Solo tengo preguntas. Y ninguna respuesta. Solo tengo desazón, rabia, impotencia. Seguramente como tú, como media humanidad que asiste horrorizada a un holocausto calculado con precisión milimétrica. Cada día un centenar de víctimas de media. Cada segundo una bomba, una explosión. Más destrucción, más tragedias.
Sí, solo tengo preguntas. Muchas. Infinitas. Porque no hay consuelo posible cuando la barbarie se convierte en rutina, cuando cada día en Gaza es una repetición del espanto, y cada noche llega con el espectro de más tumbas abiertas.
Solo tengo preguntas. Y ninguna respuesta. Porque no hay neutralidad posible cuando el crimen se comete a plena luz del día, con taquigrafos y precisión quirúrgica, y con el aplauso o el silencio de quienes deberían proteger la vida, y ademas, cuando muchos de los responsables de todo esto que ocurre incluso alardean de ello, como si asesinar a personas fuera un acto de mérito, una hazaña que se exhibe sin pudor, un trofeo que se colecciona, una cifra que se celebra.
Solo tengo preguntas. Porque ya no hay palabras que puedan contener el espanto cuando Gaza entera se ha convertido en una herida abierta, en una repetición obscena del sufrimiento. Ya no se trata de entender, sino de resistir el impulso de rendirse ante tanta crueldad normalizada.
Solo tengo preguntas. Porque no hay humanidad posible si no somos capaces de temblar ante tanto dolor ajeno, si no sentimos que cada niño y niña asesinados (como si fueran nuestros propios hijos e hijas) nos arranca un pedazo del alma.
Solo tengo preguntas, porque la respuesta está en cada cuerpo sin vida, en cada promesa de futuro enterrada bajo los escombros, en cada mirada perdida que ya no espera justicia.
Solo tengo preguntas, porque la supuesta neutralidad de los indiferentes o de los pusilánimes es una forma de complicidad, y el silencio, una traición a la humanidad que aún nos queda.
Ya solo tengo preguntas, porque el temblor ya ha llegado. Lo siento en el pecho, en la garganta, en la rabia que no se disuelve. Si esto no nos conmueve, si esto no nos quiebra, entonces ya no somos parte de la especie que presume de tener conciencia.
Si ya solo tengo miles de preguntas como éstas:
¿Quién en su sano juicio puede defender este genocidio planificado? ¿Cómo se justifica la muerte de más de 63.000 personas, la mitad mujeres y niños, como si fueran daños colaterales de una destrucción que ya no tiene rostros ni límites? ¿Qué conciencia puede dormir tranquila mientras se bombardean hospitales, escuelas, refugios y gente que solo busca alimentarse con una cucharada de trigo mezclada con tierra?
¿Qué ser humano anida en quien no se avergüenza, al menos, de lo que se está perpetrando? ¿Dónde quedó la compasión, la ética, el mínimo temblor ante el sufrimiento ajeno? ¿En qué momento nos volvimos espectadores indiferentes de una matanza televisada?
¿Qué más tiene que ocurrir para que el mundo diga basta? ¿Cuántos cuerpos más tienen que aparecer bajo los escombros? ¿Cuántos niños y niñas tienen que morir de hambre, como denuncia Amnistía Internacional, antes de que alguien en la ONU golpee la mesa y diga: “Esto es intolerable”?
¿Qué tipo de gobernantes tenemos que no hacen nada por parar esta masacre? ¿Dónde están los líderes que prometieron defender los derechos humanos? ¿Por qué tantos callan, mientras solo unos pocos —como el colombiano Gustavo Petro— se atreven a decir que esto es una ignominia y cortan inmediatamente relaciones con el Estado genocida de Israel? ¿A qué demonios esperan?
¿De qué sirve la diplomacia si no puede salvar una sola vida? ¿De qué sirve la ley internacional si no se aplica cuando más se necesita? ¿De qué sirve la palabra “genocidio” si no se convierte en acción?
¿Qué nos queda como sociedad si no somos capaces de llorar por Gaza? ¿Dónde está nuestra humanidad si no sentimos que cada niño asesinado nos arranca un pedazo del alma? ¿Dónde está nuestra voz si no gritamos por quienes ya no pueden hacerlo?
¿Cómo va a ser la vida que nos espera, no ya mañana, sino ahora, hoy mismo, mientras tanta muerte nos rodea? ¿Podemos seguir hablando de futuro mientras Gaza se convierte en un cementerio sin lápidas? ¿De qué sirve vivir cuando la muerte cubre todo a tu lado?
Y acabo. Se dice que a nosotros, al género masculino, nos cuesta mucho expresar nuestras emociones, pero jamás he visto a tantos hombres llorar como en Gaza. Y en sus rictus doloridos y en sus lágrimas derramadas se refleja todo lo que el mundo está perdiendo: la vergüenza, la compasión, la justicia.
No, no me olvido de las mujeres y de sus sufrimientos, que no son menores. Pero tampoco quiero hablar de “machos” vencidos, sino de hombres que, ante la muerte de sus seres queridos, han dejado caer todas las máscaras y roles de “duros” que la cultura les impuso. Va por ellos, por quienes abrazan a sus hijos e hijas entre los escombros y por quienes luchan con el recurso más poderoso que tenemos los seres humanos, los sentimientos. Porque también eso es resistencia.
Sí, jamás he visto a tantos hombres llorar desconsoladamante. No por una derrota, ni por una herida propia. Lloran por otros. Por niños y niñas que ya no están. Por madres y esposas que ya no pueden abrazar. Por ciudades que ya no existen. Por hogares en ruinas. Lloran de pena, de dolor y de rabia, porque ya no pueden sostener el peso de tanto horror. Así que yo, como tantas otras personas, me pregunto: ¿Cuál es la respuesta a todo esto? La tengas o no la tengas, lector-a de este texto, es tiempo ya de ponernos a la tarea para, entre todas y todos, acabar con este infame genocidio.
Txema García, periodista y escritor
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.