no es competitiva”, enfatizó.
En este sentido cabe destacar que la declaración del canciller alemán Friedrich Merz sobre la «crisis estructural» de la economía alemana apunta a problemas profundos y persistentes que van más allá de una simple desaceleración cíclica. Esta crisis implica necesariamente que el capitalismo alemán tendrá que readecuarse, pues enfrenta desafíos estructurales que requieren ajustes significativos para recuperar su competitividad y dinamismo.
La economía alemana históricamente ha sido calificada como motor de Europa, ha enfrentado dificultades recientes que han llevado a una recesión desconcertante mayor, con una contracción del PIB del 0,3% en 2023 y del 0,2% en 2024, marcando dos años consecutivos de retroceso, algo poco común desde la posguerra.
Alemania, una economía fuertemente orientada a la exportación (28% del PIB depende de exportaciones a EE.UU. y otros mercados), enfrenta vientos en contra debido al aumento del proteccionismo, particularmente por las nefastas políticas comerciales de Donald Trump, que amenazan con aranceles elevados, perjudicando a sus amados socios. Además, la competencia del sudestes asiático y China, que han mejorado su capacidad de producir bienes competitivos y de alta calidad, erosionan la ventaja alemana.
Ahora la pérdida de acceso al gas ruso barato tras el conflicto ucraniano-ruso, producto además de los atentados a los gasoductos Nord Stream 1 y 2, cuya autoría sería ucraniana, desde 2022 ha incrementado los costos energéticos (de menos de 20 euros/kWh en 2010-2020 a 40 euros/kWh actualmente). Esto afecta especialmente a las industrias intensivas en energía, como la química y la manufactura, que han reducido su actividad en un 15% desde la guerra.
El envejecimiento de la población y la escasez de mano de obra cualificada son desafíos clave. La población en edad de trabajar (20-64 años) caerá más de un 6% para 2035, según la propia Comisión Europea. Esto limita el crecimiento potencial y ejerce presión sobre el mercado laboral.
Además, Alemania no ha liderado en sectores clave como los vehículos eléctricos, donde competidores como Tesla y fabricantes chinos han tomado la delantera. La digitalización deficiente y la burocracia excesiva también han frenado la competitividad de un sistema capitalista alemán que parece ya agotado y que se encuentra desconcertado para resolver la crisis.
La ruptura de la coalición tripartita en 2024 y las elecciones anticipadas siguen generando inestabilidad, lo que desalienta la inversión y el consumo. Además, el partido (CDU) de Friedrich Merz, se encuentra perdiendo popularidad y cae en las encuestas.
El modelo capitalista alemán, conocido por su enfoque en la industria manufacturera, las exportaciones y las pymes (Mittelstand), que pareciera estar en estado terminal, enfrenta una encrucijada. Durante décadas Alemania se benefició de un «milagro económico» basado en ingeniería de alta calidad, energía barata (especialmente gas ruso) y mercados globales abiertos. Sin embargo, las condiciones que han sustentado al capitalismo alemán comienzan a cambiar y lo ponen en la “cuerda floja” de la economía a escala global, su “era imperial” parece estar llegando a su fin.
La economía alemana prosperó en un mundo globalizado con mercados abiertos, pero el aumento del proteccionismo y la reconfiguración de las cadenas de suministro globales (de-risking- no riesgo) la han dejado cada vez más vulnerable.
La descarbonización y el abandono de la energía nuclear han encarecido la producción, afectando la competitividad de la industria.
La obsesión con sectores tradicionales como el automotriz, sin innovar lo suficiente en tecnologías disruptivas como los vehículos eléctricos, ha dejado a Alemania rezagada frente a competidores globales.
La crisis estructural de la economía alemana refleja que el capitalismo alemán está en serios problemas, ya que su modelo económico, basado en exportaciones, manufactura y energía barata, enfrenta desafíos significativos en un entorno económico y comercial global dinámico y cambiante.
Para recuperar su dinamismo, Alemania deberá diversificar sus relaciones comerciales, invertir en innovación y digitalización, abordar la escasez de mano de obra cualificada, reducir la burocracia y aumentar la inversión en infraestructura y energías renovables. Las reformas propuestas por el Gobierno y los expertos, junto con una coalición política algo más estable, podrían sentar las bases para una recuperación en lo que queda del año y más allá, con proyecciones de crecimiento del 1,0-1,1% para 2025 y 1,6% para 2026.
Sin embargo, la incertidumbre geopolítica, especialmente los aranceles de EE.UU., sigue siendo una amenaza significativa. La clave estará en la capacidad de Alemania para adaptarse y reinventarse en este camino de desgaste del capitalismo alemán.
La crisis estructural no significa que el “milagro económico” alemán haya terminado, pero sí exige un cambio. Para las familias, la paciencia y la resiliencia serán clave mientras el país navega este período complejo y difícil. Los ciudadanos deberán presionar por políticas que prioricen el empleo, salud, la vivienda asequible y una transición energética efectiva puede marcar la diferencia. Pero, por ahora, el pueblo alemán enfrenta un camino cuesta arriba, de incertidumbre y con sacrificios que tocan a cada hogar.
Eduardo Andrade Bone. Analista Político. Comunicador Social. WMP/PP/AI/AIP
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